El tocomocho pacifista
Cristina Losada
La ideología en la que chapotea Zetapé permite esas contradicciones. Esto es, proclamar las mejores intenciones y, al tiempo, perpetrar los actos que se dan de patadas con aquellas La maestría en el arte del timo político consiste en hacerle creer a la gente que, cayendo en la trampa, participa de una causa noble. El billete del pacifismo les ha venido que ni pintado a varias generaciones de impostores, deliberados o inconscientes. Ahí están sus momentos y figuras estelares. Pongamos a Gandhi, vaca sagrada de la causa. El tipo, al que costaba mucho dinero mantener pobre, o de eso se quejaban sus mecenas, desencadenó un movimiento de masas que causaría decenas de miles de muertos. Y él tan pancho y su fama impoluta.
Vayamos a la Segunda Guerra. La provocó un tal Hitler, que salió proclamando que quería la paz y el desarme general. Mientras él se rearmaba, el “ejército de los buenos”, que decía George Bernard Shaw, presionaba para que los demás no lo hicieran. Millones de personas le siguieron. La izquierda obedecía a Stalin, que hasta que fue atacado por los nazis, deseaba ver inermes a las potencias capitalistas. Gracias a los pacifistas, que no es lo mismo que pacíficos, y a los estafadores de turno, hubo guerra larga y cruenta.
Recordemos a la URSS. Paseó toda su vida la bandera de la paz, la cual consistía en desarmar a sus rivales mientras ella hacía la guerra, y otra vez cayeron en la trampa millones de personas. Por entonces ocurrió lo de Vietnam. Hubo gran movimiento contra la guerra. ¿Contra la guerra? Cuando llegó la paz nadie salió a celebrarlo. El destino de los vietnamitas les trajo sin cuidado a los que habían hablado en su nombre. Como ahora con Irak. Fueron masacrados por los comunistas y si te he visto no me acuerdo.
Hace un par de años, el PSOE sacó a la calle a Zetapé para dar el timo pacifista. Muchos le compraron el billete, y sólo los ingenuos se asombrarán de que le venda armas a un individuo que socorre a los terroristas, emplea a asesores militares cubanos y sueña con extender su delirio bolivariano. Y de que lo haga a la vez que pontifica sobre la paz perpetua. La ideología en la que chapotea Zetapé permite esas contradicciones. Esto es, proclamar las mejores intenciones y, al tiempo, perpetrar los actos que se dan de patadas con aquellas.
La coherencia entre los principios y los actos no es lo suyo. Así, el precursor de la oleada pacifista británica de la preguerra, Lytton Strachey, mandarín del grupo de Bloomsbury, pudo epatar al tribunal que le preguntó qué haría si un soldado alemán intentara violar a su hermana, respondiendo: “Trataría de interponerme entre ellos”. Pero no objetaría al reclutamiento alegando sus principios, sino haciéndose el enfermo.
Los timadores aprovechan las debilidades humanas. Éstos que ofrecen paz, cuentan con que hay quienes prefieren eludir la confrontación a cualquier precio. Y encuentran en la bandera blanca, un tapado para el miedo.
Cristina Losada
La ideología en la que chapotea Zetapé permite esas contradicciones. Esto es, proclamar las mejores intenciones y, al tiempo, perpetrar los actos que se dan de patadas con aquellas La maestría en el arte del timo político consiste en hacerle creer a la gente que, cayendo en la trampa, participa de una causa noble. El billete del pacifismo les ha venido que ni pintado a varias generaciones de impostores, deliberados o inconscientes. Ahí están sus momentos y figuras estelares. Pongamos a Gandhi, vaca sagrada de la causa. El tipo, al que costaba mucho dinero mantener pobre, o de eso se quejaban sus mecenas, desencadenó un movimiento de masas que causaría decenas de miles de muertos. Y él tan pancho y su fama impoluta.
Vayamos a la Segunda Guerra. La provocó un tal Hitler, que salió proclamando que quería la paz y el desarme general. Mientras él se rearmaba, el “ejército de los buenos”, que decía George Bernard Shaw, presionaba para que los demás no lo hicieran. Millones de personas le siguieron. La izquierda obedecía a Stalin, que hasta que fue atacado por los nazis, deseaba ver inermes a las potencias capitalistas. Gracias a los pacifistas, que no es lo mismo que pacíficos, y a los estafadores de turno, hubo guerra larga y cruenta.
Recordemos a la URSS. Paseó toda su vida la bandera de la paz, la cual consistía en desarmar a sus rivales mientras ella hacía la guerra, y otra vez cayeron en la trampa millones de personas. Por entonces ocurrió lo de Vietnam. Hubo gran movimiento contra la guerra. ¿Contra la guerra? Cuando llegó la paz nadie salió a celebrarlo. El destino de los vietnamitas les trajo sin cuidado a los que habían hablado en su nombre. Como ahora con Irak. Fueron masacrados por los comunistas y si te he visto no me acuerdo.
Hace un par de años, el PSOE sacó a la calle a Zetapé para dar el timo pacifista. Muchos le compraron el billete, y sólo los ingenuos se asombrarán de que le venda armas a un individuo que socorre a los terroristas, emplea a asesores militares cubanos y sueña con extender su delirio bolivariano. Y de que lo haga a la vez que pontifica sobre la paz perpetua. La ideología en la que chapotea Zetapé permite esas contradicciones. Esto es, proclamar las mejores intenciones y, al tiempo, perpetrar los actos que se dan de patadas con aquellas.
La coherencia entre los principios y los actos no es lo suyo. Así, el precursor de la oleada pacifista británica de la preguerra, Lytton Strachey, mandarín del grupo de Bloomsbury, pudo epatar al tribunal que le preguntó qué haría si un soldado alemán intentara violar a su hermana, respondiendo: “Trataría de interponerme entre ellos”. Pero no objetaría al reclutamiento alegando sus principios, sino haciéndose el enfermo.
Los timadores aprovechan las debilidades humanas. Éstos que ofrecen paz, cuentan con que hay quienes prefieren eludir la confrontación a cualquier precio. Y encuentran en la bandera blanca, un tapado para el miedo.
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