5. Las miguitas de Pulgarcito
por Luis del Pino
Uno de los enigmas más extraños del 11-M era, hasta ahora, el relativo a la misteriosa aparición de una mochila-bomba en Vallecas en la madrugada del 12 de marzo. ¿Cómo llegó hasta aquella comisaría de Vallecas esa providencial mochila, que conduciría con sorprendente rapidez a la detención de los pelanas de Lavapiés en plena jornada de reflexión? Hasta el momento, nadie se había dignado a explicar a los españoles las circunstancias completas de la aparición de aquella mochila, pero la desclasificación del sumario por parte del juez Del Olmo nos permite por fin ir entreviendo la respuesta a éste y otros enigmas. Hablaremos en el artículo de cuál es el supuesto trayecto que pudo haber seguido esa mochila, pero lo malo es que el aclarar ese enigma tan sólo nos sirve para que se nos planteen otros muchos enigmas nuevos y, quizá, más inquietantes.
Sigue el camino de baldosas amarillas
Fue nuestro admirado Fernando Múgica el que destapó la caja de Pandora de las dudas en su primer artículo sobre los agujeros negros del 11-M. En aquel texto, Múgica ponía blanco sobre negro unas preguntas que muchos millones de españoles llevaban planteándose en silencio desde el mismo día de los atentados. Las "miguitas de Pulgarcito", como Múgica las bautizó, eran demasiado grandes y llamativas como para ignorarlas.
Entre el 11 y el 14 de marzo, muchos ciudadanos tuvieron la sensación de estar asistiendo a una farsa, a la escenificación coreográfica de un guión previamente ensayado, que conducía inevitablemente en una sola dirección: el día 11, la furgoneta de Alcalá con su famosa cinta coránica; el día 12, la milagrosa mochila de Vallecas; el día 13, las detenciones y la cinta de reivindicación. La cronometrada secuencia de aparición de las "pruebas", su carácter marcadamente teatral y la falta de explicaciones claras sobre las extrañas circunstancias en que esas pruebas habían aparecido hicieron sospechar a muchos españoles que alguien nos estaba "vendiendo la moto", que toda aquella acumulación de sorprendentes pruebas no era más que el camino de baldosas amarillas que la opinión pública tenía que seguir para terminar encontrando a un Ben Laden tan falso como el Mago de Oz.
La furgoneta de Alcalá
Son numerosos los datos del sumario que apuntan a que la furgoneta no fue abandonada por los terroristas que colocaron las mochilas, como hasta ahora nos habían hecho creer.
En primer lugar, los testigos oculares. El portero de Alcalá, en su primera declaración ante la Policía, dijo que las personas que vio tapadas con bufandas y gorros aquella mañana le habían parecido europeos del este; por su parte, una empleada de las taquillas de la estación de Alcalá estuvo hablando con uno de los presuntos terroristas, que estaba tapado con pasamontañas y bufanda y que hablaba "en español con acento de español". En lo que coinciden las dos declaraciones es en que el comportamiento de esos presuntos terroristas llamaba la atención. Es como si buscaran que las miradas se dirigieran hacia aquella furgoneta. Resulta difícil de explicar que a nadie se le ocurriera citar, para que compareciera ante la Comisión 11-M, a esa taquillera de Alcalá que es la única persona que habló el día de los atentados con uno de los supuestos terroristas.
También resulta curiosa la ausencia de huellas. Las únicas dos huellas dactilares de un presunto terrorista que aparecieron no estaban en la propia furgoneta, sino en la bolsa con detonadores que había debajo del asiento. Sin embargo, esos terroristas que evitan tan cuidadosamente dejar huellas en el volante, en la puerta, en el salpicadero e incluso en la famosa cinta coránica (lo que indica que probablemente utilizaron guantes), se dejan abandonadas en la parte de atrás numerosas prendas de ropa con su ADN. ¿Alguien tiene alguna explicación racional?
Otro de los problemas que más quebraderos de cabeza le ha dado al juez Del Olmo es la cuestión de las llaves. La furgoneta apareció perfectamente cerrada, sin ningún signo de violencia, lo que quiere decir que se usaron llaves para abrirla y cerrarla. ¿De dónde sacaron las llaves los terroristas? Según declaró el propietario de la furgoneta, un ebanista jubilado, le había desaparecido un manojo de llaves ocho meses antes de los atentados. Pero resulta bastante extraño que unos terroristas que adquieren los explosivos y los teléfonos a escasos días del 11-M tengan la previsión de robar un manojo de llaves con ocho meses de antelación. A esto se suma otro dato inexplicable: hicieron falta al menos doce terroristas para colocar las doce mochilas, así que tendrían que haber aparecido al menos dos vehículos más abandonados. ¿Dónde están esos vehículos? Tres meses después de los atentados, apareció un Skoda Fabia en Alcalá, de nuevo sin huellas dactilares y lleno de prendas de ropa de los terroristas. Pero el problema es que ese Skoda no estaba allí el 11 de marzo, según publicó El Mundo. Entonces, ¿quién lo depositó en Alcalá con posterioridad a los atentados, y con qué objeto?
La matrícula no doblada es otro de los misterios. Los mercenarios implicados en la trama del 11-M se dedicaban, entre otras cosas, a la compraventa de vehículos robados, y a todos les doblaban sistemáticamente las matrículas. Resulta incomprensible que no doblaran la matrícula del único vehículo que no podían permitirse que les interceptaran: aquél en que tenían que trasladar los explosivos desde Morata hasta Alcalá.
Tampoco se comprende la existencia de la bolsa con detonadores. Se ha podido demostrar (gracias al análisis del cuentakilómetros) que la furgoneta de Alcalá no fue utilizada para traer los explosivos desde Burgos, como en un primer momento se nos había dicho. Los explosivos llegaron a Morata en otros vehículos y en Morata se montaron (supuestamente) las mochilas-bomba. Después, las mochilas se cargaron en la furgoneta y se llevaron hasta Alcalá. Entonces, ¿por qué aparece en la furgoneta una bolsa con detonadores y un poco de explosivo? No tenían ninguna necesidad de meterla allí, puesto que las bombas ya estaban montadas. Lo cual nos indica que esa bolsa fue colocada allí con el único propósito de que fuera encontrada. De todos modos, ¿cómo es posible que el perro que entró en la furgoneta no detectara esa pequeña cantidad de explosivos que había junto a los detonadores? Como dato curioso, a Alcalá acudieron dos policías con sus perros. Uno de ellos entró en la furgoneta, mientras que el otro permaneció alejado de la misma. ¿Adivinan Vds. a cuál de los dos policías se llamó a declarar a la Comisión 11-M? ¡Exacto! ¡Se llamó a declarar al policía que NO había entrado en la furgoneta!
Todos estos extremos no hacen sino confirmar algo que, en el fondo, es de sentido común. El carácter teatral de la furgoneta es excesivo como para que lo pueda admitir nadie con un mínimo de sensibilidad crítica: unos personajes "disfrazados de malos" para atraer la atención sobre la furgoneta, un poquito de explosivo para que se sepa que está relacionada con el atentado y una cinta coránica para que todos nos imaginemos de inmediato al mismísimo Ben Laden ordenando a sus huestes subir a la furgoneta. Es casi demasiado obvio.
La mochila de Vallecas
Tampoco la mochila de Vallecas resiste el más mínimo análisis. Resulta enormemente dudoso que esa mochila fuera confeccionada o depositada por los terroristas. En primer lugar, la composición de la mochila no coincide con la de la única otra mochila de los trenes de cuyo contenido hemos tenido noticia: la que encontró el policía municipal Jacobo Barrero en la estación de El Pozo y que los Tedax hicieron detonar a las 9:30 del día 11 de marzo. Jacobo Barrero vio en aquella mochila un teléfono móvil con unos cables conectados a una tartera donde se encontraba el explosivo. Sin embargo, la mochila de Vallecas tenía el explosivo alojado en una bolsa de plástico, no en una tartera. Asimismo, la cantidad de explosivo en uno y otro caso era diferente.
La ausencia de rastros de ADN también resulta curiosa. En el explosivo del artefacto encontrado en las vías del AVE unas semanas después del 11-M se pudo localizar el ADN de uno de los terroristas, lo que indica que el explosivo fue amasado con las manos desnudas. Sin embargo, la persona que amasó el explosivo de la mochila de Vallecas debió de utilizar guantes (como la persona que conducía la furgoneta de Alcalá), porque no aparecen rastros de ADN en la Goma-2.
En tercer lugar, la hora a la que estaba programado el teléfono de la mochila de Vallecas no era tampoco correcta. En todas las estaciones, los distintos artefactos explosivos estaban programados para activarse a la misma hora, y todos lo hicieron con diferencias máximas de unas pocas decenas de segundos. En la estación de El Pozo (de donde provenía supuestamente la mochila de Vallecas), las dos bombas que estallaron lo hicieron a las 7:38. Sin embargo, la mochila de Vallecas estaba programada para dos minutos después, a las 7:40. No hay una explicación lógica para esta diferencia, a menos que la mochila de Vallecas no fuera preparada por las mismas manos que las que estallaron en los trenes.
Pero quizá lo que más nos convence del carácter espurio de la mochila es que estaba preparada para no explotar. Durante cuatro meses, el jefe de los Tedax estuvo mareando al juez Del Olmo, proporcionándole explicaciones a cual más absurda sobre los motivos por los que la mochila no había explosionado. Pero lo cierto es que no explotó simplemente porque había dos cables desconectados: ni siquiera se usó un poquito de cinta aislante para poder dar el pego. Y el jefe de los Tedax sabía desde la misma madrugada del 12 de marzo que éste era el motivo por el que la mochila no había explotado.
Finalmente, no se entiende cómo es posible que esa mochila no fuera detectada por nadie durante todo el día 11. En la estación de El Pozo, los Tedax revisaron uno por uno los bultos, y cabe suponer que lo hicieron con especial cuidado, porque precisamente en esa estación acababan de desactivar otra mochila-bomba (la que encontró Jacobo Barrero). ¿Cómo es posible que una mochila que pesaba unos quince kilos no llamara la atención de nadie ni fuera revisada en la estación, ni tampoco posteriormente? En realidad, teniendo en cuenta que el juez Del Olmo había dado orden de trasladar a IFEMA todos los efectos recogidos en las estaciones, ¿cómo es posible que la mochila llegara desde la estación de El Pozo hasta la comisaría de Puente de Vallecas?
El viaje a ninguna parte
El extraño viaje de la mochila se inicia en la estación de El Pozo a las 15:15 de aquel 11 de marzo, cuando agentes de la Policía comienzan a cargar en una furgoneta las bolsas con los efectos recogidos en la estación. Inicialmente, y a pesar de que las instrucciones de Del Olmo eran llevar todos los objetos al pabellón 6 de IFEMA (los recintos feriales de Madrid), los agentes reciben la orden de dirigirse con esas bolsas a la comisaría de Villa de Vallecas (que es distinta de la de Puente de Vallecas donde luego apareció la mochila).
Los agentes llegaron a la comisaría en torno a las 15:30 y comenzaron a descargar las bolsas, pero llevaban descargadas tres o cuatro cuando les dicen que hay que llevar todo a IFEMA, tal como se estaba haciendo con los objetos recogidos en las otras estaciones. Primera contraorden, que está en línea con lo que Del Olmo había dictado.
Los agentes se dirigen, por tanto, a IFEMA, donde descargan las bolsas y las marcan como provenientes de la estación de El Pozo. Después, vuelven a la estación para cargar la siguiente tanda. Se encontraban trasladando a los recintos feriales esa segunda carga de objetos cuando se reciben instrucciones para llevarlo todo a la comisaría de Puente de Vallecas. Segunda contraorden, pero esta vez contraviniendo claramente las instrucciones del juez. ¿Por qué se da la orden de llevar esos objetos a otro sitio?
Al recibir las nuevas órdenes, los agentes dan la vuelta y llevan ese segundo cargamento a la comisaría, realizando después varios viajes entre la comisaría y la estación, para terminar de trasladar todos los objetos. Pero la primera tanda de bolsas se había quedado depositada en IFEMA, así que en torno a las 20:00 se recibe la orden de trasladarse en dos furgonetas combi a los recintos feriales para recoger lo que allí habían depositado. Ante la negativa del encargado a entregarles los objetos (porque las órdenes de Del Olmo eran llevar todo a IFEMA), los agentes tuvieron que solicitar a su comisario que interviniera en la cuestión. Finalmente, aquella primera tanda de bolsas llegaría a la comisaría de Puente de Vallecas en torno a las 21:45, después de haber pasado todo el día en IFEMA.
¿Y cuál era el motivo alegado para trasladar todo a la comisaría? Pues realizar una catalogación de los objetos... ¡antes de trasladarlos a IFEMA! Realmente peculiar. Es mientras están haciendo esa catalogación, en torno a la 1:30 o 2:00 de la madrugada, cuando dos agentes de la comisaría descubren la bomba al abrir la famosa mochila viajera. Hasta aquí, el relato de los hechos tal como aparece en el sumario.
¿Quién dio las órdenes y contraórdenes para el traslado de los efectos de la estación de El Pozo? ¿A qué obedecía ese sorprendente interés en catalogar los objetos en la comisaría de Puente de Vallecas?
Como el lector habrá observado, la famosa mochila no aparece por ninguna parte en el relato de los hechos, porque lo único que llegan a ver los policías encargados del traslado son las bolsas donde están metidos todos los objetos. Hemos de suponer que la mochila estuviera metida en una de aquellas bolsas que se pasearon por Madrid a lo largo del día 11, pero la secuencia de acontecimientos no contribuye a tranquilizarnos, ni nos convence de que aquella mochila hubiera estado alguna vez en los trenes.
Conclusiones
Decíamos en el artículo anterior que la diferencia de composición química entre los explosivos hallados en la furgoneta de Alcalá y los de la mochila de Vallecas sugerían que una de las dos pistas era un señuelo. En realidad, a la vista de los indicios enumerados en este artículo, hay bastantes probabilidades de que lo fueran las dos: ni está claro que la furgoneta de Alcalá fuera utilizada por los terroristas, ni tampoco parece que la mochila de Vallecas fuera depositada por ellos en los trenes.
Quizá si la actuación de determinados poderes públicos no hubiera sido tan opaca, podríamos sentirnos tentados de achacar todos los puntos oscuros a meras casualidades sin importancia, pero han sido tantas las ocultaciones y las manipulaciones que uno no puede evitar sentir una cierta intranquilidad.
Nadie miente a un juez, ni engaña a una comisión parlamentaria, ni oculta datos a la opinión pública por simple deporte. Si todo lo relativo a esas pistas apoyara claramente la versión oficial, ¿qué motivo había para ocultar al juez durante cuatro meses que la mochila tenía dos cables sueltos? ¿Qué motivo había para manipular los análisis químicos que revelaban diferencias entre el explosivo de Vallecas y el de Alcalá? ¿Qué motivo había para llevar a declarar a la Comisión 11-M al policía que NO había entrado con su perro a inspeccionar la furgoneta, en lugar de llamar al que SÍ había entrado? ¿Qué motivo había para no citar ante la Comisión 11-M a la taquillera que habló "en español con acento de español" con el supuesto terrorista de la furgoneta? ¿Qué motivo había para hacer peregrinar la mochila de Vallecas por medio Madrid? ¿Qué motivo había para no explicar con pelos y señales a la opinión pública todo lo relativo a esas increíbles pistas sobre las que luego se ha pretendido fundamentar todo el caso?
Tanto la furgoneta como la mochila jugaron un importante papel en la secuencia de acontecimientos que grabó a fuego en la opinión pública la tesis de la autoría islámica y de la inocencia de ETA. Aquellas dos pistas condujeron también a las cabezas de turco que serían detenidas en plena jornada de reflexión y, a más largo plazo, llevaron a la Policía hasta la trama mercenaria del 11-M.
En la película de El Mago de Oz, Dorothy y sus amigos alcanzan el final del camino de baldosas amarillas tan sólo para descubrir que el Mago no es otra cosa que un títere grande y complejo, cuyos hilos mueve un hombrecillo tan poco dotado de poderes mágicos como cualquiera de los restantes mortales.
En el tema del 11-M, ¿quién movía los hilos de esos mercenarios que encontramos al final del camino de baldosas amarillas? ¿Quién dispuso ese camino para que lo siguiera una opinión pública crédula y anonadada? Desde luego, no fueron los propios mercenarios quienes decidieron dejar allí las pistas que condujeran finalmente a su identificación. Si por algo se caracterizan los mercenarios es por la desagradable costumbre de querer disfrutar, vivos y en libertad, del dinero cobrado por sus crímenes.
6. Las primeras detenciones
por Luis del Pino
La cortina de humo tendida por los organizadores del 11-M había funcionado y la Policía y el juez picaron el anzuelo como estaba previsto. A partir del teléfono móvil encontrado en la mochila de Vallecas, se puso en marcha el mismo día 11 de marzo la investigación policial para tratar de aclarar el atentado. Resumiendo lo que la versión oficial nos cuenta, la Policía siguió por un lado la ruta de comercialización del propio teléfono móvil y por otro la ruta de comercialización de la tarjeta SIM de ese móvil (la tarjeta con el número telefónico). Con ello, averiguó que el teléfono había sido vendido en un bazar regentado por dos indios y que la tarjeta SIM había sido vendida en un locutorio de Lavapiés regentado por tres marroquíes. Esas cinco personas fueron detenidas en plena jornada de reflexión, lo que causó un enorme impacto sobre una opinión pública cada vez más desconcertada después de los atentados. Cuatro de esos detenidos fueron puestos en libertad por el juez pocas semanas después de las elecciones, y las dudas sobre la posible culpabilidad del quinto son cada vez más clamorosas, pero el impacto sobre la opinión pública era ya imposible de revertir.
Son muchos los puntos oscuros que rodean a esa investigación policial que condujo a las detenciones del 13 de marzo, pero no es momento ni lugar de ponerse a analizarlos. Tiempo habrá de ello. En este artículo, vamos a dar por buena esa versión policial y, partiendo de ahí, vamos a ver que, en realidad, las cosas simplemente no cuadran. También hablaremos de algunos otros datos relevantes que se le ocultaron a la opinión pública y analizaremos, a la luz de este año y medio de investigaciones, las detenciones del 13 de marzo.
La investigación policial
Como vamos a ver, la versión oficial no cuadra por ninguna parte. Pido perdón al lector por lo prolijo de las explicaciones que siguen, pero son necesarias para comprender cómo se realizó la investigación policial y los resultados a que condujo.
Lo primero que hay que entender es que en la mochila de Vallecas había un teléfono marca TRIUM y que dentro de ese teléfono había una tarjeta SIM de Amena (con un cierto número telefónico). El teléfono y la tarjeta SIM son dos cosas distintas, pudiéndose por ejemplo usar un mismo teléfono con distintas tarjetas SIM de diferentes compañías. Si se cambia la tarjeta SIM a un teléfono, cambiará el número telefónico.
Lo primero que hizo la Policía fue analizar a través de quién se habían vendido ese teléfono TRIUM y esa tarjeta de Amena. El teléfono y la tarjeta habían seguido rutas de comercialización totalmente distintas.
La ruta de las tarjetas
La versión policial, reflejada por el juez Del Olmo en sus autos, afirma que las tarjetas telefónicas de los móviles empleados en las mochilas-bomba provienen de un lote de 30 tarjetas Amena que la empresa Uritel vendió a una tienda denominada Sindhu Enterprise, la cual las vendió a su vez al locutorio de Lavapiés perteneciente a Jamal Zougham. De esas 30 tarjetas, 15 llegaron a activarse (es decir, hicieron una primera llamada y ya podían funcionar normalmente a partir de ahí), mientras que otras 15 no llegaron nunca a realizar una llamada.
De las quince tarjetas que sí llegaron a hacer una primera llamada:
- 1 se la quedó Jamal Zougham (el dueño del locutorio de Lavapiés) para su propio teléfono móvil, que llevaba encima cuando la Policía le detuvo el 13 de marzo
- 1 estaba sin vender y fue encontrada en el locutorio de Jamal Zougham
- 1 fue utilizada para hacer llamadas entre el 8 y el 10 de marzo por personas vinculadas a la trama del 11-M.
- Las restantes 12 debieron de ser vendidas a otras personas, aunque los informes policiales no especifican a quién fueron vendidas ni cuándo se realizaron llamadas desde ellas. Dada la carencia de datos, hemos de suponer que la Policía comprobó cuáles llamadas se hicieron desde esas tarjetas y que esas llamadas no tienen nada que ver con los atentados.
De las otras 15 tarjetas, que no llegaron nunca a activarse:
- 3 estaban todavía sin vender y fueron encontradas en el locutorio de Jamal Zougham.
- 1 es la encontrada en la mochila de Vallecas. Esta tarjeta se encendió por primera y única vez el día 10 de marzo (sin llegar a realizar ninguna llamada) en la zona de cobertura de un repetidor situado en Morata de Tajuña.
- 6 tarjetas más se encendieron también por primera y única vez el 10 de marzo (sin llegar a realizar ninguna llamada) en la zona de cobertura del mismo repetidor. La Policía concluye que estas 6 tarjetas y la de la mochila de Vallecas (es decir, un total de 7 tarjetas) fueron utilizadas en las mochilas bomba.
- De las 5 restantes no se sabe nada. Los informes policiales concluyen que "es posible" que esas 5 tarjetas fueran encendidas también en Morata, pero que la compañía telefónica hubiera ya borrado los datos.
Lo primero que llama la atención es que Jamal Zougham se quedara una de las tarjetas del lote de 30 para su propio teléfono y luego esperara tranquilamente a que la Policía fuera a detenerle el 13 de marzo y le encontrara el teléfono encima. Si hubiera vendido las tarjetas sabiendo que eran para un atentado, ¿habría hecho algo tan estúpido?
Pero también llama la atención otra cosa: los números en las explicaciones policiales no cuadran. El día 11 de marzo había 12 mochilas en los trenes más la mochila de Vallecas, lo que da un total de 13 mochilas. Sólo se ha podido documentar que en Morata se encendieron 7 tarjetas telefónicas. ¿Qué pasa con las otras seis mochilas? Incluso si sumamos las 5 tarjetas de las que no se sabe nada y que la Policía "supone" que también se encendieron en Morata, seguimos teniendo 12 tarjetas, no 13. ¿Dónde está la tarjeta que falta?
La ruta del teléfono
Pero es que si tiramos del otro hilo, el del teléfono hallado en la mochila de Vallecas, resulta que las cosas no cuadran tampoco. Ese teléfono de la mochila pertenecía a un lote de 80 teléfonos TRIUM T-110 que una empresa llamada Telefonía San Diego vendió en octubre de 2003 a Bazar Top (la tienda de los dos indios detenidos el 13 de marzo). Bazar Top llevó 12 de esos teléfonos a liberar a Test Ayman, una tienda propiedad del policía Maussili Kalaji, y entre esos 12 teléfonos liberados estaba el de la mochila de Vallecas. Bien, veamos a quién se vendieron.
Según la declaración del dependiente de Bazar Top, el día 3 de marzo vendió 3 teléfonos SIN LIBERAR a dos personas que hablaron con él en correcto español, pero que entre sí hablaban en un idioma extraño. Él les preguntó en qué hablaban y ellos le contestaron que en búlgaro. ¿Hablaban realmente en ese idioma? No lo sabemos. Desde luego, no hablaban en árabe, porque de la misma forma que nosotros podemos reconocer que alguien está hablando en francés, en inglés o en italiano aunque no entendamos esos idiomas, para un indio resulta natural reconocer si alguien está hablando en árabe. ¿En qué hablaban entonces? En la Comisión de investigación del 11-M, Jaime Ignacio del Burgo dijo algo de simple sentido común: con los datos que tenemos, esas personas podían estar hablando entre sí en búlgaro, en finlandés o en cualquier otro idioma, como por ejemplo el vasco. Por supuesto, estas palabras de Del Burgo suscitaron las inmediatas risotadas del representante del PNV.
Ante la carencia de datos, vamos a suponer que eran búlgaros. El día 4 de marzo, el dependiente indios vendió a esos mismos "búlgaros" 6 teléfonos LIBERADOS y el día 8 de marzo les volvió a vender otro teléfono liberado más. Así pues, el total de teléfonos que el indio vendió a esos "búlgaros" es de 10 (7 liberados y 3 sin liberar). Está demostrado en el sumario que los 7 teléfonos liberados fueron utilizados con las 7 tarjetas SIM que se encendieron bajo el repetidor de Morata de Tajuña.
Números que no cuadran
A partir de aquí empiezan las preguntas: si los teléfonos móviles fueron vendidos a unos "búlgaros", ¿cómo llegan a manos de los mercenarios marroquíes? ¿Qué pintan esos "búlgaros" en toda esta historia? ¿Para qué querían esos "búlgaros" los otros tres teléfonos sin liberar? ¿Se ha podido seguir el rastro de esos tres teléfonos? Independientemente de esto, ¿puede alguien explicarnos cómo cuadran los números? Porque lo que vemos es que:
- tenemos 13 mochilas, pero en la tienda del policía Maussili Kalaji se liberan 12 teléfonos
- tenemos 13 mochilas, pero Bazar Top sólo vende 10 teléfonos a los búlgaros (3 de ellos sin liberar)
- tenemos 13 mochilas, pero en Morata de Tajuña (como hemos visto antes) sólo se activan 7 tarjetas (o como máximo 12, si aceptamos las "suposiciones" policiales).
Resumiendo, el panorama que nos encontramos es que, después de diecisiete meses de investigaciones, lo único que cuadra son los siete teléfonos liberados comprados por unos "búlgaros" con las siete tarjetas que se activaron en Morata. Dicho en otras palabras: aún asumiendo como ciertas las explicaciones de la Policía, la versión oficial no es capaz de explicar qué teléfonos o tarjetas se usaron en 6 de las 13 mochilas-bomba del 11-M.
A la luz de estos datos, ¿le parece al lector que Rodríguez Zapatero se ajustaba a la verdad cuando afirmó ante la Comisión 11-M que todo estaba claro? No sólo no sabemos qué explosivos se usaron en los trenes, sino que tampoco está claro qué teléfonos se emplearon.
¿Fueron uno o dos comandos?
En realidad, la situación es todavía más confusa. Algún lector puede estarse preguntando: ¿tenemos constancia de que esas 7 tarjetas y teléfonos se usaran en los trenes de la muerte? Si se analiza el sumario, son cuatro los hechos que relacionan con los atentados a ese lote de 7 tarjetas y teléfonos:
- Una de esas tarjetas y uno de esos teléfonos estaban en la mochila de Vallecas.
- Las siete tarjetas se encendieron bajo el repetidor de Morata el día 10 de marzo.
- En el registro de la finca de Morata se encontró la caja vacía de una de las siete tarjetas y en esa caja apareció una huella dactilar del jefe de la trama mercenaria: Jamal Ahmidan, El Chino.
- Las siete tarjetas pertenecen a un lote de 30 al cual pertenecía también otra tarjeta que fue utilizada por los mercenarios del 11-M para efectuar llamadas telefónicas entre el 8 y el 10 de marzo.
El único de estos cuatro indicios que podría constituir una "prueba" directa de que esas tarjetas y teléfonos se usaron en las mochilas-bomba de los trenes es... la mochila de Vallecas, pero ya vimos en el capítulo anterior que existen serias dudas sobre esa peculiar mochila. Por tanto, es verdad que no sabemos a ciencia cierta si se emplearon en los atentados esas tarjetas y teléfonos. Pero, de todos modos, parece razonable suponer que fue así, dados los otros tres indicios que conectan a esas tarjetas con la trama mercenaria del 11-M.
Pero entonces, ¿qué tarjetas y teléfonos se usaron en las otras seis mochilas que faltan hasta completar las 13? ¿Es posible que en el 11-M hubieran participado dos "comandos" distintos, cada uno de los cuales se hubiera encargado de preparar una parte de las mochilas?
Con respecto a estas preguntas, hay un detalle del sumario que llama poderosamente la atención y al que nadie parece haber dado importancia. En uno de sus primeros informes, fechado el 12 de marzo, en plena confusión posterior a los atentados, el jefe de los Tedax hace una afirmación que tiene una enorme relevancia. Como ya sabe el lector, en los trenes estallaron 10 bombas, mientras que los Tedax hicieron detonar otras 2 en las propias estaciones: una en El Pozo y otra en Atocha. Pues bien, en ese informe de Sánchez Manzano se afirma directamente que la bomba que los Tedax hicieron detonar en Atocha no contenía un teléfono móvil.
¿Se trata de una confusión de Sánchez Manzano? Porque si no es una confusión, el escenario que tendríamos es: 6 bombas en los trenes que utilizaban teléfonos móviles y otras 6 que posiblemente usaban otra cosa (¿un temporizador, quizá?). Esto abonaría la tesis de los dos comandos, pero además nos lleva a una pregunta que ha estado desde el principio rondando la cabeza de quienes han investigado el 11-M: ¿por qué se emplearon teléfonos móviles para activar los detonadores de al menos una parte de las bombas, cuando se podían haber utilizado temporizadores, que son mucho más seguros y no dejan rastro? ¿Quién tenía interés en que acabáramos localizando a través de los móviles al comando de Morata, cuyos miembros se terminan suicidando en Leganés?
Las detenciones de los hindúes
Éste es el confuso panorama en el que nos movemos después de 17 meses de investigaciones. Obviamente, el día 13 de marzo de 2004 las informaciones de las que se disponía eran mucho más fragmentarias y confusas, a pesar de lo cual se procede a efectuar cinco detenciones. Y analizando esas detenciones a fecha de hoy, resultan absolutamente inconcebibles.
Veamos primero las detenciones relacionadas con los teléfonos. ¿A quién detuvo la Policía en plena jornada de reflexión? No se detuvo a los "búlgaros" que compraron los teléfonos móviles de los atentados (más que nada porque seguimos sin saber quiénes son). No se detuvo a quienes liberaron esos móviles utilizados en los atentados (recuerde el lector que se liberaron en la tienda de un policía). No se detuvo tampoco al dependiente que había vendido esos teléfonos a los "búlgaros". ¡A quien se detuvo es a los dueños indios del bazar donde un dependiente vendió los teléfonos a los "búlgaros"! ¿Por qué? ¿Alguien puede explicarnos qué delito habían cometido? ¿Alguien tiene alguna razón que justifique esta detención absolutamente arbitraria? Si los "bulgaros" hubieran comprado los teléfonos en El Corte Inglés, ¿tendría lógica que hubieran detenido a Isidoro Álvarez?
Pero lo que causa más vergüenza en este episodio es el hecho de que la Policía detenga a dos hindúes por su posible implicación en una trama de integristas islámicos. Y no sólo eso, sino que el juez ratifique esa detención y que la opinión pública la acepte sin pestañear. No hace falta leer todos los días los periódicos para estar al tanto de las terribles matanzas entre hindúes y musulmanes que la India ha vivido desde hace décadas. ¿Cómo puede alguien detener a dos indios de religión hindú como cómplices de un atentado islamista? Que la opinión pública y, muy en especial, los medios de comunicación aceptaran semejante desatino como algo natural y no pusieran inmediatamente el grito en el cielo dice muy poco del sentido crítico de la sociedad española.
Por supuesto, los indios fueron puestos en libertad en abril de 2004, pero cuando sus nombres ya habían sido revolcados por el fango y cuando su detención había sido convenientemente aireada y utilizada.
Las detenciones de los marroquíes
¿Y qué pasa con los otros tres detenidos del 13-M, los marroquíes del locutorio de Lavapiés? Pues que la Policía no detuvo a quienes habían adquirido las tarjetas telefónicas usadas en los atentados, porque el 13-M no se sabía quiénes habían comprado las tarjetas. Ni tampoco detuvo a los miembros del comando de Morata que puso las bombas, porque aún no estaban identificados por aquel entonces. A quien detuvo fue a quienes vendieron, supuestamente, esas tarjetas.
La pregunta, de nuevo, es la misma: ¿por qué se detiene a los que se limitan a vender unas tarjetas telefónicas, como parte de su negocio habitual? Sin embargo, en este caso, la detención efectuada por la Policía no es tan arbitraria como parece. Quien eligió a esos marroquíes como cabezas de turco había hecho sus deberes a la perfección: el nombre del dueño del locutorio, Jamal Zougham, aparecía "mencionado" en el sumario contra la célula española de Al Qaeda que colaboró en la organización de los atentados de Nueva York. Y he entrecomillado la palabra "mencionado" porque en realidad Jamal Zougham no ha sido nunca acusado de colaborar con esa célula de Al Qaeda, ni había sido nunca procesado por pertenecer a ninguna organización islamista. Su nombre simplemente aparecía en ese sumario y hace poco hemos visto en TV a Jamal Zougham declarando como simple testigo en el juicio contra esa célula de Al Qaeda.
Cuando la Policía descubre que la tarjeta de la mochila de Vallecas conduce al locutorio de Zougham y que su nombre aparecía mencionado en aquel sumario (aunque fuera como simple testigo), alguien debió de "deducir" que el tal Zougham y los otros dos marroquíes habían preparado las bombas, con lo cual se procedió a su detención. La cortina de humo tendida por los organizadores del 11-M había funcionado y la Policía y el juez picaron el anzuelo como estaba previsto.
Dos de esos tres marroquíes serían puestos en libertad por el juez pocas semanas después de los atentados, porque vender unas tarjetas telefónicas no constituye, obviamente, un delito. Lo cual quiere decir que la razón por la que se detuvo a Jamal Zougham el día 13-M (la venta de las tarjetas) no es considerada por el juez como indicio de que Jamal Zougham estuviera relacionado con el atentado.
Sin embargo, 17 meses después de la masacre, Jamal Zougham sigue estando en prisión. ¿Por qué? Pues porque, como vamos a ver en el siguiente capítulo, a partir de su detención se desató contra Zougham una auténtica "caza del hombre" en la que no han faltado ni las falsas acusaciones, ni los testigos manipulados, ni una ininterrumpida e inmisericorde campaña de descrédito.
por Luis del Pino
Uno de los enigmas más extraños del 11-M era, hasta ahora, el relativo a la misteriosa aparición de una mochila-bomba en Vallecas en la madrugada del 12 de marzo. ¿Cómo llegó hasta aquella comisaría de Vallecas esa providencial mochila, que conduciría con sorprendente rapidez a la detención de los pelanas de Lavapiés en plena jornada de reflexión? Hasta el momento, nadie se había dignado a explicar a los españoles las circunstancias completas de la aparición de aquella mochila, pero la desclasificación del sumario por parte del juez Del Olmo nos permite por fin ir entreviendo la respuesta a éste y otros enigmas. Hablaremos en el artículo de cuál es el supuesto trayecto que pudo haber seguido esa mochila, pero lo malo es que el aclarar ese enigma tan sólo nos sirve para que se nos planteen otros muchos enigmas nuevos y, quizá, más inquietantes.
Sigue el camino de baldosas amarillas
Fue nuestro admirado Fernando Múgica el que destapó la caja de Pandora de las dudas en su primer artículo sobre los agujeros negros del 11-M. En aquel texto, Múgica ponía blanco sobre negro unas preguntas que muchos millones de españoles llevaban planteándose en silencio desde el mismo día de los atentados. Las "miguitas de Pulgarcito", como Múgica las bautizó, eran demasiado grandes y llamativas como para ignorarlas.
Entre el 11 y el 14 de marzo, muchos ciudadanos tuvieron la sensación de estar asistiendo a una farsa, a la escenificación coreográfica de un guión previamente ensayado, que conducía inevitablemente en una sola dirección: el día 11, la furgoneta de Alcalá con su famosa cinta coránica; el día 12, la milagrosa mochila de Vallecas; el día 13, las detenciones y la cinta de reivindicación. La cronometrada secuencia de aparición de las "pruebas", su carácter marcadamente teatral y la falta de explicaciones claras sobre las extrañas circunstancias en que esas pruebas habían aparecido hicieron sospechar a muchos españoles que alguien nos estaba "vendiendo la moto", que toda aquella acumulación de sorprendentes pruebas no era más que el camino de baldosas amarillas que la opinión pública tenía que seguir para terminar encontrando a un Ben Laden tan falso como el Mago de Oz.
La furgoneta de Alcalá
Son numerosos los datos del sumario que apuntan a que la furgoneta no fue abandonada por los terroristas que colocaron las mochilas, como hasta ahora nos habían hecho creer.
En primer lugar, los testigos oculares. El portero de Alcalá, en su primera declaración ante la Policía, dijo que las personas que vio tapadas con bufandas y gorros aquella mañana le habían parecido europeos del este; por su parte, una empleada de las taquillas de la estación de Alcalá estuvo hablando con uno de los presuntos terroristas, que estaba tapado con pasamontañas y bufanda y que hablaba "en español con acento de español". En lo que coinciden las dos declaraciones es en que el comportamiento de esos presuntos terroristas llamaba la atención. Es como si buscaran que las miradas se dirigieran hacia aquella furgoneta. Resulta difícil de explicar que a nadie se le ocurriera citar, para que compareciera ante la Comisión 11-M, a esa taquillera de Alcalá que es la única persona que habló el día de los atentados con uno de los supuestos terroristas.
También resulta curiosa la ausencia de huellas. Las únicas dos huellas dactilares de un presunto terrorista que aparecieron no estaban en la propia furgoneta, sino en la bolsa con detonadores que había debajo del asiento. Sin embargo, esos terroristas que evitan tan cuidadosamente dejar huellas en el volante, en la puerta, en el salpicadero e incluso en la famosa cinta coránica (lo que indica que probablemente utilizaron guantes), se dejan abandonadas en la parte de atrás numerosas prendas de ropa con su ADN. ¿Alguien tiene alguna explicación racional?
Otro de los problemas que más quebraderos de cabeza le ha dado al juez Del Olmo es la cuestión de las llaves. La furgoneta apareció perfectamente cerrada, sin ningún signo de violencia, lo que quiere decir que se usaron llaves para abrirla y cerrarla. ¿De dónde sacaron las llaves los terroristas? Según declaró el propietario de la furgoneta, un ebanista jubilado, le había desaparecido un manojo de llaves ocho meses antes de los atentados. Pero resulta bastante extraño que unos terroristas que adquieren los explosivos y los teléfonos a escasos días del 11-M tengan la previsión de robar un manojo de llaves con ocho meses de antelación. A esto se suma otro dato inexplicable: hicieron falta al menos doce terroristas para colocar las doce mochilas, así que tendrían que haber aparecido al menos dos vehículos más abandonados. ¿Dónde están esos vehículos? Tres meses después de los atentados, apareció un Skoda Fabia en Alcalá, de nuevo sin huellas dactilares y lleno de prendas de ropa de los terroristas. Pero el problema es que ese Skoda no estaba allí el 11 de marzo, según publicó El Mundo. Entonces, ¿quién lo depositó en Alcalá con posterioridad a los atentados, y con qué objeto?
La matrícula no doblada es otro de los misterios. Los mercenarios implicados en la trama del 11-M se dedicaban, entre otras cosas, a la compraventa de vehículos robados, y a todos les doblaban sistemáticamente las matrículas. Resulta incomprensible que no doblaran la matrícula del único vehículo que no podían permitirse que les interceptaran: aquél en que tenían que trasladar los explosivos desde Morata hasta Alcalá.
Tampoco se comprende la existencia de la bolsa con detonadores. Se ha podido demostrar (gracias al análisis del cuentakilómetros) que la furgoneta de Alcalá no fue utilizada para traer los explosivos desde Burgos, como en un primer momento se nos había dicho. Los explosivos llegaron a Morata en otros vehículos y en Morata se montaron (supuestamente) las mochilas-bomba. Después, las mochilas se cargaron en la furgoneta y se llevaron hasta Alcalá. Entonces, ¿por qué aparece en la furgoneta una bolsa con detonadores y un poco de explosivo? No tenían ninguna necesidad de meterla allí, puesto que las bombas ya estaban montadas. Lo cual nos indica que esa bolsa fue colocada allí con el único propósito de que fuera encontrada. De todos modos, ¿cómo es posible que el perro que entró en la furgoneta no detectara esa pequeña cantidad de explosivos que había junto a los detonadores? Como dato curioso, a Alcalá acudieron dos policías con sus perros. Uno de ellos entró en la furgoneta, mientras que el otro permaneció alejado de la misma. ¿Adivinan Vds. a cuál de los dos policías se llamó a declarar a la Comisión 11-M? ¡Exacto! ¡Se llamó a declarar al policía que NO había entrado en la furgoneta!
Todos estos extremos no hacen sino confirmar algo que, en el fondo, es de sentido común. El carácter teatral de la furgoneta es excesivo como para que lo pueda admitir nadie con un mínimo de sensibilidad crítica: unos personajes "disfrazados de malos" para atraer la atención sobre la furgoneta, un poquito de explosivo para que se sepa que está relacionada con el atentado y una cinta coránica para que todos nos imaginemos de inmediato al mismísimo Ben Laden ordenando a sus huestes subir a la furgoneta. Es casi demasiado obvio.
La mochila de Vallecas
Tampoco la mochila de Vallecas resiste el más mínimo análisis. Resulta enormemente dudoso que esa mochila fuera confeccionada o depositada por los terroristas. En primer lugar, la composición de la mochila no coincide con la de la única otra mochila de los trenes de cuyo contenido hemos tenido noticia: la que encontró el policía municipal Jacobo Barrero en la estación de El Pozo y que los Tedax hicieron detonar a las 9:30 del día 11 de marzo. Jacobo Barrero vio en aquella mochila un teléfono móvil con unos cables conectados a una tartera donde se encontraba el explosivo. Sin embargo, la mochila de Vallecas tenía el explosivo alojado en una bolsa de plástico, no en una tartera. Asimismo, la cantidad de explosivo en uno y otro caso era diferente.
La ausencia de rastros de ADN también resulta curiosa. En el explosivo del artefacto encontrado en las vías del AVE unas semanas después del 11-M se pudo localizar el ADN de uno de los terroristas, lo que indica que el explosivo fue amasado con las manos desnudas. Sin embargo, la persona que amasó el explosivo de la mochila de Vallecas debió de utilizar guantes (como la persona que conducía la furgoneta de Alcalá), porque no aparecen rastros de ADN en la Goma-2.
En tercer lugar, la hora a la que estaba programado el teléfono de la mochila de Vallecas no era tampoco correcta. En todas las estaciones, los distintos artefactos explosivos estaban programados para activarse a la misma hora, y todos lo hicieron con diferencias máximas de unas pocas decenas de segundos. En la estación de El Pozo (de donde provenía supuestamente la mochila de Vallecas), las dos bombas que estallaron lo hicieron a las 7:38. Sin embargo, la mochila de Vallecas estaba programada para dos minutos después, a las 7:40. No hay una explicación lógica para esta diferencia, a menos que la mochila de Vallecas no fuera preparada por las mismas manos que las que estallaron en los trenes.
Pero quizá lo que más nos convence del carácter espurio de la mochila es que estaba preparada para no explotar. Durante cuatro meses, el jefe de los Tedax estuvo mareando al juez Del Olmo, proporcionándole explicaciones a cual más absurda sobre los motivos por los que la mochila no había explosionado. Pero lo cierto es que no explotó simplemente porque había dos cables desconectados: ni siquiera se usó un poquito de cinta aislante para poder dar el pego. Y el jefe de los Tedax sabía desde la misma madrugada del 12 de marzo que éste era el motivo por el que la mochila no había explotado.
Finalmente, no se entiende cómo es posible que esa mochila no fuera detectada por nadie durante todo el día 11. En la estación de El Pozo, los Tedax revisaron uno por uno los bultos, y cabe suponer que lo hicieron con especial cuidado, porque precisamente en esa estación acababan de desactivar otra mochila-bomba (la que encontró Jacobo Barrero). ¿Cómo es posible que una mochila que pesaba unos quince kilos no llamara la atención de nadie ni fuera revisada en la estación, ni tampoco posteriormente? En realidad, teniendo en cuenta que el juez Del Olmo había dado orden de trasladar a IFEMA todos los efectos recogidos en las estaciones, ¿cómo es posible que la mochila llegara desde la estación de El Pozo hasta la comisaría de Puente de Vallecas?
El viaje a ninguna parte
El extraño viaje de la mochila se inicia en la estación de El Pozo a las 15:15 de aquel 11 de marzo, cuando agentes de la Policía comienzan a cargar en una furgoneta las bolsas con los efectos recogidos en la estación. Inicialmente, y a pesar de que las instrucciones de Del Olmo eran llevar todos los objetos al pabellón 6 de IFEMA (los recintos feriales de Madrid), los agentes reciben la orden de dirigirse con esas bolsas a la comisaría de Villa de Vallecas (que es distinta de la de Puente de Vallecas donde luego apareció la mochila).
Los agentes llegaron a la comisaría en torno a las 15:30 y comenzaron a descargar las bolsas, pero llevaban descargadas tres o cuatro cuando les dicen que hay que llevar todo a IFEMA, tal como se estaba haciendo con los objetos recogidos en las otras estaciones. Primera contraorden, que está en línea con lo que Del Olmo había dictado.
Los agentes se dirigen, por tanto, a IFEMA, donde descargan las bolsas y las marcan como provenientes de la estación de El Pozo. Después, vuelven a la estación para cargar la siguiente tanda. Se encontraban trasladando a los recintos feriales esa segunda carga de objetos cuando se reciben instrucciones para llevarlo todo a la comisaría de Puente de Vallecas. Segunda contraorden, pero esta vez contraviniendo claramente las instrucciones del juez. ¿Por qué se da la orden de llevar esos objetos a otro sitio?
Al recibir las nuevas órdenes, los agentes dan la vuelta y llevan ese segundo cargamento a la comisaría, realizando después varios viajes entre la comisaría y la estación, para terminar de trasladar todos los objetos. Pero la primera tanda de bolsas se había quedado depositada en IFEMA, así que en torno a las 20:00 se recibe la orden de trasladarse en dos furgonetas combi a los recintos feriales para recoger lo que allí habían depositado. Ante la negativa del encargado a entregarles los objetos (porque las órdenes de Del Olmo eran llevar todo a IFEMA), los agentes tuvieron que solicitar a su comisario que interviniera en la cuestión. Finalmente, aquella primera tanda de bolsas llegaría a la comisaría de Puente de Vallecas en torno a las 21:45, después de haber pasado todo el día en IFEMA.
¿Y cuál era el motivo alegado para trasladar todo a la comisaría? Pues realizar una catalogación de los objetos... ¡antes de trasladarlos a IFEMA! Realmente peculiar. Es mientras están haciendo esa catalogación, en torno a la 1:30 o 2:00 de la madrugada, cuando dos agentes de la comisaría descubren la bomba al abrir la famosa mochila viajera. Hasta aquí, el relato de los hechos tal como aparece en el sumario.
¿Quién dio las órdenes y contraórdenes para el traslado de los efectos de la estación de El Pozo? ¿A qué obedecía ese sorprendente interés en catalogar los objetos en la comisaría de Puente de Vallecas?
Como el lector habrá observado, la famosa mochila no aparece por ninguna parte en el relato de los hechos, porque lo único que llegan a ver los policías encargados del traslado son las bolsas donde están metidos todos los objetos. Hemos de suponer que la mochila estuviera metida en una de aquellas bolsas que se pasearon por Madrid a lo largo del día 11, pero la secuencia de acontecimientos no contribuye a tranquilizarnos, ni nos convence de que aquella mochila hubiera estado alguna vez en los trenes.
Conclusiones
Decíamos en el artículo anterior que la diferencia de composición química entre los explosivos hallados en la furgoneta de Alcalá y los de la mochila de Vallecas sugerían que una de las dos pistas era un señuelo. En realidad, a la vista de los indicios enumerados en este artículo, hay bastantes probabilidades de que lo fueran las dos: ni está claro que la furgoneta de Alcalá fuera utilizada por los terroristas, ni tampoco parece que la mochila de Vallecas fuera depositada por ellos en los trenes.
Quizá si la actuación de determinados poderes públicos no hubiera sido tan opaca, podríamos sentirnos tentados de achacar todos los puntos oscuros a meras casualidades sin importancia, pero han sido tantas las ocultaciones y las manipulaciones que uno no puede evitar sentir una cierta intranquilidad.
Nadie miente a un juez, ni engaña a una comisión parlamentaria, ni oculta datos a la opinión pública por simple deporte. Si todo lo relativo a esas pistas apoyara claramente la versión oficial, ¿qué motivo había para ocultar al juez durante cuatro meses que la mochila tenía dos cables sueltos? ¿Qué motivo había para manipular los análisis químicos que revelaban diferencias entre el explosivo de Vallecas y el de Alcalá? ¿Qué motivo había para llevar a declarar a la Comisión 11-M al policía que NO había entrado con su perro a inspeccionar la furgoneta, en lugar de llamar al que SÍ había entrado? ¿Qué motivo había para no citar ante la Comisión 11-M a la taquillera que habló "en español con acento de español" con el supuesto terrorista de la furgoneta? ¿Qué motivo había para hacer peregrinar la mochila de Vallecas por medio Madrid? ¿Qué motivo había para no explicar con pelos y señales a la opinión pública todo lo relativo a esas increíbles pistas sobre las que luego se ha pretendido fundamentar todo el caso?
Tanto la furgoneta como la mochila jugaron un importante papel en la secuencia de acontecimientos que grabó a fuego en la opinión pública la tesis de la autoría islámica y de la inocencia de ETA. Aquellas dos pistas condujeron también a las cabezas de turco que serían detenidas en plena jornada de reflexión y, a más largo plazo, llevaron a la Policía hasta la trama mercenaria del 11-M.
En la película de El Mago de Oz, Dorothy y sus amigos alcanzan el final del camino de baldosas amarillas tan sólo para descubrir que el Mago no es otra cosa que un títere grande y complejo, cuyos hilos mueve un hombrecillo tan poco dotado de poderes mágicos como cualquiera de los restantes mortales.
En el tema del 11-M, ¿quién movía los hilos de esos mercenarios que encontramos al final del camino de baldosas amarillas? ¿Quién dispuso ese camino para que lo siguiera una opinión pública crédula y anonadada? Desde luego, no fueron los propios mercenarios quienes decidieron dejar allí las pistas que condujeran finalmente a su identificación. Si por algo se caracterizan los mercenarios es por la desagradable costumbre de querer disfrutar, vivos y en libertad, del dinero cobrado por sus crímenes.
6. Las primeras detenciones
por Luis del Pino
La cortina de humo tendida por los organizadores del 11-M había funcionado y la Policía y el juez picaron el anzuelo como estaba previsto. A partir del teléfono móvil encontrado en la mochila de Vallecas, se puso en marcha el mismo día 11 de marzo la investigación policial para tratar de aclarar el atentado. Resumiendo lo que la versión oficial nos cuenta, la Policía siguió por un lado la ruta de comercialización del propio teléfono móvil y por otro la ruta de comercialización de la tarjeta SIM de ese móvil (la tarjeta con el número telefónico). Con ello, averiguó que el teléfono había sido vendido en un bazar regentado por dos indios y que la tarjeta SIM había sido vendida en un locutorio de Lavapiés regentado por tres marroquíes. Esas cinco personas fueron detenidas en plena jornada de reflexión, lo que causó un enorme impacto sobre una opinión pública cada vez más desconcertada después de los atentados. Cuatro de esos detenidos fueron puestos en libertad por el juez pocas semanas después de las elecciones, y las dudas sobre la posible culpabilidad del quinto son cada vez más clamorosas, pero el impacto sobre la opinión pública era ya imposible de revertir.
Son muchos los puntos oscuros que rodean a esa investigación policial que condujo a las detenciones del 13 de marzo, pero no es momento ni lugar de ponerse a analizarlos. Tiempo habrá de ello. En este artículo, vamos a dar por buena esa versión policial y, partiendo de ahí, vamos a ver que, en realidad, las cosas simplemente no cuadran. También hablaremos de algunos otros datos relevantes que se le ocultaron a la opinión pública y analizaremos, a la luz de este año y medio de investigaciones, las detenciones del 13 de marzo.
La investigación policial
Como vamos a ver, la versión oficial no cuadra por ninguna parte. Pido perdón al lector por lo prolijo de las explicaciones que siguen, pero son necesarias para comprender cómo se realizó la investigación policial y los resultados a que condujo.
Lo primero que hay que entender es que en la mochila de Vallecas había un teléfono marca TRIUM y que dentro de ese teléfono había una tarjeta SIM de Amena (con un cierto número telefónico). El teléfono y la tarjeta SIM son dos cosas distintas, pudiéndose por ejemplo usar un mismo teléfono con distintas tarjetas SIM de diferentes compañías. Si se cambia la tarjeta SIM a un teléfono, cambiará el número telefónico.
Lo primero que hizo la Policía fue analizar a través de quién se habían vendido ese teléfono TRIUM y esa tarjeta de Amena. El teléfono y la tarjeta habían seguido rutas de comercialización totalmente distintas.
La ruta de las tarjetas
La versión policial, reflejada por el juez Del Olmo en sus autos, afirma que las tarjetas telefónicas de los móviles empleados en las mochilas-bomba provienen de un lote de 30 tarjetas Amena que la empresa Uritel vendió a una tienda denominada Sindhu Enterprise, la cual las vendió a su vez al locutorio de Lavapiés perteneciente a Jamal Zougham. De esas 30 tarjetas, 15 llegaron a activarse (es decir, hicieron una primera llamada y ya podían funcionar normalmente a partir de ahí), mientras que otras 15 no llegaron nunca a realizar una llamada.
De las quince tarjetas que sí llegaron a hacer una primera llamada:
- 1 se la quedó Jamal Zougham (el dueño del locutorio de Lavapiés) para su propio teléfono móvil, que llevaba encima cuando la Policía le detuvo el 13 de marzo
- 1 estaba sin vender y fue encontrada en el locutorio de Jamal Zougham
- 1 fue utilizada para hacer llamadas entre el 8 y el 10 de marzo por personas vinculadas a la trama del 11-M.
- Las restantes 12 debieron de ser vendidas a otras personas, aunque los informes policiales no especifican a quién fueron vendidas ni cuándo se realizaron llamadas desde ellas. Dada la carencia de datos, hemos de suponer que la Policía comprobó cuáles llamadas se hicieron desde esas tarjetas y que esas llamadas no tienen nada que ver con los atentados.
De las otras 15 tarjetas, que no llegaron nunca a activarse:
- 3 estaban todavía sin vender y fueron encontradas en el locutorio de Jamal Zougham.
- 1 es la encontrada en la mochila de Vallecas. Esta tarjeta se encendió por primera y única vez el día 10 de marzo (sin llegar a realizar ninguna llamada) en la zona de cobertura de un repetidor situado en Morata de Tajuña.
- 6 tarjetas más se encendieron también por primera y única vez el 10 de marzo (sin llegar a realizar ninguna llamada) en la zona de cobertura del mismo repetidor. La Policía concluye que estas 6 tarjetas y la de la mochila de Vallecas (es decir, un total de 7 tarjetas) fueron utilizadas en las mochilas bomba.
- De las 5 restantes no se sabe nada. Los informes policiales concluyen que "es posible" que esas 5 tarjetas fueran encendidas también en Morata, pero que la compañía telefónica hubiera ya borrado los datos.
Lo primero que llama la atención es que Jamal Zougham se quedara una de las tarjetas del lote de 30 para su propio teléfono y luego esperara tranquilamente a que la Policía fuera a detenerle el 13 de marzo y le encontrara el teléfono encima. Si hubiera vendido las tarjetas sabiendo que eran para un atentado, ¿habría hecho algo tan estúpido?
Pero también llama la atención otra cosa: los números en las explicaciones policiales no cuadran. El día 11 de marzo había 12 mochilas en los trenes más la mochila de Vallecas, lo que da un total de 13 mochilas. Sólo se ha podido documentar que en Morata se encendieron 7 tarjetas telefónicas. ¿Qué pasa con las otras seis mochilas? Incluso si sumamos las 5 tarjetas de las que no se sabe nada y que la Policía "supone" que también se encendieron en Morata, seguimos teniendo 12 tarjetas, no 13. ¿Dónde está la tarjeta que falta?
La ruta del teléfono
Pero es que si tiramos del otro hilo, el del teléfono hallado en la mochila de Vallecas, resulta que las cosas no cuadran tampoco. Ese teléfono de la mochila pertenecía a un lote de 80 teléfonos TRIUM T-110 que una empresa llamada Telefonía San Diego vendió en octubre de 2003 a Bazar Top (la tienda de los dos indios detenidos el 13 de marzo). Bazar Top llevó 12 de esos teléfonos a liberar a Test Ayman, una tienda propiedad del policía Maussili Kalaji, y entre esos 12 teléfonos liberados estaba el de la mochila de Vallecas. Bien, veamos a quién se vendieron.
Según la declaración del dependiente de Bazar Top, el día 3 de marzo vendió 3 teléfonos SIN LIBERAR a dos personas que hablaron con él en correcto español, pero que entre sí hablaban en un idioma extraño. Él les preguntó en qué hablaban y ellos le contestaron que en búlgaro. ¿Hablaban realmente en ese idioma? No lo sabemos. Desde luego, no hablaban en árabe, porque de la misma forma que nosotros podemos reconocer que alguien está hablando en francés, en inglés o en italiano aunque no entendamos esos idiomas, para un indio resulta natural reconocer si alguien está hablando en árabe. ¿En qué hablaban entonces? En la Comisión de investigación del 11-M, Jaime Ignacio del Burgo dijo algo de simple sentido común: con los datos que tenemos, esas personas podían estar hablando entre sí en búlgaro, en finlandés o en cualquier otro idioma, como por ejemplo el vasco. Por supuesto, estas palabras de Del Burgo suscitaron las inmediatas risotadas del representante del PNV.
Ante la carencia de datos, vamos a suponer que eran búlgaros. El día 4 de marzo, el dependiente indios vendió a esos mismos "búlgaros" 6 teléfonos LIBERADOS y el día 8 de marzo les volvió a vender otro teléfono liberado más. Así pues, el total de teléfonos que el indio vendió a esos "búlgaros" es de 10 (7 liberados y 3 sin liberar). Está demostrado en el sumario que los 7 teléfonos liberados fueron utilizados con las 7 tarjetas SIM que se encendieron bajo el repetidor de Morata de Tajuña.
Números que no cuadran
A partir de aquí empiezan las preguntas: si los teléfonos móviles fueron vendidos a unos "búlgaros", ¿cómo llegan a manos de los mercenarios marroquíes? ¿Qué pintan esos "búlgaros" en toda esta historia? ¿Para qué querían esos "búlgaros" los otros tres teléfonos sin liberar? ¿Se ha podido seguir el rastro de esos tres teléfonos? Independientemente de esto, ¿puede alguien explicarnos cómo cuadran los números? Porque lo que vemos es que:
- tenemos 13 mochilas, pero en la tienda del policía Maussili Kalaji se liberan 12 teléfonos
- tenemos 13 mochilas, pero Bazar Top sólo vende 10 teléfonos a los búlgaros (3 de ellos sin liberar)
- tenemos 13 mochilas, pero en Morata de Tajuña (como hemos visto antes) sólo se activan 7 tarjetas (o como máximo 12, si aceptamos las "suposiciones" policiales).
Resumiendo, el panorama que nos encontramos es que, después de diecisiete meses de investigaciones, lo único que cuadra son los siete teléfonos liberados comprados por unos "búlgaros" con las siete tarjetas que se activaron en Morata. Dicho en otras palabras: aún asumiendo como ciertas las explicaciones de la Policía, la versión oficial no es capaz de explicar qué teléfonos o tarjetas se usaron en 6 de las 13 mochilas-bomba del 11-M.
A la luz de estos datos, ¿le parece al lector que Rodríguez Zapatero se ajustaba a la verdad cuando afirmó ante la Comisión 11-M que todo estaba claro? No sólo no sabemos qué explosivos se usaron en los trenes, sino que tampoco está claro qué teléfonos se emplearon.
¿Fueron uno o dos comandos?
En realidad, la situación es todavía más confusa. Algún lector puede estarse preguntando: ¿tenemos constancia de que esas 7 tarjetas y teléfonos se usaran en los trenes de la muerte? Si se analiza el sumario, son cuatro los hechos que relacionan con los atentados a ese lote de 7 tarjetas y teléfonos:
- Una de esas tarjetas y uno de esos teléfonos estaban en la mochila de Vallecas.
- Las siete tarjetas se encendieron bajo el repetidor de Morata el día 10 de marzo.
- En el registro de la finca de Morata se encontró la caja vacía de una de las siete tarjetas y en esa caja apareció una huella dactilar del jefe de la trama mercenaria: Jamal Ahmidan, El Chino.
- Las siete tarjetas pertenecen a un lote de 30 al cual pertenecía también otra tarjeta que fue utilizada por los mercenarios del 11-M para efectuar llamadas telefónicas entre el 8 y el 10 de marzo.
El único de estos cuatro indicios que podría constituir una "prueba" directa de que esas tarjetas y teléfonos se usaron en las mochilas-bomba de los trenes es... la mochila de Vallecas, pero ya vimos en el capítulo anterior que existen serias dudas sobre esa peculiar mochila. Por tanto, es verdad que no sabemos a ciencia cierta si se emplearon en los atentados esas tarjetas y teléfonos. Pero, de todos modos, parece razonable suponer que fue así, dados los otros tres indicios que conectan a esas tarjetas con la trama mercenaria del 11-M.
Pero entonces, ¿qué tarjetas y teléfonos se usaron en las otras seis mochilas que faltan hasta completar las 13? ¿Es posible que en el 11-M hubieran participado dos "comandos" distintos, cada uno de los cuales se hubiera encargado de preparar una parte de las mochilas?
Con respecto a estas preguntas, hay un detalle del sumario que llama poderosamente la atención y al que nadie parece haber dado importancia. En uno de sus primeros informes, fechado el 12 de marzo, en plena confusión posterior a los atentados, el jefe de los Tedax hace una afirmación que tiene una enorme relevancia. Como ya sabe el lector, en los trenes estallaron 10 bombas, mientras que los Tedax hicieron detonar otras 2 en las propias estaciones: una en El Pozo y otra en Atocha. Pues bien, en ese informe de Sánchez Manzano se afirma directamente que la bomba que los Tedax hicieron detonar en Atocha no contenía un teléfono móvil.
¿Se trata de una confusión de Sánchez Manzano? Porque si no es una confusión, el escenario que tendríamos es: 6 bombas en los trenes que utilizaban teléfonos móviles y otras 6 que posiblemente usaban otra cosa (¿un temporizador, quizá?). Esto abonaría la tesis de los dos comandos, pero además nos lleva a una pregunta que ha estado desde el principio rondando la cabeza de quienes han investigado el 11-M: ¿por qué se emplearon teléfonos móviles para activar los detonadores de al menos una parte de las bombas, cuando se podían haber utilizado temporizadores, que son mucho más seguros y no dejan rastro? ¿Quién tenía interés en que acabáramos localizando a través de los móviles al comando de Morata, cuyos miembros se terminan suicidando en Leganés?
Las detenciones de los hindúes
Éste es el confuso panorama en el que nos movemos después de 17 meses de investigaciones. Obviamente, el día 13 de marzo de 2004 las informaciones de las que se disponía eran mucho más fragmentarias y confusas, a pesar de lo cual se procede a efectuar cinco detenciones. Y analizando esas detenciones a fecha de hoy, resultan absolutamente inconcebibles.
Veamos primero las detenciones relacionadas con los teléfonos. ¿A quién detuvo la Policía en plena jornada de reflexión? No se detuvo a los "búlgaros" que compraron los teléfonos móviles de los atentados (más que nada porque seguimos sin saber quiénes son). No se detuvo a quienes liberaron esos móviles utilizados en los atentados (recuerde el lector que se liberaron en la tienda de un policía). No se detuvo tampoco al dependiente que había vendido esos teléfonos a los "búlgaros". ¡A quien se detuvo es a los dueños indios del bazar donde un dependiente vendió los teléfonos a los "búlgaros"! ¿Por qué? ¿Alguien puede explicarnos qué delito habían cometido? ¿Alguien tiene alguna razón que justifique esta detención absolutamente arbitraria? Si los "bulgaros" hubieran comprado los teléfonos en El Corte Inglés, ¿tendría lógica que hubieran detenido a Isidoro Álvarez?
Pero lo que causa más vergüenza en este episodio es el hecho de que la Policía detenga a dos hindúes por su posible implicación en una trama de integristas islámicos. Y no sólo eso, sino que el juez ratifique esa detención y que la opinión pública la acepte sin pestañear. No hace falta leer todos los días los periódicos para estar al tanto de las terribles matanzas entre hindúes y musulmanes que la India ha vivido desde hace décadas. ¿Cómo puede alguien detener a dos indios de religión hindú como cómplices de un atentado islamista? Que la opinión pública y, muy en especial, los medios de comunicación aceptaran semejante desatino como algo natural y no pusieran inmediatamente el grito en el cielo dice muy poco del sentido crítico de la sociedad española.
Por supuesto, los indios fueron puestos en libertad en abril de 2004, pero cuando sus nombres ya habían sido revolcados por el fango y cuando su detención había sido convenientemente aireada y utilizada.
Las detenciones de los marroquíes
¿Y qué pasa con los otros tres detenidos del 13-M, los marroquíes del locutorio de Lavapiés? Pues que la Policía no detuvo a quienes habían adquirido las tarjetas telefónicas usadas en los atentados, porque el 13-M no se sabía quiénes habían comprado las tarjetas. Ni tampoco detuvo a los miembros del comando de Morata que puso las bombas, porque aún no estaban identificados por aquel entonces. A quien detuvo fue a quienes vendieron, supuestamente, esas tarjetas.
La pregunta, de nuevo, es la misma: ¿por qué se detiene a los que se limitan a vender unas tarjetas telefónicas, como parte de su negocio habitual? Sin embargo, en este caso, la detención efectuada por la Policía no es tan arbitraria como parece. Quien eligió a esos marroquíes como cabezas de turco había hecho sus deberes a la perfección: el nombre del dueño del locutorio, Jamal Zougham, aparecía "mencionado" en el sumario contra la célula española de Al Qaeda que colaboró en la organización de los atentados de Nueva York. Y he entrecomillado la palabra "mencionado" porque en realidad Jamal Zougham no ha sido nunca acusado de colaborar con esa célula de Al Qaeda, ni había sido nunca procesado por pertenecer a ninguna organización islamista. Su nombre simplemente aparecía en ese sumario y hace poco hemos visto en TV a Jamal Zougham declarando como simple testigo en el juicio contra esa célula de Al Qaeda.
Cuando la Policía descubre que la tarjeta de la mochila de Vallecas conduce al locutorio de Zougham y que su nombre aparecía mencionado en aquel sumario (aunque fuera como simple testigo), alguien debió de "deducir" que el tal Zougham y los otros dos marroquíes habían preparado las bombas, con lo cual se procedió a su detención. La cortina de humo tendida por los organizadores del 11-M había funcionado y la Policía y el juez picaron el anzuelo como estaba previsto.
Dos de esos tres marroquíes serían puestos en libertad por el juez pocas semanas después de los atentados, porque vender unas tarjetas telefónicas no constituye, obviamente, un delito. Lo cual quiere decir que la razón por la que se detuvo a Jamal Zougham el día 13-M (la venta de las tarjetas) no es considerada por el juez como indicio de que Jamal Zougham estuviera relacionado con el atentado.
Sin embargo, 17 meses después de la masacre, Jamal Zougham sigue estando en prisión. ¿Por qué? Pues porque, como vamos a ver en el siguiente capítulo, a partir de su detención se desató contra Zougham una auténtica "caza del hombre" en la que no han faltado ni las falsas acusaciones, ni los testigos manipulados, ni una ininterrumpida e inmisericorde campaña de descrédito.
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