jueves, 2 de agosto de 2007

Dejar de apaciguar a Abú Mazén
Nuestros líderes repiten como loros elogios sobre Mahmoud Abbás como hombre de paz y moderación

por Isi Leibler

Al desarrollarse los acontecimientos tras la toma del poder de Hamas en Gaza, existe una cierta sensación de déjà vu. A pesar de las sangrientas consecuencias de nuestras políticas autoinfligidas en gran medida, parecemos no haber aprendido ninguna lección del amargo pasado.

Nuestros líderes repiten como loros elogios sobre Mahmoud Abbás como hombre de paz y moderación. Pero Abbás, que juega a varias bandas, encabeza una organización terrorista corrupta que se encuentra al borde del desmembramiento. ¿Cree nuestro gobierno que las Brigadas de los Mártires de Al Aksa se han vuelto pacíficas? ¿Que las escuelas administradas por la Autoridad Palestina han dejado de lavar el cerebro a los niños para convertirse en mártires? ¿Cree que Abbás ya no elogia a los terroristas suicidas y que ha dejado de pagar las pensiones a sus familias?

Puede que el Presidente George W. Bush se vea obligado a aludir a Abbás como "socio de paz", pero ¿tiene que formar parte de tal charada el primer ministro de Israel? Lo que es más importante, sin recibir siquiera un atisbo de garantías para el futuro, hemos vuelto a pagar los impuestos y fondos de la Autoridad Palestina negados desde la toma de control de Hamas. Estamos siendo instados a eliminar los controles con el fin de proporcionar mayor libertad de movimientos a los palestinos dentro del West Bank, a pesar de las protestas del ejército de que esto pone en peligro a los israelíes. Y, por si eso no fuera poco, ahora estamos contemplando la posibilidad de proporcionar a Abbás armamento adicional, incluyendo vehículos blindados, a pesar de saber que las armas previamente proporcionadas a los palestinos fueron finalmente empleadas para asesinar israelíes. En la práctica, hace sólo unos cuantos meses, Abbás apelaba a Hamas para que dejara de dirigir sus armas contra colegas palestinos y se uniera a Fatah contra los israelíes.

PARA CORONAR ESTA LOCURA la Autoridad Palestina anunciaba que las Brigadas de Al Aksa de Abbás - que asesinaron a más israelíes que Hamas y siguen numantinamente comprometidas a promover el terrorismo - serán absorbidas en la fuerza policial de los palestinos, que ya es, per capita, la mayor del mundo.

Con la popularidad de Abbás en un mínimo histórico, también se nos implora no hacer siquiera ni las exigencias mínimas con el fin de "no debilitarlo más" haciéndole parecer "un colaborador". Y como señal de buena fe, liberaremos, gratis, a 250 presos que podrían ser incluidos en un futuro acuerdo a cambio de nuestros soldados secuestrados. Sí, deberíamos informar a Abbás de nuestra disposición a asistirle. Pero no al precio del apaciguamiento. No puede haber mayores concesiones sin total reciprocidad y progreso genuino. O Abbás se compromete a controlar el terror, o deberíamos dejarlo a sus propias elecciones.

Es vox populi que miles de millones de dólares, constituyendo más ayuda per capita que cualquier otro país, han sido donados a los palestinos por parte de la comunidad internacional. Pero grandes proporciones de estas ayudas o bien se esfumaron en cuentas bancarias secretas o bien fueron desviadas a financiar el terror. Tenemos por tanto que insistir en que se introduzcan controles para asegurarse de que tales fondos son empleados exclusivamente en el bienestar humanitario de los palestinos.

AHORA TAMBIÉN ES una oportunidad para tratar con el Hamastán y sobreponernos a la sensación de impotencia que actualmente invade a nuestro gobierno. Continuamente escuchamos el mantra "No existe solución a los ataques con Kassam". A los ciudadanos sufridos desde hace tiempo de Sderot, que se han convertido en refugiados en su propio país, ahora se les dice por parte de nuestro gobierno que ajusten estoicamente su estilo de vida a unos ataques de misiles diarios estilo ruleta rusa, o que se vayan.

Este deprimente estado de las cosas tiene su origen en el abandono del axioma principal de la estrategia israelí de defensa. Incluye la obligación del ejército de proteger a sus ciudadanos, incluso al precio de dolorosas bajas; confrontar al enemigo en su propio territorio; y nunca poner en peligro vidas de ciudadanos israelíes o comprometer nuestra seguridad con el fin de aplacar a la opinión pública internacional. Al contrario, además de vivir en el País de las Maravillas, nuestros gobernantes se han obsesionado con el deseo de demostrar al mundo que somos personas "agradables". Pero contra más "agradables" somos, peor van las cosas. Considere los amargos frutos obtenidos desde nuestra desconexión unilateral de Gaza. Compare nuestra postura hoy con los días en que Israel era calificada de nación dura reticente al compromiso con terroristas, y era respetada y admirada.

PARADÓJICAMENTE, el apaciguamiento y las concesiones unilaterales simplemente han abierto el camino a oleadas sin precedentes de odio antiisraelí y al rejuvenecimiento del antisemitismo. Hoy hay posibilidades de demostrar nuestra postura. Gaza ya no está "ocupada" más, y en la práctica es un mini estado.

Por tanto deberíamos despreciar la demencial idea de enviar suministros a Gaza. ¿Podríamos visualizar a los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial enviando suministros a los civiles alemanes por "motivos humanitarios"? Por tanto, deberíamos proclamar que somos sensibles a la situación humanitaria de los palestinos en el Hamastán, pero que mientras Hamas siga orquestando ataques suicidas y lanzando misiles contra civiles israelíes, no vamos a mover un dedo para ayudarles.

Por el contrario, a menos que el terror sea metido en cintura, comenzaremos a apretar las tuercas. Deberíamos informar al mundo de que tenemos intención de responder al igual que cualquier otra nación cuyos ciudadanos sean objeto de ataques de misiles. Mientras buscamos minimizar las bajas civiles inocentes, si los terroristas nos obligan a elegir entre las vidas de nuestros ciudadanos y las de los palestinos, tenemos la obligación moral de defender a los propios.

El efecto disuasor de Israel debe ser restaurado. Es inmoral, obsceno incluso, que nuestro gobierno retrase conscientemente las respuestas duras a los ataques de misiles. ¿Tenemos que esperar a un ataque contra un jardín de infancia, un hospital o alguna infraestructura clave antes de actuar? Solamente un milagro ha evitado la calamidad hasta la fecha. Después de cada ataque individual de misiles, deberíamos, de manera calibrada, empezar a cortar el suministro eléctrico, los combustibles y el agua a Gaza y sellar los pasos fronterizos. Ciertamente es barroco seguir suministrando servicios a vecinos cuyos líderes se jactan abiertamente de que el objetivo irrenunciable sigue siendo "matar a los descendientes de los cerdos y los monos".

TAMBIÉN NECESITAMOS conservar el control del corredor de Filadelfia con el fin de contener el flujo de armamento letal iraní que atraviesa la frontera.

Los asesinatos selectivos deberían intensificarse contra aquellos que orquestan los ataques, líderes políticos incluidos. Esto probablemente incurra en bajas civiles y sin duda seremos acusados de responder "desproporcionadamente". Sin embargo, la proporcionalidad no puede ser una consideración primordial cuando se pretende crear disuasión para prevenir ataques en curso contra civiles que no fueron provocados, lo cual constituyen actos de guerra.

En cuanto a la moralidad, incluso dejando a un lado las comparaciones con los comportamientos de las demás naciones, llega un momento en una confrontación en el que uno tiene que decir: ya basta. Ese momento pasó hace tiempo. En una guerra, el gobierno tiene que ser motivado por un objetivo: proteger a sus civiles y minimizar sus bajas militares. Eso es consistente con el derecho internacional, el sentido común y la moralidad, y tiene que pasar por encima de las relaciones el mensaje a Gaza no es ni brutal ni sin escrúpulos. Es simple y constructivo: dejar de lanzar misiles o afrontar las consecuencias inevitables. En la práctica,una dura respuesta israelí puede instar a los palestinos a ejercer presión sobre sus líderes y, a largo plazo, salvar vidas palestinas.

También tenemos que dispersar la ilusión de que apaciguar a jihadistas puede rendir frutos alguna vez. En la práctica, las retiradas y desconexiones unilaterales bajo fuego han reforzado sin excepción a los jihadistas a la hora de intensificar la violencia, y han servido como receta de mayores conflagraciones posteriores.

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