sábado, 16 de junio de 2007

¿A qué no es por casualidad?



Un buen análisis de la situación en Gaza y de lo que se nos avecina:
El espejo del fantasma
Hermann Tertsch (
http://www.abc.es/, 13 de junio de 2007)

Los muertos se acumulan, los mediadores claudican, partes y operaciones militares se multiplican y los crímenes al margen de los combates entre milicianos adquieren desde hace días cada vez mayor horror iraquí. Los palestinos no sólo se están disparando entre sí. Se ejecutan unos a otros. Y en las últimas 72 horas, se lanzan unos a otros al vacío desde los pisos altos en la ciudad y los campos de refugiados. La guerra civil palestina parece imparable en Gaza entre bandos, sólo en principio dos, compuestos por fanáticos asalariados y funcionarios fanatizados.
Dicen que es ya una guerra entre islamistas y laicos que ha hecho trizas el precario acuerdo de La Meca para ese Gobierno Palestino de Unidad en el que Arabia Saudí invirtió un prestigio de tan escaso recorrido. Ahora parece que interesan otras cosas que la unidad y no parece mucha casualidad la inmensa contundencia y el nunca visto despliegue de medios con que se enfrentan los grupos de Al Fatah, del presidente Mahmud Abbas y los islamistas de Hamás del primer ministro Haniye.
Los movimientos militares de los últimos días apuntan a una lucha, si no decisiva muy importante, de cara al dominio de los principales símbolos de poder de la Autoridad Palestina en Gaza y los puestos militares más significativos para el control del territorio, de su infraestructura y sus recursos. Cisjordania es otro cantar, al menos de momento. Donde hay mayor espacio hay menos tendencia a la acción final desesperada y las gentes de Al Fatah, más o menos leales a Abbas y a la antigua Autoridad Palestina, ejercen aún suficiente respeto o terror sobre aquellos que les odian, no sólo los más fieles de Hamás.
Muchos están jugando con esas piezas tan sueltas que son los más de treinta grupos diferentes, todos armados, financiados y manipulados por odios, vanidades, rivalidades o uno, dos o tres Estados a la vez. El espejo lo manejan Irán y Siria y otros intentan inclinarlo hacia sus piezas. Y otros intentan mover voluntades caóticas y volubles, tribales, caprichosas, corruptas e inestables.
Pero el factor más importante del drama está en que se sella el naufragio de la idea del Estado palestino en sí como ente capaz de convivir con Israel. La propuesta de dos Estados en un territorio, tanto tiempo negada por Israel, ahora que el Estado judío la considera axioma para su seguridad, es cuestionada por el cuerpo social palestino. No sólo por Hamás. Tanto este partido islámico como la propia Al Fatah o grupos en Líbano que se han lanzado a la desestabilización del gobierno, han dejado de querer un Estado palestino para convivir con Israel. Creen que la ola de la historia les favorece y ya defienden una lucha sin cuartel hacia un único Estado que sellaría, por supuesto, la desaparición de Israel.
El fantasma hacia el que se inclina el espejo cada vez más es el de una región en la que el hundimiento occidental, jaleado por tantos en Occidente, acabe por convencer a todos de que Israel fue un accidente. En los países árabes y en Palestina esta idea ha ganado adeptos de forma vertiginosa en pocos años. Muchos trabajan en el mundo por imponer esta idea, el mayor apaciguamiento intelectualmente perceptible, también en aquellos círculos que no fomentan el odio sino mera indiferencia hacia Oriente Medio.
Este cambio profundo cualitativo en el proyecto general de fuerzas capitales del islamismo y sus aliados desde Gaza a Irán, pasando por Londres, Estambul, Madrid o Caracas, es por supuesto negado por los profesionales de dicho apaciguamiento, cuyos campeones tenemos en casa.
Los llamamientos a la destrucción de Israel del presidente Ahmadineyad son una emulación del mayor éxito del siglo XX del Vaticano. Juan Pablo II dijo en 1979 a los polacos -a todos los europeos- que los territorios arrebatados a la libertad por el comunismo volverían a ser suyos. Así fue.
Ahmadineyad utiliza la implosión de la URSS para pronosticar el destino final de Israel. Pero también del mundo occidental y sus libertades. Con mucha razón, Ahmadineyad considera a Israel bastión capital del mundo de infieles que se propone destruir. En Gaza el proyecto está en marcha. Aquí hay pocos avisados.
Para aquellos que les coja de sorpresa me permito sugerirle que lean estos tres artículos de hace siete años. Porque las cosas no pasan porque sí, no aparecen de golpe. Siempre hay culpables por acción e inacción:

Ilustres terroristas
Gabriel Albiac (El Mundo, 1 de junio de 2000)

Un hombre de Estado es un terrorista que triunfó. Uno que se pudre en la cárcel, una basura. Me desazona, no la trivialidad de que Arafat y su banda armada sean tratados como Padre de la Patria y Ejército Nacional palestinos, respectivamente. Es una obviedad que han ganado: no en el campo de batalla, por supuesto, donde su incompetencia y cobardía fueron históricas (lo de arrojar críos de diez años a hacerse matar a tiros como lanzadores de piedras está más allá de lo moralmente calificable); sí en el de las correlaciones mundiales. El Imperio, el que surgió del fin de la tercera guerra mundial en 1989, exige un reparto estable en ese Cercano Oriente, demasiado ligado a los grandes déspotas del petróleo. Así son las cosas. No seré yo quien pierda el tiempo negando la evidencia.
Otra cosa me ofende. El absoluto cinismo de los tan demócratas políticos nuestros. Arafat puede pasearse por España, de palacio en palacio, de Moncloa en Zarzuela, de Parlamento en Senado cuando le viene en gana. Desde Suárez a Aznar, pasando por González o Anguita, ninguno manifiesta la náusea ante quien está impregnado en sangre hasta los tuétanos. Cada uno de esos políticos hará oír, sin embargo, lastimeros sus sollozos si alguien le sugiere la posibilidad de estrechar la mano homicida de Múgica Arregui o de Jon Bienzobas. Los jóvenes fríamente asesinados por Arafat en el Estadio Olímpico de Múnich no parecen poseer, para nadie, la atroz carnalidad de los despedazados por ETA en Hipercor.
Es, sin más, vergonzoso que el Gobierno de un país democrático se permita endilgar a Israel, único Estado democrático del Cercano Oriente, catilinarias acerca de su obligación de prestar pleno reconocimiento al asesino Arafat: para mayor broma, en presencia y homenaje del dictatorial Mubarak. Tratemos de imaginar tan sólo lo que sucedería si un Jefe de Gobierno israelí se atreviese a exigirle al Estado español la inmediata proclamación del Estado independiente Vasco.
No es ni siquiera la atrocidad de que una banda terrorista como la OLP se erija en dictadura lo que me asquea. Ya lo he dicho: es la ley del Imperio. Me asquea que el Gobierno español nos tome a todos por imbéciles.
Un e-mail de Amnisty International me informa acerca de los miles de millones que abulta la venta de armas españolas a Arabia Saudí. Y pienso que todo, absolutamente todo en este mundo, posee una explicación. económica. También el amor de nuestros jerifaltes al terrorista triunfante Arafat y a esa OLP suya, que proveyó de armamento a la práctica totalidad del terrorismo europeo de los años setenta.

Nuestro virrey en Gaza
Gabriel Albiac (El Mundo, 14 de agosto de 2000)

Inteligente, tal vez demasiado para un político, sabe muy bien el cultísimo Shlomo Ben Ami (precioso, verlo sentado al lado del tan lerdo Solana) que es Arafat un perfecto hijo de perra. Pero es nuestro hijo de perra: el que Occidente ha mimado y preservado de todo mal durante décadas, porque un terrorista corrupto es mucho más tratable que un terrorista fanáticamente honrado. Arafat debe su vida al hecho de que siempre se supo, en Tel Aviv como en Washington, que tenía un precio: el de su coronación como reyezuelo local. Un superviviente nato: con gente así, se acaba siempre por llegar a un arreglo. Vitalicio por propio decreto en su monárquica jefatura de la más perseverante trama terrorista del siglo XX (adivinanza: ¿de dónde provenían las armas de los grupúsculos europeos en los años setenta?), Arafat es un interlocutor perfecto. Hará un excelente de hombre de Estado. Hombre de Estado -desde la Revolución Francesa, cualquiera que no sea analfabeto sabe eso- es hipérbole de terrorista.
Hará un excelente hombre de Estado. Le será preciso liquidar a un buen puñado de sus hermanos palestinos. Por supuesto. No hay Estado que no se erija sobre depuraciones minuciosas. Pero el hombre que ejecutó con eficiencia a cualquier posible -y aun imaginario- competidor interno; el hombre que besó, amoroso, al genocida rey que exterminara a sus militantes con crueldad admirable (espectáculo fascinante de los escuadrones de la OLP entregándose al ejército israelí para evitar ser despiezados por los carniceros del rey jordano); el payaso a quien alguien autorizó a esgrimir pistola ante la Asamblea de la ONU en la tan imperialista Nueva York; el asesino de civiles en la Olimpiada de Múnich o el bombero de aviones turísticos o el ametrallador de anóminos pasajeros de aeropuerto..., es, sin duda, el sujeto mejor capacitado para hacer desaparecer a cuantos revolucionarios, iluminados, místicos, integristas o delirantes de diversa laya maquinen disputar su cetro.
Me parece estupendo. No voy a ser yo, desde luego, quien se escandalice por que un vitalicio caudillo africano sea fantástico coleccionista de cadáveres. A decir verdad, no logro recordar a un sólo gobernante poscolonial que no lo haya sido. Ni una sola descolonización que no desembocara en corrupción y caos. Pero eso es tan inevitable como el sol de agosto. Mejor poner a un empleado bien armado para que se meriende a sus colegas menos razonables. Tal es la dura norma del Imperio. Lógica del mal menor: tener al reyezuelo en nómina.

Un terrorista senil
Gabriel Albiac (El Mundo, 22 de octubre de 2000)

¿Quién es más culpable de la violencia en Oriente Próximo? .
Ciudadano israelí con domicilio en Jerusalén -además de líder de la oposición- Ariel Sharón visita una plaza de Jerusalén, situada a doscientos metros de su casa; ninguna legalidad democrática podría impedírselo. No pasa nada ese día. Cuarenta y ocho horas más tarde, Yassir Arafat manda a sus batallones de críos a hacerse matar por la sagrada patria mancillada. Detrás de los chavales están los killers de Al Fatah, revestidos ahora con los uniformes de policía palestina y las armas proporcionados por el propio Israel. Es el inicio de la matanza.
Acorralado entre sus repetidas promesas de proclamar este otoño un Estado Palestino con capital en la Ciudad Santa y la testaruda realidad, Arafat ha apostado por el arrebato mediático-sacrificial de otra Intifada.
Su responsabilidad es pavorosa. En el momento mismo en que Israel ofrecía las mejores condiciones de paz e independencia que jamás haya podido soñar el maltratado pueblo palestino, sus dirigentes vuelven a lanzarlo al suicidio. Pocas veces la mezcla de vanidad e incompetencia de un político ha gestado tal tragedia sobre aquellos en nombre de quienes dice hablar.
No es nuevo en ese terrorista, pasado a la política sin dejar nunca de sustentarse sobre una red de asesinos carentes del menor escrúpulo democrático. La Intifida es quizá la forma más perversa del terrorismo. Fue hallazgo de una OLP militarmente caduca, tras el fin de la Guerra Fría. Porque la OLP de Arafat fue no sólo esa máquina de asesinar civiles que culmina sus hazañas en las Olimpiadas de Munich masacrando a jóvenes atletas desarmados. Fue también el soporte logístico del terrorismo europeo: su proveedor de armamento, bajo la benevolencia soviética. Ese mundo acabó en 1989.
Hay un innegable ingenio en la reversión autoinmolatoria del terrorismo que fue, a partir de ahí, la Intifada. Arafat entendió muy bien la debilidad del contrincante: el gusto occidental por la culpa. Nada como la muerte de un niño para desencadenarlo. Todo lo que había que hacer era enviar enjambres de chiquillos a ladrillazos contra los tanques y sentarse a esperar los inevitables primeros muertos; luego, la espiral giraría sola. Así ha sido.
Un viejo terrorista caduco y tal vez senil ha vuelto a apostar por lo único que sabe hacer: matar; a los propios como a los ajenos. La votación del jueves en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra alza acta de quiénes apoyan tal demencia: los despotismos de derecho divino musulmanes, más las muy democráticas Cuba y China. Y la Venezuela de Chaves. La flor y nata de este jodido mundo

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