Doctor Muerte
El alemán atlético y de una estatura imponente que los habitantes de El Cairo conocían como Tarek Hussein Farid mantuvo hasta en la vejez la disciplina de caminar unos quince minutos diarios por las bulliciosas calles de la capital egipcia. Caminaba hasta la famosa mezquita Al Azhar, donde se había convertido al Islam, y hasta el Café J. Groppi, en el centro, donde encargaba tortas de chocolate para sus amigos y compraba bombones para los hijos de éstos, que lo llamaba tío Tarek.
Amigos y conocidos de Egipto también lo recuerdan como un ávido fotógrafo aficionado que casi siempre llevaba una cámara colgada del cuello, pero nunca permitía que lo fotografiaran. Tenía buenos motivos para ello: el tío Tarek se llamaba Aribert Ferdinand Heim; miembro de las Waffen-SS de Hitler y médico de los campos de concentración de Buchenwald, Sachsenhausen y Mauthausen. El tío Tarek era el Doctor Muerte.
Fue tras los muros grises de piedra de Mauthausen, en su Austria natal, que el Heim cometió atrocidades contra centenares de judíos y otros prisioneros que le valieron ese temible apodo y la condición de criminal de guerra nazi más buscado del Centro Simón Wiesenthal, donde pensaban que seguía en libertad.
En el prontuario del doctor Heim figuran operaciones a prisioneros sin anestesia. También se lo acusa de extirpar órganos a personas con buena salud para luego dejarlas morir en la mesa de operaciones; de inyectar veneno -y en ocasiones nafta- en el corazón de otras víctimas y de conservar algunos de sus cráneos como souvenir. Luego de vivir bajo el radar de los cazadores de nazis durante más de diez años después de la Segunda Guerra -buena parte de los mismos en el balneario alemán de Baden-Baden, donde tenía esposa, dos hijos y un consultorio de ginecología-, logró escapar cuando sus cazadores lo tenían casi cercado. Fue en 1962.
Su escondite, así como su muerte en 1992, fue uno de los mayores secretos hasta ahora.
En Alemania e Israel, los investigadores dijeron una y otra vez que pensaban que Heim estaba vivo y oculto en América Latina, cerca de Chile donde vivía una presunta hija natural. Testigos de Finlandia hasta Vietnam y desde Arabia Saudita hasta Argentina mandaron datos sobre su posible paradero.
Un maletín polvoriento con cierres rojos, que permanecía guardado y casi olvidado en El Cairo, reveló el itinerario del Doctor Muerte a Oriente Medio. El diario The New York Times y el canal de televisión alemán ZDF obtuvieron el maletín de manos de la familia Doma, los propietarios del hotel donde vivía Heim. La documentación que había en su interior cuenta la historia de su vida y su muerte en Egipto.
El maletín es, en realidad, un archivo de páginas amarillentas -algunas en sobres que aún estaban sellados-. Guardaba cartas; la historia clínica de Heim; su documentación financiera y un artículo subrayado de una revista alemana sobre su propia búsqueda y su juicio en ausencia. Hay hasta dibujos de soldados y trenes que hicieron los hijos que había dejado en Alemania. Algunos documentos llevan el nombre de Heim, otros el de Farid, pero muchos de los últimos, al igual que una solicitud de residencia en Egipto bajo el nombre de Tarek Hussein Farid, tienen la misma fecha de nacimiento -28 de junio de 1914- y el mismo lugar de origen -Radkersburg, Austria- que corresponden al Heim.
Si bien ninguno de los diez amigos de El Cairo que identificaron una fotografía del Heim conocía su verdadera identidad, sí dieron indicios de que podía tratarse de un fugitivo. “Lo que me decía mi padre es que parecían buscarlo, tal vez los judíos, y que se había refugiado en El Cairo”, dijo Tarek Abdelmoneim el Rifai, hijo de Abdelmoneim el Rifai, de 88 años, dentista y buen amigo de Heim.
La copia de un certificado de defunción egipcio confirmó las versiones de testigos de que el hombre llamado Tarek Hussein Farid murió en 1992. “Tarek Hussein Farid es el nombre que mi padre adoptó cuando se convirtió al Islam”, dijo su hijo Rüdiger Heim. En una entrevista en su casa de Baden-Baden, Heim hijo (53) admitió públicamente por primera vez que estuvo con su padre en Egipto cuando éste murió de un cáncer de recto. “Fue durante las Olimpíadas. En la habitación había un televisor. Eso lo distraía”, dijo Heim, que es alto como el padre, tiene un rostro largo y melancólico y habla con suavidad. Aribert Heim murió el día después de la final de las Olimpíadas, el 10 de agosto de 1992, según su hijo y el certificado de defunción.
Heim hijo explicó que un tío le había dicho el paradero de su padre. Explicó que no había revelado nada porque no quería crearles problemas a los amigos de su padre en Egipto. Pero a pesar de las pruebas de que el Doctor Muerte vivió en Egipto, es imposible cerrar el caso: el lugar donde está enterrado sigue siendo un misterio.
Su muerte sería un hito significativo para cacería apasionada y en ocasiones polémica de criminales de guerra nazis que dio lugar al juicio y la ejecución del planificador del Holocausto Adolf Eichmann pero que nunca consiguió encontrar a Josef Mengele, el más famoso de los médicos nazis, que murió en Brasil en 1979.
Si bien la vida secreta de los nazis en países como Argentina y Paraguay capturó la imaginación popular en libros y películas, el caso Heim lleva a Oriente Medio. Hasta que el clima político cambió, los ex nazis fueron bienvenidos en Egipto, donde contribuyeron sobre todo en el plano de la tecnología militar. Rüdiger Heim dijo que su padre le había contado que conocía a otros nazis que estaban en Egipto, pero que trataba de mantenerse lejos de ellos. Lo que no queda claro es cómo logró Heim escapar durante tanto tiempo: recibía dinero de Europa, en especial de su hermana Herta Barth, e intercambiaba cartas con amigos y familiares.
“El mundo árabe era un refugio más seguro que América del Sur”, declaró Efraim Zuroff, director del Centro Simón Wiesenthal de Israel, quien buscaba a Heim y había viajado a Chile en julio para impulsar el caso. Zuroff se sorprendió al saber el aparente destino de Heim y contó que estaban a punto de aumentar la recompensa por información para su captura de 400.000 a casi un millón y medio de dólares.
El ex prisionero de Mauthausen Josef Kohl declaró ante la justicia el 18 de enero de 1946 y contó como “El doctor Heim tenía la costumbre de revisarles la boca a los prisioneros para determinar si tenían los dientes en perfecto estado. De ser así, mataba al prisionero con una inyección, le cortaba la cabeza, la dejaba en el crematorio durante horas, hasta que desaparecía toda la carne que cubría el cráneo, que luego preparaba como objeto decorativo para su escritorio y los de sus amigos”.
Los investigadores alemanes declararon que Heim se manejó con cuidado durante la posguerra. El médico, un buen jugador de hockey sobre hielo, se mantenía siempre al margen de las fotos cuando su equipo posaba. También poseía un edificio en Berlín, la renta que obtenía de él fue su fuente de ingresos en la clandestinidad.
En la sede de la policía de Baden-Württemberg en Stuttgart, pequeños imanes salpican un mapa del mundo y marcan los lugares donde surgieron pistas o datos sobre el Doctor Muerte. Lo habían buscado sin descanso desde su desaparición en 1962, período en el que habían seguido 240 pistas. Si bien nunca lograron detenerlo, habrían estado muy cerca de su escondite en El Cairo.
“Había información de que estuvo trabajando en Egipto como médico policial entre 1967 y 1970″, dijo Joachim Schäck, jefe policial de la división de fugitivos. “Resultó ser una pista falsa”.
Según su hijo, el Doctor Muerte abandonó Alemania y atravesó Francia y España en auto antes de cruzar a Marruecos para instalarse en Egipto. “Fue una casualidad que la policía no me detuviera porque justo en momento no estaba en mi casa”, escribió Heim en una carta a la revista alemana Spiegel después de que se publicara un informe sobre él en 1979. La carta se descubrió en sus archivos, todos escritos con una meticulosa letra cursiva en alemán o en inglés.
En la carta también acusó a Simón Wiesenthal, quien estuvo prisionero en Mauthausen, de ser “el que inventó esas atrocidades”. Heim se refirió luego a lo que llamó la masacre israelí de palestinos y agregó que “el lobby sionista de EE.UU. y el Khazar judío, fueron los primeros que le declararon la guerra a Hitler en 1933″.
El grupo étnico turco de los Khazar era un tema recurrente para Heim. El médico nazi se mantenía activo en El Cairo haciendo una investigación -que escribía en inglés y alemán- y en el que negaba la existencia del antisemitismo sobre la base de que, según decía, la mayor parte de los judíos no era de origen étnico semita. Rifai recordó que Heim le había mostrado borradores del trabajo, los cuales estaban en el maletín. También había una lista que daba cuenta de sus planes de mandar borradores del trabajo a personajes importantes de distintos lugares del mundo: lo haría con el seudónimo de Youssef Ibrahim. Entre ellos figuraba quien era el entonces Secretario General de las Naciones Unidas Kurt Waldheim, un asesor de seguridad nacional estadounidense -Zbigniew Brzezinski- y el gobernante yugoslavo Tito.
Heim en El Cairo forjó estrechos vínculos con sus vecinos, entre ellos con la familia Doma, que dirigía el hotel Kasr el Madina, donde el criminal de guerra vivió sus últimos diez años. Mahmoud Doma, cuyo padre era el dueño del establecimiento, recordó que hablaba árabe, inglés y francés además de alemán. Doma contó también que su vecino leía y estudiaba el Corán en alemán, un ejemplar que los Doma habían encargado para él.
Doma, de 38 años, se emociona al hablar del hombre al que llamaba tío Tarek, quien le había regalado libros y lo había alentado a estudiar. “Era como un padre. Me quería y yo lo quería a él”.
Recordó, además, que el tío Tarek había comprado raquetas e instalado una red de tenis en la terraza del hotel, donde él y sus hermanos jugaban con el musulmán alemán hasta que caía la noche. Para 1990, sin embargo, la salud de Heim comenzó a deteriorarse y le diagnosticaron cáncer.
Después de su muerte, su hijo Rüdiger insistió en que se respetaran los deseos de su padre y donó el cuerpo a la ciencia, una tarea nada fácil en un país musulmán donde las normas establecen un entierro rápido y se oponen a la disección. Doma, que quería poner al tío Tarek en la cripta familiar, y se negaba a aceptar el plan.
Finalmente, los dos hombres condujeron una furgoneta blanca con el cuerpo de Heim, que había sido lavado y envuelto en una sábana blanca, según la tradición musulmana, y colocado en un ataúd de madera. Doma contó que habían sobornado a un empleado de un hospital para que aceptara el cadáver, pero que las autoridades egipcias se enteraron y entonces terminaron enterrando al Doctor Muerte en una fosa común- Sin nombre. De forma anónima.
[Clarín]
http://noti.hebreos.net
El alemán atlético y de una estatura imponente que los habitantes de El Cairo conocían como Tarek Hussein Farid mantuvo hasta en la vejez la disciplina de caminar unos quince minutos diarios por las bulliciosas calles de la capital egipcia. Caminaba hasta la famosa mezquita Al Azhar, donde se había convertido al Islam, y hasta el Café J. Groppi, en el centro, donde encargaba tortas de chocolate para sus amigos y compraba bombones para los hijos de éstos, que lo llamaba tío Tarek.
Amigos y conocidos de Egipto también lo recuerdan como un ávido fotógrafo aficionado que casi siempre llevaba una cámara colgada del cuello, pero nunca permitía que lo fotografiaran. Tenía buenos motivos para ello: el tío Tarek se llamaba Aribert Ferdinand Heim; miembro de las Waffen-SS de Hitler y médico de los campos de concentración de Buchenwald, Sachsenhausen y Mauthausen. El tío Tarek era el Doctor Muerte.
Fue tras los muros grises de piedra de Mauthausen, en su Austria natal, que el Heim cometió atrocidades contra centenares de judíos y otros prisioneros que le valieron ese temible apodo y la condición de criminal de guerra nazi más buscado del Centro Simón Wiesenthal, donde pensaban que seguía en libertad.
En el prontuario del doctor Heim figuran operaciones a prisioneros sin anestesia. También se lo acusa de extirpar órganos a personas con buena salud para luego dejarlas morir en la mesa de operaciones; de inyectar veneno -y en ocasiones nafta- en el corazón de otras víctimas y de conservar algunos de sus cráneos como souvenir. Luego de vivir bajo el radar de los cazadores de nazis durante más de diez años después de la Segunda Guerra -buena parte de los mismos en el balneario alemán de Baden-Baden, donde tenía esposa, dos hijos y un consultorio de ginecología-, logró escapar cuando sus cazadores lo tenían casi cercado. Fue en 1962.
Su escondite, así como su muerte en 1992, fue uno de los mayores secretos hasta ahora.
En Alemania e Israel, los investigadores dijeron una y otra vez que pensaban que Heim estaba vivo y oculto en América Latina, cerca de Chile donde vivía una presunta hija natural. Testigos de Finlandia hasta Vietnam y desde Arabia Saudita hasta Argentina mandaron datos sobre su posible paradero.
Un maletín polvoriento con cierres rojos, que permanecía guardado y casi olvidado en El Cairo, reveló el itinerario del Doctor Muerte a Oriente Medio. El diario The New York Times y el canal de televisión alemán ZDF obtuvieron el maletín de manos de la familia Doma, los propietarios del hotel donde vivía Heim. La documentación que había en su interior cuenta la historia de su vida y su muerte en Egipto.
El maletín es, en realidad, un archivo de páginas amarillentas -algunas en sobres que aún estaban sellados-. Guardaba cartas; la historia clínica de Heim; su documentación financiera y un artículo subrayado de una revista alemana sobre su propia búsqueda y su juicio en ausencia. Hay hasta dibujos de soldados y trenes que hicieron los hijos que había dejado en Alemania. Algunos documentos llevan el nombre de Heim, otros el de Farid, pero muchos de los últimos, al igual que una solicitud de residencia en Egipto bajo el nombre de Tarek Hussein Farid, tienen la misma fecha de nacimiento -28 de junio de 1914- y el mismo lugar de origen -Radkersburg, Austria- que corresponden al Heim.
Si bien ninguno de los diez amigos de El Cairo que identificaron una fotografía del Heim conocía su verdadera identidad, sí dieron indicios de que podía tratarse de un fugitivo. “Lo que me decía mi padre es que parecían buscarlo, tal vez los judíos, y que se había refugiado en El Cairo”, dijo Tarek Abdelmoneim el Rifai, hijo de Abdelmoneim el Rifai, de 88 años, dentista y buen amigo de Heim.
La copia de un certificado de defunción egipcio confirmó las versiones de testigos de que el hombre llamado Tarek Hussein Farid murió en 1992. “Tarek Hussein Farid es el nombre que mi padre adoptó cuando se convirtió al Islam”, dijo su hijo Rüdiger Heim. En una entrevista en su casa de Baden-Baden, Heim hijo (53) admitió públicamente por primera vez que estuvo con su padre en Egipto cuando éste murió de un cáncer de recto. “Fue durante las Olimpíadas. En la habitación había un televisor. Eso lo distraía”, dijo Heim, que es alto como el padre, tiene un rostro largo y melancólico y habla con suavidad. Aribert Heim murió el día después de la final de las Olimpíadas, el 10 de agosto de 1992, según su hijo y el certificado de defunción.
Heim hijo explicó que un tío le había dicho el paradero de su padre. Explicó que no había revelado nada porque no quería crearles problemas a los amigos de su padre en Egipto. Pero a pesar de las pruebas de que el Doctor Muerte vivió en Egipto, es imposible cerrar el caso: el lugar donde está enterrado sigue siendo un misterio.
Su muerte sería un hito significativo para cacería apasionada y en ocasiones polémica de criminales de guerra nazis que dio lugar al juicio y la ejecución del planificador del Holocausto Adolf Eichmann pero que nunca consiguió encontrar a Josef Mengele, el más famoso de los médicos nazis, que murió en Brasil en 1979.
Si bien la vida secreta de los nazis en países como Argentina y Paraguay capturó la imaginación popular en libros y películas, el caso Heim lleva a Oriente Medio. Hasta que el clima político cambió, los ex nazis fueron bienvenidos en Egipto, donde contribuyeron sobre todo en el plano de la tecnología militar. Rüdiger Heim dijo que su padre le había contado que conocía a otros nazis que estaban en Egipto, pero que trataba de mantenerse lejos de ellos. Lo que no queda claro es cómo logró Heim escapar durante tanto tiempo: recibía dinero de Europa, en especial de su hermana Herta Barth, e intercambiaba cartas con amigos y familiares.
“El mundo árabe era un refugio más seguro que América del Sur”, declaró Efraim Zuroff, director del Centro Simón Wiesenthal de Israel, quien buscaba a Heim y había viajado a Chile en julio para impulsar el caso. Zuroff se sorprendió al saber el aparente destino de Heim y contó que estaban a punto de aumentar la recompensa por información para su captura de 400.000 a casi un millón y medio de dólares.
El ex prisionero de Mauthausen Josef Kohl declaró ante la justicia el 18 de enero de 1946 y contó como “El doctor Heim tenía la costumbre de revisarles la boca a los prisioneros para determinar si tenían los dientes en perfecto estado. De ser así, mataba al prisionero con una inyección, le cortaba la cabeza, la dejaba en el crematorio durante horas, hasta que desaparecía toda la carne que cubría el cráneo, que luego preparaba como objeto decorativo para su escritorio y los de sus amigos”.
Los investigadores alemanes declararon que Heim se manejó con cuidado durante la posguerra. El médico, un buen jugador de hockey sobre hielo, se mantenía siempre al margen de las fotos cuando su equipo posaba. También poseía un edificio en Berlín, la renta que obtenía de él fue su fuente de ingresos en la clandestinidad.
En la sede de la policía de Baden-Württemberg en Stuttgart, pequeños imanes salpican un mapa del mundo y marcan los lugares donde surgieron pistas o datos sobre el Doctor Muerte. Lo habían buscado sin descanso desde su desaparición en 1962, período en el que habían seguido 240 pistas. Si bien nunca lograron detenerlo, habrían estado muy cerca de su escondite en El Cairo.
“Había información de que estuvo trabajando en Egipto como médico policial entre 1967 y 1970″, dijo Joachim Schäck, jefe policial de la división de fugitivos. “Resultó ser una pista falsa”.
Según su hijo, el Doctor Muerte abandonó Alemania y atravesó Francia y España en auto antes de cruzar a Marruecos para instalarse en Egipto. “Fue una casualidad que la policía no me detuviera porque justo en momento no estaba en mi casa”, escribió Heim en una carta a la revista alemana Spiegel después de que se publicara un informe sobre él en 1979. La carta se descubrió en sus archivos, todos escritos con una meticulosa letra cursiva en alemán o en inglés.
En la carta también acusó a Simón Wiesenthal, quien estuvo prisionero en Mauthausen, de ser “el que inventó esas atrocidades”. Heim se refirió luego a lo que llamó la masacre israelí de palestinos y agregó que “el lobby sionista de EE.UU. y el Khazar judío, fueron los primeros que le declararon la guerra a Hitler en 1933″.
El grupo étnico turco de los Khazar era un tema recurrente para Heim. El médico nazi se mantenía activo en El Cairo haciendo una investigación -que escribía en inglés y alemán- y en el que negaba la existencia del antisemitismo sobre la base de que, según decía, la mayor parte de los judíos no era de origen étnico semita. Rifai recordó que Heim le había mostrado borradores del trabajo, los cuales estaban en el maletín. También había una lista que daba cuenta de sus planes de mandar borradores del trabajo a personajes importantes de distintos lugares del mundo: lo haría con el seudónimo de Youssef Ibrahim. Entre ellos figuraba quien era el entonces Secretario General de las Naciones Unidas Kurt Waldheim, un asesor de seguridad nacional estadounidense -Zbigniew Brzezinski- y el gobernante yugoslavo Tito.
Heim en El Cairo forjó estrechos vínculos con sus vecinos, entre ellos con la familia Doma, que dirigía el hotel Kasr el Madina, donde el criminal de guerra vivió sus últimos diez años. Mahmoud Doma, cuyo padre era el dueño del establecimiento, recordó que hablaba árabe, inglés y francés además de alemán. Doma contó también que su vecino leía y estudiaba el Corán en alemán, un ejemplar que los Doma habían encargado para él.
Doma, de 38 años, se emociona al hablar del hombre al que llamaba tío Tarek, quien le había regalado libros y lo había alentado a estudiar. “Era como un padre. Me quería y yo lo quería a él”.
Recordó, además, que el tío Tarek había comprado raquetas e instalado una red de tenis en la terraza del hotel, donde él y sus hermanos jugaban con el musulmán alemán hasta que caía la noche. Para 1990, sin embargo, la salud de Heim comenzó a deteriorarse y le diagnosticaron cáncer.
Después de su muerte, su hijo Rüdiger insistió en que se respetaran los deseos de su padre y donó el cuerpo a la ciencia, una tarea nada fácil en un país musulmán donde las normas establecen un entierro rápido y se oponen a la disección. Doma, que quería poner al tío Tarek en la cripta familiar, y se negaba a aceptar el plan.
Finalmente, los dos hombres condujeron una furgoneta blanca con el cuerpo de Heim, que había sido lavado y envuelto en una sábana blanca, según la tradición musulmana, y colocado en un ataúd de madera. Doma contó que habían sobornado a un empleado de un hospital para que aceptara el cadáver, pero que las autoridades egipcias se enteraron y entonces terminaron enterrando al Doctor Muerte en una fosa común- Sin nombre. De forma anónima.
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