miércoles, 6 de junio de 2007

Cartas desde el Frente (Guerra de los Seis Días)

Gracias al esfuerzo de nuestro amigo Andrés tenemos acceso a estas cartas de soldados israelíes durante la Guerra de los Seis Días. Se trata de un importante documento para conocer más, y mejor, lo sucedido entonces. Es una selección de las mejores 12 cartas de un libro ( "A las seis después de la guerra") publicado en agosto de 1967 por Habonim Dror y que contiene más de cien testimonios de soldados recopilados por tnuá (movimiento juvenil sionista).

CARTAS DE SOLDADOS ISRAELÍES DURANTE LA GUERRA DE LOS SEIS DÍAS (traducido por Ronit, Varda y Malkele en agosto de 1967 para los jóvenes del movimiento sionista Dror en Argentina)

Prólogo:
Sólo pasaron dos meses desde que finalizó la sorprendente guerra a la que hicimos frente todos, la Guerra de los Seis Días. Tanto los judíos de Argentina como de cualquier otro lugar del mundo de la diáspora, hemos estado en espíritu y corazón con nuestros hermanos de Medinat Israel. Nuestro nacionalismo hebreo ha renacido producto de nuestra victoria, nuestras Aliot (migraciones de judíos a Israel) ha resurgido, nuestras marchas en las calles de Buenos Aires se hicieron más grandes. Esta guerra será inscripta en la historia como la más breve y exitosa de las guerras. Con el orgullo de los hijos de Israel, les mando a nuestros jóvenes pioneros de Dror las cartas, confesiones, poesías y testimonios de nuestros jaialim (soldados), traducidas al español, que participaron en la contienda de 1967. ¡¡ AM ISRAEL JAI !!

He aquí la confesión de un soldado:

Pasaron solamente contadas semanas y ya retornamos todos a nuestras ocupaciones, cada hombre a su rutina. Los soldados de Israel regresaron del frente. Pero todos los judíos del mundo volvimos con algo diferente: nuestro orgullo creciente.
Nuevamente se acumularon las ropas militares y las botas fueron acomodadas en los estantes del patio.
Las zanjas que fueron cavadas van cubriéndose, los refugios vuelven a cumplir su vieja función.

Aparentemente todo vuelve a ser como fue y sin embargo sentimos como si no fuéramos los mismos que fuimos.
Durante las conversaciones con los amigos, por las tardes sobre el pasto, viajando y envolviendo con la vista panoramas que hasta ahora no habíamos conocido.
Algo indefinido, inexplicable agobia, punza.

Dicen que no somos los que fuimos, algo profundo, inexplicable aconteció. Tal vez hayamos envejecido un poco.

Un soldado anónimo escribió durante los días de la lucha las siguientes líneas: “Al volver trata de sonreír y sobreponerte al ardor de las lágrimas y al olor agrio de la sangre. Volverás empolvado y altivo. Niños te rodearán y muchas sonrisas blancas te acogerán con un apretón de manos”.
Fue una enorme vivencia ver regresar a los hijos del frente. Muchos de ellos trajeron consigo huellas del combate. Otros queridos, no regresaron…
Pero aquellos que regresaron trajeron consigo una imagen de integridad y hermosura igual a la que se llevaron al partir, no odian, no se vanaglorian, se esfuerzan por olvidar lo que vieron y no sienten alegría por haber matado enemigos. Simplemente supieron cumplir con su deber.
Muchos de nosotros vimos por primera vez la figura de un amigo herido que lucha por vivir. Algunos por primera vez conocimos el semblante de un muerto en el campo de batalla.
Y hubo también quienes percibieron hondamente el significado del odio.
Uno de ellos contó: “me vi obligado a ahorcarlo pues mató a mi mejor amigo”.
Ellos regresaron, se incorporaron al trabajo, y nuevamente se sientan al atardecer sobre el pasto y gozan de la frescura de la mañana. Como siempre gozan del agua transparente de la piscina y esperan ansiosos el nombre de la próxima película.
Tratan de olvidar, pero sus miradas inquietas vagan por los recuerdos.
“Debes comenzar a saber que tu vives y él no. Y a ti te está permitido todo, pues quedaste entre los vivos”.
Jaim Guri escribió: “La generación que regresó de la guerra fijará el rumbo de los acontecimientos. Esos soldados no serán ya más niños ingenuos. Esta prueba de fuego forjó otra nación, tal vez en esta lucha se consolidaron nuevos líderes que tomarán en sus manos el futuro de Israel”.
Y un colega le respondió: “Todo fue tan breve! Sólo seis días, tal que pongo en duda, si se suscitarán cambios”.

En los pocos meses que transcurrieron fueron escritos docenas de libros y cientos y miles de artículos.
Preciosos álbumes adornan los estantes de las vitrinas y todos quieren perpetuar la victoria por siempre.
Pero nosotros preferimos justamente la voz del silencio.
Existe una angustia en toda esta victoria. Aunque suene raro, es una angustia de vencedores.

Somos hombres judíos que fuimos educados a sacrificar nuestra vida por la justicia, pero que a su vez fuimos acostumbrados desde los albores de nuestra juventud a identificarnos con la justicia de los débiles y los vencidos. No fuimos inculcados a ser fuertes y victoriosos. Pero con esta dura guerra aprendimos que no se debe apoyar a un determinado bando porque sea débil o fuerte, sino que se debe apoyar al bando que tenga razón.
Y he aquí, que a pesar de que esta vez somos fuertes y victoriosos, nos embarga un sentimiento de angustia que es la angustia judía… herencia de los sensatos.

Carta número 7:
Y DE PASO, OTRO PUNTO MÁS…

… Y además existe otro punto importante para destacar en esta guerra. Si es que el hombre se pone a prueba durante los momentos difíciles, pues igualmente lo hace toda la población íntegra de Israel y simplemente eso es lo que nos demuestra que por una población así vale la pena luchar.

Llegamos a la ciudad de Hadera o a cualquier otro cruce de caminos, en cada población podías encontrar cientos de cajones de botellas y sándwiches y frutas y muchachas que pasaban con papel y lápiz y anotaban tu dirección y además te preguntaban: ¿quieres que llamemos por teléfono o que enviemos el saludo por carta?
Y más tarde nos enteramos que todos nuestros saludos llegaron a destino. Y pobre de aquel soldado que no estaba dispuesto a dar su dirección pues ya se la había entregado a la muchacha anterior!!! Esa muchacha se ofendía y se sentía molesta!

Llegamos más tarde a Sadyera, muy muy sucios y transpirados y entramos a las casas de los pobladores (que por cierto nos recibieron de magnífica manera) para ducharnos. Una mujer que estaba parada allí nos preguntó quien nos había mandado. Entonces le respondimos que los muchachos.
Entonces ella nos dijo: “sepan que si hay algún otro soldado de vuestra división sucio, mándenlo directamente a lo de Neta.
¿Qué significaba Neta? Me pregunté. Era simplemente ese el nombre de la mujer, pero significaba mucho más. Significaba una ducha caliente y comida, eso es; y por una población como ésta, como dije antes, tiene sentido luchar.

Carta número 8:
NUESTRO COMANDANTE…

Nuestro comandante es el “anti-tipo” del comandante que nosotros nos imaginábamos. Nada que ver con las películas.
Su rostro no es rígido ni tampoco acechado por la severidad. Sus ojos, que examinan a cada uno de sus hombres por detrás de sus anteojos, no esparcen chispas de acero helado, y su mentón no está arado por profundos surcos. Al contrario, los rasgos de su rostro son suaves y endebles, como los de un joven muchacho como nosotros. El ardiente sol meridional que quema con sus rayos, las arenas y la tierra amarillenta ya tostaron la piel de su frente hasta hacerla pelar.
“La ropa hace al hombre” dice el proverbio. Pero nuestro comandante sigue siendo un civil aún con su traje militar.
Por un breve instante dejó de lado sus preocupaciones cotidianas y fue llamado al frente.
Parece como que optaría perpetuamente por trozos de poesía de la Edad Media a la literatura de estrategia militar.
Él no amenaza con castigos, no necesita hacer eso con nosotros. Con sus palabras que salen del corazón y penetran al corazón, encuentra el camino de entendimiento con sus hombres. Ellos están dispuestos a seguirlo hasta el mismo infierno, aún sin que la orden haya sido pronunciada, pues bien saben que él hace todo lo posible por ellos, y continuamente se preocupa para que nada falte.
La fe recíproca que existe entre él y sus hombres proviene del conocimiento mismo, que para llegar a logros, y para cumplir la tarea asignada en la mejor forma posible, debe cada hombre brindarse en forma íntegra y cumplir con su deber.
Los hombres saben bien que su comandante realiza no menos que ellos (y por supuesto aún más que ellos, pues su responsabilidad es mucho mayor y determinante).

Carta número 9:
CARTA DE NIÑOS…

De todas las cartas que se reciben en la campaña, la de los niños son las más emocionantes.
Letras cuadradas y torcidas, escritas sobre una hoja de cuaderno.
Faltas de ortografía graciosas e ingenuas y expresiones casi uniformes. El dibujo de un tanque o de un cañón, de un soldado o de un avión, envueltos en la bandera nacional azul y blanca, mientras que un enorme Maguen-David (estrella de David) se alza en el centro y junto a esto los escudos del Tzahal y de los diversos regimientos. Este es el modelo más frecuente de las cartas infantiles que llegan a papá en el frente.
Algunos derraman unas lágrimas al leer una de estas cartas, otros sonríen.
Escriben los niños:
“A mi valiente papá…”; “Papá ¿no es cierto que vos los vencerás porque eres grande y fuerte?...
“A mi papá que es soldado”.
Por lo general llegan las cartas de los niños junto con las cartas de las esposas, en el mismo sobre.
Hay niños (como la hija de un compañero de mi pelotón) que escriben a parte, por ejemplo:
“A mi querido papá shalom! Ayer hizo una semana que faltas de casa y yo te extraño mucho. Yo ya me corté el pelo. Mamá me compró a mí y a Roni regalos. A Roni le compró cubos y a mí colores nuevos preciosos, pero no acuarelas sino pasteles. Hasta la vista, tu hija Orit”.
Al finalizar la carta agrega Orit:
“Da vuelta la página!” y del otro lado está escrito un versito:

“Soldados nuestros!
El cuerpo altivo
Y la cabeza alzada
Fuego en la sangre
Y en el corazón un canto
Del país somos defensa
Y le servimos de fortaleza”.

He aquí lo que escribe mi hijo, el aplicado David de Yerushalaim, a su papá:
“A mi kerido papá. A mi baliente papá que quida la patria. Muchas vendiciones resibe de tu ijo David y triunfad en la jerra”.
Las faltas de ortografía forman parte de la vivencia que significa el recibimiento de las cartas de los pequeñuelos.
Hasta los más rígidos de los soldados y de los hombres, que se hallan frente a las más duras pruebas en el campo de batalla, no pueden resistirle a estas cartas y se emocionan y comienzan a hacer pasar las cartas de mano en mano, y hasta sacan de la billetera las fotos del pequeñuelo, y se lo muestran a los compañeros, para que vean quien es el que escribe.

Carta número 22:
LA ENFERMERA DE LOS PARACAIDISTAS
“YO LE DEBO ALGO AL ESTADO”….

Después de una leve reflexión ella agregó: “Si yo me pusiera a pensar hoy día por qué lo hice, me parece que llegaré a la conclusión de que sentí simplemente que le debía algo al Estado”.
“Escucha (me dijo ella) llegué al país en 1953 cuando ya todo aquí estaba listo. La Guerra de Liberación (1948-49) ya había finalizado y yo no había aportado nada, absolutamente nada”. (Ella olvida que de todos modos contaba entonces con escasos once años de edad, de manera que no podría haber hecho mucho por su país). “Durante esta guerra pude pagar mi deuda y sentirme íntegra conmigo misma”.

Yo la hago retornar a los días del combate. Ella misma no comprende aún como le permitieron introducirse en medio del campo de batalla.
“Ah (sonríe picaramente ella) simplemente aproveché la oportunidad al llegar un soldado al puesto del Magen David Adom para solicitar urgentemente una ambulancia con un enfermero. (A propósito éste era síntoma de que la situación se había agraviado). No le avisé a nadie, hice subir al soldado a mi ambulancia y me condujo hasta el puesto donde se hallaban concentrados los heridos junto al portón de Madelbaum”.

Este lugar era famoso y conocido como uno de los más peligrosos que hubo en Jerusalem durante los días del combate. Y yo le pregunto a la enfermera Ester: Sinceramente, no temiste?
“Sí, temí (respondió ella), temí que el doctor que se hallaba allí no me permitiera quedarme”. Y efectivamente. El doctor de brigada se sorprendió al ver que de la ambulancia salía alguien de sexo femenino y ordenó que regresara inmediatamente.
En lugar de quedarse parada y discutir con él, la joven comenzó simplemente a vendar a los heridos, y lo hizo en forma tan eficiente que al doctor no le restó más que bendecir al ángel que le había sido enviado.

Al avanzar los combatientes hacia la ciudad árabe, fue transportando el puesto de concentración de los heridos a la Escuela de Policías.
Ester se introdujo dentro de un carro blindado y se dirigió rápidamente hacia allí. Por motivos variados no llegaron los médicos y enfermeros hasta el lugar y se quedó ella sola para servir a los heridos.
“Cuántos heridos! (ella recuerda) los francotiradores jordanos hirieron sin compasión a nuestros muchachos.”
Ella trabajó con destreza y al romper el alba estuvieron todos los heridos vendados y fueron enviados al hospital de la ciudad.
Recién entonces tuvo tiempo para comenzar a buscar al doctor. Se agregó a ella una patrulla que se hallaba vigilando la zona y la recogieron. Pero de pronto vio parada ante una de las casas, a una mujer árabe en cuyas manos se hallaba un bebé bañado en sangre y sin conocimiento. Sin vacilar arrancó por la fuerza al bebé de los brazos de su madre, y lo vendó y lo llevó hasta un monasterio cercano para ser curado.
“¿Comprendes tu por qué las mujeres jamás podrán ser buenas luchadoras?”
Ella interrumpió por un instante su emocionante narración (pues su corazón piadoso las hace irracionales). “Ellas solo ven que al enemigo le duele y automáticamente deja de ser para ella el enemigo y se transforma en un ser propio de compasión”.
Por lo tanto, el atender a ese bebé árabe fue un acto no meditado, ya que los soldados que la habían recogido siguieron su rumbo y ella se quedó solitaria en medio del poblado árabe.
Y al querer continuar su marcha la detuvo un anciano árabe, le colocó entre sus manos una enorme bombonera y salió corriendo.
Con la bombonera en la mano comenzó ella a correr a lo largo de toda la calle y nuevamente vio una mujer herida y comenzó a vendarla. Pero esta vez recibió un agradecimiento diferente: un niño árabe salió del umbral de la casa y le escupió.
“Entonces verdaderamente comencé a temer (confesó ella) y realmente respiré profundamente al ver a nuestros soldados en las cercanías del Museo Rokefeler”.
Con ellos continuó hasta el Har Habait y allí encontró al médico. Y como vio que ya no era necesaria su colaboración (ya era miércoles y la batalla había finalizado) dejó en manos del médico asombrado la enorme bombonera y regresó a su hogar y a sus hijos.

Yo clavo mis ojos maravillados sobre esta mujer del sexo “débil” y observo su frágil y delgado cuerpo cuya altura no pasa del metro y medio.
¿De dónde sacó la fuerza física necesaria para un esfuerzo tan terrible como este? ¿Dos días ininterrumpidos de trabajo ardoroso sin alimento ni descanso? Evidentemente las fuerzas no las sacó del cuerpo, sino que las sacó del corazón.

Carta número 24:
NARRACIÓN DE UN COMBATIENTE…

Lo encontramos a él en una de las calles de la ciudad. Fue al día siguiente de la batalla en la Antigua Jerusalem. Lo conocíamos aún de antes. Un joven paracaidista de Miluim (reservistas). Se liberó hacía unos pocos meses del servicio regular. Hijo de uno de los kibutzim del norte, algo violento, nos sorprendió por su sinceridad y por sus múltiples vivencias. Lo conducimos hasta un pequeño bar, y allí tomando una copa mientras escuchábamos la narración del paracaidista y sus vivencias personales durante la conquista de Jerusalem. Pidió enrarecidamente no publicar detalles complementarios sobre su persona. La narración que nos contó abarca tres días. Aquí parece falto de tiempo tal, como el mismo nos lo contó.
Y aquí lo tienen ante vosotros tal como lo describieron sus palabras y sus expresiones.

“Recibí la orden de movilización mientras estudiaba en Jerusalem. Fui y me presenté junto con mis compañeros. Estábamos un poco enojados pues queríamos participar en el frente de Sinaí o de Siria. No pensábamos que en el frente de Jerusalem sucedería algo, pues a decir verdad éramos “paracaidistas” y no pertenecíamos ya al ejército regular profesional, sino que simplemente Miluim. Y a pesar de todo, nos parecía un derroche de fuerzas. Queríamos aportar nuestro granito de arena. Al escuchar que Hussein (rey jordano) voló a Egipto nuestro estado de ánimo se elevó un poco, pero no obstante estábamos convencidos de que no pasaría nada serio. El domingo nos liberamos. No cesamos de maldecir.

Al día siguiente escuchamos por la radio que los egipcios atacan. Nos levantamos y regresamos nuevamente a la base. Vestimos nuestro uniforme y aguardamos. Por la radio comenzaron a escucharse los códigos de cada división. Nosotros estábamos listos para la partida.

Aproximadamente a las 9:30 hs comenzó la artillería jordana a bombardear. Nosotros aún creíamos que ellos lo hacían para causarle impresión a los Estados árabes. Entonces escuchamos que los jordanos se acercaban al “Armon Hanatziv”. Supimos que esta vez era real, pues eso significaba, a pesar de todo, que ellos se hallaban a unos pocos metros de nosotros.
Nos ordenaron reconquistarlo.
No fue esa una lucha verdadera, simplemente, los “hicimos” volar hacia fuera. Sí, es verdad, dispararon varios tiros, pero no muchos, simplemente “los evacuamos sin problemas en uno y dos”…
La siguiente acción fue la de conquista de las fortificaciones.
Hormigón armado, bolsas de arena, todo.
Los aviones casi no participaron. Al enemigo casi no les quedaban aviones y los nuestros se hallaban ocupados en el sur dándoles una paliza a los soldados de Nasser.
Nos enviaron “Fugas”. Vi dos que fueron derribados. Uno simplemente explotó en el aire y el otro cayó derechito sobre las posiciones del enemigo. A mí me parece que el aviador fue herido e hizo lo suyo antes de morir: Allí estuvimos tendidos y arrojaron hacia nosotros todo lo que tenían. Vimos las chispas de los cañones de las fortalezas.

Un fenómeno extraño se presenta al entrar por primera vez en combate: tú no lograr comprender que puedes morir.
Simplemente no puedes imaginarte que alguna vez puedas acabar de existir, bum, así de repente.
Piensas: y entonces ¿quién ocuparía mi lugar? Y otra cosa más: no envían soldados inexpertos al combate. Te hacen esperar.
El enemigo te inspira valor. Ves como tus compañeros caen a tu alrededor, tus propios amigos; y entonces te enfureces. No es lógico, sin embargo…
Continuamente las balas silban alrededor tuyo. Cientos de bombas y balas.
De pronto escuché un silbido prolongado, que me pareció que no acabaría nunca, y que se dirigía directamente hacia mí.
La bomba estalló a unos pocos metros de donde yo me hallaba.
Un compañero mío murió y yo sentí un pinchazo en la mejilla.
Apenas, durante un instante. Elevé mi mano y sentí la sangre que brotaba, fresca. Me ordenaron colocarme sobre la herida el vendaje personal. No dolía, no ardía, pero sin embargo me hizo rabiar terriblemente. En ese momento adquirí valor.
Recibimos la orden de avanzar. Se hallaban junto a nosotros varios tanques, pero no estaban en condiciones de limpiar las profundas fortificaciones. Durante el ataque cada uno se preocupa por si mismo. Uno ve como van cayendo sus compañeros y no puede imaginarse que puede sucederle lo mismo.
Pero ya en el segundo ataque uno comprende que le puede suceder. Continúas “a ciegas” y corres como un diablo. Unos pocos metros más adelante corre el oficial. Por más rápido que corras no lo podrás alcanzar. Por eso justamente murieron tantos de ellos.
De pronto ves que llegaste a la fortificación. Comienzas a arrojar granadas y aprietas el gatillo de la UZI. Cada vez temes más y más y te enfureces más y más.
Cuando terminamos allí nos dejaron descansar. Y entonces nos enviaron a la Ciudad Antigua de Jerusalem a liberar el Kotel Hamaraví (muro de los lamentos).
Allí luchamos cara a cara y casa tras casa. Cuerpo a cuerpo. Esa es la cosa más terrible del mundo. Ten por sabido que en el desierto es diferente (allí hay aviones y tanques y todo el asunto está mucho más distante). La lucha cara a cara es otra cosa.
Allí maté por primera vez. Es decir, bueno, seguramente maté anteriormente a otros. Pero para mí ese fue el primero pues a los anteriores no los vi directamente.

Vi de pronto a ese hombre salir por la puerta, un jordano negro y enorme. Nos miramos por un instante uno al otro y comprendí que debía matarlo yo personalmente: no había nadie más allí. Seguramente todo ese asunto duró menos de un segundo, pero a mí me pareció que fue como el movimiento a cámara lenta en una película.
Disparé contra él desde la cadera y yo aún veo como rebotaron mis balas sobre la pared a su derecha. Desvíe la ametralladora, lentamente me parece, hasta que di en su barriga.
El se desplomó sobre las rodillas y entonces alzó su cabeza y su rostro se contorsionó por el dolor y el odio. Nuevamente disparé y no se como le pegué en la cabeza. Era enorme la sangre que brotaba… Vomité también cuando llegaron el resto de mis compañeros. La mayoría de ellos había participado en la acción de la operación Kadesh (denominación israelí para la Guerra del Canal de Suez de 1956) y para ellos no era novedad. Me dieron de beber agua y me dijeron que así sucede siempre la primera vez. Luego comprobé que vacié sobre el árabe una recámara íntegra.

Lo que dicen es verdad. Con el correr del tiempo te haces menos sensible y al mismo tiempo te acostumbras al arma y derrochas menos balas. Pero aquel momento no lo voy a olvidar nunca. Cuanto más continuábamos luchando menos me importaba.
Cuántos compañeros cayeron uno tras otro!...
Y yo comenzaba a enloquecer. Quería matar y al mismo tiempo no verlos. Quería herirme y salir de todo eso; todos lo queríamos. Vas caminando como nada fuera de casa en casa, sobre las escaleras, sobre el techo, y piensas: otra casa más y salgo, y luego viene otra casa y otra casa y otra más. Poco a poco te posesionas de una desesperación fatal. O te matarán, o no. No depende de ti. Por lo tanto tú continúas con temor y odio y los pensamientos estallan en la mente como balas, como si te atacaran por todos los costados sin saber de donde vendrá el siguiente. Al enfurecernos dejamos de ser humanos. Cada uno adquirió la cara de un animal hambriento y del estómago se oía un gemido. Uno quiere matar y matar, uno se convierte de pronto en una bestia.
Sucedieron cosas. No puedo contártelas. El oficial le dio a uno de los prisioneros agua para beber. El jordano bebió, sacó un puñal que tenía escondido en la espalda y se lo clavó al oficial. A pesar de todo la muchachada le tuvo compasión…
Otro grupo de civiles salió de una de las casas y pidió comida. Cargué la ametralladora y les ordené retroceder. Mi compañero entró a una casa tras mío y sacó de allí varios panecillos y se los entregó. Corrieron hacia él, gritaron y le arrebataron el pan de las manos, hasta que no pudimos distinguirlo entre ellos. De pronto se callaron y comenzaron a retroceder, otros comenzaron a correr y a huir. Allí estaba tendido, mi amigo, con un puñal clavado en el estómago. El gritaba y gemía: “no, no, ¿por qué? ¿Por qué?” Y de pronto calló para siempre. No obstante eran civiles, ya no eran soldados… un soldado es otra cosa.
Ellos no te parecen seres humanos, no te cabe en la cabeza pensar que ellos tienen al igual que tu, familia.

Llegamos al pórtico y desde el umbral vimos “el muro de los lamentos”. Lo vimos y entonces nos desvelamos. Brincamos como locos sobre los escalones directamente hacia el muro. Llegamos entre los primeros. Los muchachos estaban demasiados cansados como para seguir en pie. Se sentaron al lado del muro y abrazaron las piedras. Las besaron y lloraron. Todos lloramos, por esto en síntesis, luchamos. La sensación que experimentamos al llegar al muro fue tan profunda! Esto es todo. Aquí terminamos.

La cosa más espantosa eran los momentos de descanso. No podíamos comer ni dormir. Solamente pensábamos en el combate. Bebíamos y pensábamos. Yo recuerdo que observé mi UZI, parecía tan ingenua. Simplemente un trozo de metal brilloso, como un ser humano, sonriente.
Yo creo que en estos tres días envejecí cinco años.
Papá solía decir que la guerra hace de las personas hombres. Ahora comprendo que tenía razón.
Yo se que nunca volveré a ser el mismo de antes. Al salir todo cambió.
Todo era fresco y nuevo y maravilloso. El sol, beber, ducharme, comer, pasear, cantar.
Todas las cosas de antaño que me enojaban hoy me parecen tan tontas y banales. Ahora comprendo el valor de la vida.
Regresé sin alegría. La victoria no tenía para mi ningún significado, ni siquiera podíamos sonreír cuando la muchedumbre nos aplaudió al pasar por el portón de Mandelbaum. No quiero volver allí nunca más.
Debimos hacer eso. Estuvimos obligados a hacerlo, solo eso se yo. Pero que no vuelva a suceder jamás.
Si nunca más volverá a suceder, tal vez valió la pena, tal vez…

Carta número 30:
EXPEDICIÓN DE ANCIANOS…

Discos, meniscos, lumbago, úlcera… ¿donde están todas esas molestias ahora?

La división está conformada casi en su totalidad por hombres de cuarenta años en adelante; y aquí o allí pueden encontrarse varios jóvenes que se hallan entre los “viejos”, ya que algo en sus organismos les “impide” estar entre los jóvenes de su edad.

En otros tiempos, durante Miluim comunes, no se hubiera ninguno de esos muchachos molestado seguramente en explicarte varias veces, repitiendo y repitiéndote para hacerte comprender que: “me bajaron el perfil” por tal o cual causa, etc…
Sí, durante Miluim comunes, en tiempos de paz hay también discos, meniscos, úlcera y otras cosas.
Cada uno de éstos ancianos carga sobre sus hombros el peso de muchos años de trabajo intenso, experiencia y algo de penurias.
“Pobre de mí si mañana al levantarme me va a agarrar la espalda como en casa. No me voy a poder enderezar. No voy a poder dar un paso”. Pero la espalda no le “agarra” a la mañana siguiente…
Y uno de los ancianos dice: “¿qué sabes tu? Si todos estos deberían salir a una expedición kilométrica como esta, con equipo personal completo, con fusil y ametralladora y con municiones y con el casco sobre la cabeza, en días normales, o una maniobra conocida de antemano, el cincuenta por ciento de ellos hubiera comenzado a llorar aún antes de haber dado el primer paso, y un número nada pequeño hubiera cajoneado y suspirado. Pero ahora… ahora no podemos permitirnos esos lujos de quejarse”

Al aire libre, bajo el profundo cielo descubierto abren sus ojos; cada hombre está acostado en su catre mucho antes de oír la orden de rutina.
Se bañan con el agua de la cantimplora, se afeitan con el agua de la cantimplora… y de memoria. Tienen aún tiempo de limpiar el polvo acumulado sobre el arma y en su interior.
Durante toda la mañana estuvieron ejercitándose al aire libre bajo el ardiente calor del verano meridional.

Ellos se marchan y corren, se dispersan y vuelven a reunirse, se atrincheran y vuelven a esconderse, se agitan y toman posiciones.

Por supuesto, ellos ya no pueden hacer todo esto como lo hacían hace diez o veinte años, pero lo interesante es que ninguno de ellos dijo que le dolía la rodilla, que su pierna se aflojaba, que le “agarraba” la espalda.

Y después del mediodía una expedición kilométrica con equipo personal completo.
Ningún hombre del grupo se dirigió antes de la partida al sargento mayor; nadie interrogó al enfermero; nadie rogó: “liberadme; ya no puedo más”. A los sumo prepararon varios de ellos, y en secreto, un bolsillo de la camisa, varias cápsulas que habían traído consigo de casa.

La división se ha puesto en marcha. Sobre la cabeza, el casco. Sobre el par de hombros, que ya no son tan jóvenes, la mochila de campaña y el cinto repleto de municiones personales. También la mochila está llena y recargada; junto a esto la escudilla y las municiones del ametralladorista del grupo.
No se puede cargar al ametralladorista con todo; por lo tanto se reparten entre varios la carga… El fusil al hombro. La cantimplora llena de agua. La pala a lo largo de la columna vertebral. Las botas pesadas. Sí, por supuesto que son pesadas, pero igualmente marchan y cargan todo lo que se halla sobre ellas, hasta el casco que cubre la cabeza.
El sudor fluye. Durante el momento del descanso corren todos a tenderse sobre el suelo. A inspirar y a expirar y a beber.
Y al ser dada la señal para levantarse nuevamente no… ¿no le “agarrará” a alguien la espalda?
Efectivamente no le “agarra” a nadie. Todos ellos se paran nuevamente, ajustan el cinturón, el equipo y se incorporan a la fila, y marchan.
Nadie se queda, nadie desaparece.
El oficial de la división sonríe levemente. También él pertenece a los “reservistas”, y murmura para sus adentros: “que sabes… que sabes…”

Expedición de ancianos. Un joven guerrero, robusto, fuerte y lleno de energías, hubiera sin duda alguna sonreído al ver desde un rincón a estos ancianos en su expedición.
“¿También a estos se los llama soldados?”
Tal vez tenga razón; relativamente. Por supuesto que no son ya los grandes soldados de un tiempo. Seguramente perciben profundamente en sus huesos y en sus carnes cada paso que dan. Pero ninguno de ellos se retrasó o se quedó en el camino. Llegaron todos juntos hasta el final de la expedición.
Es verdad, ellos son ancianos ya, pero están aquí y marchan.
Y con equipo de batalla completo.

Al regresar a casa, nuevamente les “agarrará” la espalda; nuevamente les dolerá la cabeza; nuevamente por lo visto volverá a molestarles la rodilla.
Pero todo esto al volver a casa…

Carta número 35:
CARTAS DESDE EL FRENTE…

Al venir a describir la situación reinante entre nosotros, es difícil dejar de utilizar términos “sionistas”.
Es difícil describir en que forma se respondió al “llamado”.
Se presentaron soldados que hace tiempo pasaron la edad de servir en dichas unidades. Se presentaron también soldados con una mano enyesada, o enfermos, con el fin de ayudar en lo que fuera necesario.
Por lo tanto, el espíritu de voluntarismo no desapareció, y todos nosotros ansiamos que en el momento de necesidad sepamos evidenciar nuestra capacidad.
Es difícil describir las pequeñas hogueras que noche a noche encendían los soldados y alrededor de las cuales se sentaban para cantar.
No canciones corales, pero sí canciones de guerreros, canciones de compañeros de armas.
También participaron múltiples artistas en forma voluntaria aportando así su parte a la situación de alerta.
En resumen, todos ansiamos regresar pronto a casa, pero listos para responder al llamado de defensa del Estado.

Feliz señores míos, les juro que me siento feliz.
“El momento decisivo” se halla sobre el umbral y yo estoy preparado a hacerle frente.

Pensé que “amor a la patria” era un término pasado de moda, uno de esos términos que solían “meternos en la cabeza” en cantidades, cuando éramos pequeños, durante la infancia.
Lo desmiento. La cólera y el dolor que despiertan Nasser y sus compañeros árabes en una locura sin barreras, al querer aniquilar nuestro pequeño país; la falta de interés que revela el mundo entero ante la amenaza de extermino que enfrentamos (incluso observamos con furia el desinterés que tiene nuestro “amigo” estadounidense en apoyarnos para evitar un enfrentamiento con los soviéticos), nuestros enemigos que nos rodean hacen lo que se les antoja y ninguno de estos casos inquieta a nadie, y si hay alguien que es capaz de hacer algo al respecto, y mucho, somos nosotros. Nosotros, hombres y mujeres del Tzahal, somos los únicos en todo el mundo capaces de evitar esta amenaza demencial que se cierne sobre Israel.

Mis queridos papá y mamá hoy nosotros podemos valorar y saber todo lo que nos brindasteis.
Estamos listos a dar todo por lo que vosotros, y nosotros siguiendo vuestros pasos, creemos que es la esencia de la vida.
Aún no se yo cual es el precio y cual será, en resumen, el precio individual de nuestro alcance, pero junto con la emoción experimentada al escuchar las noticias por la radio, y junto con las lágrimas que derramamos al oír palpar al locutor de Kol Israel el muro de los lamentos, sentimos todos que no luchamos en vano.

Carta número 42:
AL MARGEN…

Todo sigue como de costumbre. El día martes, película, el lunes filete o bacalao; a las cinco de la tarde llegan los niños. Se bebe café frío, se trae a la pieza cinco tajadas de pan y medio vaso de leche. Se madruga a las cinco menos cuarto, los damascos están ya maduros, pronto lo estarán también las manzanas. El sábado por la tarde se escuchan chimentos, ruidos de discusiones, susurros sobre el pasto, todo vuelve a ser como fue…
La vida sigue su rumbo, las botas militares en el estante del balcón, la camisa caqui planchada. Regresamos. Todo es como fue.

Estuvimos allí, tras las oscuras montañas, sumidos en un mundo de enormes miedos y ahora hay que olvidarlo.
Olvidamos, luego comenzarán los recuerdos a salir a flote, a veces en los sueños nocturnos, a veces en un leve y extraño estremecimiento, a veces en una mirada perdida, sin motivo, en el pasado; las narraciones como espuma sobre el mar quedaron grabadas en nuestro interior para siempre.

De ellos no nos libraremos; de ellos no podremos huir. Viviremos como antes: fraternales, bondadosos, irreflexivos, serios, no, no cambiamos, pero oh! Cuánto cambiamos!
Una sonrisa irónica demuestra las agudas cicatrices que se grabaron en nosotros…

Dime, ¿quiénes son tus amigos?
¿Acaso esta amistad (interesada, por supuesto, porque ¿acaso existe en nuestro mundo una amistad desinteresada?) de EE UU hacia nosotros puede confirmarle a alguien quienes somos realmente?
Para los “negociadores de la paz” somos los instigadores de la guerra, la punta de lanza del imperialismo (recordad: hace no mucho tiempo denominamos nosotros con esos mismos términos a otras naciones).

Para los izquierdistas (que hasta ayer nos llamaban “valientes sionistas israelíes que luchan contra el imperialismo”) ahora somos expansionistas, asesinos de niños, crueles conquistadores, y a fin de cuentas somos una pequeña nación, que no alcanza siquiera a contar a sus propios muertos.

Una nación que vive todavía amargada por las cenizas de sus millones de asesinados. Una nación que pide con el resto de la vida que aún le queda, construir para sí, un rincón tranquilo. Que solo pide su derecho a existir en su pequeño lugar.


¿Cómo debe interpretarse el sordo oído del mundo, su testarudez, ante estas amargas realidades?
Un periodista inglés que se halla entre nosotros en estos días escribió: “el sabor de esta guerra se me aclaró cuando estuve parado en el momento de oír la sirena en el umbral de una casa de Tel Aviv, al lado de un hombre que tenía grabado en su brazo una cifra indeleble…” Y no obstante este es el sabor de nuestra guerra.

Varios días después de haber terminado el combate llegué a casa. Todavía estaba como se dice en las nubes. La victoria me había dejado un dulce sabor que aún me envolvía y me proporcionaba un aire placentero, falto de preocupaciones.
Las miradas no demostraban señal alguna aleluyas, algunos me rodearon y me pidieron mirarlos, para ver simplemente el rostro de uno que había regresado de allí, de ese mismo lugar desgraciado; algunos miraban hasta con envidia por no ser yo alguien de sus seres queridos, pero de todos los ojos fluía un manantial de pesar, de dolor que no me podía explicar en ese momento.

Ahora yo se cuan amarga y difícil es la vida del que espera aquí en la retaguardia. Cuánta fuerza se exigió de esas esposas, de esos padres, de aquellos compañeros que portaron sobre sus hombros el peso de los anuncios de las defunciones, la carga del trabajo diario, las ansias de recibir cartas, un saludo o llamado o un eco de que estamos sanos y salvos.
Ahora comprendo yo que lo más fácil del mundo nuestro, es estar en el frente ante el fuego y lo más cruel de todo, escuchar de lejos el sonido de los morteros.

Al anochecer, al bajar hacia el “Jeder Haojel” (salón de comidas) se oyen los sonidos del piano y el violín desde el salón de música.
Silencio. De la casa de los niños se escuchan las voces de las madres que narran un cuento para adormecer a los chiquilines.
Sobre el camino: “erev tov (buenas noches). Cuídame un lugar en el medio del salón, frente a la puerta”.

Un fresco viento viene del mar, el mundo continúa girando como siempre. Todo pasó, las luces están encendidas y brillan… pero recuerdan muy bien el pánico de la oscuridad que cubrió el valle hace apenas unos pocos días.

Carta número 44:
EL MUNDO EN QUE VIVIMOS…

La muerte fijó un contrato fijo con Israel, y nunca le dio una gran hora de reposo sin exigirle su parte. Por la tierra del pueblo y por la fiesta del pueblo y por la independencia del pueblo, por todo le pagamos su precio íntegro con sangre. Lo sabían esto, aquellos soldados que inquietos esperaban la orden de fuego, lo sabían aquellos que les saludaban al borde de los caminos, lo sabían aquellos que doblaban un pañuelo limpio para introducirlo en la mochila, lo sabían aquellos que prometieron regresar… y no cumplieron su promesa.

La muerte se los llevó, y nosotros vimos su sombra, y no obstante aceptamos el combate como una cosa ansiada, como un fresco viento después de un intenso día de calor, pues esto era lo que sentíamos todos. Tanto el que decía: “iremos” como el que decía: “ved”. Pues es preferible morir en días de guerra que desmoronarse en días de paz.
La muerte no es un tributo. No es posible dividirla en forma proporcionalmente justa entre toda la población, tal que cada hombre otorgue un tributo de varios años de vida.

A nosotros nos ofreció todo: triunfo, esperanza, orgullo y vida; y a ellos solamente granitos de tierra sobre los ojos. Quisiera que en algún lugar del cielo se realizara un encuentro de combatientes, que se reúnan todos, que uno al otro le de un golpe sobre el hombre amistosamente, que se cuenten lo sucedido, que se escuchen el sonido del Shofar junto al “muro de los lamentos”, que vean la bandera nuestra flamear en el Sinaí y que paseen junto con nosotros por Jericó. Ya que gracias a su muerte estamos nosotros entre los vivos.

La radio anunció maravillosos anuncios, brillantes batallas, pero nosotros, por entre las palabras, los silbidos de las balas, los estallidos de las bombas y los truenos de los morteros, escuchamos la voz ronca de la muerte que a su vez narraba lo suyo. Y había quienes estaban aterrados por cualquier llamado a la puerta, temiendo enfrentarse ante el umbral con dos mensajeros de pálidas caras.
Y había quienes bajaban diez veces por día al buzón de las cartas para ver si tal vez había llegado una tarjeta con el sello militar. Y había quienes estuvieron sentados durante horas y días junto al teléfono… tal vez suene y reciban por medio de un amigo un saludo del ser querido.

Es sabido que en los días de combate solo una palabra es importante en el léxico de los que esperan: que regrese, que regrese, que regrese!

Los periodistas extranjeros y los comentadores militares del mundo entero fijaron: el número de víctimas de Israel es pequeño relativamente a los alcances, a las conquistas y a la superioridad numérica del enemigo.
Pero la teoría de esa relatividad no es válida para nosotros en este momento, sobre guerras pasadas podemos debatir con lógica y frialdad, pero ahora tiene la muerte mayor peso que todas las estadísticas existentes.
Y también dicen: durante un año mueren en accidentes de tránsito, muchas más personas de las que murieron en esta guerra. Y nadie sabe para qué! Pero nosotros sabemos bien en pos de qué ideal murieron. Existe un solo camino por medio del que podremos saldar nuestra cuenta: asegurándonos de tal forma que ninguna fuerza pueda sacarnos de la tierra que ellos nos entregaron en nuestras manos.

Por las armas entramos, y solo por las armas nos quitarán lo que no se logra a cambio de la paz. Y lo demostró la experiencia de otros pueblos: cuando no se rinde uno a las presiones, pues la presión se rinde a la voluntad.

Ahora obtuvimos la simpatía temporal de pueblos extraños, cuán bueno es esto!
Pero si en un futuro van a enemistarse con nosotros, nos censurarán y romperán todas las relaciones diplomáticas (o no). Pero eso no tiene importancia. No gracias a la simpatía de los pueblos surgió el Estado de Israel, y no gracias a la simpatía el Estado de Israel vivirá.

En toda nuestra intriga por ver que nos preparan las naciones del mundo existe una gran dosis de ironía. Debido a que los árabes no lograron destruirnos debemos nosotros pedir disculpas, ya que ellos fracasaron.
En las oficinas de los ministerios y en las secretarías presidenciales programan los encargados del mundo las ganancias que obtendrán a cuenta de nuestras renuncias, que beneficios recibirán los que observan desde un costado. Y si ser diplomáticos significa ser flexible es preferible, que respecto de negocios, que seamos menos diplomáticos pero porfiados.
Es preferible que seamos severos y rígidos a los ojos del mundo, incultos e incivilizados pero que no les permitamos hacernos volver a la pesadilla de las fronteras anteriores a la guerra.
Es preferible ser “bastardos” que “nenitos buenos” a quienes los conservadores del mundo los alaben por su comportamiento ejemplar. Es preferible ser “asesinos brutales” antes que ovejas que van al matadero sin oponer resistencia como sucedió hace unos años en Europa.


Carta número 46:
EL SABOR DE LA PAZ…

Tantas veces vivimos con la muerte a nuestro lado, y después de cada matanza dijimos: tal vez esta vez luchemos por última vez, tal vez ahora haya llegado la paz.
Y ahora más que nunca, quisiera poder creer que esta fue la última guerra, y si no la última en forma absoluta, pues por lo menos momentáneamente. Si no es la paz perpetua, pues que sea por lo menos paz por varias generaciones. Y si no es por generaciones, pues al menos por una generación. Para que al menos conozcamos el sabor de la paz.

Todos envejecimos durante esta semana y cada día nos representó años. Pues el tiempo tiene un significado y un peso diferente, él no pasó por sobre nosotros sino que penetró en nuestras carnes y nuestros huesos y nos dejó sus rastros marcados.
Ya no somos lo que éramos hace una semana, por más que la cédula de identidad porte el mismo nombre y los mismos datos personales. Estos seis días modificaron nuestra vida, la vida de nuestros niños, la vida de decenas de millones de árabes, y tal vez la vida del mundo.
Tal vez demostró esta guerra que en medio del tumulto de las grandes potencias por sus posesiones se lleva a cabo la obstinada rebelión de pequeñas naciones que quieren vivir de acuerdo a su concepción, no se arrastradas, no ser intermediarios y no pelotas de “ping-pong”; no niños bajo la tutoría de un gran padre y no engarzados a la escala de ambiciones: simplemente ser pequeños, sin importancia, aislados… pero existir.

La guerra de un hombre contra otro hombre es terrible tanto para los vencidos como para los vencedores, pero quien se rebela por su existencia no puede permitirse meditaciones sentimentales ni piadosas.

Solamente después de acabar la tormenta y consumirse nuestro dolor podremos apiadarnos de todos: judíos y árabes, soldados y campesinos, mujeres y niños, campos incendiados y casas destruidas, promesas falsas y palabras de embriaguez. La compasión es ventaja del fuerte. La piedad es hermosa para Dios que se haya en un nivel de superioridad continua. Pero nosotros, nosotros no debemos anotar la compasión a nuestro favor, porque nunca se nos fue dada la compasión a lo largo de la historia de nuestro pueblo.
Bendito sea el hombre que puede apiadarse y que por lo tanto no necesita la caridad de los demás.

Cuando la ola de simpatía hacia Israel se acabe (y se acabará seguramente) y llegue la hora de compasión hacia los árabes, para nosotros no será ese motivo de pena alguna. Es preferible que ellos obtengan la compasión y nosotros la victoria que viceversa.

Ojalá que lleguen nuevamente tiempos en los que podamos ser tan neuróticos como se nos antoje, acomplejados por sobre la cabeza, llenos de locura como una granada y carcomidos por el miedo como Kafka. Ojalá muy pronto, Amén.

Es imposible en nuestros días escribir un fragmento, un artículo o una crónica sin incluir en ellos al Dios Supremo o sin confiarse por lo menos en un milagro, obra de sus manos.
La ubicación del cielo ascendió durante estos seis días notablemente en torno del público israelí laico. Ateos se convirtieron en creyentes y herejes elevaron hasta plegarias. Y eso debido a la lógica simplemente: Si es que Dios existe, pues es judío. Y si es judío, ¿cómo es posible que esté parado en un costado como un simple espectador neutral? Y si es que anuló su neutralidad, pues que nos de entonces a nosotros lo que le rogamos durante tantos años: no sumas de dinero de sionistas del mundo, sino Aliá de judíos. No el sentimiento galútico de los viejos, sino la voluntad de los jóvenes. Y la paz nombrada anteriormente.
Luego Dios puede tomarse vacaciones, junto con todo el Estado.

Después de que transcurrieran los días de tensión, declararemos el mes del desahogo general, nos plegaremos como cortaplumas, nos derrumbaremos como chozas de cañas, nos partiremos como una torta vieja, nos arrojaremos sobre la arena a orillas del mar y echaremos con manos flojas las moscas que nos molestan.

Ya que el combate terminó antes de que alcancemos a acostumbrarnos a él, se quedó sin nombre. Ahora reflexionan sobre qué nombre darle al “niñito”: No! “Guerra Triunfal” no!, pues existe en este nombre un tono de supremacía que denota oposición.
Tantos triunfos hubo en el mundo. Y esta no es la “última vuelta” pues muchas fueron ya las “últimas vueltas”.
Y tampoco “Guerra de Jerusalem” pues nuestro destino fue definido en el cielo y en el Sinaí.
Apenas alcanzamos a cubrir las ventanas con negros papeles que ya los quitamos con agua y jabón. Apenas alcanzamos a limpiar el refugio que ya podemos volver a llenarlo con “trapos viejos”.
Apenas pudieron los viejos reservistas percibir una satisfacción al servir a la patria que ya deben retornar a sus complejos.
Hace apenas unos instantes éramos un pueblo ejemplar, magnífico y ahora volveremos a ser nuevamente aversivos… como de costumbre.

Poema de Jaim Jefer:
LOS PARACAIDISTAS LLORAN

Este muro escuchó muchos rezos. Este muro vio ya muchas murallas derribadas. Este muro percibió ya muchas manos de madres dolientes y trozos de letras escondidas entre sus piedras. Este muro vio a Rabi Yehuda Halevi arrastrarse ante él. Este muro vio cesáreos elevarse y ser exterminados.

Pero el muro este, no vio aún, paracaidistas llorar. Este muro los vio cansados y agotados. Este muro los vio heridos y sangrantes, correr hacia él, mientras sus corazones latían fuertemente, bramando y en silencio y brincando por las callejuelas de la Ciudad Antigua.

Y ellos cubiertos de polvo con labios ardientes murmuraban:
“Si te olvidase Jerusalem, si te olvidare…”
Y ellos son ágiles como el cóndor y poderosos como el león.
Y sus tanques, el carruaje fogoso de Eliahu Hanavi.
Y ellos pasan como trineos. Y ellos desfilan irritados. Y ellos recuerdan los miles de años horribles durante los que ni siquiera teníamos un muro sobre el cual verter nuestras lágrimas.

Y he aquí que ellos se hallan frente a él, de pie y respirando hondo. Y he aquí que lo miran con dulce dolor. Y las lágrimas fluyen y ellos se miran uno al otro perplejos. ¿Cómo es posible que paracaidistas lloren?
¿Cómo es posible que palpen emocionados la pared?
¿Cómo es posible que de ese llanto brote un canto?

Tal vez sucede esto, debido a que estos muchachos de 19 años nacieron junto con la declaración del Estado de Israel y portan sobre sus espaldas el peso de miles de años…

2 comentarios:

Unknown dijo...

Don Betis: veo que sos un facho recontra facho modelo siglo XXI, esto es, ultra pro yanqui y por lo tanto ultra pro israelì, los nuevos nazis. Es una pena porque los latinoamericanos admiramos a los españoles y supongo que gente como vos son cuatro gatos locos y si no es asì....¡Pobre España! Desde la querida Argentina, un saludo fraternal a todos los españoles bien nacidos. Muera Franco, Aznar, Zapatero y todos los chupapijas yanquis de España. España para los españoles. Yanquis a casa. George W. Hitler a juicio a Nurenberg.

pacobetis dijo...

"ultra pro-yanki y por lo tanto ultra pro-israel", no hombre no. Yo, aunque no soy judío, soy sionista y por lo tanto amo a Israel y lucho por él en lo que buenamente puedo. los yankis me dan bastante igual y no me fio de ellos en su apoyo a Israel. eso sí si tengo que elegir entre los americanos y los islamistas no tengo dudas. supongo que tu serás de los que prefieres a las teocracias que esclavizan a las mujeres, matan homosexuales, reprimen la libertad.... todo muy "progre" mientras sean anti-USA.
"muera Franco", pues mira eso lo gritaba yo cuando el dictador aun vivía y más de un palo me llevé por luchar contra la dictadura. comparar a aznar y zapatero (por mal que me caiga) con franco es de carajotes. pero eso ya lo sabes ¿o no?
"España para los españoles" ¿quieres decir que los que vienen aquí a intentar ganarse la vida dignamente y properar deben ser expulsados? ¿incluso los argentinos? ¿o solo expulsarias a los que no piensan como tu? ¿o los exterminarías en vez de expulsarlos? ¿tatuando antes el brazo de los judíos quizás?
No se si eres muy joven, tonto o un nazi. lo primero se cura con el tiempo, lo segundo dificilmente y lo tercero es como el cáncer, solo se soluciona aniquilandolo.
Shalom