sábado, 4 de agosto de 2007

El testigo traicionado

La investigación del atentado AMIA: las penurias del testigo que denunció el encubrimiento
Amenazado de muerte, Lifschitz dice que lo abandonaron
Siete años después de empezar a declarar el negro trasfondo de la causa AMIA, Claudio Lifschitz, ex prosecretario del entonces juez federal Juan José Galeano, afirma que está amenazado de muerte, lo custodia la policía, casi no tiene trabajo como abogado y lo han abandonado los políticos que antes le pedían información.

"Si hoy tuviera que tomar la decisión de hablar, lo pensaría dos veces. AMIA prácticamente me destruyó", dice Lifschitz, ex oficial de la División Inteligencia Narcotráfico de la Policía Federal. Trabajó en el juzgado de Galeano en la causa AMIA de 1995 a 1997 y conoció y presenció el armado de la historia oficial del atentado por parte del menemismo y de la Justicia.

Sus declaraciones fueron decisivas no sólo para tirar abajo esa historia, que acusaba con pruebas falsas al armador de autos Carlos Telleldín y a ex policías bonaerenses, sino para dar origen a la investigación del encubrimiento y de las irregularidades de la causa, sumario a cargo del juez federal Ariel Lijo.

En este último expediente, la Cámara del Crimen dispuso que Lijo también investigara al ex presidente Carlos Menem y a su ministro del Interior, Carlos Corach.

Hace casi un año, Lijo resolvió que debía carear a Corach y Lifschitz para investigar si Corach había intervenido en el encubrimiento, pero aún no concretó la medida.

"En julio del año pasado, sobre el aniversario de la AMIA, paró un auto en la esquina de casa cuando yo estaba por entrar. «Tomá, esto es para vos», me dijo uno de los hombres del auto. Con mi experiencia en la policía -cuenta Lifschitz-, lo primero que hice fue agacharme. Efectuaron un disparo, no para pegarme, porque de haberlo querido me habrían matado. Y me tiraron mi libro con un agujero de un itakazo . Fue por AMIA."

Infiltrados

El libro de Lifschitz, AMIA. Por qué se hizo fallar la investigación , se publicó en 2000 y no sólo denunció el encubrimiento judicial del atentado del 18 de julio de 1994, sino que reveló que, tres meses antes de la voladura, la SIDE había infiltrado en Buenos Aires una célula de iraníes, que se les había escapado de las manos y que pocos días después había cometido el atentado.

"Por eso se armó el encubrimiento judicial y político", señala Lifschitz, que declaró en el juicio oral de la AMIA y en la causa de Lijo. Y añade: "Por eso desaparecieron las grabaciones telefónicas de la SIDE a los iraníes. Eran 40.000 horas de escuchas".

Luego de denunciar el atentado del año pasado, el juez Lijo lo propuso, cuenta, para el programa de testigos protegidos. "Pero yo no puedo cambiar mi identidad porque soy abogado. No me permiten la portación de arma y me pusieron custodia policial las 24 horas, pero como hago penal, la presencia de un policía me puede perjudicar, así que a veces debo prescindir de él. Y también se sabe que mi celular está chupado . El único que me ayudó fue Pablo Jacoby [abogado de la querella de Memoria Activa]."

-Luego del juicio oral ¿lo llamaron a declarar en la causa?

-No. Ni el juez [Rodolfo] Canicoba Corral ni la Unidad Fiscal AMIA del fiscal [Alberto] Nisman. En seis meses podría esclarecer el atentado. Todos los que denuncié están investigados. También yo, por violación de secreto militar, porque publiqué el facsímil de dos documentos en mi libro. Hace poco me indagaron y decidí contar qué agentes de la SIDE me dijeron que el organismo había infiltrado la célula iraní antes del atentado.

-¿Volvería a denunciar?

-Lo que me pasa puede interpretarse como un mensaje: si tenés que denunciar, no denuncies. Si hubiera aceptado un ofrecimiento de Galeano cuando me estaba por ir (y él sabía que yo iba a contar todo), hoy tal vez sería juez.

-¿Qué le ofreció?

-Seguir como prosecretario y hacerme nombrar en la SIDE. Su secretario Javier de Gamas hoy es juez en Tierra del Fuego.

-No me respondió si volvería a denunciar.

-Desde el punto de vista racional, debería decir que no, o que lo pensaría dos veces. Pero conociendo mi temperamento, sé que volvería a hacerlo.

Por Jorge Urien Berri
De la Redacción de LA NACION

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