lunes, 15 de octubre de 2007

Mundo libre ¿hasta cuándo?

Irán, la bomba, y el mundo libre
Por Julián Schvindlerman

A medida que se acrecienta la evidencia del radicalismo del presidente iraní, en tanto más ciudadanos israelíes sufren los embates de cohetes lanzados por agrupaciones terroristas patrocinadas por Teherán y soldados norteamericanos mueren en Irak y en Afganistán en manos de milicias armadas por Irán, a la par que la República Islámica anuncia haber cruzado aún otra meta más en el sendero nuclear y se suceden nuevas y frágiles resoluciones en la ONU, resulta cada vez más claro que la comunidad internacional parece haberse resignado a la pronta realidad de un Irán nuclear.
Las disparatadas afirmaciones del presidente iraní (el Holocausto es un mito, no hay homosexuales en Irán) y sus peligrosas amenazas (Israel debe ser borrado del mapa, Irán será nuclear, quieran o no), así como las excentricidades varias organizadas por Teherán (desde la conferencia “Un Mundo Sin Sionismo” del 2005 hasta la competencia de caricaturas negadoras del Holocausto del 2006), y el progreso en su programa nuclear, han generado mucha conmoción mediática y considerable actividad diplomática, pero hasta el momento no han despertado la determinación mundial mancomunada necesaria para definitivamente frenar las ambiciones abrumadoramente hostiles del régimen teocrático iraní. Ambiciones, cabe acotar, globalmente publicitadas por Teherán.
Ya pasaron cinco años desde aquel momento en el año 2002 en que el proyecto nuclear iraní adquirió atención pública a partir de una denuncia efectuada por miembros de la oposición local. Durante el período 2003-2005, Francia, Alemania y Gran Bretaña probaron la vía diplomática suave, vale decir, diálogo con Teherán, ofrecimientos de incentivos, concesiones comerciales, etc, nada de lo cuál logró disuadir a los ayatollahs de su objetivo nuclear. Una oferta rusa de enriquecimiento de uranio iraní en suelo ruso fue igualmente rechazada por Teherán. Para cuando Washington logró derivar el dossier iraní al Consejo de Seguridad de la ONU y eventualmente adoptar dos resoluciones condenatorias, la república islámica ya había logrado enriquecer uranio en cascadas de más de tres mil centrifugadoras y su presidente disponía de la confianza tal para despreciar dichas resoluciones y aseverar que su país sería, tarde o temprano, nuclear. La oposición rusa y china a nuevas y robustas sanciones es tan decidida que Estados Unidos, junto con su nuevo aliado, la Francia de Nicolás Sarkozy, está explorando el canal de sanciones fuera del marco de la ONU. Y aún así, conforme ha informado el Wall Street Journal, dichas sanciones aparentemente no incluirán la importación iraní de combustible refinado, que representa el 40% de su consumo interno, y es por razones obvias su Talón de Aquiles más expuesto. Incluso en Washington subsiste la corriente de apaciguamiento: cuando recientemente la Casa Blanca quiso designar a las Guardias Revolucionarias Iraníes como una organización terrorista, el Departamento de Estado se opuso y efectivamente trabó la iniciativa por aprehensión a la repercusión en algunas cancillerías.
La brecha entre declaraciones ofuscadas y acciones prácticas puede ser especialmente apreciada en la política iraní de la Alemania de Angela Merkel. Durante su discurso de septiembre en la Asamblea General de las Naciones Unidas, ella comparó a Mahmoud Ahmadinejad con Adolf Hitler. No obstante, apenas una semana previa a este discurso, su propio Ministerio de Economía esponsoreó una feria de promoción de lazos comerciales entre compañías alemanas e iraníes en la localidad de Darmstadt. Alemania es uno de los principales socios comerciales de Irán, habiendo exportado u$s 5.000 millones solamente el año pasado. Según Yossi Klein Halevi, corresponsal en Israel de la revista The New Republic, cinco mil firmas alemanas -incluyendo a BASF, Siemens, Mercedes y Wolkswagen- continúan operando comercialmente en la teocracia musulmana. Ya se ha criticado desde esta columna la visita de la Orquesta Sinfónica de Osnabruck a Teherán. Que músicos alemanes estén tocando para los ayatollahs iraníes a la par que empresas alemanas comercian con Irán bajo el patrocinio del gobierno alemán, es un trasfondo que no cuaja muy bien con la vehemencia de Merkel en la ONU. China y Rusia al menos no fingen. El problema no es la hipocresía alemana solamente. Durante el período 2000-2005, el comercio entre la Unión Europea y la República Islámica de Irán casi se ha triplicado. Irán destinó el 70% de ese ingreso a su programa nuclear.
La ambivalencia occidental es ubicua. Muy simbólicamente quedó captada en la abominable invitación que extendiera la Universidad de Columbia al líder iraní y la esquizofrénica recepción que le dio su presidente Lee Bollinger al tildar a Ahmadinejad de “mezquino y cruel dictador” habiéndole cedido el prestigioso podio y una inmerecida legitimidad. Más grave aún ha sido la afirmación implícita de la universidad, que, al invitar a un incitador al aniquilamiento de Israel, ha involuntariamente anunciado que apoyar u oponerse al genocidio contra el pueblo judío es un tópico legítimo de debate, tal como ha observado Caroline Glick del Jerusalem Post. Las cálidas recepciones brindadas al déspota iraní en Bolivia y Venezuela marcan, a su vez, una triste página en la historia política latinoamericana.
La familia de las naciones cuenta con instrumentos jurídicos y diplomáticos suficientes como para detener al actual provocador régimen iraní. Tal como juristas internacionales han señalado, Ahmadinejad continuamente está violentando la Convención contra el Genocidio que expresamente prohíbe “la incitación pública y directa al genocidio”. E Irán continuamente comete crímenes contra la humanidad con cada acto de terror que apaña, viola resoluciones de las Naciones Unidas con cada paso que da hacia la procuración nuclear, y ofende a la Declaración Universal de los Derechos Humanos con cada acción de represión interna que toma. Todos estos abusos ya han sido tolerados por demasiado tiempo. Cada día que pasa acerca más a Teherán al umbral nuclear y al mundo libre a una situación de exposición insostenible. Lo más trágico de este asunto es que al optar por no transitar aquellos caminos que pacíficamente llevarían al ostracismo iraní, el mundo libre está estrechando su propio margen de acción, dejándose a sí mismo enfrentado a la última de las alternativas: la vía militar.

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