jueves, 7 de junio de 2007

La Guerra cuarenta años después

Netanyahu: "Hasta el '67 nos podían haber tirado al mar"
El líder de la opisición y del partido Likud, Biniamín Netanyahu, dijo que "el principio automático de retirada a las líneas de 1967 no es justa, no es moral y es muy peligroso para el Estado de Israel". En una convención por los 40 años de la resolución 242 y la Guerra de los Seis Días agregó: "Debemos exigir fronteras defendibles, que casi no incluyan nueva población árabe".
En un encendido discurso dijo hoy Biniamín Netaniahu, candidato a primer ministro por el Likud en próximas elecciones, que "desde los Seis Días el mundo árabe intenta bajarnos de las montañas de Judea y Samaria (Margen Occidental), pero mientras estemos sobre esos montes, no se nos puede vencer".
En una convención del Centro Jerosolimitano de Asuntos públicos y de Estado en Jerusalem, dijo Netanyahu que "la Guerra de los Seis días fue un punto de viraje en el que pasamos de ser un estado embrionario y frágil, cuya existencia está puesta en tela de juicio, a un estado al que no se lo puede vencer".
La convención se dedicó al tema de la resolución 242 de la ONU, que trazaba líneas para la solución del conflicto en el Medio Oriente. "Hasta 1967 podían empujarnos al mar" dijo Netanyahu en su discurso. "Esa posibilidad existía. Nuestra invencibilidad nos hizo pasar de la guerra a la paz. Esa fue una condición necearia para generar que parte del mundo árabe reconociera la existencia del Estado de Israel y su derecho a existir. Hoy el proceso de paz se encuentra en retirada debido a las retiradas unilaterales del Líbano, de Gaza y la Segunda Guerra del Líbano".
Durante su mandato como primer ministro Biniamín Netanyahu detuvo la dinámica del proceso de Oslo por entender que los palestinos no estaban cumpliendo su parte. Al aplicar el principio de la reciprocidad, acuñó una frase que se hizo famosa: "Si dan, recibirán, si no dan, no recibirán".
El titular de la oposición indicó que "el principio automático de retirada a las líneas de 1967 no es justa, no es moral y es muy peligroso para el Estado de Israel. Debemos exigir fronteras defendibles, que casi no incluyan nueva población árabe, y si soy elegido, impulsaré un acuerdo tal que sea apoyado por Egipto y Jordania".
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Las consecuencias de la victoria israelí
La sorprendente victoria israelí en la Guerra de los Seis Dias, según los árabes, es la culpable de muchisimos de los males que sufren, ya lo anticipó un editor de Al-Jazeera y ahora lo reafirma Wael Abdel Fattah, un columnista en el semanario independiente egipcio, El Fagr:
El columnista egipcio Wael Abdel Fattah escribió en el semanario independiente Al-Fagr que los árabes culpan a la derrota por “todo” - desde “el aumento de precios, dictaduras, extremismo religioso, violencia sectaria y hasta impotencia sexual”
No es la primera vez que acusan a los judíos de tener la culpa de todo.

Acercándonos a 40 años de
LA GUERRA DE LOS SEIS DIAS
Moshé Korin
A principios de Junio de 2007 se cumplirán 40 años de la Guerra de los Seis Días. Como en cualquier país democrático, se abren archivos, se develan secretos de Estado, protagonistas directos e indirectos exteriorizan pensamientos, reminiscencias, dudas, que hasta hace algunos años atrás no comentaban ni escribían.
Creo que vale la pena informar acerca de estas reflexiones, a veces contrastadas con la historia oficial.
¿Por qué y de qué manera estalló la Guerra de los Seis Días? La explicación oficial, ésa registrada en la mayoría de los libros de historia y que aprendemos en la escuela, sostiene que la guerra comenzó como una reacción ante el acantonamiento de fuerzas del ejército egipcio en la Península del Sinai, la clausura del estrecho de Tirán a las embarcaciones israelíes, un pacto militar árabe en contra de Israel, y el retiro de las fuerzas de la ONU de la Franja de Gaza. Estas agresiones comprometían la seguridad de Israel, explican los libros de historia, y por lo tanto Israel lanzó una guerra para terminar con la amenaza a su existencia. Obviamente, la brillante victoria en la guerra también se menciona, así como el hecho de que la misma cambió el mapa del país: Jerusalem fue reunificada, la meseta del Golán, el valle del Jordán, Judea y Samaria, la Franja de Gaza y el Sinaí pasaron a manos del Estado de Israel.
Un libro de reciente publicación llamado “1967, y el país cambió su rostro”, escrito por el historiador Dr. Tom Segev (Editorial Keter), creo que resume y representa el pensamiento de algunos historiadores, periodistas e intelectuales israelíes y echa nueva opinión sobre muchos aspectos de aquella guerra que gravitara de tal manera sobre la configuración de Israel, tanto a nivel físico como espiritual y social.
Cinco años le insumió al Dr. Segev la escritura del libro. Hurgó en 25 archivos diferentes; leyó miles de cartas privadas escritas por israelíes a sus familiares en el exterior; revisó diarios personales; y echó un vistazo a actas de sesiones gubernamentales aún no dadas a conocer. El resultado es un grueso volumen, que no versa sobre una guerra, sino sobre un pueblo y una nación en un Estado pequeño y con determinación, pero al mismo tiempo atemorizado y desesperanzado. El libro revela cómo vivieron los israelíes aquel año decisivo de la guerra: dónde vivían, qué compraban, cómo se divertían, qué comían, qué vestían y, en especial, qué sentían respecto de su vida y su futuro en Israel.
En el dorso del libro se transcriben dos chistes, que de hecho lo dicen casi todo acerca del proceso por el que atravesó la sociedad israelí en la época de la guerra. El primero, nacido antes de los Seis Días, cuenta de un cartel colgado junto a la puerta de salida en el aeropuerto de Lod, hoy “Ben Gurión”, en el cual se solicita al último en abandonar el país que apague la luz. La segunda humorada tuvo su origen después de la guerra, y gira en torno a dos oficiales de “Tzahal” (Ejército Israelí) que piensan en cómo pasar el día. “Tal vez podríamos ocupar El Cairo”, propone uno de ellos; -¿y qué haremos por la tarde?”, le responde su camarada.

De la buena vida a la recesión
Al primer capítulo del libro, Segev lo titula “Los días del Susita” En él refiere la sensación de optimismo imperante en el país aproximadamente durante los dos años que precedieron a la guerra. “Desde la Campaña del Sinaí (en los años 1956/57), los israelíes vivían inmersos en una sensación de seguridad, creían que la vida se tornaba cada vez mejor, y que así sería también en lo sucesivo. A mediados de los sesenta realmente parecía que Israel marchaba de logro en logro, prácticamente en todas las áreas de la vida”.
Y el país conoció en aquellos tiempos la bonanza y el crecimiento. La ciudades se expandían a un ritmo acelerado; se levantaban edificios; se abrían museos; se creaban universidades; la vida cultural era rica; incluso se inauguró entonces el nuevo edificio de la “Kneset” (Parlamento).
Pero, a comienzos de 1966, cambió la sensación positiva. “Un nuevo término se enseñoreó sobre la vida: mitún ( recesión)”. La situación económica comenzó a decaer. Las causas de ello eran muchas y diversas: la reducción de la inmigración (aliá) al país; disminución de la demanda de viviendas; descenso en las inversiones; la finalización de grandes proyectos que empleaban a mucha mano de obra (tales como la construcción del acueducto nacional, los trabajos de desarrollo en las plantas del Mar Muerto), etc. “Las fisuras en el optimismo israelí creadas por la recesión se profundizaron rápidamente”.

Popular automóvil producido en Israel a comienzos de la década del ´60

A la sombra del terror
Segev ofrece una fascinante descripción de los grupos poblacionales que vivían entonces en el país, con todos sus cismas y divisiones, tan conocidos para nosotros también en la actualidad: asquenazíes frente a sefardíes, pobladores de “kibutz” frente a los de ciudades en desarrollo, árabes frente a judíos, religiosos frente a laicos. A continuación pasa a describir otra situación conocida hasta el dolor: la vida cotidiana en el país a la sombra del terror.
Durante los 18 meses que precedieron a las Guerra de los Seis Días, se ejecutaron en Israel cerca de 120 actos y tentativas terroristas, escribe Segev. En dichas acciones murieron 11 israelíes y más de 60 resultaron heridos. “Como fenómeno permanente en la rutina cotidiana de los israelíes, el terror profundizó la depresión generalizada. Su efecto psicológico, así como el de la recesión, superaba con creces la verdadera incidencia, pero del mismo modo que les era difícil vivir con la recesión, sentían los israelíes que no se podía coexistir con el terror”.
En enero de 1965, entra en escena un nuevo actor: la organización Al-Fatah. Al principio los israelíes subestimaron el poder de los palestinos. Estos no eran considerados un auténtico enemigo, comparados con Siria o Egipto. A fines de Septiembre de 1967 los medios israelíes daban cuenta por primera vez de “un oficial de operaciones de las bandas armadas del Fatah”, un palestino sirio llamado Yasser Arafat. El gobierno comenzó a prestar atención al terrorismo palestino, un terror puesto en práctica por jóvenes, que habían sido niños cuando sus padres huyeran o fueran expulsados de sus casas en 1948, y que habían vivido desde entonces como refugiados.
Los ataques terroristas sobre Israel se intensificaron. El interrogante acerca de la capacidad del Estado para proteger a sus ciudadanos surgía una y otra vez. Paralelamente, “Tzahal” era percibido a ojos del público como un ejército fuerte y moral; los periódicos cultivaban la admiración por el ejército y los jóvenes daban como sobreentendido el hecho de que debían servir en las fuerzas armadas. “En el ambiente de depresión y escepticismo que atormentaba a Israel, “Tzahal” era prácticamente el único ente que gozaba todavía de la confianza popular”, afirma Segev.
Otro tema que mantenía ocupado al público en Israel eran los límites del país. La Jerusalem dividida, que las naciones del mundo se negaban a reconocer como capital de Israel; los límites fijados durante la Guerra de la Independencia y que estaban tan lejos del sueño sionista original; las luchas partidistas y políticas en torno a estos temas, etc.
A comienzos de 1966, los sirios lanzaron obuses sobre “kibutzim” en la frontera norte. Los habitantes descendieron a los refugios; algunos “kibutznikim” (habitantes del Kibutz) continuaron trabajando en los campos a pesar del peligro; la fuerza aérea israelí derribó un avión sirio, y analistas militares dictaminaron: Siria arrastra a Israel hacia una guerra. El conflicto con los sirios tenía lugar en tres planos: la lucha por el agua y los intentos de los sirios por desviar las aguas del río Jordán, un conflicto por el cultivo de tierras en los terrenos linderos con la frontera común, y las acciones de Al-Fatah, realizadas con el patrocinio de Siria. El enemigo sirio era percibido como la gran amenaza, mucho mayor que la jordana o la egipcia.
A todo esto, los actos terroristas proseguían. Los perpetradores palestinos llegaban no sólo de Siria, sino también de Jordania. Colocaron cargas explosivas sobre las vías del ferrocarril que conducía a Beer-Sheva, dañaron la torre de agua de Arad, etc. El ejército sirio, por su parte, intentaba impedir a los “kibutzim” del norte trabajar sus campos.
En Abril de 1967 fue puesta en acción la Fuerza Aérea israelí a fin de permitir a los agricultores cultivar sus tierras en la frontera norte, y aquélla derribó seis Migs sirios. Los diarios israelíes festejaron el logro. “No fue ésta la mayor acción contra Siria que exigiera el ejército, pero ella ocasionó una escalada dramática en la tensión. El Primer Ministro Levi Eshkol sabía que el ejército procuraba precisamente eso. Tenía fundamentos para creer que el empleo de la Fuerza Aérea ocasionaría esto. [...] Pero Eshkol no era lo suficientemente fuerte ni audaz como para frenar al ejército, y seguramente tampoco estaba completamente convencido de que esto era lo adecuado. Como telón de fondo, siempre estaba la necesidad de demostrar que no era él el hombre débil que describían sus enemigos. Y así fue como Eshkol permitió al ejército acelerar una dinámica que era contraria al interés nacional más básico de Israel: evitar una guerra”.

Hacia la guerra
De aquí en más los acontecimientos siguieron desarrollándose con rapidez. Segev describe los festejos por el 19no. Día de la Independencia, llevados a cabo en Mayo; fue entonces cuando se difundió por vez primera la canción “Ierushalaim shel-Zahav” (Jerusalem de oro) de Naomi Shemer, la cual causó una enorme emoción. En aquel mismo momento, los egipcios comenzaron a movilizar grandes contingentes en el Sinaí, e incluso exigieron a la ONU que retirara sus fuerzas de esa zona. En Israel estas medidas fueron interpretadas fundamentalmente como un intento egipcio por impedir una ofensiva israelí sobre Siria, e Israel comenzó a alistar a sus reservistas.
A mediados de marzo aproximadamente, la Sección de Inteligencia modificó su evaluación, e informó que el ejército egipcio estaba dispuesto no sólo para la defensa, sino también para una ofensiva. Para la inteligencia, el objetivo principal de los egipcios era el reactor nuclear de Dimona. El Jefe del Estado Mayor Conjunto, Itzjak Rabin describió ante Eshkol los planes militares: atacar a la Fuerza Aérea Egipcia, luego a los blindados, y finalmente apoderarse de Sharm Al-Sheij. Ambos acordaron aguardar hasta haber probado todas las vías diplomáticas.
A todo esto, fue en aumento la preocupación en Israel porque los egipcios bloqueasen el Estrecho de Tirán. Esta preocupación se materializó el Martes 23 de Mayo. El ejército exigió actuar de inmediato y salir a una guerra en varios frentes. Pero Eshkol no había perdido todavía las esperanzas en las tratativas diplomáticas. Durante la sesión de gabinete, Rabin dijo a los ministros que si Israel no respondía ante el cierre del estrecho, perdería su capacidad disuasiva. Los ministros estaban divididos en sus opiniones entre la necesidad de una acción militar en frentes múltiples por un lado, y la contención y espera de lo que habría de venir por el otro.
Los días transcurrían con lentitud, y la tensión iba en aumento. Los militares intentaban una y otra vez persuadir al gobierno de que era necesario atacar, y que era preferible hacerlo cuanto antes. A todo esto, el alistamiento masivo proseguía, y perjudicaba la rutina de la vida en el país. “El tránsito de autobuses se redujo, así como las clases en las escuelas. Los escasos automóviles viajaban con sus faroles pintados de azul, a fin de poder desplazarse también en las horas de oscuridad. Los hombres en edad de ser reclutados que no eran convocados se avergonzaban de mostrarse en las calles. Masas de israelíes, entre ellos escolares, se presentaban como voluntarios para cavar trincheras, llenar bolsas de arena, clasificar correo, distribuir leche, conducir ambulancias, trabajar en hospitales, hacer vigilancia en kibutzim”.
Por otro lado, muchos abandonaban el país. “Los aviones llegan vacíos y despegan llenos”, informaba el periódico “Haaretz”. Algunos residentes se abalanzaban sobre los comercios y acopiaban alimentos, cavaban trincheras junto a las casas y la sensación de pánico fue en aumento.
Segev incluye en el libro citas que enseñan que Ben-Gurion así como el Brigadier General Iehoshafat Arkavi del Ministerio de Defensa no pensaban que “Tzahal” pudiera salir victorioso en una guerra en varios frentes simultáneos. Harkavi estimaba que una victoria israelí ocasionaría 10.000 bajas, y una derrota acarrearía la destrucción absoluta y final del Estado, con sus dos millones de habitantes. También Rabin, quien creía en la capacidad de “Tzahal” para vencer, estimaba, según una de las fuentes en el libro, que la guerra se cobraría cerca de 10.000 víctimas. Segev describe los preparativos para transformar parques en cementerios masivos, y escuelas en hospitales.
Estas difíciles sensaciones se tradujeron en una presión pública que procuraba el desplazamiento del Primer Ministro Eshkol. Muchos veían en Ben-Gurión al reemplazante adecuado. El sistema político estaba en plena ebullición. También en los EE. UU. la actividad era intensa. El Ministro de Relaciones Exteriores Abba Eban viajó hacia allí, en un intento por convencer al régimen para que brindara su apoyo a Israel, y también el “lobby” judío fue reclutado con ese propósito. Pero los americanos pidieron a Israel esperar, argumentando que no podrían permanecer junto a él en caso de que iniciara una guerra injustificada. También el Secretario de la ONU se sumó al esfuerzo y partió hacia El Cairo.
Mientras tanto, se iba incrementando la tensión en Israel, “y así, de golpe, quedó en evidencia lo vulnerables que eran los israelíes, el estropicio que eran”, escribe Segev. “No eran las amenazas de Nasser las responsables de esto- o al menos no sólo ellas- sino las arenas movedizas de la depresión que venían atrapando a tantos israelíes desde hacia muchos meses. El desencanto y la sensación de que el sueño israelí se había agotado; la pérdida de liderazgo de David Ben-Gurión, padre de la nación; la falta de confianza en la capacidad de Eshkol, y el desprecio por la política en general; la recesión y desocupación; el cese de la inmigración y la emigración creciente; el estado de postergación en que se hallaban sumidos los “mizrajim” (orientales); el temor de que ellos atentasen contra el carácter europeo de la sociedad israelí y su cultura, pusiesen en peligro el status de la elite asquenazí; la dificultad de comunicarse con la generación más joven; el malestar ante el aburrimiento, el terrorismo, la sensación de que no podría haber paz. Todo esto desbordó dentro de la semana que precedió a la guerra, de algún modo colocó al país dentro de una burbuja de irracionalidad. Desde el Holocausto no se sentían tan aislados”.
En opinión de Segev, este estado de cosas fue el responsable de que no tuvieran chance alguna los acuerdos que se tejían mientras tanto en Washington y Nueva York, tendientes a solucionar la crisis y a evitar una guerra.

El discurso del tartamudeo
Segev sigue describiendo la última semana antes de la guerra: las presiones por parte de los EE. UU. hacia Israel para que no iniciara una guerra; las vacilaciones en el gobierno, los intentos del ejército para convencer a la dirigencia de lanzar una ofensiva.
Uno de los hechos más destacados de esa semana fue el discurso pronunciado por Eshkol en la radio, en una transmisión en vivo. El discurso era en realidad una lectura de la decisión gubernamental de aplazar la ofensiva y esperar las iniciativas americanas, que prometían resolver la crisis.
“El comunicado que trajo Eshkol a los estudios de ´Kol Israel´ no ofrecía aliento, no había en él calidez, ni siquiera un tono de ´sangre, sudor y lágrimas´, escribe Segev. Además, Eshkol tuvo dificultades para comprender una de las palabras borradas del comunicado, y tartamudeó y balbuceó en vivo. La impresión causada por la alocución, tanto en la población como en el ejército, fue terrible. El secretario militar de Eshkol, Israel Lior, escribió sobre esto en sus memorias: “muchos días más tarde todavía me contaban que soldados y oficiales en las dunas del desierto del Negev prorrumpieron en sollozos al escuchar la voz balbuceante de Eshkol a través de los aparatos de radio: la moral de por sí baja, decreció aún más”.
Toda esta tensión no fue óbice para el activismo político-partidario. Segev describe los intentos por desplazar a Eshkol de su función, designar a Moshé Dayán o a Igal Alón como Ministro de Defensa, formar un gobierno de unidad nacional, etc. Finalmente Eshkol se rindió antes las presiones y, disgustado, traspasó a Moshé Dayan el cargo de Ministro de Defensa. Esta medida condujo también a la creación de un gobierno de unidad, que incluía una asociación histórica con el movimiento “Jerut” y con Menajem Beguin que era su titular. Esta unidad calmó en algo los ánimos populares y proporcionó una sensación de seguridad.

El comienzo de la guerra
Un día después de la formación del gobierno de unidad, llegó Eshkol con diez ministros, entre ellos Dayan y Beguin, a una reunión en el Estado Mayor Conjunto. Nuevamente escucharon los ministros del gobierno la opinión de los militares en el sentido de que era necesario salir a una guerra de inmediato. Y una vez más, opuso a ellos Eshkol la opinión de que era necesario esperar el consentimiento y apoyo de los EE.UU. Pero todos ya tenían en claro que la guerra era cuestión de horas o días. Dayan habló explícitamente sobre su apoyo a la postura del ejército acerca de la necesidad de ir a la guerra de inmediato, y poco a poco parecía que también Eshkol se estaba convenciendo. Aportaron a esto las palabras del jefe del “Mossad” (Servicio Secreto) Meir Amit, quien había regresado de reuniones en Washington, de las cuales había comprendido que los EE. UU. ya no se oponían a una ofensiva israelí. El 4 de Junio decidió el gobierno “actuar contra el cerco ofensivo que se estrecha en torno de Israel”.
Dayan y Eshkol fueron facultados para decidir cuándo actuar.
Segev cita a Igal Alón, quien diría más tarde: “No era la situación en el frente la causa principal de la guerra, sino la pérdida de confianza en el gobierno. ´Estoy seguro hasta el día de hoy que, de no haber sido por aquel discurso que salió tartamudeado por la radio, tal vez las cosas se hubiesen desarrollado de otra manera´”. “He aquí”, continúa Segev, “un país que estaba demasiado debilitado como para abstenerse de una guerra”.
La contienda comenzó en la mañana del lunes 5 de junio, con una ofensiva de la Fuerza Aérea israelí contra la Fuerza Aérea Egipcia. Más tarde, ese mismo día, los jordanos se sumaron a la conflagración y comenzaron a disparar sobre Jerusalem. A las diez de la mañana ya sabía la dirigencia que habían vencido en la guerra, pero la mayoría de los habitantes de Israel lo ignoraban.
Segev describe la vida civil durante aquellas horas: los descensos a los refugios, los heridos, la tensión, el miedo, la incertidumbre, la preocupación por los familiares en el frente. La falta de información acerca de lo acaecido en el frente era intencional. Dayan ordenó a la censura no divulgar información durante el primer día de la guerra. “´Las primeras 24 horas debemos ser dignos de lástima´, sentenció Dayán. Mientras creyeran en el mundo que Israel se defendía y luchaba por su existencia, no tendría que esperar ninguna presión externa para detener su ataque. La falta de información incrementó enormemente la angustia de la población... La radio informaba sólo de los ataques del enemigo. ´La voz del trueno de El Cairo´ sostenía- en hebreo- que Tel Aviv estaba en llamas y que combatientes palestinos rondaban por sus calles”...
A las 11 de la mañana Dayan habló por la radio; una hora después lo hizo Eshkol. Ninguno de los dos mencionó el hecho de que la Fuerza Aérea Egipcia ya había sido destruida. A las tres de la tarde Dayan convocó a los redactores de los diarios y les reveló, todavía de manera confidencial, que el número de aviones árabes destruidos por Israel ascendía a 400. A las dos de la madrugada llegó finalmente la emisión de radio que todo el país estaba esperando: el Jefe del Estado Mayor Conjunto Rabin anunció la destrucción de las fuerzas aéreas de Egipto, Siria y Jordania.
Segev continúa describiendo la guerra desde el punto de vista de los civiles, los soldados, el gobierno y el Estado Mayor Conjunto. Cuenta sobre las decisiones gubernamentales acerca de la toma de Jerusalem, Gaza, la Margen Occidental, etc. Describe cómo, a medida que las victorias se sumaban, crecía también en el gobierno el deseo de ocupar otros territorios, a partir de la creencia de que habrían de servir en el futuro como cartas de negociación en el camino hacia la paz. Sólo con respecto a la ciudad vieja de Jerusalem sabían todos que, de ser conquistada, no habría gobierno capaz de renunciar a ella y devolverla a los árabes. Pero el móvil aquí no era político, sino emocional. La ciudad vieja fue conquistada el tercer día de la guerra, y esto causó una profunda emoción. El locutor de ´Kol Israel´ lloró en vivo al anunciar “¡estoy tocando el Kotel!”.
Pero Segev describe no sólo las victorias y la alegría, sino también la “política” detrás de ellas: cómo fue que Dayan impidió a Eshkol llegar a la ciudad vieja; cómo se ocupó de que el vocero de “Tzahal” lo filmara precisamente a él entrando en la ciudad vieja, y de qué manera dispuso con cuidado la “mise-en-scène” de esa filmación que habría de convertirse, él lo sabía, en histórica. Aquel mismo día también fue ocupado el estrecho de Tirán, que había sido de hecho la causa de la guerra. En los días siguientes fue tomada la meseta del “Golán” y los soldados de “Tzahal” llegaron también hasta las márgenes del Canal de Suez.

Tras la guerra
La cuarta parte del libro de Tom Segev lleva por título: “Ellos pensaban que habían ganado”. En ella se describe la vida en Israel tras la guerra: el hacer frente al duelo junto a la alegría de la victoria; las visitas masivas a los territorios que habían sido ocupados, no sólo en la antigua Jerusalem, sino también en Sinai, la Meseta del Golán y, naturalmente, en la Margen Occidental, que representaba para muchos la verdadera Tierra de Israel, la bíblica.
Paralelamente, comenzaron los debates en torno al futuro: ¿había que crear poblaciones judías en Cisjordania y la Franja de Gaza, o tal vez fuese mejor esperar y ver si Israel no prefería restituir esos territorios a cambio de acuerdos de paz? ¿Y qué hacer con Jerusalem?
Segev describe asimismo el enorme respeto y la gran admiración ganada por “Tzahal” y sus altos mandos después de la victoria. Los oficiales eran descriptos en los periódicos como leyendas caminantes; se convirtieron en celebridades, eran invitados a eventos sociales; sus imágenes eran impresas en vasos, platos, llaveros, juegos infantiles y tarjetas de salutación con motivo de “Rosh ha-Shaná” (año nuevo hebreo). Los militares eran figuras estelares no sólo en Israel, sino también en el extranjero. El enorme entusiasmo se expresaba además en el aluvión de álbumes de la victoria que anegaba el país.

“Siaj Lojamim”
Toda esta serie de polémicos artículos acerca de la guerra de los seis días que comienzan a aparecer, previo al 40 aniversario de la misma y especialmente este controvertido libro de Tom Segev, trajeron a mi memoria un libro de otro tipo, publicado poco después de la guerra, fue “Siaj Lojamim” (Coloquio de combatientes). Sus autores eran Amos Oz, por entonces miembro del “Kibutz Julda”, y Avraham Shapira del “Kibutz Izre´el”. Ambos habían recorrido los “kibutzim” de Israel y entrevistado a miembros de ellos acerca de sus experiencias en la guerra. Muchos definieron y definen al volumen, fruto de estas charlas, como “uno de los libros más importantes publicados en Israel”.
Éste ofrecía un marcado contraste con los álbumes de la victoria, al mostrar el otro lado de la guerra y el alto precio psíquico y moral que ella se había cobrado. El libro se había convertido y todavía sigue siendo un “bestseller”. Para muchos simbolizó la figura del combatiente “sabra”: atormentado, de alma sensible, humanista.
“Siaj Lojamim” respondía a una necesidad profunda sentida por numerosos israelíes: ser no sólo fuertes y victoriosos, sino también justos.
El concepto de “kibush naor” (ocupación ilustrada), que floreció por entonces, evidencia también, según muchos intelectuales como por ejemplo Ieshaiau Leibovich, escritores, y algunos ex militares de carrera, esta voluntad: “La aspiración de demostrarles a los árabes del lugar que los israelíes eran personas honestas y amantes de la paz formaba parte de la ideología sionista: desde el día en que comenzaron a establecerse en la zona, los sionistas habían sostenido que traían la bendición y la prosperidad a los habitantes de todo el país. A partir de la Guerra de los Seis Días, los israelíes reconocieron en la ocupación otra oportunidad de demostrar sus buenas intenciones a los árabes, al mundo entero, y por sobre todas las cosas, a sí mismos”.
En el marco de las tentativas por crear una “ocupación ilustrada”, se decidió establecer una administración militar en los territorios conquistados, y se formularon leyes severas relativas al trato correcto y humano de los habitantes árabes. Pero a pesar de todas las buenas intenciones, la aplicación en el terreno fue, obviamente, mucho mas difícil y compleja.

Después de la contienda
Inmediatamente después de la guerra comenzaron los contactos secretos con Egipto y Siria, en un intento por llegar a un acuerdo de paz a cambio de territorios (los Altos del Golán y Sinai), pero las tentativas no prosperaron. Con respecto a la paz con Jordania, el tema era aun más complicado, puesto que mientras que casi todos los ministros del gobierno estaban de acuerdo en resignar la Meseta del Golán y el Sinai a cambio de acuerdos de paz, a la Margen Occidental y por supuesto a Jerusalem Oriental muchos se negaban a renunciar. Aquellos que propiciaban la devolución de Cisjordania hablaban del temor ante el hecho de ejercer el control sobre una enorme población palestina, y de que Israel se convirtiese al cabo de algunos años en un país con una minoría judía y una mayoría árabe. Quienes se oponían, hablaban de “Eretz Israel ha-Shlemá” (La gran- o íntegra- Tierra de Israel), de historia y de fronteras seguras.
Paralelamente, se reunieron los israelíes- entre ellos Levy Eshkol, Moshé Dayan y Abba Eban- con dirigentes palestinos de los territorios, e intentaron aclarar y comprender si era posible crear en Cisjordania y Gaza un Estado palestino independiente, que pusiera fin al conflicto por la Tierra de Israel. Pronto se fijó un plan para la creación de un Estado semejante, desprovisto de ejército, basado a grandes rasgos en los límites de la partición de 1947 y que incluiría además una salida al mar, así como un paso libre entre la Margen Occidental y Gaza. El plan incluía un acuerdo especial en torno a Jerusalem y una solución, en ese entonces, aparentemente bastante aceptable para ambas partes, sobre el problema de los refugiados.
La propuesta se terminó de delinear ya el 14 de Junio, pocos días después de la guerra. Eshkol designó una comisión especial que habría de seguir analizando el tema, pero a medida que pasaba el tiempo resultaba claro que el asunto era más complicado de lo que se había supuesto en un principio. “¿Desaprovechó acaso Israel una oportunidad de liquidar el conflicto sobre la tierra de Israel?”, se interrogaban muchos. Pero también, es posible que Dayan estuviera en lo correcto cuando dijo: “Aun si hubiésemos ofrecido entregarles montañas de oro, ellos se habrían mostrado cautelosos”.
Uno de los planes de paz más conocidos fue el “Plan Alón”, pero no prosperó. Recuerdo que a más de una década de la Guerra de los Seis Días, en oportunidad de hallarse en Buenos Aires el ex vice Primer Ministro de Israel en 1967, Igal Alón, visitó la escuela Schólem Aléijem y cuando, en una reunión con alumnos de la Escuela Secundaria junto a jóvenes del Movimiento “Habonim – Dror” le preguntaron: “¿Por qué no prosperó su Plan?” Él contestó: “Eshkol me confesó que estaba de acuerdo, pero en el gobierno y en la “Kneset” (Parlamento), se encontraban en una marcada minoría”

El balance
En los capítulos siguientes Segev continúa con la descripción de los efectos de la guerra: la división política en “palomos” (a favor de la devolución de los territorios) y “halcones” (en contra de la devolución de los territorios), la moral nacional que se había ido por las nubes, las loas a la juventud y a la generación más tierna, el florecimiento económico, y la fe en el futuro de Israel, que había retornado a los corazones.
Poco después de la guerra comenzaron las transmisiones de la televisión israelí; el número de inmigrantes fue en ascenso, el sentimiento de solidaridad entre los judíos de Israel y los de la diáspora también aumentó, y el número de donativos llegados a Israel se multiplicó por diez respecto del año precedente.
Desde una perspectiva política, había ahora oportunidades para el diálogo con los países árabes. Segev describe los contactos secretos que comenzaron inmediatamente después de la guerra entre Israel y sus vecinos, contactos que no produjeron resultado alguno. Paralelamente, describe los comienzos de la colonización en los territorios ocupados, el aumento del terrorismo, y lo que muchos israelíes comenzaron a comprender de a poco: el control sobre los habitantes de Gaza y por lo menos de gran parte de los de Cisjordania no resultó útil al Estado de Israel, sino que posiblemente lo perjudicó (Gaza fue devuelta); la ocupación, que había salvado a Israel de la destrucción podría amenazar ahora lo característico y “sui generis” de un Estado judío democrático.

http://www.lavozylaopinion.com.ar (vía http://www.herutx.blogspot.com)

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