Análisis de la Guerra de los Seis Días por el Observatori Solidaritat de la Universidad de Barcelona:
La Guerra de los Seis Días (1967)
Dos hechos importantes determinaron los hechos de junio de 1967, la llamada Guerra de los Seis Días. El 18 de mayo de 1967, el presidente egipcio Nasser pidió a las Naciones Unidas que retirara los cascos azules de de Gaza, el Sinaí, y de las islas de Tiran y Sanafir (Golfo de Aqaba). Sorprendentemente, el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, el Sr. Uthant accedió a la demanda. Egipto movilizó 80.000 hombres en el Sinaí y ocupó las islas de Tiran y Sanafir (golfo de Aqaba) el 22 de mayo. Esto volvió a poner en peligro la salida de los barcos israelís en el mar Rojo, y fue considerado una provocación para Tel-Aviv. Al mismo tiempo, la retirada de los cascos azules de la franja de Gaza permitió a los activistas palestinos recibir el apoyo egipcio y facilitó sus acciones en Israel. El activismo armado palestino comenzó a ser cada vez más profesional (entrenamiento, armas, etc.) y autónomo.
Otra circunstancia ayudó a enturbiar más el ambiente en la región. En el mismo mes de mayo de 1967, Egipto, Siria e Irak firmaron un pacto de defensa, que ante los ojos israelís constituía un nuevo frente árabe que ponía en peligro la seguridad de Israel. Este pacto suponía una fuerza militar muy superior a la suya. A pesar de los intentos de mediación internacional, Egipto se negó a desbloquear el golfo de Aqaba. El día 5 de junio de 1967, y sin previo aviso, Israel desencadenó la Guerra de los Seis Días.
El 5 de junio de 1967, la aviación israelí bombardeó los aeródromos militares de Egipto, en una acción que dejó Egipto prácticamente sin potencial militar aéreo. Al mismo tiempo, la misma operación se repitió sobre los aeródromos de Siria, Jordania e Irak, que también perideron su capacidad ofensiva aérea. El día 6 de junio, Israel abrió una nuevo frente en Cisjordania y en Jerusalén este. La ofensiva continuó en la península del Sinaí, donde la aviación israelí bombardeó a las tropas egipcias, que quedaron rodeadas y aisladas de Egipto por el ataque terrestre de los blindados israelís. El día 8 de junio, el Ejército israelí llegaba al canal de Suez. El día 8 de junio finaliza la ofensiva de Cisjordania y de Jerusalén este. El día 9 de junio, Israel inició la campaña del Golán (Siria), y en dos días (9 y 10 de junio) conseguía penetrar 15 kilómetros en territorio sirio y ocupar los altos del Golán. El día 10 de junio se puso fin al conflicto cuando todos los países árabes implicados se adhirieron al acuerdo de alto el fuego establecido por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Antoni Segura, El món àrab actual, Eumo Editorial/Universitat de Girona, 1997).
El resultado fue una nueva victoria israelí en todos los frentes y una modificación de la estructura de poder en la región. En cinco días, Israel consiguió ocupar Gaza, Cisjordania, la península del Sinaí, el este de Jerusalén y los altos del Golán en Siria, un total de 45.000 Km2, que en gran parte continuan hoy ocupados por Israel. Estos territorios ocupados han supuesto una fuente de conflicto permanente. La incorporación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén este dentro de las fronteras de Israel dejó dentro una población palestina muy activa y combativa que había llegado allí fruto de los anteriores conflictos. Los árabes perdieron sus flamantes ejércitos. Además, el conflicto provocó 15.000 muertos, 50.000 heridos y más de 11.000 prisioneros. Este nuevo conflicto árabe-israelí provocó una crisis internacional muy grave. La Unión Soviética amenazó con intervenir directamente y, como respuesta, Estados Unidos enviaron la VI Flota a la costa de Siria. Las afirmaciones de Nasser acusando a los Estados Unidos de haber ayudado a Israel (Nasser afirmó que la tecnología que permitió a los israelís evitar los radares egipcios fue facilitada por Estados Unidos) provocaron que algunos países árabes rompieran relaciones con Washington y se acercaran a Moscú.
La ONU debate durante seis meses la nueva situación creada fruto del conflicto. Finalmente, el 22 de noviembre de 1967, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 242 (S/RES/242 (1967)) que fue muy polémica. En esta Resolución, el Consejo de Seguridad reconocía el derechos a la soberanía y a la integridad del Estado de Israel, pero al mismo tiempo, denunciaba la adquisición de territorio por la fuerza de las armas, solicitaba su retirada e instaba a Israel a solucionar el problema de los refugiados palestinos. Estas denuncias y exigencias del Consejo de Seguridad hacia Israel no se encuentran en el texto History: The State of Israel (Historia: El Estado de Israel) que publica en su web el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel. Esta Resolución, en cambio, no hacia ninguna referencia al Estado palestino. Los países árabes y la URSS la consideraron insuficiente y se negaron a firmar la paz.
Las consecuencias de la derrota para el mundo árabe fueron muy importantes. Esta derrota significó el principio del final de Nasser y su “panarabismo” (concepción no religiosa de la política, y la voluntad de la unificación del mundo árabe), es decir, un fracaso en el intento de modernización del islam y del socialismo árabe. El declive del “panarabismo” fortaleció las tesis del “panislamismo” (concepción religiosa de la política) moderado y “prooccidentales” sostenidas por regímenes como el de Arabia Saudita. A la vez, y fruto de esta derrota, empezó a surgir un discurso islamista mucho más radical y violento, que hacía una lectura religiosa de la derrota: los judíos habián ganado la guerra porque habían sido fieles a su religión, a diferencia de la comunidad árabo-musulmana que había abandonado la suya y se había vendido a los modelos extranjeros (en clara referencia al “panarabismo” de Nasser). A la vez, esta derrota contribuyó definitivamente a la autonomía de la Organización para la Liberación de Palestina respecto a los países árabes, sobre todo con Egipto, a medida que la facción de Al-Fatah conseguía la mayoría en el si de la OLP. Esta situación llevó a Yasser Arafat a la dirección de la OLP (2 de febrero de 1969), que impuso las bases de un futuro Estado palestino y optó por enfrentarse militarmente a Israel (Antoni Segura, El món àrab actual, Eumo Editorial/Universitat de Girona, 1997). La derrota había demostrado a los palestinos que los estados árabes no les podían ayudar.
Es a partir de estos momentos cuando el movimiento nacionalista palestino crece y empieza a convertirse en un actor importante en la región (nuevas organizaciones políticas y armadas, más preparación y más armas). Este crecimiento en importancia no fue sólo políticamente (con la llegada de Arafat, que como moderado era bien visto por los gobiernos árabes), sino que también aumentó los ataques a Israel tanto desde sus bases en Jordania y en el Líbano, como desde los territorios ocupados. Entre 1967 y 1970, la actividad terrorista palestina fue muy intensa. En aquel período las acciones palestinas causaron un millar de muertos israelís y muchos más palestinos, fruto de las represalias judías. Sus acciones (atentados, secuestros de aviones, etc.) hicieron que su causa fuera conocida en todo el mundo. Esta dinámica contribuyó a aumentar la tensión y la represión de los israelís en los territorios ocupados fue brutal. Los seis meses siguientes a la Guerra de los Seis Días, las fuerzas de seguridad judías dinamitaron cerca de un millar de casas (de guerrilleros y de personas relacionadas con ellos), y detuvieron a cualquier sospechoso de ser terrorista, familiar o amigo de un terrorista (Las Guerras Palestinas, David Solar. Cuadernos del Mundo Actual. Historia 16).
Por otra parte, la situación de las guerrillas palestinas en Jordania empezó a ser incómoda para el rey Hussein, que vio como en el interior de Jordania, el Frente Popular de Liberación de Palestina, FPLP (Fracción Comunista de la OLP), fundado por Georges Habash el mismo 1967, comenzaba a crear una especie de estado dentro del Estado. Cuando en 1970, el rey Hussein de Jordania se mostró partidario del Plan de paz elaborado por el Secretario de Estado nortamericano, tuvo que enfrentarse a un golpe de estado protagonizado por el Frente Popular de Liberación de Palestina. El FPLP llegó a establecer un aeropuerto pirata (Camp Dawson), donde iban a parar muchos de los aviones que secuestraban. El día 9 de septiembre de 1970, los palestinos llegaron a retener a la vez a 1.062 rehenes, fruto del secuestro de tres aviones. Esto acabó de decidir a Hussein de Jordania, que el 10 septiembre de 1970 manifestó lo siguiente: “mi ejército se está impacientando. No podrá soportar durante mucho tiempo que no se respete la autoridad del Estado. El Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) se ha pasado de la raya: no contentos con el establecimiento de un aeropuerto pirata en mi territorio, confeccionan sellos oficiales, proporcionan visados, regulan la circulación sobre las grandes carreteras, retienen rehenes y establecen negociaciones con potencias extranjeras...” (Las Guerras Palestinas, David Solar. Cuadernos del Mundo Actual. Historia 16).
Un prestigioso Instituto de Estudios Estratégicos con sede en Londres, publicó un detallado estudio de la Guerra de los Seis Días, en el que se resalta:
La tercera guerra árabe-israelí probablemente será tema de estudio en las Escuelas de Estado Mayor y tal estudio posiblemente se haga durante años.Al igual que las campañas del joven Napoleón, la capacidad y logística del Tzahal (Fuerzas de defensa Israelíes) han proporcionado un libro de texto que ilustra los principios clásicos de la guerra: velocidad, sorpresa, concentración, seguridad, información, ofensiva y, sobre todo, cuanto concierne a la instrucción de las tropas.Los pilotos comprobarán cómo la Fuerza Aérea Israelí se empleó primero para obtener un dominio en el aire mediante la destrucción de la Aviación enemiga; después, para intervenir en las batallas de tierra destruyendo las comunicaciones enemigas, apoyando a toda operación de blindados e infantería y, por último, participando en misiones de persecución.
La sociedad israelí se fue configurando a fuerza de creación, integración, visión de futuro; también a fuerza de mitos y traumas del pasado. La Guerra de los Seis Días y la ocupación de los territorios implican una divisora de aguas en el diseño de nuestra conciencia colectiva.
Por Marcelo Kisilevski – Povesham.com
A la hora de la Guerra de los Seis Días, en 1967, Israel era un país joven, asustadizo, huyendo todavía de los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, temiendo a todo el mundo en derredor, y luchando por alcanzar una identidad consistente como país y como sociedad.
Cuarenta años después de aquel triunfo, Israel, que lo festejó como el clímax de su renacimiento como nación poderosa luego de 2000 años de exilio, ha dejado de "festejar" para, con perplejidad y desorientación manifiesta, "conmemorar", y recordar, dejando los matices a cada ciudadano, a cada ideología.
La Guerra de los Seis Días dio a Israel y al movimiento sionista que lo había creado la confirmación de lo que aquel movimiento de liberación nacional pretendía crear. En efecto, el sionismo era una revolución: contra la concepción del judaísmo como una mera religión y su concientización como grupo nacional, un pueblo que merece su autodeterminación. En una Europa decimonónica que había accedido por default a ver a los judíos como ciudadanos, quedaron nuevamente excluidos cuando los nuevos estados laicos enfatizaron su carácter de nación.
Como los franceses o los alemanes, los judíos pasaron a verse a sí mismos como nación también, con una historia, mitos y héroes tomados de la Biblia, convertido de libro religioso a texto fundacional secular, con historia, guerras, política. Pero esos héroes habían actuado en una tierra determinada: la Tierra de Israel. Ante la continuación del antisemitismo europeo, la distancia entre la nueva conciencia nacional copiada de los estados-nación de Europa, y el sionismo como sueño del estado propio, fue muy corta.
Pero el sionismo también era una revolución generacional: si sus padres eran religiosos, los sionistas serían laicos, incluso ateos; si sus padres eran artesanos, tenderos o banqueros, es decir burgueses y pequeño-burgueses, en un mundo capitalista o proto-capitalista, ellos serían marxistas socialistas, volverían a la tierra y serían proletarios en las fábricas. Sobre todo, si sus padres eran débiles, oprimidos, fáciles de matar en pogroms (el Holocausto les daría una trágica razón sólo más tarde), ellos serían fuertes, con una asada en una mano para trabajar la tierra y un rifle en la otra para defenderla. Lo que había pasado hasta ahora por siglos, no volvería a ocurrir.
De ahí que en el ethos judeo-israelí la guerra no puede sino ser defensiva. Pero al ser ganada, como ya lo había sido la Guerra de la Independencia en 1948 y la Campaña del Sinaí en 1956, no era sólo un triunfo de Israel en el sentido más mundano, sino una confirmación en el terreno simbólico de los postulados sionistas, una revancha contra 2000 años de impotencia judía, una toma del destino en manos propias.
El sionismo era también un el deseo de vivir en paz con los vecinos árabes, de ser aceptados en la región. A su modo, cada teórico del sionismo lo postuló claramente. Un deseo frustrado, a veces real y a veces imaginariamente. Casi un complejo de inferioridad. Por eso, los territorios conquistados en 1956 fueron devueltos sin protestar ante las presiones de Estados Unidos y la URSS. En 1967, los argumentos para retenerlos no fueron religiosos, ni siquiera "imperialistas", sino seculares, estratégicos: esta vez los retendremos como naipes de negociación, dijo el entonces comandante en jefe del ejército Itzjak Rabin. Hasta que los acepten, o se resignen. Las potencias aceptaron los argumentos.
Además, la conquista en seis días de Jerusalén oriental, con la Ciudad Vieja y el Muro de los Lamentos incluidos, y la Margen Occidental, de manos de Jordania, los Altos del Golán de manos de Siria, y la Franja de Gaza y el Sinaí de manos de Egipto, fue una victoria tan resonante que no sólo confirmó postulados, sino que creó mitos futuros. No sólo el judío que para variar se defiende, sino el israelí super-hombre que no puede ser vencido.
Los historiadores, en efecto, discuten hoy en día acerca de las verdaderas intenciones que tuvieron los líderes árabes al amenazar a Israel con la guerra. La propia dinámica del mundo árabe abría una guerra de desgaste con Israel, pero no quedaba claro si había intenciones de una conflagración global. El hostigamiento de Siria de Hafez El Assad a los kibutzim del norte israelí con misiles katiusha es interpretado hoy como parte de su competencia contra el Egipto de Gamal Abed El Nasser por la hegemonía pan-árabe.
Israel de todos modos, no podía quedarse con los brazos cruzados, pero dio un paso más acercando provocativamente sus tractores a la frontera, de modo de atraer más fuego y justificar una eventual invasión –vista, recalcado sea, como defensiva.
Ante estas provocaciones israelíes, Assad pidió ayuda a Nasser, con quien tenía un pacto de mutua defensa. El líder egipcio tomó resonantes medidas, la más fuerte de ellas, el cierre del estrecho de Tirán, en el Mar Rojo, por donde salían los barcos comerciales israelíes a Oriente desde el puerto de Eilat.
Algunos historiadores han sostenido que ello tuvo por objeto, solamente, calmar la histeria siria, sin intenciones bélicas ulteriores, y reafirmar el liderazgo de Nasser en el terreno pan-árabe. Otros historiadores lo discuten: la medida era una amenaza de muerte por asfixia contra Israel y no es razonable pensar que a Nasser se le escapara el detalle, sostienen.
Como quiera que fuere, cuando los israelíes ven los estrechos cerrados y escuchan la retórica bélica de Nasser, según la cual era la hora final de Israel, los traumas del pasado se pusieron en marcha en la sociedad israelí, que pedía acción inmediata.
De todos modos, al entonces primer ministro y ministro de Defensa, Levy Eshkol, le llevó dos semanas más decidir. Reunió a los generales, les hizo preguntas difíciles, del tipo que los actuales detentores de esos cargos no hicieron, antes de la última guerra en el Líbano.
La opinión pública presionó asustada, reclamando en la calle el nombramiento del héroe Moshé Dayán al frente del ministerio de Defensa. Varios partidos amenazaron con retirarse de la coalición si Israel no pasaba a la ofensiva.
Levy Eshkol decidió entonces dar un discurso a la nación, para calmar la ansiedad popular y llamar a la paciencia. El discurso fue escrito a mano, de modo apurado y con tachaduras. Tampoco era la letra del orador, que se vio en dificultades para leer en vivo el mensaje. Los titulares al día siguiente lo destruyeron: Levy Eshkol había tartamudeado, presa del pánico. Su suerte quedó sellada, Moshé Dayán fue nombrado ministro de Defensa y, a la victoria de los Seis Días siguió la euforia.
De muertos andantes, los israelíes pasaron a sentirse invencibles, bendecidos, iluminados, purificados. Nadie puede culparlos de marchar así, en masa y vestidos de blanco, hacia el Muro de los Lamentos liberado, después de siglos de no poder verlo.
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