domingo, 22 de abril de 2007

La ONU y el nacimiento de Israel

A finales de junio de 1947, la Comisión Especial de las Naciones Unidas para Palestina, conocida por UNESCOP, llegó a Italia. Sus miembros representaban a los países siguientes: Suecia, Holanda, Canadá, Australia, Guatemala, Uruguay, Perú, Checoslovaquia, Yugoslavia, Irán y la India.
Las probabilidades contra los judíos eran muchas. Irán era una nación musulmana. La India tenía mucha población musulmana: su delegado en aquella Comisión era musulmán y representante de la Commonwealth británica. Checoslovaquia y Yugoslavia, miembros del bloque soviético, podían mostrar en su historia una larga tradición antijudía. Los representantes de Sudamérica; Uruguay, Perú y Guatemala; cabía la posibilidad de que se dejaran influenciar. Sólo a Suecia y a Holanda se las podía considerar perfectamente imparciales.
A pesar de todo, los judíos acogieron bien a la UNESCOP. Los árabes se opusieron a la presencia de las Naciones Unidas, declararon la huelga general en el interior de Palestina, organizaron manifestaciones, y llenaron el aire de votos y amenazas. Fuera de Palestina, en los países árabes estallaron disturbios y sangrientos pogromos contra los judíos que moraban allí.
La Agencia Judía mandó a Ben Gurión y al doctor Weizmann para formar un comité asesor de la UNESCOP.
Este comité acompañó a la UNESCOP en su viaje de inspección e investigación por Palestina y mostró con orgullo sus conquistas en el aspecto de roturación de terrenos, de rehabilitación de los sin hogar, exhibía los progresos de los kibbutz, las fábricas y las ciudades que habían construido... A los delegados de la UNESCOP les impresionaba profundamente el tremendo contraste que se notaba entre la comunidad judía y la comunidad árabe. Después de las giras de inspección, empezaron las averiguaciones formales, permitiendo que cada una de las partes expusiera su punto de vista.
Ben Gurión, Weizmann y los demás dirigentes de la Agencia Judía defendieron con gran tino la moralidad y la justicia de la causa judía.
En el bando de los árabes, en cambio, el Alto Comité Árabe, a remolque de la familia Husseini, promovía manifestaciones de hostilidad contra las Naciones Unidas. A la Comisión se le negó la entrada en muchas de las ciudades árabes, donde las condiciones de trabajo en fábricas y talleres eran tan míseras y primitivas que revolvían el estómago. Cuando empezaron las investigaciones formales, los árabes, oficialmente, les hicieron el vacío.
La UNESCOP vio con claridad meridiana que en Palestina no cabían términos medios. Fundándose en una justicia estricta, las Naciones Unidas tenían que recomendar la formación de un hogar judío; pero había que tener en cuenta las amenazas de los árabes.
Los judíos habían aceptado hacia ya mucho tiempo la teoría del convenio y la participación; no obstante, temían que por aquel camino no fuese a crearse un "gueto" territorial.
Terminadas las giras y las indagaciones, la UNESCOP se dispuso a partir, retirándose a Ginebra, donde analizarían los datos reunidos, mientras una subcomisión examinaba los campos de personas desplazadas en Europa, que todavía albergaban a un cuarto de millón de judíos desesperados. Luego presentarían sus recomendaciones a la Asamblea General de las Naciones Unidas.
A finales de agosto de 1947, la UNESCOP anunció desde Ginebra su plan. Propugnaba la partición de Palestina en dos entidades separadas: una para los árabes y otra para los judíos. Jerusalén quedaría convertida en un territorio internacional. La recta intención quedaba fuera de toda duda, pues aquel organismo creado por las Naciones Unidas se pronunciaba porque se reanudase inmediatamente la inmigración de judíos procedentes de los campos de desplazados de Europa al ritmo de 6.000 al mes y por que los judíos pudiesen volver a comprar tierras.
Los judíos habían solicitado que se incluyera en su territorio nacional el desierto del Néguev. Los árabes poseían millones de kilómetros cuadrados de tierras baldías que roturar. Los judíos pedían aquellos pocos millares con la esperanza de ponerlos en cultivo. La comisión de las Naciones Unidas se mostró conforme.
Cansados por un siglo de angustias y traiciones, la Agencia Judía y los sionistas de todo el mundo anunciaron que aceptaban el compromiso. El sector que les habían adjudicado, aun incluyendo el desierto del Néguev, era un aborto de Estado. Formaba tres franjas de territorio unidas una con otra por estrechos pasillos, semejando salchichas. Compuestas por el desierto del Néguev, una franja costera desde Haifa a Tel Aviv y parte de Galilea a derecha e izquierda de Nazaret.
Comprendía el 55% del territorio con un 58% de población judía. Los judíos perdían su ciudad eterna: Jerusalén. Esta, junto con los alrededores, sería zona internacional.
Aquel arreglo era una monstruosidad, a pesar de todo, aceptaron. A los árabes les correspondían también tres franjas de terreno, mayores de extensión, también unidas por pasillos. Compuestas por parte del desierto del Néguev, fronteriza con Egipto y una franja costera hacia Gaza, la parte central de Palestina y el norte de Galilea fronteriza con el Líbano.
Comprendía el 45% del territorio con un 99% de población árabe. Los árabes se negaron a aceptar y dijeron que la partición significaría la guerra.

Tras escuchar durante semanas este conflicto, el Comité Central aprobó por mayoría simple el reparto y sometió el plan a la aprobación de la Asamblea General, que había de reunirse en septiembre de 1947. Para la aprobación sería necesario el voto favorable de los dos tercios de sus componentes.
Los árabes fueron a las Naciones Unidas el otoño de 1947 seguros del triunfo. Habían conseguido que el estado musulmán de Afganistán y el reino feudal del Yemen fuesen admitidas como miembros de las Naciones Unidas, con lo cual el bloque de votos árabes-musulmanes de la Asamblea General ascendía a 11.
Los árabes utilizaban sus 11 votos para colgarlos como un cebo ante los ojos de los delegados de las naciones más pequeñas. A cambio de que éstos votaran contra la partición, ellos prometían el soborno de sus votos a los que aspiraban a algunos de los jugosos empleos en las Naciones Unidas.
Por otra parte, los árabes sacaban también partido de la guerra fría existente entre los dos colosos: Estados Unidos y la Unión Soviética, sirviéndose hábilmente del uno para obtener concesiones del otro. Desde el principio se vio con toda claridad que para que el proyecto de partición prosperase, necesitaría el visto bueno de estas dos naciones. Hasta entonces la Unión Soviética y los Estados Unidos jamás habían apoyado ambas a la vez una misma proposición, y era poco probable que lo hiciesen ahora.
Para que el plan de partición saliese aprobado se necesitaba una mayoría que reuniese los dos tercios de los votos de la Asamblea. Por lo tanto, la Agencia Judía necesitaba 22 votos sólo para neutralizar los 11 del bloque árabe. A partir de ahí, tenían que conseguir dos votos por cada uno que lograran los árabes. Matemáticamente hablando, estos últimos no necesitaban sino media docena más para dar al traste con la partición. Contando con el petróleo como elemento adicional para concertar tratos, les resultaba muy fácil conseguirlos.
El sentimiento en pro de la partición era el predominante, pero la simpatía no bastaba para ganar la pelea.
De pronto, los cuatro grandes, los poderosos, abandonaron a los judíos. Francia, que había apoyado descaradamente la inmigración ilegal, adoptó de súbito, una actitud de cautela. El malestar cundía entre los árabes de las colonias francesas de Marruecos, Argelia y Túnez. Si Francia votaba por la partición, su voto podía ser el fulminante que provocase un estallido entre ellos.
A la Unión Soviética la movían unos motivos distintos. Hacía más de dos décadas que en la Unión Soviética el sionismo estaba fuera de la ley. Los rusos se hallaban empeñados en un programa destinado a suprimir el judaísmo por medio de un proceso abrasivo lento. Además la Unión Soviética arrastraba tras de si a todo el poderoso bloque eslavo.
Pero el contratiempo más descorazonador de todos se lo proporcionó a la Agencia Judía la actitud adoptada por los Estados Unidos. El presidente, la prensa y el pueblo, todos simpatizaban con la causa judía, pero la política internacional situaba a los Estados Unidos en una posición delicada.
Apoyar la partición equivalía a quebrar la piedra angular del occidental, rompiendo la solidaridad angloamericana. Gran Bretaña todavía dominaba el Oriente Medio; y la política exterior americana estaba ligada a la inglesa. Votar en pro de la partición, significaría desairar públicamente a Gran Bretaña.
Otro factor más importante aún pesaba sobre los Estados Unidos. Si triunfaba la partición, los árabes amenazaban con desencadenar una guerra. Si estallaban las hostilidades, las Naciones Unidas se verían en el caso de tener que imponer la paz por la fuerza, y la Unión Soviética o sus satélites podrían situar soldados en el Oriente Medio como parte integrante de una fuerza internacional. Esto les daba un miedo terrible a los americanos y era lo que les hacia repudiar la partición.
El golpe más severo lo asestó, de todos modos, Gran Bretaña. Cuando llevaron el problema del Mandato a las Naciones Unidas, los británicos pensaban que el organismo internacional no encontraría una solución, por lo cual les rogaría a ellos que continuaran en Palestina. Entonces fue cuando entró en funciones la UNESCOP, fue allá, investigó y tomó una decisión que equivalía a censurar la labor de gobierno de los ingleses. Por lo demás, el mundo entero se había enterado de que el ejército de 100.000 hombres que tenían allí no había sabido someter a los arrojados judíos del Haganah, el Palmaj, Irgún, Stern y la inmigración ilegal, lo cual era un terrible golpe para el prestigio británico.
Gran Bretaña había de conservar su posición dominante en el Oriente Medio, por lo cual tenía que salvar la faz ante los árabes desechando la partición. Inglaterra sacaba partido del miedo a la presencia de soldados rusos en el Oriente Medio anunciando que en agosto de 1948 retiraría su guarnición. Por añadidura, declaraba que no utilizaría las fuerzas que tenía en Palestina para imponer una decisión de las Naciones Unidas. Desconcertando de esta modo a los Estados Unidos. Gran Bretaña inducía a los países de la Commonwealth a que se abstuvieran de votar y presionaba a todas las naciones pequeñas de Europa unidas a ella en el terreno de la economía.
El resto del cuadro aparecía igualmente negro para la Agencia Judía. Bélgica, Holanda y Luxemburgo se doblegaban a las imposiciones de los ingleses. Otros pequeños países con los cuales contaban los judíos empezaban a echarse atrás.
La posición de los países asiáticos era variable. Cambiaban de parecer e inclinaban sus votos, ora en favor de uno, ora en favor de otro, a cada minuto que pasaba. Sin embargo, parecía que los asiáticos se pondrían de parte de los árabes como un gesto dirigido contra las potencias occidentales, expresándoles el odio que sentían hacia el imperialismo colonial y como prueba de que aceptaban la tesis árabe de que los judíos eran los representantes del Occidente en una parte del mundo donde no tenían nada que hacer.
Grecia tenía una profunda antipatía a los árabes, pero en Egipto vivían 150.000 súbditos griegos. Y Egipto hizo saber, con dolorosa claridad, cual sería el destino de aquella minoría si los griegos votaban por la partición.
Etiopía no le tenía gran cariño a Egipto, pero estaba unida a él geográfica y económicamente.
Las Filipinas, se pronunciaban contra la partición.
Las naciones de la América Central y América del Sur representaban un tercio de los 57 votos de las Naciones Unidas. La mayoría de dichas naciones miraban el caso con completa indiferencia, eran neutrales. La Agencia Judía quería que Jerusalén fuese la capital del Estado judío; tenía la sensación de que sin Jerusalén, un Estado judío sería lo mismo que un cuerpo sin corazón. Las naciones centro y sudamericanas eran predominantemente católicas. Y el Vaticano quería que Jerusalén fuese una ciudad internacional. Si la Agencia Judía hacía presión por conseguir Jerusalén, se exponía a perder aquel importantísimo bloque de votos.
El arma más poderosa que poseían los judíos era la verdad. La verdad que la UNESCOP había encontrado en Palestina, o sea, que Palestina era un estado gobernado tirana, policialmente; la verdad vista a través de la cortina de las mentiras árabes, de la incapacidad de los árabes por salir de la Edad Media ni en el terreno económico, ni en el político, ni en el social, la verdad aparente y clara en las ciudades judías, nacidas de entre la arena, y en los campos judíos, surgidos de la desolación; la verdad, implícita en los campos de desplazados, del imperativo humano del caso judío.
Por fin, en el mes de noviembre de 1947, empezó a producirse "El Milagro de Lake Succes".
Primero vio la luz una declaración, expresada en términos cautísimos, de los Estados Unidos apoyando el principio de la partición.
Luego vino una decisión que estremeció el mundo. Después de más de dos décadas de tener al sionismo fuera de la ley, la Unión Soviética realizó uno de sus asombrosos cambios de frente y se declaró en pro de la partición. La noticia se dio a la publicidad después de un conciliábulo secreto del bloque eslavo.
Detrás de su máscara de humanitarismo, los rusos habían realizado una astuta maniobra política. En primer lugar, desconfiaban abiertamente de los árabes. Comprendían, además, que toda la cólera árabe no era sino un recurso verbal, y que la Unión Soviética podía votar hoy por la partición y mañana sobornar a todos los árabes que hiciera falta. Entretanto, la estrategia soviética se dirigía a marcar a Inglaterra con el estigma de nación tiránica al mismo tiempo que daba un paso que quizá le abriese a la Unión Soviética la posibilidad de poner pie en el Oriente Medio.
Los árabes se lanzaron a una última trinchera, pretendiendo impedir que la resolución llegase a la Asamblea General. Pronto se vio claro que tendría lugar una votación que sería como una piedra de toque. Para llevar el asunto a la Asamblea General, sólo se precisaba el voto de la mayoría, pero aquel voto indicaría la fuerza de cada uno de los bandos. La votación tuvo lugar y la resolución pasó a la Asamblea General, pero el techo amenazaba desplomarse sobre la Agencia Judía. El recuento arrojó 25 votos a favor, 13 en contra, 17 abstenciones y 2 ausencias. Si en la votación última del proyecto se conservaba la misma proporción, los judíos no lograrían los dos tercios que necesitaban. Francia, Bélgica, Luxemburgo, Holanda y Nueva Zelanda se habían abstenido. Paraguay y las Filipinas estuvieron ausentes.
El miércoles, 27 de noviembre de 1947 y a medida que avanzaba el día, los judíos emplearon cada vez más la táctica desesperada de consumir tiempo hablando a fin de que no lo hubiera para votar. El día siguiente era el Día de Acción de Gracias americano, y sería festivo. Con ello dispondrían de 24 horas más para ir a la caza de los votos requeridos y convencer para su causa a los países indecisos. El derroche oratorio continuó, pues, hasta que se aplazó la sesión.
Finalmente, pareció que la suerte del sionismo se hallaba en manos de unas cuantas pequeñas y remotas naciones; en particular, Liberia, Haití, Filipinas y Etiopía.
A Liberia se le presionó para que diera su voto a favor de la partición, por mediación del presidente de la Compañía Americano-Liberiana de Desarrollo, simpatizante de los judíos; este a su vez habló con el presidente de la Compañía de Neumáticos Firestone que hizo presión a su vez ante el gobierno liberiano.
Un investigador sionista descubrió que Haití modificó su voto en contra de la partición, en un esfuerzo por presionar sobre Estados Unidos la aprobación de un empréstito de cinco millones de dólares que estaba siendo negociado. Los pro-sionistas pusieron manos a la obra para persuadir al gobierno haitiano de que la mejor manera de influir sobre los Estados Unidos era votar a favor del reparto.
Los judíos vieron su oportunidad de cambiar la actitud de Filipinas al hacer que los magistrados del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, visitaran al embajador de Filipinas en Washington, y defendieran la causa judía. El embajador telefoneó luego al presidente de Filipinas diciéndole que las Filipinas podían comprometer la aprobación de siete proyectos pendientes en el Congreso americano, en los cuales tenía gran interés su país. Las Filipinas cambiaron de postura.
El viernes, 29 de noviembre de 1947, día de la votación, el mazo golpeó la mesa y se abrió la sesión en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El presidente de la Asamblea manifestó: "Las naciones representadas votarán nominalmente sobre la propuesta de partición de Palestina. Para que ésta prospere, se necesita una mayoría de dos tercios del total de votos. Los delegados contestarán de una de estas tres formas: a favor, en contra, o se abstiene".
Un solemne silencio descendió sobre la sala:
-Afganistán.
"Afganistán, vota en contra".
-Argentina.
"El gobierno de Argentina desea abstenerse".
-Australia.
"Australia vota en favor de la partición".
-Bélgica.
"Bélgica vota por la partición".
-Brasil.
"Brasil se pronuncia por la partición".
-Bielorrusia.
"La Rusia Blanca vota en favor de la partición".
Los judíos exhalaron un suspiro de alivio. El bloque eslavo seguiría en masa. La perspectiva era brillante.
-Canadá.
"Canadá vota en favor de la partición".
-Chile.
"Chile ha recibido orden de abstenerse".
-China.
"China se abstiene".
-Costa Rica.
"Costa Rica vota en favor de la partición".
-Cuba.
"Cuba vota contra la partición".
-Checoslovaquia.
"Checoslovaquia vota en favor de la partición".
"Dinamarca se pronuncia por la partición".
"La República Dominicana se pronuncia por la partición".
-Egipto.
"¡Egipto vota en contra y no se considerará obligado por este atropello!".
-Ecuador.
"Ecuador vota en favor".
"Etiopía... se abstiene".
¡Fue una bomba!. Las caras de todos los delegados árabes se volvieron para mirar al etíope con expresión de pasmo. El delegado sirio movió el puño con aire amenazador.
-Francia.
El primero de los cuatro grandes, la renuente Francia, había de pronunciarse. Una abstención podía resultar desastrosa para la Agencia Judía, viniendo de aquella parte.
"La República Francesa vota en favor de la partición".
Se levantó un murmullo expectante. ¡Era la primera señal de que la gente se había dado cuenta de que el milagro podía convertirse en una realidad!.
-Guatemala.
"A favor".
-Grecia.
"Grecia vota contra la partición".
-Haití.
"El gobierno de Haití acaba de enviar instrucciones para que esta delegación vote en favor de la partición".
-Honduras.
"Honduras desea abstenerse".
-Islandia.
"Islandia vota por la partición".
-India.
"La India vota contra la partición".
-Irán.
"Irán vota en contra".
-Irak.
"¡Irak vota en contra y jamás reconoceremos a los judíos!.. El día de hoy dará origen a nuevos derramamientos de sangre. ¡Votamos en contra!".
-Líbano.
"El Líbano vota contra la partición".
-Liberia.
"Liberia vota por la partición".
-Luxemburgo.
"Luxemburgo vota a favor de la partición".
-México.
"México se abstiene".
-Holanda.
"Holanda vota a favor".
-Nueva Zelanda.
"Nueva Zelanda vota a favor".
"Nicaragua... a favor".
"Noruega... a favor".
-Paraguay.
"Paraguay acaba de recibir instrucciones ordenando que no se abstenga, sino que vote a favor de la partición".
-Perú.
"Perú se pronuncia por la partición".
-Filipinas.
"¡Filipinas vota por la partición!".
-Polonia.
"Polonia vota en favor de la partición".
-Arabia Saudita.
El árabe vestido de blanco que la representaba se puso a gritar contra la partición con una voz saturada de odio.
-Suecia.
"Suecia está por la partición".
"¡Siria, contra!".
"Turquía vota contra la partición".
Los judíos empezaban a ganar ventaja. A los árabes les quedaba todavía un aliento de vida. Ahora tenían doce votos y todavía podían dar otro como seguro, un simple cambio de última hora que se produjese, podía desbaratarlo todo.
-Ucrania.
"A favor".
-Unión Sudafricana.
"A favor".
-Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
"La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas vota a favor de la partición".
-Reino Unido de Gran Bretaña.
La sala quedó en silencio. El delegado británico se levantó y dirigió una mirada por toda la estancia. Estaba lívido. En aquel momento de prueba se encontraba sólo. Las naciones de la Commonwealth le habían abandonado.
"El gobierno de Su Majestad desea abstenerse".
-Estados Unidos de América.
"Los Estados Unidos de América votan por la partición".
El Yemen dio a los árabes su voto decimotercero. Yugoslavia se abstuvo en deferencia a su numerosa minoría musulmana. Los delegados de Uruguay y Venezuela, dieron los votos vigésimo segundo y vigésimo tercero, respectivamente favorables al plan de partición.
Había terminado la consulta. Apenas depositado el último voto, los periodistas se lanzaron hacia los teléfonos para esparcir la noticia por todo el mundo.

En último análisis, los judíos habían conseguido una victoria aplastante. Los árabes habían obtenido trece votos, pero once de ellos pertenecían a naciones de su raza, o, al menos, de su religión. El decimotercero, Cuba, representaba la única nación de toda la faz de la Tierra a la que los árabes habían podido convencer por la sola fuerza de los argumentos.
El resultado final fue: 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones.

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