lunes, 11 de junio de 2007

¿Cómo destruyó Israel el programa atómico de Sadam Husein?




¿Cómo destruyó Israel el programa atómico de Sadam Husein?
Por César Vidal (http://revista.libertaddigital.com)

En 1975, Sadam Husein contaba con la posibilidad de disponer de armas nucleares en un espacio de tiempo inferior a una década. Para conseguir semejante objetivo, había logrado el apoyo inicial de la URSS pero, sobre todo, el mucho más importante de Francia.
Cuando, a inicios de los años ochenta, el armamento atómico se encontraba al alcance de la mano del dictador iraquí, un golpe de mano protagonizado por la aviación israelí puso brusco final a ese sueño pero, ¿cómo destruyó Israel el programa atómico de Sadam Husein?

La década de los setenta resultó de especial relevancia en la vida de Sadam Husein. A inicios de la misma concluyó con la URSS diferentes acuerdos que aseguraron a Irak el final de la rebelión kurda en el norte y un suministro continuo de sofisticado armamento. Por si fuera poco, una serie de pactos con Francia le permitió evitar el boicot internacional tras la nacionalización del petróleo iraquí, le suministró armas como los Mirage F-1 y los helicópteros Gazelle, le permitió comenzar la fabricación de armamento químico gracias a la colaboración del Instituto Merieux y, sobre todo, puso a su alcance la posibilidad de elaborar armamento nuclear. Aunque, ciertamente, los primeros pasos en el camino de las armas atómicas los dio Irak bajo la tutela de la URSS, Brezhnev no tenía ningún interés en la ampliación del club atómico y a mediados de la década se negó a seguir proporcionando ayuda a Irak en este terreno.

De la situación emergió la dictadura árabe gracias al apoyo de Francia y, muy especialmente, de su primer ministro Jacques Chirac. En 1975, Francia aceptó vender a Irak —a cambio de jugosísimas contraprestaciones— un reactor experimental (Osiris) y un modelo a escala (Isis) que podían producir plutonio destinado a la fabricación de armamento nuclear. Ciertamente, la decisión francesa podía ser rentable en términos económicos pero implicaba una gravísima irresponsabilidad política y moral al colocar en manos de una dictadura estrechamente relacionada con distintos grupos terroristas la posibilidad de utilizar armas atómicas. Que el primer objetivo de ese armamento sería Israel no ofrecía ningún género de dudas y por eso no resulta extraño que en abril de 1979 Israel llevara a cabo una operación encaminada a eliminar este riesgo.

Recibió el nombre de Big Lift y tuvo como escenario la planta de Seine-sur-Mer, cerca de Tolón. Tras penetrar en la misma, los agentes israelíes colocaron explosivos en el núcleo de los reactores destinados a Irak de tal manera que se vieran dañados pero que no se ocasionaran perjuicios al resto del complejo industrial. El resultado fue que se produjo la destrucción del sesenta por ciento de los componentes del reactor —ocasionando pérdidas valoradas en unos veinte millones de dólares— pero sin ocasionar daño alguno al restante material almacenado. Para intentar borrar las huellas, una organización ecologista denominada Groupe des Écologistes Francais se atribuyó el atentado. Que tal organización no existía lo sabía todo el mundo. Por su parte, la prensa —con su agudeza habitual para este tipo de asuntos— atribuyó el atentado a la extrema izquierda, al FBI y a los terroristas palestinos. La operación concluyó, por lo tanto, con éxito y retrasó el programa nuclear iraquí, pero no conjuró de manera definitiva el peligro. En julio de ese mismo año Sadam Husein —al que preocupaba enormemente la llegada al poder en Irán del ayatollah Jomeini— dio un golpe de estado que le permitió pasar de ser el número dos del régimen a convertirse en presidente. Con este paso —que en buena medida consagraba una realidad fáctica— la situación, ya de por si peligrosa, confirmó su enorme riesgo. A fin de cuentas, Francia estaba dispuesta a seguir colaborando con la dictadura de Sadam Husein y éste continuó reuniendo los materiales y los científicos indispensables para su programa de armamento nuclear. El siguiente golpe contra él mismo vino no de una opinión internacional, al parecer nada preocupada por tan terrible hecho, sino, una vez más, de Israel.

El Mossad sabía que en París residía Yahya al-Meshad, un científico nuclear de origen egipcio al que Sadam Husein había reclutado para su programa. Meshad servía de intermediario entre Francia e Irak y en uno de sus últimos viajes había anunciado a los franceses que estaban a punto de “dar un giro a la Historia árabe”. El primer plan del Mossad estaba encaminado a reclutar a Meshad, pero pronto quedó de manifiesto que no sería posible. Sabedores de que iba a ocupar la habitación 9041 del hotel Meridien de París, los agentes israelíes recibieron la orden de ocuparse de él. Para conseguirlo contaron con la ayuda de una prostituta llamada Marie-Claude Magal, que respondía al mote de Marie Express. La Magal ignoraba quién pagaba sus servicios pero no le importaba. En este caso en concreto, se trataba de complacer la perversión sadomasoquista de Meshad. Antes de que llegara la Magal, Meshad recibió una visita de un agente del Mossad que tenía la misión de reclutarlo. Meshad se negó y de esa manera selló su destino. Los agentes israelíes permitieron, en un curioso gesto de conmiseración, que Meshad estuviera dos horas disfrutando de los servicios de la Magal y que ésta abandonara la habitación. Luego, mientras Meshad dormía, entraron en la suite y le cortaron la garganta.

La policía francesa no tuvo ninguna duda de que se trataba de un asesinato perpetrado por profesionales, ya que no faltaba ni el dinero ni la documentación de la víctima. La Magal, asustada por lo sucedido, acudió a la policía y contó cómo, al llegar a la suite, se había encontrado a Meshad enfurecido porque habían intentado reclutarle. No pudo contar mucho más. El 12 de julio de 1980, mientras hacía la calle en el bulevar Saint-Germain, fue atropellada por un Mercedes negro y murió.

La muerte de Meshad significó un nuevo retraso en el programa iraquí pero no su interrupción. Aquel mismo año, Irán fue invadido por Irak y Francia llevó a cabo una entrega a éste de uranio enriquecido. El peligro de un conflicto nuclear en la zona se incrementaba y más teniendo en cuenta que las tropas de Sadam Husein no tardaron en dejar de manifiesto su incapacidad para ganar una guerra que estuvo erróneamente planteada desde antes de su inicio. Entonces el gobierno de Israel tomó una decisión de enorme trascendencia.


El ataque se fijó para finales de abril pero hubo que retrasarlo cuando Ezer Weizman, anterior ministro de Defensa, comentó que estaba preparando una operación de enorme riesgo que antecedería a las elecciones. Se trató tan sólo de un retraso temporal, ya que volvió a fijarse fecha para el 10 de mayo. Si esta vez no se llevó a cabo fue porque el dirigente laborista Simon Peres —el eterno aspirante y, a la vez, eterno perdedor en la carrera por ser primer ministro de Israel— envió una nota personal a Beguin manifestándole que debía abandonar el proyecto porque no podía tener éxito y además aislaría internacionalmente a Israel. De manera bastante sensata, Beguin desoyó el consejo de Peres.

El 7 de junio de 1981, a las cuatro de la tarde, dos docenas de aviones F-15 y F-16 de fabricación norteamericana despegaron de Beersheba, Israel. Su misión era destruir desde el aire la planta nuclear iraquí situada en Tuwaiza, a las afueras de Bagdad. Por debajo de la escuadrilla volaba un aparato que parecía un avión comercial de la Aer Lingus, una línea irlandesa que suele alquilar sus aviones a países árabes. En realidad, se trataba de un Boeing 707 israelí destinado al reabastecimiento. La especial agrupación de los aviones y el hecho de que no transmitieran mensajes permitía volar inadvertidos para la aviación iraquí.

A mitad de camino, ya en territorio de Irak, el Boeing 707 los abasteció de combustible y, acto seguido, se separó de la formación emprendiendo un vuelo que le llevaría a cruzar Siria y a aterrizar en Chipre como si se tratara de un aparato que siguiera una ruta comercial corriente. Hasta la frontera con Israel, el Boeing 707 contó con la escolta de dos cazas que se separaron entonces de él para dirigirse a Beersheba.

Los aviones israelíes sabían por informaciones obtenidas previamente que para causar el mayor daño posible debían acertar con sus proyectiles en la cúpula que constituía el núcleo de la planta nuclear. Para acertar en ese punto concreto, resultaba indispensable la colaboración de alguien que emitiera señales con un radiofaro, un aparato de dirección por radio que sirve para guiar. Los israelíes contaban con uno de sus hombres en el exterior emitiendo señales con un radiofaro pero, para mayor seguridad, lograron que el técnico francés Damien Chassepied llevara a cabo la misma tarea. Chassepied formaba parte del programa de colaboración suscrito por Chirac con Sadam Husein pero había sido reclutado por el Mossad.

Sobre las seis y media de la tarde, ya en Irak, los aviones israelíes que habían estado volando casi a nivel del suelo para eludir la acción del radar, se elevaron seiscientos metros. Se trató de un ascenso tan rápido que burló las defensas del radar a la vez que la puesta del sol —situada a sus espaldas— deslumbraba a los iraquíes. Entonces, uno tras otro, los cazas descendieron en picado sobre el objetivo. No puede negarse que obtuvieron un éxito completo. La cúpula que cubría el reactor fue derribada hasta sus cimientos mientras los muros se desplomaban. Asimismo se produjeron daños en otros dos edificios pero lo más importante es que el núcleo del reactor saltó por los aires. De manera que no ha sido suficientemente explicada Damien Chassepied pereció también en la operación al no abandonar a tiempo el lugar. De hecho, fue la única víctima humana.

La reacción de los iraquíes ante el ataque fue ciertamente paupérrima. Totalmente cogidos por sorpresa, acertaron a disparar alguna salva pero ni dispararon los misiles SAM ni tampoco enviaron a su aviación en persecución de los atacantes. Es más que probable que durante un tiempo ignoraran incluso su procedencia dada la situación de guerra con Irán. Por su parte, los aparatos israelíes se dieron a la fuga con enorme rapidez. Así, atravesaron el espacio aéreo de Jordania y llegaron sanos y salvos a Israel tres horas después de su despegue. Concluía así la denominada Operación Babilonia.

Poco antes de las siete de la tarde, el general Rafel Eitan informó del éxito de la misión a Beguin, que esperaba, reunido con todo su gabinete, las noticias. Al parecer, al saber cómo se había desarrollado la expedición, Beguin exclamó “Baruj Ha-Shem!” (Bendito sea Dios). Con todo, es dudoso que supiera hasta qué punto aquel acto había tenido relevancia. No sólo evitó cualquier posible ataque nuclear contra Israel sino también que cuando unos años después Sadam Husein invadió Kuwait se desencadenara una guerra atómica.

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