LAS RAÍCES DE LA IZQUIERDA Y EL ANTISEMITISMO DE IZQUIERDAS.
por Jaime Naifleisch ( http://galiza-israel.blogspot.com/ )
difficile est longum subito deponere amorem
Guardo la imagen patética (que fue foto de prensa) de aquel que llegó a ser «el califa» de los estalinistas españoles, haciendo equilibrios sobre una colina de Jerusalén con pose de generalísimo, solo sobre la morería y la judiada que se circuncida en los valles, con ocasión de un viaje a Israel que fue ninguneado por los musulmanes, porque desde Hamás hasta el FPLP, pasando por el raïs, guardan contrato de exclusividad con su rival, el anticomunista profesional que lidera a los socialistas del reino romano-germánico de España. Pobre hombre, en esa foto distribuida por su jefe de prensa, Anguita parecía decir: Eli, Eli! Lama sabajtani! Sus correligionarios asesinados en todos y cada uno de los feudos islámicos, y él intentando en vano ser el portavoz de los asesinos de rojos, de ateos, de cristianos, de judíos, de mujeres, en nombre del marxismo-leninismo carpetovetónico.
Pero González, su rival, ese gatazo orondo y satisfecho, viajante de comercio entre las mafias hispanoamericanas, las europeas y las mahometanas, no ha hecho ascos a su pariente comunista a la hora de aliarse con él para decirle a la derecha que lo prohibía, que los musulmanes enquistados en España tienen derecho a llevar a las mujeres de su propiedad al médico de la Seguridad Social para que este hurgue en sus vulvas y certifique su virginidad o su traición, en nombre de lo que entiende por derechos humanos esta izquierda delirante.
Esperpento que dejaría estupefacto a Valle-Inclán, que desbordaría lo previsto por Carandell en su pequeño clásico Celtiberia Show, que creyó retrato de una España que moría, y que ante las actuaciones de socialistas y comunistas deja el cartón pintado del franquismo en mero balbuceo de bisoños. ¡Que izquierda ab-zurda!
Siempre que alguna comarca del mundo se convierte en el centro de las miradas, aquellos que ocupan las casas de la izquierda exhiben idéntico rostro de resentimiento, de progresía reaccionaria proclamando alegría por el atentado del Martes Once, buscando alianzas con la mafia por su «carácter popular», cabalgando sobre la mediática «guerra de sexos» en nombre de la necesidad de emancipación femenina, mal ocultando su inscripción en la nómina de subvencionados por Sadam Hussein al que llaman «lider de la revolución socialista mundial», describiendo a terroristas de Estado (Mengistu,Videla) como a «generales patrióticos y antiimperialistas».
Fidel Castro a los ayatolás de Alí Jamenei: «No he venido a hacer negocios, sino a abrazar a mis hermanos.» Mientras, Jalaludin Taheri dice: «El régimen de los ayatolás es corrupto, hipócrita y represivo.» Taheri es un clérigo de Isfahan, la ciudad santa de los chiíes. Qué no dirían de ese régimen los varones y mujeres del Tudeh, partido comunista iraní, presos durante años, violados, torturados, asistiendo a «la saca» diaria que se lleva a la muerte a sus compañeros por orden de los hermanos de Fidel, comandante de la izquierda.
Pero ¿qué es la izquierda?
Está claro que no podemos reducirla al dato, reciente, circunstancial, del lugar que ocuparon en el hemiciclo los diputados de la Asamblea de la Revolución francesa. No podemos, sobre todo, porque la izquierda es, en principio, una fuerza de la naturaleza, como la ira, como el amor, como la envidia. La especie misma la genera en esa inaprensible multiplicidad de manifestaciones por la que Maimónides completa la afirmación del profeta Malaquías de que «Hijos somos, todos, del mismo Padre», diciendo que «en el ser cada uno diferente somos todos iguales».
Izquierdas consulares
Pese al viejo reclamo popular de «unión de las izquierdas» que se dirige a sus líderes, las dos izquierdas oficiales han sostenido en todo el siglo dos proyectos contrapuestos: el modelo estalinista de apoyo al Estado soviético, y el socialdemócrata, dependiente del Estado alemán. En el Siglo del Equívoco (que esto es democracia, que aquello era socialismo), esta confusión ha sido una de las más graves y explica la perplejidad con que los sinceros izquierdistas realizan aquel reclamo. Todo se puede decir a propósito de las izquierdas prosoviética y proalemana, así como de las de menor entidad en cuanto a sus adherentes e influencia, de sus múltiples proyectos, ideas, dogmas, esfuerzos, delirios y consignas, e inclusive crímenes de Estado. Pero decir que son de izquierda ya no es tan sencillo.
La construcción del Estado-mercado
Los comunistas soviéticos construyeron a solas el Estado, con su economía de guerra (o resistencia), industrializadora a marchas forzadas, con sobretrabajo, subconsumo y represión policíaca; fue su respuesta a las agresiones de un mercado internacional que no tolera desarrollismos periféricos incontrolados; incorporando al capitalismo estatalista (estatalinismo, lo hemos llamado) elementos cooperativistas de viejo cuño socialista ¾los koljosi, emulando a los kibutzim israelíes, por ejemplo¾, y evocando muchos nombres de la tradición rebelde y revolucionaria.
Los socialdemócratas alemanes, no a solas sino con toda la vieja oligarquía, fueron decisivos en la construcción del Estado-mercado capitalista, salvo en la década nazi, y tuvieron (tienen), en los partidos consulares que fundan y/o financian, la extensión imperial de Alemania. Otros la tuvieron con sus ejércitos, sus aventureros y sus nativos de derecha o conservadores, como los constructores del Estado-mercado británico, francés o americano.
Muerto el Papa, viva el Papa
Rendidos sin disparar un tiro los nacionalistas soviéticos, desaparecido sin dejar rastro el satánico Vaticano moscovita, tan temido, Berlín se levanta como única ciudad santa de la izquierda. Directa o indirectamente, de ella depende todo lo que se hace y dice (tan contradictorio en apariencia) en la izquierda contemporánea, desde los «antiglobalización» hasta los que van de voluntarios a la Yihad en Bosnia o Afganistán.
La socialdemocracia alemana, con sus colegas rivales de las derechas, continúa siendo constructora de imperio. Ahora, ya ocupada la ex URSS, la Europa desde el Atlántico hasta más allá de los Urales, y con decenas de enclaves en el mundo, el rival de esta Alemania, que tiene otra vez en Francia a su principal socio-vasallo (como entre 1940-1945), es Estados Unidos, factor principal en los fiascos de 1918 y 1945, que detuvieron el expansionismo germano. Cuesta entender, pues, que alguien se sorprenda por el antiamericanismo visceral que constituye casi todo el bagaje ideológico de las izquierdas. No se muerde la mano que da de comer y promete participación en los beneficios.
El entrevero euromusulmán
Pero esa Alemania (con o sin los socialdemócratas al frente) lleva más de una centuria, desde las postrimerías del siglo xix entrelazando sus intereses con los reinos del espacio islámico, como ya hacía Austria. En competencia con británicos, franceses, italianos, especialmente en torno a la Gran Guerra de 1914-1918 (poco después llamada Primera Guerra Mundial pero sin que nos hagamos cargo de cuán mundial ha sido en realidad), los alemanes coquetean con los jefezuelos de la vasta zona del Magreb y del Majrek hasta el Pacífico, y cuentan ya con muchos de ellos en su escudería. El helado mar del Norte tiene un corredor hasta el mar Negro sobre las avasalladas repúblicas ex soviéticas, hasta el Mediterráneo, sobre todo desde la destrucción del obstáculo yugoslavo, y desde ahí hasta los cálidos mares Rojo e Índico, que conducen a Alemania a las zonas de futura disputa con el Japón (hoy de capa caída) y con los Estados Unidos. El III Reich no lo consiguió: los británicos le cerraron el paso en Egipto, los yugoslavos en los Balcanes, la URSS en el Este, pero la revancha está ya consumada.
Cuesta entender que alguien se sorprenda por el antisemitismo, el casi absoluto rechazo visceral de Israel, que completa el bagaje ideológico de las izquierdas oficiales y los aparatos paraizquierdistas (como las ONG reunidas en Durban pocos días antes del Martes Once, obedientes a la voz de orden de las bandas islamistas), que los hace coincidentes con los nazis y neonazis germanófilos, quienes en estos días tienen la consigna de «mostrar bajo perfil» (¿no es verdad que se oye menos a los negacionistas de la Shoa?). Algunos, como el escritor Juan Goytisolo, siembran el terreno para su ataque sin cuartel a la existencia de Israel con ensayos sobre lo buenos que eran los judíos medievales y lo malos que eran los antisemitas. Incluso sobre lo buenos que eran antes de la Shoa. 2 Otros se ocupan de usurpar la voz de los ulemas y traducir «judíos» por «sionistas» cuando emiten el vídeo de una arenga en una mezquita (pero si la voz del clérigo suena detrás del doblaje, oímos claramente cómo dice yehudim), y los hay que hacen otras cosas: casi todos ponen cara de escándalo cuando se los acusa de odiar a los judíos.
Los pastorcitos y la Casa del Pueblo
Pero, además, y por debajo de esa confrontación de Guerra Fría, oculta bajo el nombre común de «izquierda», hierve otra: la de quienes con ese nombre de izquierdistas proclaman la necesidad y la posibilidad de consolidar la convivencia humana en un mundo mejor, y la de los nihilistas del «cuanto peor mejor, hasta conseguir que los pobres coman pan ¡y los ricos mierda! ¡Mierda!». Éstos son los populistas, impregnados de resentimiento. También ellos pertenecen a una corriente de larga data. Les pastoreux milenaristas que arrasaron las juderías y las ciudades prósperas en el siglo xi antes de ser encaminados por el Papa hacia Tierra Santa con el nombre de cruzados, se cuentan entre ellos. Estos falsos izquierdistas beben directamente de la vieja fobia clerical antijudía. Cualquiera, en su confusión, puede creer coincidencia o capricho que la más noble de las instituciones creadas por los trabajadores y pensadores socialistas en el siglo xix y sostenida durante casi todo el siglo xx sea la red de Casas del Pueblo, lugares de reunión, de apoyo mutuo, de estudio, de decisiones asamblearias, cuyo nombre coincide literalmente con el de las nacidas en Judea hacia el siglo v a. C., Bet Am, en hebreo, cuya traducción, aproximada, al griego es «sinagoga» («yo reúno»). No se corresponden el Bet Am (Casa del Pueblo) con el populismo nihilista y resentido, precisamente, sino con lo mejor que la izquierda ha dado de sí, en el humano esfuerzo por imaginar respuestas tendencialmente justas ante los desafíos que la realidad presenta en forma de necesidad.
La izquierda es el revolverse contra el abuso de poder, contra el abandono de los débiles a las fuerzas ciegas de la vida que debilitan y los poderosos que se nutren de la debilidad. Es reconocer la sacralidad de la vida: un ser humano no es un «recurso humano», y si es un adversario no es «una rata», «un infiel», «un gusano», «un ilegal», no es nunca un Untermensch, un «subhumano», su condición de sujeto de derecho es preterjurídica y las leyes sólo pueden asumirlo, confirmarlo; el respeto que hemos construido no se reduce al trato que damos al amigo.
De izquierda es el sueño de una república de justicia, de cuidado de la Tierra en el proceso del trabajo, de consideración de todo prójimo, hasta del forastero ¾nombrado en Levítico (Vayikrá) nada menos que como el primero¾, para mayor énfasis del precepto «Amarás al extranjero (al otro) como a ti mismo». Es la mano que arranca todas las máscaras pías y dice en los Salmos que «todo lo que nace merece perecer», que «como la bestia del campo volverás al polvo», sin fantasmagorías de ángeles y demonios, de infiernos y paraísos, de resucitaciones y almas en pena, que de ti quedan el amor que hayas compartido y las obras del amor.
Es la que educa en la convicción de que, animados por el libre albedrío, nos habita la imprevisible posibilidad, y nos insta a tender a lo mejor posible y a alejarnos de lo peor posible, combinando nuestras fuerzas en procura de un mundo mejor para todos. Y te advierte que no has de esperar recompensa por haber querido lo mejor, y que no hay castigo seguro para el dañino.
Es la que recoge las enseñanzas de la experiencia humana, abominando de todo tribalismo antiuniversalista, y propone a cada generación ser capaz de vivir recreando la Ley siempre provisional: de revisar y recrear los valores eternos, irónica ante los dogmas, porque cada generación ha de recoger legados y dar respuesta a los renovados desafíos del porvenir con los instrumentos adecuados.
Es la que llama al trabajo por su nombre de penalidad, y dice que en la medida en que ésta es insufrible aunque indeclinable, es justo imponerle una tregua, e imagina la semana, y dice que seis días de labor son suficiente, que el séptimo habrás de dedicarlo a la reflexión sobre lo actuado, al descanso, al disfrute de la sexualidad, de la comida, «tú y todos los que moren contigo», y tus animales y herramientas de labranza, y la misma tierra que labras para completar la Creación.
Es la que te dice que la memoria es núcleo vivo del hombre y has de cuidarla como parte de lo creado para hacer el mejor uso posible de tus habilidades, para ser capaz de cuidar de lo que ya que eres capaz de enseñorearte, porque el derecho deriva de los deberes que asumes libremente, y completar la Creación forma parte de ello; porque nada ha sido hecho, ha sido dicho «de una vez y para siempre», y todo está en tus manos como ser social, como ser que convive con otros, como ser que es, único, singular e irrepetible, ya que es colectivo el ser que te ha recibido como hombre, y cada uno de ellos, de nosotros, es único, singular e irrepetible.
Y que hay un límite, que tu mano no puede agarrar todo lo que puede alcanzar.
Y que morada de todos es la Tierra.
Y que hay derecho a la defensa, y que la palabra de nadie es más que la de otro ante el tribunal que juzga a un reo, y que éste no ha de ser supuesto culpable ni aun cuando lo haya sido en otra hora.
Y que no debes hacer objeto de agresión a nadie, aunque cabe defenderse del agresor.
Y que has de hacer por pronunciarte contra toda forma de agresión, intentando impedirla, o intentando interrumpirla, o intentando que reciba reparación lo que fue dañado sin remedio.
Y que no harás escarnio del vencido.
Y que tienes derecho a recibir refugio de la mesnada y de sus jefes en una ciudad inviolable, para organizar libremente tu defensa ante el juez que ha de juzgarte.
Y que nunca ha de ser escuchado un solo maestro.
Y que toda flora y toda fauna merece cuidado no sólo porque te sirves de ella sino porque no eres sino con ella.
El Libro más peligroso
Eso es lo que propone el más antiguo de los libros que nos habla de nosotros, que luego, convertido en trofeo de guerra y en coartada o religión de Estado, no pierde un ápice de su potencia recreable, madrina de ese misterio y ese orgullo de ser hombres que se alza contra el mono asesino, sediento de sangre, que habita en nosotros y comparte las posibilidades de tender.
Fantásticas paradojas de la historia, que la más furibunda fuerza perseguidora de judíos, la Iglesia, haya nacido del judaísmo, y que sea judeofóbica una parte de la izquierda, cuando la izquierda nació reconociéndose en el antiguo sueño.
Observemos a esta izquierda ¿Qué atesora de lo que el misterio y el orgullo han creado completando la naturaleza? ¿Qué del viejo sueño que la recreó como liberal, republicana, socialista?
La derecha es hija del garrote, defensora del todo vale, de la fuerza como fuente de razón, de la victoria como dadora de derecho. La derecha es madre oscurantista de la ideología que jura, en nombre de la ciencia, que «la especie se divide» en «razas», que la historia es la crónica de la guerra entre la «superior» y la «inferior», a lo que los nazis añadirán una tercera, la «subhumana» (Untermensch). La derecha es madre de las ideologías clerical y reaccionaria con las que el descalabrado régimen feudal logró travestir la balbuceante democracia en democratismo, en mera apariencia que brilla en algunos aspectos como si fuese de verdad la democracia sólo porque cuatro quintas partes de los hombres continúan sometidos a formas aún más bárbaras. La derecha es madrina del fascismo y de su desbordamiento delirante en el nazismo: la industria estatal de la aniquilación de la cultura, de la cultura de la insumisión al destino, al caudillo, al privilegio particular contra el derecho de gentes, del respeto a la vida. Todo esto lo sabemos pero, ¿y la izquierda?
Extraviada
¿No vemos acaso en esta izquierda a una izquierda de derechas, a una no izquierda, a una antiizquierda? Consignera del resentimiento populista, patriotera, falsificada en todo comenzando por la apropiación indebida de su nombre y de los demás nombres que la izquierda ha dado: el humanismo, el laicismo, el universalismo, el liberalismo, el laborismo, la tendencia al racionalismo, la fraternidad, la libertad, la igualdad ante la ley, comparte en aulas y aeropuertos el trajín de los que frecuentan masters en evasión de impuestos, en arrebato de los bienes públicos, en desvíos de lo acumulado por el trabajo social a oficiosos paraísos fiscales que resumen toda su idea del Edén. ¿Dónde se origina el modelo de impostura que las identifica, las confunde?
El trofeo judío
Cuando se constituye la Iglesia como oportuno bastión de un imperio en plena caída, en aquella Nicea del año 325, el judaísmo, apenas reseñado aquí, continuaba siendo el único paradigma prestigioso en el mundo, en ese espacio globalizado que tenía a Roma como potencia central y agrupaba a un tercio de la población humana. Los judíos que habían sido los primeros cristianos, creyendo en la buena nueva como obligada recreación del sueño milenario ante el poder corrupto de los reyes vasallos, ya no estaban al frente de las agrupaciones. Habían formado una de las tantas sectas que en ese popurrí helenístico, alejandrino, que era la cultura del mundo que se romanizaba, surgieron del cuerpo social de la Judea vapuleada por invasiones y otras novedades. El judaísmo de la Torá, ampliado por los conceptos griegos, que comenzó a ser releído a la luz de las ideas de los filósofos helenos, había sabido, querido y podido sobrevivir a la catástrofe del año 70, celebrada por el arco de Tito, aún enhiesto en Roma; había reunido, en el 90, una colección selecta de escritos, que recogía las enseñanzas de la experiencia para que acompañara a los dispersos como una catedral portátil que cada uno podría llevar consigo; había excluido a los esparcidos, y a los aún escasos residentes en la vieja tierra, de la apocalíptica que los obligaba a morir en el intento de vencer a la potencia globalizadora que negaba la vigencia de los valores construidos; les había ofrecido una reforma sustancial (el judaísmo siempre se reforma): vivir siendo la luz para todos los nacidos, conteniendo la mano, preservando lo creado, descansando el séptimo día, Shabat; absteniéndose del alcohol salvo en días festivos, cuidando la familia, teniendo sólo en ella descendencia; haciendo por la justicia cuanto fuere posible porque la Ley es para vivir en ella, no para morir por ella, tendiendo a lo mejor posible. Y esperando la señal del Creador, su enviado o meshiaj o kristos, para ponerse en primera fila cuando llegase la hora de alzarse por la emancipación de todos los hombres, la instauración del reino de la justicia universal. ¿Cómo no iba a ser odiada esa secta, la del judaísmo de la Torá? Ahí nace la judeofobia. El primer ensayo de impostura.
El legado, la ortopraxis
Pero la ingente producción simbólica de los siglos clásicos, en gran parte conservada por la Iglesia primitiva, esta ortopraxis o propuesta de conducta correcta que llena de sentido su visión del mundo, su historiografía y la mitopoética que la completa, se presentaba como un obstáculo para los que se proponían preservar la figura del emperador. También para los reyes y los cortesanos de Israel-Judá había representado un obstáculo. Esa producción de profetas, justiciera y antipopulista, enemiga del resentimiento, desenmascarante de toda fantasía alucinógena, tendencialmente racionalista, que denuncia el abuso, que debate consigo misma, no sirve al poder, a ningún poder. Es el legado esencial que recibe la izquierda de los milenios subsiguientes. No fueron los judíos de la secta de Jesús quienes fundaron la Iglesia, sino los metuentes, los oportunistas, y ellos no dejaron aquel legado, abominaron de él.
Pero servían sus nombres. Los monjes soldados que renovarían la presencia romana en el mundo, como sacerdotes de una religión oficial y única autorizada ¾no como hombres laicos (los que conocen la Ley, la difunden, viven en ella, la recrean)¾, necesitaban a las legiones para imponerse, pero también los nombres de la Torá, de Abraham, de Moisés, de David, de Isaías, como Stalin (como el buen seminarista que fue) necesitó los de Espartaco, de El Capital, de Marx, de Lenin, para dar vuelta a la producción simbólica cargada de prestigio de la que se había apoderado.
El paradigma invertido
La Iglesia ahora romana despoja al paradigma de su proyección hacia el futuro (¡justicia!, ¡justicia perseguirás!), dejando toda la esperanza humana anclada en un acto caducado, irrepetible: la muerte del enviado de Dios. Y reemplaza la propuesta de conducta correcta, aquella que se funda en el (¡abominable!) libre albedrío, por la conducta sumisa a la voz del sacerdote, sobre quien reina el obispo, sobre quien impera el Papa, suplente del Cristo, socio del otro emperador, el de las legiones. El futuro no traería al enviado de Dios como consecuencia de haber perseguido la justicia, sino como recompensa por haber aceptado ser los últimos, los resentidos, que entonces pasarían a ser los primeros. La Ley ya no está en manos de cada cual para que reflexione sobre ella, sobre la realidad; está en los dictados de la Santa Madre Iglesia, tiene valor de dogma, tiene poder de exclusión y muerte del infiel, y nadie, salvo el Papa, «infalible» desde el siglo xix, puede cambiarla. Todo lo que ha sido luz en la sociedad cristianizada, lo ha sido como rechazo del dogma y de la burocracia clerical, del oscurantismo y de la opresión, porque ha conectado con los libros primeros.
Si la religión musulmana sólo produce religión (con excepción de los herejes Avicena y Averroes), la religión cristiana no ha generado sólo oscurantismo: de ella ha salido la recreación de los valores universales del humanismo, del liberalismo, de la izquierda. Incluso en plena Inquisición hubo límites: Cervantes, heredero de conversos, precede en más de cuatro siglos a Salman Rushdie, y no hubo fatua contra él.
Distrito palestino
Los rabinos lograron excluir de la rebelión apocalíptica a la mayoría de los supervivientes judíos. Hubo, sí, alzamientos, décadas después, insólitamente renovados en la misma Judea (y en la Cirenaica y otras tierras), y el otra vez vencido reino de Judea pasó a ser «Distrito palestino de la Provincia siria del Imperio romano» en ese 135. Fue un premio a los pueblos que no habían levantado la mano contra Roma, los sirios, y los filisteos llegados del mar que habitaban la franja de Gaza. El califato (imperio) árabe de Bagdad (que Nasser y sus remedos (Sadam, Bin Laden) soñaron o sueñan con reconstruir) heredó el topónimo, mientras Filistea (Palestina y Judea) se vaciaba de filisteos y judíos y era ocupada por árabes llegados del lejano Yemen, al igual que Siria, Fenicia (Líbano) y tantas tierras más. También el imperio turco-otomano que sucedió al de Bagdad heredaría el topónimo («Distrito palestino…»). El decreto romano era práctica establecida de castigo a los insumisos. En el 145 a. C., al ser vencida, Cartago (donde hoy está Túnez), el reino que hoy algunos llamarían «progresista», la URSS de la época, perdió su nombre por el de África, que poco a poco se extendería a todo el Continente negro, un milenio antes de iniciarse el desembarco de los árabes del Yemen. Los mismos árabes que aún hoy topan con la resistencia de los saharauis ante Marruecos, los kabiles en Argelia y los beduinos ante los palestinos en el Néguev, pueblos que, aunque islamizados, conservan empecinadamente su lengua y buena parte de su cultura, tanto menos rígida que la que se les pretende imponer. De los judíos que vivían con ellos desde comienzos del milenio clásico, en tiempos de Salomón, y que fueron sus compañeros en la resistencia a la invasión musulmana hasta el siglo xvii en lo que hoy llaman Marruecos, tomaron, entre otras cosas, la primera forma escrita de su historia.
Una sola historia en un solo mundo
Nótese cómo hacemos un rápido repaso por las centurias, no por capricho, sino porque aunque el presente es el espacio de lo imprevisible, del futuro que desconocemos, y el pasado acumula hechos e ideas caducos, acumula también lo que no pierde vigencia, lo que sobrevive (esto es, «la superstición» y la sabiduría). Y cuando la izquierda de derechas habla de «Palestina», de «cinco mil años», lo obvía todo a sabiendas y redacta uno de los capítulos de su panfletería reaccionaria. El derecho de las personas que se identifican con el nombre de árabes palestinos no necesita ser ensuciado con estas mentiras.
Así como a Judea y a Cartago en su día, toca hoy a Yugoslavia desaparecer y cambiar de nombre, según el anuncio que el socialista Solana hizo en nombre de los silenciados yugoslavos y en el del imperio europeo en formación, no sin saliva perruna en la comisura de los labios: los germanos, vencidos en las guerras antiserbias, se habían juramentado en 1918: Serben müss Sterben, los serbios deben morir. Solana firmó la partida de defunción. Las barbaridades cometidas en tierras yugoslavas, alentadas desde fuera (ahora se empieza a develar la trama germánica e islamista que denunciábamos entonces) y asumidas por una parte de los serbios, musulmanes y croatas, fueron el pretexto para erradicar al odiado país de la faz de la Tierra.
Ya antes, otros muchos habían corrido igual suerte, para bien y para mal de sus humillados habitantes: Tenochtitlán, Tahuantinsuyo, Babilonia, Samarcanda.
Preservación y contumacia
Viviendo en esa exclusión casi general ¾general en la Cristiandad, más tarde llamada Europa, en el Califato, en la Sublime Puerta turco-otomana¾, los judíos de los recientes dos milenios habían ido construyendo y reconstruyendo sus inermes comunidades. Las religiones oficiales (romana o mahometana), evolucionadas hasta llegar a ser cultura general en sus dominios respectivos, habían calado poco a poco en la sinagoga, que inició, hacia el año 1000, la urdimbre de una suerte de religión, aunque con base en el paradigma clásico. No lo alcanzó del todo en muchos siglos, y cuando llegó a ser religión organizada, los hebreos que abandonaban las congregaciones comenzaban ya a superar en número a los que permanecían en ellas. Y nos acercamos a los albores de lo que llamamos Modernidad, ese tiempo en el que «la modernización» de las sociedades, tantas veces emprendida, no fue sólo esfuerzo de unos pocos, sino tarea de Estado: la Ilustración de la que nacieron las leyes de igualdades políticas, la democracia.
Los maskilim
Los primeros en marcharse de la sinagoga fueron los maskilim ¾«portaestandartes» como los que rodeaban al rey David¾ que escucharon a Moses Mendelsohn cuando decía: «¡Emancipaos, salid del gueto, poneos al frente de la nueva era!», y lo hicieron desde la cuna berlinesa de la Haskalá, la Ilustración mendelsoniana, rompiendo con la tradición. Lo hicieron, como sería habitual en los siglos xix y xx, arrojando por la ventana al bebé junto con el agua sucia de su baño. Al romper con la pasividad acumulada, con el miedo, con la reducción a la espera de una señal divina, poco a poco perdieron la memoria de lo que, empero, seguía presente y muy presente en los rituales del ciclo anual, en la plegaria, en cada recepción del sábado, en la sinagoga y en los hogares de los observantes. «No agredas a quien no te ha atacado, como hizo Amalek con Israel en el Desierto» (Shabat Zajor); «como en el Éxodo, pregúntate de qué necesitas liberarte e inténtalo» (Pésaj); «haz un regreso imaginario por el año transcurrido, pregúntate cuándo has obrado mal, pide perdón si tienes a quién, haz por reparar, comprométete a actuar mejor en la próxima oportunidad» (teshuvá de Yom Kipur); «cuida la naturaleza» (Lag Baomer); «tras cada seis jornadas de trabajo, la séptima has de descansar, y contigo todos los que estén contigo, y tus animales y herramientas de labor, y la misma tierra que trabajas; has de reflexionar sobre lo actuado, agradecer lo que tienes, disfrutar con todos tus sentidos» (Shabat).
Introducidas las novedades liberales de la Revolución francesa que, a imitación de la pionera Holanda, declaró a los judíos (y protestantes) «ciudadanos de pleno derecho aunque de diferente fe», muchos más abandonaron el encierro obligatorio que sus padres habían asumido como propio, y se lanzaron simplemente a vivir la vida como cualquiera, en las ciudades que la uña de los caballos napoleónicos iba liberando del agobio feudal. Pensaron que el liberalismo venía a realizar el viejo sueño.
La fobia como respuesta
Una mirada seria sobre los actos de los hombres ¾individuales y colectivos, más o menos erróneos o pertinentes¾ nos los muestra como respuestas a los desafíos de la realidad: la Iglesia creó la judeofobia como respuesta al justicierismo, al igualitarismo y respeto entre los humanos por encima de las jerarquías, que había calado hondo en muchas gentes (todo aquello de la religión de Roma como «religión de amor», y demás, es producción muy reciente: durante muchos siglos fue oficialmente la religión de la obediencia al amo, que sería recompensada en el más allá). Los intentos por deshumanizar a los hebreos, acorralados en guetos, sometidos a leyes denigrantes, a asaltos periódicos, no fueron capaces de acabar con ellos como personas que preservaban la memoria de los textos antiguos, los repensaban y hacían por vivir en ellos, y la judeofobia persistió como respuesta y hasta se institucionalizó. En el siglo xix, la Iglesia recreó la fobia con argumentos nuevos sumados a los tradicionales, porque el liberalismo político nacido en el seno de la Cristiandad iniciaba la devolución oficial de la dignidad a los israelitas, que mayoritariamente se incorporaron a los vientos de la época, y la judeofobia volvía a ser una respuesta necesaria: atacando a los judíos se aprovechaba lo acumulado en tantos siglos de propaganda y, por elevación, se atacaba a la democracia que amparaba esa emancipación civil y afectaba a la aristocracia, a los privilegios señoriales, al derecho de pernada, al oscurantismo clerical, a la sumisión femenina. Ese liberalismo trasladaba la cultura a las ciudades, donde los hombres podían zafarse de la tutela de obispos y gamonales y de obispos-gamonales; limitaba el machismo de los monjes soldados en aras de una dedicación mayor a las cosas civiles; arrebataba poder a los terratenientes para darlo a los mercaderes burgueses que, de hecho, organizaban la respuesta social ante las necesidades del ciclo vital (comer, abrigarse), mientras que los residuos de respuesta provenientes del antiguo régimen sólo prometían hambre y emigración (sesenta millones de europeos huyeron de ese régimen en estos siglos anteriores y posteriores al liberalismo); en las nuevas urbes industriales crecía el desprecio por el oscurantismo clerical y se multiplicaban los ateneos, las casas del pueblo, las ligas antialcohol, los círculos femeninos... y las asociaciones israelitas. Ahí, los judíos. Es natural que otra vez se los escogiera como blanco en una operación cuya vasta envergadura los sobrepasaba: la guerra del vigoroso ancien régime absolutista de reaccionarios y de clericales contra la cultura de la desobediencia, de la esperanza en las elecciones de los hombres puestos en el centro del Universo, de la cultura de las Casas del Pueblo, de los sindicatos, de la alfabetización.
Se interrumpe la línea de legado
Los hombres vivimos en una trampa: esa igualdad política del liberalismo tuvo una consecuencia decisiva en su «olvido» de la desigualdad ante el dinero. El desfase generó la conciencia de la «cuestión social», la formulación de las ideas socialistas. (Otros desfases darían lugar al feminismo y al ecologismo.) Y entre los israelitas, que viven en una trampa dentro de la otra, generó otro efecto que, como aquéllos, sigue vigente: la aceptación de esa igualdad política y jurídica sin más, con abandono de la vieja herencia que tanto dolor había causado a sus portadores, los dejó sin recursos cuando, corrompida la democracia en democratismo o en dictadura, avasallada por los partidos clerical y reaccionario, los hebreos o «descendientes de hebreos» se encontraron con la reformulación del antisemitismo, de la vieja tara feudal, y ya no sabían quiénes eran. Aún en estos días tenemos una brutal evidencia de ello: siendo los judíos menos del uno por ciento de la población argentina, rondó el cinco por ciento el número de los izquierdistas «desaparecidos» por la dictadura ideológicamente nazi de los años setenta y ochenta; padecieron la «doble tortura» respecto de sus compañeros, siendo miembros de organizaciones (Montoneros) de explícita judeofobia y alianza con el terrorismo islámico. Lo habían dejado todo para ser sólo argentinos, tal como un largo siglo atrás lo habían dejado todo por ser sólo franceses, alemanes, austriacos, para descubrir, de pronto, que no lo eran, que su «raza» estaba maldita, que eran un cuerpo extraño en la cristiandad, que no eran de fiar en la defensa de la patria, que se aprovechaban de su voluntad e inteligencia para ocupar los lugares más apetecibles en la Universidad, en las profesiones, en el arte y el comercio. Y si al tiempo se insiste en los clichés medievales ¾que son asesinos de Jesús-Dios, que aman la usura y los trapos viejos, que amasan su matzá con sangre de niños bautizados¾, tenemos el caldo de cultivo de lo que sería el separatismo: el ansia de abandonar Europa. Primero fue el fracaso de la democratización de Rusia y los terribles pogromos (desde 1881: el asimilado Leo Pinsker, que había creído en la democracia, escribe Autoemancipación, y cientos de jóvenes judíos y rusos, los biluim, bajan desde el Cáucaso con el sueño de construir una sociedad más justa en el desolado Distrito palestino de Turquía. Pero lo determinante sería el caso Dreyfus (1888), que estalla nada menos que en el seno de un país ya democratizado, Francia, sumida en el democratismo.
Con él irrumpe una novedad que retrotrae a tiempos anteriores a la compilación de la Torá ¾en aquel año 90 de la Era común, tiempos de apocalíptica, de lucha armada¾: el nacionalismo político o «sionismo», estructurado a la manera moderna, a la manera de decenas de otros nacionalismos con los que fueron construidos todos los reinos que hoy existen. Regresar a la vieja tierra y levantar una república propia.
La respuesta de la Iglesia judeófoba fue clara: el papa Pío XI le dijo a Hertzl, que había acudido a pedirle auxilio para su proyecto: «Llévelos, conviértanse todos, y los acogeremos en su vieja tierra.» Más tarde su respuesta será más elaborada: «Condenados a errar hasta que no reconozcan a Jesús como el Cristo, debemos oponernos a su regreso, esa tierra es nuestra, no de los judíos ni de los cismáticos y herejes [ortodoxos y protestantes], y deberíamos organizar una nueva Cruzada para recuperarla [a los árabes no los tienen en cuenta salvo para describirlos como los que mantienen la tierra en el atraso].» El papa Pablo VI la aggiornaría: «No los reconocemos porque maltratan a los árabes»; ya estábamos en los setenta, en la gran ofensiva islámica que sigue su marcha inexorable y cuenta con el respaldo de Roma. El exabrupto de Pablo VI es fuente de la izquierda coetánea.
Opciones forzadas
Pero el asimilado austriaco Theodor Hertzl ¾que no conocía el mundo judío, ni el libro de Pinsker, ni al Bund¾ no tuvo mucha suerte entre los judíos occidentales. Los que no optaron por la propuesta nacionalista, muy minoritaria, a partir del Congreso de Basilea de 1897, quedaron distribuidos en multitud de otras opciones igualmente propias de la época, auspiciadas por ella. Unos permanecieron o en la sinagoga tradicional o regresaron a ella. Otros consolidaron la sinagoga de la Reforma que había dado sus primeros pasos en la liberal Berlín de 1810. Otros se adaptaron tanto como les fue posible a «la normalidad», haciendo por sacudirse el sambenito, con cambios de apellidos muchas veces, o con conversiones al cristianismo luterano, menos fóbico que el católico. Otros buscaron integrarse en las formaciones cívicas del mundo político, casi todos en las izquierdas, incluso liderándolas y siendo sus teóricos, aunque en muy pocos casos con reconocimiento público de la hilazón entre estos proyectos socialistas y las raíces clásicas, porque era muy extensa la judeofobia. Otros se lanzaron a la aventura trágica de la emigración hacia nuevos países, menos corrompidos por el neoabsolutismo reaccionario y clerical europeo-, donde eran reclamados por los gobiernos, notoriamente de la Argentina ¾que fue a buscarlos en 1886¾, el Brasil, el Uruguay, los EEUU y demás repúblicas americanas, y hacia tierras de la Commonwealth, donde reprodujeron todo este espectro de opciones. Ir al desierto y las ciénagas plagadas de malaria no resultaba muy atractivo. En la misma Europa, en 1897, año en que se celebró el primer congreso sionista en Basilea, Suiza, tiene lugar el primer congreso bundista, madre de otra opción, en Vilna, Lituania.
Judeofobia: la izquierda entra en liza
Las izquierdas llevaban ya, para entonces, medio siglo abordando esta cuestión de la judeofobia que lo sesga todo, sin aportar demasiada luz para la comprensión del fenómeno como lo que era: una respuesta, una parte de la ofensiva general contra la humanidad en formación; entre las excepciones, los anarquistas catalanes del Proceso de Montjuic (1896) comprendieron el problema.
La variante populista de la izquierda, la que se dirige a los resentidos, a los que quieren dejar de ser pobres para ocupar el lugar de los ricos, predominó finalmente. Había tomado la palabra medio siglo antes para decir que «si Rothschild es judío y es banquero, y los banqueros son el enemigo, los judíos son el enemigo» (Toussenel). Proudhon, maestro de éste, había propuesto su exterminio o su deportación a Asia. Desde entonces, los judíos y los gentiles cultos están divididos: unos optan por callar, para no irritar a las masas que viven en las tradiciones fóbicas del Medioevo, o empiezan a decir, ya en aquel tiempo, que hay que dejar «la resolución» (de la ahora llamada «cuestión judía») «para cuando esas masas puedan ser educadas desde el poder revolucionario», con lo cual se añaden objetivamente a los antisemitas; y los que protestan abiertamente, como Engels, lo hacen llamando a la fobia «vieja tara feudal que hay que combatir ya».
Su amigo Marx quiso eludir la desconfianza de los antisemitas, procurando no ser identificado como judío (su padre y su esposa eran protestantes, ella muy amiga del genial Heine). Había utilizado la acusación de «judío» contra sus rivales, como Lassalle, y teorizado en un breve panfleto sobre la necesidad de despreciar todo aquello que no fuese obrero comunista y que no ayudase al desarrollo capitalista, como la preservación de la cultura judía. No le reconocía a ésta otra razón de ser histórica que la de haber ligado a un «pueblo-clase» dedicado al comercio y a la usura (sic), y la consideraba dañina para el proceso mediante el que el comercio dejaría paso a los grandes monopolios del capitalismo que harían posible una economía socialista..., siempre y cuando los obreros se volvieran comunistas. También despreció la lucha de los pueblos por su independencia, como en el caso de los checos, que debían «rendirse ante la civilización germana», o los mismos hebreos. Así rechazó a su maestro Moses Hess (Roma y Jerusalem, la última cuestión nacional,1845), sólido antecedente del sionismo. Su empeño fue inútil: siguieron llamándolo «el moro» (es decir, «el semita»), «el judío», en tono acusatorio, desde su rival Bakunin («¡judío alemán!», lo increpaba) hasta el advenedizo Dühring. Es precisamente al escribir el Anti-Dühring, tras la muerte de su amigo y para señalar las taras del presunto izquierdismo de éste, desarrollando las ideas socialistas, cuando Engels, justificándolo por ignorancia, defiende a Marx de la acusación de antisemita. Por eso los «marxistas» antisemitas, como Stalin, odian a Engels.
Los proyectos nacionales
¿De qué ignorancia habla Friedrich Engels? Precisamente de la existencia de una espléndida multitud de trabajadores judíos, éticos, socialistas, que introducían las ideas de la modernización del feudalismo en democracia y de ésta en el socialismo, en las tierras agobiadas por el absolutismo zarista y austrohúngaro: ese Bund («Liga», «Compromiso») que mencionamos y que en 1897 se organiza como «partido socialista de los trabajadores judíos de Rusia, Polonia y Lituania», sale también al paso de la judeofobia y de la tentación nacional-separatista del sionismo. El Bund, como continuó siendo llamado, era tan estatalista como el resto de la izquierda ¾menos los anarquistas¾ y como los sionistas. Sólo que en vez de desconocer el hecho diferencial judío, como hacen los otros socialistas ¾y aceptar que los judíos sigan sometidos a cualquiera que fuere el Estado futuro sin respuesta a la judeofobia¾, o de asumir la imposibilidad de vivir dignamente, de vivir, entre cristianos, dado «lo irreductible de la fobia» (como dice Hertzl), plantean la necesidad y la posibilidad de renovar el intento recién abortado y conducir al imperio zarista a una revolución modernizadora como la que la burguesía llevó adelante desde París, y construir en las Rusias una república de los trabajadores en la que los judíos tendrían su lugar. En el proyecto bundista, pronto extendido a otros reinos absolutistas o escasamente democratizados ¾como los sometidos a Austria-Hungría¾, no se incluye reclamación territorial alguna: el colectivo judío, vivieren donde vivieren los judíos, tendría derechos, como los otros cien colectivos nacionales del imperio: al uso de su lengua, a sus asociaciones comunitarias, a su prensa. Judíos como Santiago Medem, que llegaron a ser conocidos y amados por los suyos como otros dirigentes por los propios, venían de la asimilación y el izquierdismo general. Fue el renovado antisemitismo lo que los llevó a estas posiciones, del mismo modo que a otros, por ejemplo a Hertzl, los condujo al nacionalismo separatista (sionismo) o al casi siempre vano intento de hacerse perdonar su ancestro, como hicieran Kautsky o los austromarxistas («disolveos como pueblo»). Medem aprendió siendo adulto el yiddish, lengua de origen germánico-hebraico y aportes eslavos, que se escribe en el viejo alefato hebreo y que los bundistas proclamaron lengua nacional de ese pueblo que habita Europa desde remotos tiempos precristianos. Fue lengua importante de los izquierdistas del mundo hasta mediados del siglo xx. Los sionistas optaron por el neohebreo, un hebreo que hubo de ser modernizado para que saliera de la cuna litúrgica a la vida cotidiana, tal como se habla hoy en Israel.
Socialdemocracia y Shoa
Los socialistas ¾como denominación genérica¾, después de estos años fundacionales del nuevo antisemitismo (sobre todo a partir del caso Dreyfus), del sionismo, del bundismo y, poco después, del comunismo bolchevique, que tiene su raíz en el Bund, se dividen invariablemente entre los que se suman a la judeofobia, los que lo hacen de modo vergonzante, los que la repudian y los que lo ignoran todo al respecto, descalificando así su importancia. No es asunto baladí: hemos dicho que la cuestión judía lo sesga todo, porque tarde o temprano el ciudadano, de izquierdas o no, se ha de encontrar ante la disyuntiva y habrá de tomar posición al respecto. El abandono de la preocupación, que fue tónica mayoritaria entre los socialdemócratas alemanes pese a Engels, a los Liebnecht, padre e hijo, a Rosa Luxemburgo, a Mehring, a Bebel (que llamó «socialismo de los imbéciles» al resentimiento lumpen contra los hebreos), tuvo efectos monstruosos. Siendo el SPD el más poderoso de los partidos de izquierda en todo Occidente, este desoír a los maestros fue elemento principal de la facilidad con que el nazismo congregó a los alemanes para la gran orgía industrial de sangre y opresión que se cebó tan especialmente en los israelitas, sus vidas, sus instituciones y su cultura en esta Europa hoy triunfalmente libre de judíos, aunque no de la judeofobia.
Traición bolchevique
En la URSS de Lenin el proyecto bundista no tenía cabida. Su Estado era un Estado totalitario, sin lugar para ramas en la verticalidad diseñada por el Partido-Estado. El nacionalismo soviético no podía admitir en su seno más nacionalismos que los periféricos, como el uzbeko o el tadyiko, o los inevitables (debido a su fuerza) como el ucraniano, al que atacó o sedujo pero nunca doblegó. Los bundistas fueron dispersados pese a los acuerdos previos y a la deuda histórica que los bolcheviques habían contraído con ellos; como los socialistas revolucionarios (SR), la corriente de Yitlovsky (también judío), que representaba una forma democrática, no bolchevique y no germánica, y que fue desapareciendo en todo el mundo. No hubo persecución subjetiva: nadie que siendo judío abandonase otros partidos y se sumase al bolchevique era marginado; es más: mostraron su coraje, su entrega, su inteligencia y su cultura al frente de la URSS en clara desproporción respecto de la presencia demográfica de los hebreos del país. Ellos fueron los más soviéticos, del mismo modo que en la también multinacional Yugoslavia fueron los más yugoslavos, en el Reino Unido los más británicos y en EEUU los más americanos, porque esperaban de la nueva nacionalidad la superación de las taras generales de los tribalismos históricos, y con ello del antisemitismo, vieja tara clerical.
Nacionalismo estalinista
El antisemitismo estalinista fue la respuesta del nacionalismo gran-ruso al nacionalismo judío y su «contumacia» (adjetivo usado también por Isabel la Católica) en la memoria del socialismo, en cuyo nombre se adulteraban los valores que llevaron hasta la Revolución. El estalinismo estaba acabando con los bolcheviques de modo semejante: los que se plegaron a la contrarrevolución que se imponía en nombre de la revolución bolchevique fueron, al principio, tolerados como lo fueron los pocos judíos que aceptaron la conversión del cristianismo primitivo en la Iglesia romana. Unos y otros sirvieron de coartada para quienes se apropiaban de los nombres viejos como trofeos de guerra. El nacionalismo estalinista, mucho más acentuado que el leninista, fue aniquilador. Él mismo se ocupó de reventar la experiencia de una república autónoma judía: Birobidyán, en el extremo oriental siberiano, en la que llegó a haber cien mil pioneros hebreos.
Con férrea mano nacional-estatalista, Moscú se erigió sin ambages en el Vaticano de los partidos-iglesia comunistas del mundo. Esto es omniconocido; pero mucho menos lo es que Berlín se erigiese en el Vaticano de los partidos-iglesia socialdemócratas que, dado el evidente enfrentamiento entre los partidos-iglesia comunistas, se hicieron con prácticamente toda la izquierda universal, arrinconando a los socialistas democráticos como Yitlovsky (Nenni, Basso, Lombardi en la Italia de los sesenta; Allende fue de los últimos entre éstos que integraron a su partido en la órbita alemana; Raventós en Cataluña fue quizás el último; en Israel y la Diáspora judía, sigue en pie el Hashómer Hatzaír).
Respuestas o caricaturas
Los actos de los Hombres son respuestas, pero pueden también ser remedos de respuesta, ideología. La judeofobia medieval atacó a los judíos por lo que pensaban, decían, hacían. La judeofobia de gran parte de la izquierda desde las décadas finales del siglo xx no reside en lo que los judíos hacen o piensan, sino en lo que los musulmanes hacen y piensan desde su dogma islamista. Y lo hacen para gustar a esos musulmanes necesarios al Eje francoalemán. De hecho, la Shoa no fue sólo aniquilación de seres humanos, sino de la gran fuerza inquietante, revulsiva, de esa judeidad que disgustaba al poder, al del Imperio romano, a los medievales, a los reaccionarios anti-Ilustración (fascismo, estalinismo, nazismo, islamismo). Los nazis pudieron intentar llevar a la práctica la «solución final» porque se liberaron de un dogma fundacional de la Iglesia, aún vigente, que impidió a los padres de la Iglesia imperial acabar con los hebreos en el 325 y a lo largo del Medioevo ¾que el Cristo sólo regresará si hasta el último de los judíos lo reconoce¾, y abundan los documentos de la comprensión mutua entre nazis e islamistas.
El antisemitismo de la izquierda populista es sobre todo una ideología, una caricatura de respuesta: los hebreos que puedan disgustar a los jeques, caudillos, obispos o gamonales de este mundo son un puñado de impotentes. El ataque antijudío es por extensión un ataque contra unos EEUU que no ceden paso al Eje y al Califato aún nonatos, preservando su poderío imperial.
Al mismo tiempo, Israel es el judío entre los Estados porque es una democracia en el océano islámico y porque lo gobiernan los condenados a errar, pero su democracia es tan normal ¾en muchos más aspectos más democrática que otras¾ como lo es su Estado entre los Estados. El ataque de una parte de Europa contra Israel se traduce en judeofobia porque la ideología medieval pesa lo suyo en milenios europeos, y en estrecho contacto con el feudalismo vivo del Islam, que sí tiene contra los judíos el odio del dogma religioso, absolutista, rebrota con furia. Si el Islam es hoy el rostro de la guerra contra la Ilustración, resulta natural que en su esfuerzo se recoja todo lo que fue y sigue siendo odio a la Ilustración, y al socialismo nacido de ella.
La respuesta y su remedo
No obstante, todo hay que decirlo, la judeidad no es hoy ese fermento que fue durante tres milenios. Son más los hebreos ignorantes y despectivos de la herencia que se les supone al atacarlos, y hay entre ellos más «jeques», «gamonales» y «obispos», y están más normalizados en la fantasía de la privacidad y el dinero junto a sus vecinos de toda índole (en Israel y en el mundo), que las personas, y no digamos ya las instituciones, que pudieren afectar a los poderes constituidos, a los grandes contendientes en esta guerra que los supera, y en la que son otra vez blanco de un remedo de respuesta.
En el mejor de los casos, una pequeña parte de los judíos se defiende de la difamación (y no de las matanzas, como las de la AMIA o la sinagoga de Dyerba) con argumentos de tribu acosada y no sin sorpresa: «¿Por qué nos atacan, si somos como todos?; esto es ilegal», suplicando solidaridad a los no judíos, que acuden en número mayor que los mismos hijos del estigma.
Que nadie espere de este escriba explicaciones simples, sin matices. En esta guerra contra Israel son muchos, y muy enrevesados, los motivos e intereses. Sólo falta en ella la pretendida justificación principal: el amor y el respeto por las personas árabes metidas en la trampa en la que están metidos los judíos. Y, desde luego, amor y respeto por los individuos hebreos, sean éstos o no herederos de la odiada historia del progreso.
Ley
La historia no tiene leyes, como creyó Marx, pero no está exenta de ciertas pautas. Comparte parcialmente el enigma del Universo: qué hacemos, por qué hacemos lo que hacemos, por qué así, por qué no otra cosa. Conocemos la Ley de la Gravedad y otras, pero no tenemos una Ley Física Unificada del Universo. También tenemos balbuceos de una Ley Ética capaz de responder a todos los imperativos categóricos, a toda la diversidad de esta especie nuestra, de esta violenta combinación de individualidades, de esta mezcla que no llega a ser combinación, sobre la que operan tantas fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, y a la que hemos construido naturalmente ¾está en nuestra naturaleza hacerlo¾ y llamamos «mundo». Pero tampoco tenemos Ley Unificada. Esos balbuceos dicen que un crimen es un crimen, independientemente de quien lo cometa, y no caben pretextos del tipo «los árabes lo hacen porque es lo propio de su cultura, de su mundo», como los que vomita la izquierda, mostrando su desprecio por las personas que viven bajo el imperio de la barbarie islamista, como los comunistas iraquíes, los saharauis, las mujeres de todo el Islam, para quienes el crimen no forma parte de la cultura.
Descubrimiento de la globalización
El eje multimilenario de este quehacer histórico es la mundialización, que algunos despistados acaban de descubrir como si se tratara de un designio maligno de los diabólicos americanos y los sionistas. En ese construir mundo a partir de mundos previamente urdidos, está la noción de proceso, origen del ensayo histórico, que inaugura el Libro de Daniel incluido en el canon de la Torá: «Primero fueron los babilonios, después los persas, luego los helenistas alejandrinos, ahora Roma..., mañana, este gigante de pies de barro dejará paso al reino de la justicia universal.» Hoy sabemos más acerca de las ciudades-reino que se sucedieron como potencias de ese mundo nuestro, y sabemos que a Roma siguieron otras. A los reinos, como a los Hombres, puede tocar el turno de gobernar sobre los otros. Y morir de viejos, o ser degollados en plena juventud, pero el mundo es el espacio de la sucesión sin solución de continuidad. Hoy se enfrentan el enorme y laxo poderío del complejo militar-industrial y financiero de los Estados Unidos, centro de la cultura mundial, y el ansioso pugnar del Eje francoalemán que llaman Unión Europea. Pero ésta ni es unión ni es europea, puesto que no ha abolido los rechazos mutuos entre los reinos desprendidos del primer intento, el de Carlomagno; del segundo y del tercero, que fueron las santas alianzas romano-germánicas absolutistas del siglo xix; ni del cuarto, que intentó establecer Hitler con su Eje en torno al III Reich. Ni manu militari, como en el pasado, ni por medio de las leyes financieras (y la mano militar, como en Yugoslavia) se avanza en la constitución de un imperio que reemplace al estadounidense, como el romano hizo con el alejandrino, o éste con el persa de las satrapías.
Nihilismo
Esto enfurece más y más a los desafiantes, y son los idiotas útiles de los grupos de izquierdas derechistas ¾los euroidiotas¾ los que más vociferan en Occidente, mientras fuera de él, y penetrándolo incesantemente, el islamismo clama y hace estallar a sus descerebrados con un cinturón bomba en una cafetería israelí o en una sinagoga tunecina, en una asociación cultural de Buenos Aires o en el centro de Manhattan. El enemigo es Israel, más que otros aún no rendidos al Islam (India, Filipinas, Sur Sudán, España), porque cometió su osadía en medio del mar árabe. Son los judíos por acumulación de tara medieval. Y es América hasta que se rinda a los árabes que usa. Los demás caerán por añadidura cuando toda esta mesnada ayude, cada una desde su papel, a la victoria del imperio desafiante. Yugoslavia es el camino. El Martes Once ha desacelerado su gran hégira, pero no la ha interrumpido.
La distorsión, antisionismo como antisemitismo
Que hay una cuestión pendiente, sangrante, en Medio Oriente, entre los israelíes del Estado, con su democracia, y los palestinos de Gaza, Judea y Samaria, marginados de toda democracia, israelí o árabe, es algo que absolutamente nadie niega. Una cuestión pendiente, más sangrante que algunas, mucho menos que cientos de otras. Un buen casus belli cuyas distorsiones son muy útiles al plan general.
Cualquiera que se libere del cautiverio de la prensa solapada o abiertamente judeófoba, incluida la que protesta su no-antisemitismo diciendo que «sólo están a favor de la causa árabe y los niños genocidiados por los judíos», y hasta de la bazofia extremista que circula por la red, cualquiera que lea prensa israelí, parte de la cual es brutal con el gobierno, como el Haaretz; o de comunidades hebreas, como la sionista-socialista Nueva Sion de Buenos Aires, o de la derecha liberal, como el italiano Líbero de Roma, o de la izquierda liberal como La Jornada de México, verá mucha más crítica, con más sustancia, argumentos, datos y cifras comprobables, información que otros ocultan y dureza contra las políticas severas de Israel, contra sus desbordes, de lo que se encuentra en las manipulaciones y acusaciones medievalistas de los medios oficiales del Eje francoalemán, como el paquete del emporio hispano Prisa y su entorno mercantil e ideológico, televisiones españolas, italianas, francesas, argentinas, ecos voluntarios en forma de ONG, sindicatos ex comunistas, etcétera.
El dogma de la Umma
Un dogma del islam pretende que una tierra que alguna vez fue islamizada no puede volver a manos de no musulmanes, ni de musulmanes no árabes (como es el caso de los saharauis, los kabiles, los kurdos, los persas, los fenicios) allí donde la casta dominante desciende de la hégira yemení iniciada en el siglo vii. Ahí hay una fuente básica del rechazo a la soberanía jurídica y política de los judíos sobre aquel abandonado distrito que otrora fue el reino de Judea. Tampoco están autorizados a vivir los cristianos del Líbano que habían perdido poder hasta constituir sólo la mitad del mismo y hoy están sometidos a la dictadura islamista, ni los de Egipto (coptos, que significa «egipcios»), Siria (los asirios) o Etiopía, reducidos a lo testimonial, como cuerpos extraños, o los de Albania ¾miembro en Europa de la Conferencia Islámica desde 1988, ¿quién lo sabe?--, o los de Yugoslavia, donde acaban de conquistar media Bosnia y la provincia de Kosovo («por primera vez naciones cristianas luchan entre sí para entregar una de ellas al Islam», diría Massimo D´Alema, premier italiano ex comunista). No están autorizados a vivir. El Islam pugna por Chechenia contra los ortodoxos rusos, por Cachemira contra los hindúes, por las Molucas contra los budistas, por Mindanao contra los católicos filipinos, por Timor contra los católicos timoreños, por Ceuta y Melilla contra los católicos españoles, por el Sur del Sudán contra los cristianos y los animistas (dos millones de víctimas ya)... «No permitiremos que en Palestina se repita la tragedia de Al Andalus», dice Bin Laden en uno de sus vídeos propagandísticos. Algunas dictaduras se resisten a ese dogma, compitiendo con los islamistas por el control: pueden tener perdida la guerra (Egipto, Turquía, Argelia, Mauritania) si se impone Europa.
Choque de culturas enredadas
Otra fuente es la oposición a los modelos de tipo democrático occidental ¾igualdad de mujeres y hombres, enseñanza laica, sindicatos y prensa¾ presentes en Israel, al igual que antes en Yugoslavia. Proviene de la índole feudal de los regímenes que hegemonizan los musulmanes. Un feudalismo que ha sido sostenido contra proyectos comunistas (Irán), democráticos (Irán), nacional-burgueses (Líbano, Turkía, Argelia), panarabistas militares (Egipto, Libia, Siria) a lo largo del siglo xx, precisamente por quienes hoy descubren «el peligro fundamentalista» que auspiciaron y que las izquierdas del Eje sostienen con entusiasmo. Los hijos de los señores sí aprovechan lo diabólico occidental: se los envía a cursar y a disfrutar en las ciudades del Oeste antes de regresar para ser los delfines de sus padres o los caudillos de la guerra santa.
Los protocolos
Una fuente de gran peso sigue siendo el estalinismo, que justificó «por la izquierda» la vieja tara feudal. Mezclando los protocolos elaborados en 1903 por la policía zarista (que hoy se editan por millones en suajili o en árabe, y se distribuyen entre los 50 millones de musulmanes que viven en Europa y los 24 que viven en los Estados Unidos) con el «antiimperialismo», Moscú se unió al Islam, sin equívocos, para conseguir que la ONU declarara en 1975 que el mundo es algo maravilloso salvo por el sionismo, al que proclamaron «racista». La mayoría automática podría haber proclamado que el mundo es cuadrado. Y la remoción de esa boutade de 1975 en 1990 no ha afectado a los clerical-estalinistas, que continúan dándola por «verdad científica», como en Durban 2001 (aun cuando hoy la mayoría ya no se confiesa estalinista ni clerical, porque no es políticamente rentable), tiñéndola de «causa árabe y palestina».
Una cuarta fuente de ese enfrentamiento, y de donde procede su fuerza diplomática en los aparatos burocráticos del mundo, como la ONU (Unesco,Unicef, etcétera), reside en los gigantescos vínculos bursátiles creados por el capital que se acumula con las regalías por las concesiones petrolíferas a empresas occidentales, y que tiene mucho peso en África, donde controlan la mitad del medio centenar de reinos continentales, y en muchos otros países.
La tara está en la izquierda
La fuente principal, no obstante, se la proporciona el Eje francoalemán en formación, con arreglo a la más que centenaria política de seducción de caudillos locales que practican las potencias imperiales entre sí, alentando tribalismos, guerras, atraso, exclusivamente en su beneficio y en el de las castas que reciben las «ayudas» y regalías.
Pero para que esta izquierda acepte cumplir su papel legitimador de la guerra contra Israel tiene que haber algo en ella, además de la necesidad de ella que tienen el Eje y el Islam. Y aun sin formular explícitamente esta pregunta, quienes se sorprenden por la aceptación de este papel avanzan respuestas posibles. También nosotros hemos aproximado hipótesis en este texto, fundándonos en su historia política: sus abandonos, sus cortedades, su necesidad de coqueteo populista con los más atrasados, el peso determinante que ha tenido sobre ella su sumisión al nacionalismo estalinista, a las necesidades soviéticas de lograr aliados árabes, y su paso a la sumisión al nacionalismo imperial germano y a la urgencia de éste por conquistar el mundo árabe y musulmán. No obstante, no es suficiente; hay más. No puede ser exclusivamente de orden político esta asunción por parte de tantas personas inscriptas entre quienes proclaman su anhelo de luchar por un mundo mejor y que repudian al Israel de los kibutzim ¾la única realización en la Tierra del viejo sueño socialista¾ para defender nada menos que lo que defiende. Y nos acercamos a la mirada antropológica que nos dio ya algunas observaciones: los actos de los seres sociales ¾individuales y colectivos¾ son una respuesta a un desafío de la realidad, del mundo, o son una caricatura, una apariencia, un exabrupto huero a manera de discurso: una «ideología», corpus textual que se define por su condición autocomplaciente, en la que no hay más propósito que la autojustificación, por lo que sólo considera aquello que conviene a las conclusiones preestablecidas, y lo demás no existe. ¿De qué tiene que justificarse esta izquierda sino de no ser de izquierdas, de no ser alternativa válida en ningún plano de la realidad, de no ser, por tanto, responsable, actora, de no tener ningún poder sobre los actos destinados a ser respuesta ante los desafíos de la realidad? El exabrupto antisemita ¾cualquiera que sea su disfraz¾ es mera propaganda de guerra con la que se desempeña el papel por el que se forma parte de algo ¾ahora del Eje¾ y se sigue existiendo. La izquierda no protagoniza nada, fantoche, espantapájaros que reacciona ante las acciones de otros (los israelíes haciendo kibutzim, manteniendo en pie su país; los árabes blindando sus regímenes con la coartada de Al-Quds, Jerusalén; los francoalemanes haciendo por conquistar mayores alícuotas de poder y beneficios sobre el mundo...) y vive de rentas, del prestigio de los viejos nombres que movilizaron la sensibilidad y la conciencia de quienes rechazaron el «darwinismo social» (el racismo, la explotación del prójimo, la esclavitud, el privilegio de la parte contra el todo, el oscurantismo clerical, la irracional depredación del planeta, la xenofobia, el belicismo...) para sólo hacer panfletos, tormentas de tinta, difamación, sin el menor efecto sobre la realidad en la que otros son maestros, hacedores, beneficiarios, víctimas.
El cansancio psíquico
No podemos dejar de pensar en la fuente psicológica. Política, antropología, geoestrategia, teología, lingüística, todo es útil para indagar sobre las cosas de los hombres. Pero la psique resulta afectada también en tanto tal, en tanto aparato de percepción de la realidad y de elección de respuestas. Esos izquierdistas que tienen siempre a mano a los judíos para explicarse lo que pasa, ajenos por completo a la realidad (hablar del control judío sobre la prensa ante esta furibunda y absolutista campaña antiisraelí; vivir enloquecido detrás del dinero, unidad de valor de todas las cosas mientras se repite el argumento antiburgués de los feudalistas del siglo xix, que atribuye a los judíos el afán por el dinero, etcétera), no están respondiendo desde las supraestructuras de conocimiento que proveen de información, datos, cifras: responden desde una confusión cargada de culpas, de facilismo ante la inaprensible complejidad, con elementos acumulados a través de siglos de adoctrinamiento que han abotagado su capacidad de percepción. Si para los nazis la judeofobia es la manifestación mayor de lo que pueden permitirse de modo legitimado para expresar la psicopatía por la que se han aproximado al nazismo, para los izquierdistas antisemitas que se resisten a reconocerse como tales, el odio a Israel es la expresión de esa confusión, del descalabro en que ha caído la cultura que cuestiona al mundo y que ya carece de alternativa real para ese mundo. Nada más fácil que encontrar un chivo expiatorio para el que ya estaban preparados en el subconsciente y desligarse de la responsabilidad de pensar. La judeofobia en la izquierda es prueba del cansancio de ser disidente, crítico, cuestionador, pensador de alternativas; es prueba del cansancio que hoy predomina en la cultura sobre cualquier otra actitud ante ella, y que sería quizás menos evidente si no fuera brutalmente desafiada por el formidable empuje, esperanzado, autocomplaciente, vigoroso, de violencia autorizada por el mismo Occidente (es que ellos son así, ¿qué le vamos a hacer?) con que el Islam ¾los reinos árabes, los aparatos terroristas, los inmigrantes en el Oeste¾ irrumpe con su cultura de la muerte y fascina a los cansados. ¿Cuántas veces han dicho sus caudillos que tienen la guerra ganada porque a ellos no les importa morir, es más, buscan hacerlo, mientras que a los occidentales (israelíes incluidos) les preocupa morir o que mueran sus hijos? ¿Qué psique puede resistirlo sin sentirse fascinada, cuando se está cansado y se reconoce vencido? La rendición de la URSS, el explícito reconocimiento de que ellos estaban equivocados y sus enemigos tenían razón, causó muchos suicidios entre viejos soviéticos que lo habían dado todo. En el Oeste esa capitulación ha contribuido enormemente a este cansancio, cuando aparece el Islam y se le cede la antorcha del rechazo al mundo, que es como esos izquierdistas entendían su intervención política. Los que no se consideraron representados por Yeltsin, porque no lo estaban por Brezhnev, por Stalin, y entendían su ser de izquierdas como un modo de vivir interviniendo, averiguando, recreando, buscando preguntas pertinentes y respuestas adecuadas, no podrían entregarse al Islam, que no pregona la superación por la izquierda de las taras y limitaciones del mundo, sino su arrasamiento para la implantación del feudalismo teocrático. Como ya se ve allí donde van venciendo por abandono o derrota de lo occidental: en Bosnia, en Líbano, en el Irán del sah, en la Turquía de Atatürk, en Argelia.
Destruir el Estado
Un día propusimos superar con instituciones más maduras, más humanas, al viejo Estado que se interponía entre los hombres y su posibilidad de crecer, y hoy esta izquierda, invocando aquellos nombres inquietantes, impotente y ajena a la marcha real del mundo, se reduce a exigir la destrucción... de un Estado, el de Israel, que dé la victoria a los tumultuosos reinos islámicos que ni siquiera alcanzaron el rango de Estado, y el fortalecimiento del Estado Unión Europea como challenger imperial del imperio norteamericano. Es un ejemplo enorme, no el único, de lo que segrega de sí esa izquierda en bancarrota que entrega el testigo a la hégira mahometana, siguiendo como perro fiel al imperio europeo en construcción, marco de la expansión islámica.
Tiene que estar en jaque mate una civilización, un modelo de dominación social, para que las expresiones de descontento (siempre minoritarias, por otra parte, ante el silencio de los corderos) resulten tan agudamente chillonas y confusas. La casta que gobierna, criminal y ahora suicida, hace sus cuentas ¾como en el bombardeo de Yugoslavia, en la guerra contra Israel¾ y apuesta por aprovecharse de los musulmanes (para ellos el control social, como en Bosnia, para nosotros el control del reino). Pero, ¿y las gentes que protestan contra ellos en Seattle o en Génova y los sigue en aquellas guerras? ¿Qué honda tara emocional, que cansancio intelectual, que rendición explica su postura? Ceremonia de la confusión sin precedentes, sus sacerdotes son los funcionarios de las izquierdas, los agitadores que banalizan las categorías históricas («derechos humanos», «genocidio»).
Rivalidad entre imperios
En esta fase, tras el suicidio del mercado autárquico soviético, que permitió la superación por la que el mercado internacional devino en mercado mundial, las potencias más o menos agrupadas en torno a (o debajo de) el Eje francoalemán, las que más se han beneficiado de la ocupación financiera del Este, recurren a la política tradicional en busca de una derrota norteamericana que haga a un lado a los EEUU como potencia en el espacio islámico. Abogar por el fiasco de las negociaciones emprendidas por Clinton es consecuencia natural de lo que necesita el Eje para consolidarse en el mundo musulmán, como muchos regímenes necesitan una victoria en el mundial de fútbol para disolver descontentos, desconfianzas y oposiciones.
Y esto es lo que defienden con su aullido de propaganda de guerra los ex comunistas, hoy socialdemócratas o dependientes de éstos, y los socialdemócratas de siempre, y el populismo más descarado, así como los nazis y neonazis germanistas, por encima de las rivalidades y las eventuales riñas internas que exponen sus diferencias reales y supuestas. Bonita izquierda.
No es posible hoy tomar partido, como en otro tiempo, por ejemplo, entre el nazismo y los antinazis. El Estado americano, en el desempeño de su rol histórico como potencia del imperio universal (los babilonios, los persas, los griegos, los romanos...), ha conculcado derechos, ha perpetrado crímenes, como lo hacen todos y cada uno de los Estados y la red de instituciones que los constituyen, cada cual en su medida, y alguno más medido, mientras otros se desbordan hasta la locura, como describiera Freud a la ausencia de límite. Y se autodestruye en corruptela anticapitalista (Enron y el iceberg que lo subyace) y azota a su propia población, en la cual aumentan los homeless, y se apoya en dictadorzuelos miserables en todo el mundo, y se policializa.
Pero de Europa, hoy tras el Eje, sabemos lo que sabemos. Sabemos de su pasión judeofóbica y racista, de sus guerras de religión, de sus mil xenofobias entre reinos y en el interior de los mismos, sabemos de su despiadada historia en la que ni un solo día en dos milenios faltó la guerra¸ ya fuera en el Continente o lejos de él. Sabemos también con Walter Benjamin que en el anverso de cada una de las páginas de esta historia de barbarie que es la historia del hombre, y tan en particular la de Europa, ha sido escrita una página de cultura. Pero ¿son acaso los escritores de éstas páginas los que encabezan ¾ejeeuropeos, musulmanes, socios, izquierdas vasallas¾ la historia actual de Europa con pretensiones de encabezar la del mundo todo? ¿Es en nombre de la cultura, de la convivencialidad, del derecho de gentes, de la producción simbólica, de la filosofía, en nombre de la vida, que se sostiene esta guerra contra Israel?
Los amigos de la causa palestina
Digámoslo de una vez: nada tiene que ver el drama de los árabes palestinos que disputan un territorio a los judíos y demás israelíes con el escándalo que, desde 1956 en el espacio estalinista, y desde hace tres décadas, con la crisis del petróleo, en el resto del mundo, hegemoniza crecientemente el panorama informativo mundial: el escándalo de las actividades parapolíticas de todo esa variopinto mundo que va desde los nazis hasta algunas despistadas hermanitas de la caridad que protestan sinceramente si se las llama antisemitas.
Si así fuera, si en verdad les dolieran los que sufren como nos duele a nosotros; si les indignara la injusticia y los angustiara la guerra, se ocuparían de indagar en los orígenes del enfrentamiento, en la naturaleza de lo disputado, en la identidad de los implicados. Se sostendrían posiciones adheridas a una estrategia de fin del conflicto. Se huiría como de la peste de la propaganda de guerra, de las fobias, de los dogmas, de los prejuicios. Se atendería por igual a los dolientes involucrados en uno y otro bando, discerniendo entre quienes ¾en uno y en otro¾ luchan por ese final de la violencia y quienes no. Se prestaría la correspondiente atención a las decenas de millones de personas envueltas en otras contiendas y situaciones injustas. Y todo esto se haría, además, distinguiendo estos conflictos de tantos otros que se libran en la sombra, sin la menor contención, con desbordes delirantes de horror y de terror sin luz ni taquígrafos, sin garantías de ninguna especie, de Guatemala a China, del Irán a la Argentina, del Yemen a Argelia, en el desierto somalí, en la montaña kurda, en la floresta brasileña, en los barrios marginales de cada ciudad. Se haría dando respuesta a los desafíos de la realidad. Esto es, se haría de la manera que corresponde a la izquierda.
Prensa amarilla
Hasta el menos avisado de los consumidores de noticias conoce razones para desconfiar de las factorías que las producen. Cada vez que un medio habla de algo próximo a su experiencia, a su entendimiento inmediato, el lector/espectador encuentra la falsía, la verdad emputecida por la falsía ¾la falacia¾, se indigna y protesta contra la manipulación. Cuando se trata de acontecimientos más distantes, olvida la suspicacia, abdica de su responsabilidad y cree. Si el asunto es tan avasallador como éste, de omnipresencia constante y machacona, hasta el punto de excluir el mundo, la suspicacia tendría que ser aún mayor. Sin embargo, se cree. Se admite que durante unos días se hable de «genocidio», precisa categoría histórica, jurídica, política, que ha usado por turbias razones uno de los ocho Nobel que fueron a Ramala, y que luego los genocidiados estén vivos. La dictadura de los medios de comunicación intoxica a sus súbditos en nombre de la libertad de prensa, de expresión, que otros arrancaron a las tiranías. Se llega al extremo de tener que explicar qué es Auschwitz porque la barbarie mediática es tan densa que hoy podría aplicarse el nombre frivolizado hasta a una derrota futbolística causada por un árbitro torpe o sobornado. Se llama «obsesión» al terror en que viven los israelíes, y «milicianos» o «activistas» a los más descerebrados terroristas que están pudriendo la sociedad palestina, la sociedad israelí, la posibilidad de arribar a un fin de conflicto que les dé una oportunidad de restañar heridas e iniciar una superación ¾lenta, dura, dolorosa¾ de los odios acumulados. Y esa prensa amarilla se hace llamar« prensa libre», y los que se nutren de ella se hacen llamar «izquierdistas».
La sensibilidad mutilada
Si así fuera, y si esta izquierda fuese de izquierdas, no habría habido silencioso genocidio en Timor a manos de la dictadura islamista de Suharto, con pleno apoyo europeo y americano, durante veinticinco años, en los que pereció, proporcionalmente, más gente que en la URSS arrasada por los nazis y sometida al estalinismo. No habría habido matanza de trescientos mil argelinos por ser «insuficientemente musulmanes», a criterio de los musulmanes integristas y sus patronos europeos, sin un solo comité u ONG de solidaridad que la denuncie, organice viajes turísticos y sacuda las conciencias de los ciudadanos, como se hace respecto de la guerra árabe-israelí. ¿No son árabes los árabes argelinos? ¿O es que tienen la desgracia de que su enemigo no es judío sino esta combinación de régimen militar de izquierdas e integrismo musulmán? Decenas de situaciones críticas en el mundo conocieron y conocen un grado de violencia incomparablemente mayor, con un mismo desprecio, tanto general como por parte de los defensores de la causa árabe, equivalente al que han sufrido los kurdos, agredidos hasta con gases y sustancias químicas, o los argentinos, cuya sociedad padece una destrucción radical, causante de millares de muertes por desatención médica o desnutrición ¾además de asesinatos¾ mientras la ingente riqueza del país es sistemáticamente transferida a bolsillos ajenos; por no hablar de las tragedias peruana, ecuatoguineana, somalí, saharaui, colombiana. Y el terror en Euskadi, y el régimen policial en Cuba, y la catástrofe de las niñas chinas arrojadas literalmente a la calle o a los cubos de basura, y los cientos de miles de jóvenes esteuropeas empujadas a la prostitución en las ciudades de Europa Occidental y el mundo árabe como parte de la revancha anticomunista. ¿De qué estamos hablando cuando oímos a los saudíes jurar que «el crimen judío contra los palestinos es el peor crimen de la Historia», y a los izquierdistas repetirlo como zombis? ¿Cómo se explica que a la encuesta de La Vanguardia de Barcelona sobre «quién tiene razón si los israelíes o los árabes», hayan respondido 1.200.000 lectores (un tercio apostó por aquéllos, para desazón de los ideólogos de la campaña antiisraelí) cuando la media para asuntos internacionales fue de 8.000 en encuestas previas, y apenas de 125.000 cuando se planteó la cuestión local de Euskadi? Se explica por las torpezas de la izquierda y el hastío que producen sus silencios y sus aullidos.
El desgaste es la victoria
Los que venimos de tradiciones no nacionalistas, y por tanto tampoco sionistas, y apostamos por la evolución cultural de la especie hacia la construcción de la humanidad, no podemos menos de lamentar que los judíos israelíes vivan en un estado de guerra de desgaste permanente, sosteniendo la convivencia en su sociedad en presencia de un conflicto de violencia creciente, con una dirigencia que no sabe o no puede salir de ello y una hostilidad árabe que, en todo caso, no lo autoriza aunque aquella fuese enteramente pacifista. El Estado que per se garantizaría a los judíos la normalidad humana inexistente en el mundo eurocristiano y en el musulmán no ha dado esa normalidad a sus ciudadanos: haga lo que haga, guerra o negociación, la cuestión judía preside su existencia, y hace de él el judío entre los Estados. Hoy es la ocupación y antes de ésta (1967) era otra cosa. Cuando se pretende seducir al consumidor de prensa no preparado para la judeofobia se organiza la denuncia en torno al nombre del gobernante de turno ¾ahora Sharon¾, como si no se tratara de un rechazo radical a la existencia misma de la soberanía judía que ayer se centraba en Barak ¾mientras negociaba y cedía¾, y hace cincuenta años en Ben Gurión, y hace ochenta (no con voces de izquierda, sino vaticanas) en la «ausencia de derecho debido a que los judíos fueron condenados a errar hasta que reconocieran que el enviado de Dios ya ha venido». Las distorsiones de la violencia militarista que genera esta dinámica no explican la santa indignación, ni tampoco la explican las políticas arrogantes, codiciosas de los integristas judíos y los neoliberales israelíes. Si así fuere, la santa indignación se expresaría, más o menos escandalizada, respecto de todos los reinos de este mundo.
Los protegidos mandan ¿Cómo lo hacen?
La situación de los árabes en los territorios disputados es insoportable, sobre todo por la humillación ante el ocupante judío. Una humillación que soportan sin más cuando los humilladores no son judíos, sino árabes, pero que a los árabes les duele más que la muerte que no se les está dando cuando les llega de manos de aquellos a quienes los dogmas describen como dhimmi, «protegidos» (judíos o cristianos). Y eso llena de satisfacción a quienes alientan su lucha nacional boicoteando toda posibilidad de solución política, porque de ese modo se pudre tanto la sociedad israelí cuanto la de esos árabes que, a principios de siglo, en contacto con el sionismo, podían haber subvertido el feudalismo regional de no habérseles impedido, como se hizo, que constituyeran su Estado junto al de los judíos cuando lo propuso la ONU en 1947. Y así, quienes no creímos en la salida estatalista separada, en el nacionalismo, vemos a los judíos que creyeron en ella involucrados en una situación insostenible, y no cejamos en el cuestionamiento de las políticas socialdemócratas israelíes que, tras aquel rechazo árabe a la paz de 1947, renunciaron a su vez o no hicieron lo suficiente para encontrar otra forma de llegar a ella. Y lo hacemos sin olvidar que para que haya guerra puede bastar con una parte, pero sin todas las partes comprometidas toda paz es imposible. Y lo hacemos desconfiando de los liquidacionistas, los judíos que se autoodian y proponen decisiones suicidas de entrega del control a quienes dicen cada día que no habrá paz hasta que no hayan echado al mar al último judío (Hamás, Yihad, Gadafi, Jamenei, Arafat cuando habla en árabe). Y lo hacemos con rabia por todo lo negativo que esta situación genera: nutrición del chovinismo, del belicismo, del integrismo religioso, del miedo al otro, del neoliberalismo desregulador, que afecta a todos los habitantes del país y a viven en otras partes, pero vinculados a él. Y lo hacemos sin perder la independencia de criterio que nos muestra la corrupción ética de la información acerca de este complejo enfrentamiento en el que los judíos han contenido la mano como no lo han hecho sus enemigos, aunque no sea políticamente correcto decirlo, ni decir nada de lo que aquí ha sido dicho, puesto que la avalancha propagandística ha convencido a muchos precisamente de lo contrario: que allí hay un pueblo inerme y pacífico, masacrado sin piedad por otro, invasor y guerrero. De existir una desproporción de fuerza militar entre árabes e israelíes mucho menor que la actual, ya no habría un judío con vida. Y muchos de los que hoy reaccionan con su sensibilidad herida por los sufrimientos de los palestinos, dirían como en 1945 «yo no sabía». Sharon, Einstein, Chomsky, yo mismo mezclaríamos nuestra sangre en el degüello, y la progresía reaccionaria miraría hacia otro lado protestando inocencia.
La fría sobriedad profesional
«Podrías ser más sobrio, más político, con estas gentes», me dicen a veces: «más profesional». Podría serlo si no hubiesen abandonado ellos el plano de la política, si no hubiesen cerrado el debate y entronizado la censura, para entrar en la difamación, el pensamiento único sin derecho de réplica, llamándome racista, criminal de guerra, genocida, por el hecho de ser judío, de defender el derecho de Israel a la existencia y de los judíos a vivir en él en condiciones de soberanía cultural, política y jurídica, sin desmedro de la cesión de otros derechos que el 72 % de los israelíes aceptó sin cortapisas mientras se negociaba, y que es norma aceptar en la diáspora. Y esta gente lo hace en nombre de la izquierda, de los derechos humanos, de la justicia, alentando las matanzas ¾lejanas, claro está¾ desde sus despachos de burócratas, con frialdad profesional. Pero podría, acaso debí, ser más duro aún. Lo que no habría hecho es propaganda de guerra, difamación como la que denuncia el Nobel Heinrich Böll en El honor perdido de Katharina Blum. No haría ideología a manera de respuesta. No sería un imbécil útil.
Estrategia de fin del conflicto
Pase lo que pase entre las potencias, un día esta guerra llegará a su fin, como todas. Las distorsiones producidas por la violencia ¾las trincheras, la alarma, la matanza, que lo reducen casi todo al miedo tribal¾ dejarán de producirse y las gentes podrán ocuparse plenamente de la política, de las relaciones laborales, de las leyes económicas, del agua, del estudio, es decir, de la cultura, de la vida. Como estuvo a punto de suceder en 2001 tras una década de negociaciones. Será duro; lo vemos entre republicanos y unionistas irlandeses. Pero nadie podrá lavar el nombre de los judíos, ni del judaísmo («maldición de la historia desde hace más de cinco mil años», según babea uno de ellos, el escritor Armas Marcelo, en la televisión estatal española), después de haberles atribuido todo lo que es propio de los nazis con la intención de mitigar sus culpas, difuminando, banalizando las categorías, a fin de permitir a los Haider, los Stoiber, los Le Pen que se conviertan otra vez en amos de Europa, candidatos a amos del mundo. Hoy nos corresponde salir al paso de la estrategia distorsionante de los que arrojan combustible e infamia sobre las personas y la tierra, logrando intoxicar de tal modo que cada cual cree verse obligado a extremarse, olvidando hasta la condición humana del otro, la sacralidad de su vida, el dolor por su dolor, su parte de razón..
El profesor italiano Gianfranco Morra nos recuerda a Catulo: difficile est longum subito deponere amorem, «un largo amor es difícil de olvidar», refiriéndose al amor intenso y duradero de los judíos por la izquierda, que considera finado. No es así. No serán los sátrapas de las provincias del mercado y de sus instituciones propietarias de los medios de comunicación, ni el lumpenaje que pulula por la red, quienes me hagan de derechas. Antes fueron Stalin, Brezhnev, Yeltsin, quienes dijeron que de izquierdas eran ellos y no la gente como yo. Yeltsin vivió para mostrarse sin ambigüedad alguna, si es que alguna quiso verse en los otros, y nosotros seguimos en nuestros trece, pese a Anguita, Gadafi, Rossanda, Sadam, González, Castro y demás capos de la izquierda reaccionaria.
Pirueta europea
Solana (Europa) acaba de decir que «es hora de hablar con claridad», confesando no haberlo hecho antes, al incluir en la lista de organizaciones terroristas a los partidos palestinos adversarios de la búsqueda de una salida negociada (como acaba de hacerlo Amnistía Internacional). He dicho a quienes han querido oírlo (sólo un pequeña emisora, BTV, me dio algunos segundos) que sólo la renuncia de la Unión Europea al sostén del terrorismo que boicotea las negociaciones podría dar a las sociedades israelí y palestina una oportunidad para la paz. El apoyo de los reinos árabes no basta, ni la enjundia con que tantos jóvenes se inmolan matando judíos para acceder al paraíso, anulando el poderío del ejército israelí. En este momento, los europeos parecen estar girando hacia un abandono de su sostenida táctica: Bush no les permite lo que Clinton les dejó hacer; para la recuperación de lo abandonado durante el mandato de éste, el establishment llevó a su modelo político al borde del colapso, dando la presidencia al candidato perdedor. El desafiante (hoy el Eje, el islam) es siempre más agresivo que el instalado, pero tal vez la potencia central consiga desarmar su afán de guerra, aunque no lo haga por razones éticas.
Quizás estemos al borde de algo peor, como auguran algunos, o quizá se encuentre una sorpresiva salida hacia una nueva situación de coexistencia pacífica. La izquierda corrompida, la encargada de lo peor de la propaganda, cuyo papel consiste en azuzar a los que mueren lejos, puede quedarse sin amo que la respalde en su miserable desempeño. Tal vez surja una oportunidad para la paz, una oportunidad para la izquierda que rechaza el abuso de poder, la explotación inmisericorde, la humillación del otro, el recurso al terror, la difamación al estilo Goebbels, que caracteriza a la que hoy habla en su nombre. Todo el mundo necesita una izquierda así, libre de patrioterismo y fobias, de ataduras serviles y debilidad mental. Los que asumimos la herencia de los milenios no renunciamos a hacer por ello.
por Jaime Naifleisch ( http://galiza-israel.blogspot.com/ )
difficile est longum subito deponere amorem
Guardo la imagen patética (que fue foto de prensa) de aquel que llegó a ser «el califa» de los estalinistas españoles, haciendo equilibrios sobre una colina de Jerusalén con pose de generalísimo, solo sobre la morería y la judiada que se circuncida en los valles, con ocasión de un viaje a Israel que fue ninguneado por los musulmanes, porque desde Hamás hasta el FPLP, pasando por el raïs, guardan contrato de exclusividad con su rival, el anticomunista profesional que lidera a los socialistas del reino romano-germánico de España. Pobre hombre, en esa foto distribuida por su jefe de prensa, Anguita parecía decir: Eli, Eli! Lama sabajtani! Sus correligionarios asesinados en todos y cada uno de los feudos islámicos, y él intentando en vano ser el portavoz de los asesinos de rojos, de ateos, de cristianos, de judíos, de mujeres, en nombre del marxismo-leninismo carpetovetónico.
Pero González, su rival, ese gatazo orondo y satisfecho, viajante de comercio entre las mafias hispanoamericanas, las europeas y las mahometanas, no ha hecho ascos a su pariente comunista a la hora de aliarse con él para decirle a la derecha que lo prohibía, que los musulmanes enquistados en España tienen derecho a llevar a las mujeres de su propiedad al médico de la Seguridad Social para que este hurgue en sus vulvas y certifique su virginidad o su traición, en nombre de lo que entiende por derechos humanos esta izquierda delirante.
Esperpento que dejaría estupefacto a Valle-Inclán, que desbordaría lo previsto por Carandell en su pequeño clásico Celtiberia Show, que creyó retrato de una España que moría, y que ante las actuaciones de socialistas y comunistas deja el cartón pintado del franquismo en mero balbuceo de bisoños. ¡Que izquierda ab-zurda!
Siempre que alguna comarca del mundo se convierte en el centro de las miradas, aquellos que ocupan las casas de la izquierda exhiben idéntico rostro de resentimiento, de progresía reaccionaria proclamando alegría por el atentado del Martes Once, buscando alianzas con la mafia por su «carácter popular», cabalgando sobre la mediática «guerra de sexos» en nombre de la necesidad de emancipación femenina, mal ocultando su inscripción en la nómina de subvencionados por Sadam Hussein al que llaman «lider de la revolución socialista mundial», describiendo a terroristas de Estado (Mengistu,Videla) como a «generales patrióticos y antiimperialistas».
Fidel Castro a los ayatolás de Alí Jamenei: «No he venido a hacer negocios, sino a abrazar a mis hermanos.» Mientras, Jalaludin Taheri dice: «El régimen de los ayatolás es corrupto, hipócrita y represivo.» Taheri es un clérigo de Isfahan, la ciudad santa de los chiíes. Qué no dirían de ese régimen los varones y mujeres del Tudeh, partido comunista iraní, presos durante años, violados, torturados, asistiendo a «la saca» diaria que se lleva a la muerte a sus compañeros por orden de los hermanos de Fidel, comandante de la izquierda.
Pero ¿qué es la izquierda?
Está claro que no podemos reducirla al dato, reciente, circunstancial, del lugar que ocuparon en el hemiciclo los diputados de la Asamblea de la Revolución francesa. No podemos, sobre todo, porque la izquierda es, en principio, una fuerza de la naturaleza, como la ira, como el amor, como la envidia. La especie misma la genera en esa inaprensible multiplicidad de manifestaciones por la que Maimónides completa la afirmación del profeta Malaquías de que «Hijos somos, todos, del mismo Padre», diciendo que «en el ser cada uno diferente somos todos iguales».
Izquierdas consulares
Pese al viejo reclamo popular de «unión de las izquierdas» que se dirige a sus líderes, las dos izquierdas oficiales han sostenido en todo el siglo dos proyectos contrapuestos: el modelo estalinista de apoyo al Estado soviético, y el socialdemócrata, dependiente del Estado alemán. En el Siglo del Equívoco (que esto es democracia, que aquello era socialismo), esta confusión ha sido una de las más graves y explica la perplejidad con que los sinceros izquierdistas realizan aquel reclamo. Todo se puede decir a propósito de las izquierdas prosoviética y proalemana, así como de las de menor entidad en cuanto a sus adherentes e influencia, de sus múltiples proyectos, ideas, dogmas, esfuerzos, delirios y consignas, e inclusive crímenes de Estado. Pero decir que son de izquierda ya no es tan sencillo.
La construcción del Estado-mercado
Los comunistas soviéticos construyeron a solas el Estado, con su economía de guerra (o resistencia), industrializadora a marchas forzadas, con sobretrabajo, subconsumo y represión policíaca; fue su respuesta a las agresiones de un mercado internacional que no tolera desarrollismos periféricos incontrolados; incorporando al capitalismo estatalista (estatalinismo, lo hemos llamado) elementos cooperativistas de viejo cuño socialista ¾los koljosi, emulando a los kibutzim israelíes, por ejemplo¾, y evocando muchos nombres de la tradición rebelde y revolucionaria.
Los socialdemócratas alemanes, no a solas sino con toda la vieja oligarquía, fueron decisivos en la construcción del Estado-mercado capitalista, salvo en la década nazi, y tuvieron (tienen), en los partidos consulares que fundan y/o financian, la extensión imperial de Alemania. Otros la tuvieron con sus ejércitos, sus aventureros y sus nativos de derecha o conservadores, como los constructores del Estado-mercado británico, francés o americano.
Muerto el Papa, viva el Papa
Rendidos sin disparar un tiro los nacionalistas soviéticos, desaparecido sin dejar rastro el satánico Vaticano moscovita, tan temido, Berlín se levanta como única ciudad santa de la izquierda. Directa o indirectamente, de ella depende todo lo que se hace y dice (tan contradictorio en apariencia) en la izquierda contemporánea, desde los «antiglobalización» hasta los que van de voluntarios a la Yihad en Bosnia o Afganistán.
La socialdemocracia alemana, con sus colegas rivales de las derechas, continúa siendo constructora de imperio. Ahora, ya ocupada la ex URSS, la Europa desde el Atlántico hasta más allá de los Urales, y con decenas de enclaves en el mundo, el rival de esta Alemania, que tiene otra vez en Francia a su principal socio-vasallo (como entre 1940-1945), es Estados Unidos, factor principal en los fiascos de 1918 y 1945, que detuvieron el expansionismo germano. Cuesta entender, pues, que alguien se sorprenda por el antiamericanismo visceral que constituye casi todo el bagaje ideológico de las izquierdas. No se muerde la mano que da de comer y promete participación en los beneficios.
El entrevero euromusulmán
Pero esa Alemania (con o sin los socialdemócratas al frente) lleva más de una centuria, desde las postrimerías del siglo xix entrelazando sus intereses con los reinos del espacio islámico, como ya hacía Austria. En competencia con británicos, franceses, italianos, especialmente en torno a la Gran Guerra de 1914-1918 (poco después llamada Primera Guerra Mundial pero sin que nos hagamos cargo de cuán mundial ha sido en realidad), los alemanes coquetean con los jefezuelos de la vasta zona del Magreb y del Majrek hasta el Pacífico, y cuentan ya con muchos de ellos en su escudería. El helado mar del Norte tiene un corredor hasta el mar Negro sobre las avasalladas repúblicas ex soviéticas, hasta el Mediterráneo, sobre todo desde la destrucción del obstáculo yugoslavo, y desde ahí hasta los cálidos mares Rojo e Índico, que conducen a Alemania a las zonas de futura disputa con el Japón (hoy de capa caída) y con los Estados Unidos. El III Reich no lo consiguió: los británicos le cerraron el paso en Egipto, los yugoslavos en los Balcanes, la URSS en el Este, pero la revancha está ya consumada.
Cuesta entender que alguien se sorprenda por el antisemitismo, el casi absoluto rechazo visceral de Israel, que completa el bagaje ideológico de las izquierdas oficiales y los aparatos paraizquierdistas (como las ONG reunidas en Durban pocos días antes del Martes Once, obedientes a la voz de orden de las bandas islamistas), que los hace coincidentes con los nazis y neonazis germanófilos, quienes en estos días tienen la consigna de «mostrar bajo perfil» (¿no es verdad que se oye menos a los negacionistas de la Shoa?). Algunos, como el escritor Juan Goytisolo, siembran el terreno para su ataque sin cuartel a la existencia de Israel con ensayos sobre lo buenos que eran los judíos medievales y lo malos que eran los antisemitas. Incluso sobre lo buenos que eran antes de la Shoa. 2 Otros se ocupan de usurpar la voz de los ulemas y traducir «judíos» por «sionistas» cuando emiten el vídeo de una arenga en una mezquita (pero si la voz del clérigo suena detrás del doblaje, oímos claramente cómo dice yehudim), y los hay que hacen otras cosas: casi todos ponen cara de escándalo cuando se los acusa de odiar a los judíos.
Los pastorcitos y la Casa del Pueblo
Pero, además, y por debajo de esa confrontación de Guerra Fría, oculta bajo el nombre común de «izquierda», hierve otra: la de quienes con ese nombre de izquierdistas proclaman la necesidad y la posibilidad de consolidar la convivencia humana en un mundo mejor, y la de los nihilistas del «cuanto peor mejor, hasta conseguir que los pobres coman pan ¡y los ricos mierda! ¡Mierda!». Éstos son los populistas, impregnados de resentimiento. También ellos pertenecen a una corriente de larga data. Les pastoreux milenaristas que arrasaron las juderías y las ciudades prósperas en el siglo xi antes de ser encaminados por el Papa hacia Tierra Santa con el nombre de cruzados, se cuentan entre ellos. Estos falsos izquierdistas beben directamente de la vieja fobia clerical antijudía. Cualquiera, en su confusión, puede creer coincidencia o capricho que la más noble de las instituciones creadas por los trabajadores y pensadores socialistas en el siglo xix y sostenida durante casi todo el siglo xx sea la red de Casas del Pueblo, lugares de reunión, de apoyo mutuo, de estudio, de decisiones asamblearias, cuyo nombre coincide literalmente con el de las nacidas en Judea hacia el siglo v a. C., Bet Am, en hebreo, cuya traducción, aproximada, al griego es «sinagoga» («yo reúno»). No se corresponden el Bet Am (Casa del Pueblo) con el populismo nihilista y resentido, precisamente, sino con lo mejor que la izquierda ha dado de sí, en el humano esfuerzo por imaginar respuestas tendencialmente justas ante los desafíos que la realidad presenta en forma de necesidad.
La izquierda es el revolverse contra el abuso de poder, contra el abandono de los débiles a las fuerzas ciegas de la vida que debilitan y los poderosos que se nutren de la debilidad. Es reconocer la sacralidad de la vida: un ser humano no es un «recurso humano», y si es un adversario no es «una rata», «un infiel», «un gusano», «un ilegal», no es nunca un Untermensch, un «subhumano», su condición de sujeto de derecho es preterjurídica y las leyes sólo pueden asumirlo, confirmarlo; el respeto que hemos construido no se reduce al trato que damos al amigo.
De izquierda es el sueño de una república de justicia, de cuidado de la Tierra en el proceso del trabajo, de consideración de todo prójimo, hasta del forastero ¾nombrado en Levítico (Vayikrá) nada menos que como el primero¾, para mayor énfasis del precepto «Amarás al extranjero (al otro) como a ti mismo». Es la mano que arranca todas las máscaras pías y dice en los Salmos que «todo lo que nace merece perecer», que «como la bestia del campo volverás al polvo», sin fantasmagorías de ángeles y demonios, de infiernos y paraísos, de resucitaciones y almas en pena, que de ti quedan el amor que hayas compartido y las obras del amor.
Es la que educa en la convicción de que, animados por el libre albedrío, nos habita la imprevisible posibilidad, y nos insta a tender a lo mejor posible y a alejarnos de lo peor posible, combinando nuestras fuerzas en procura de un mundo mejor para todos. Y te advierte que no has de esperar recompensa por haber querido lo mejor, y que no hay castigo seguro para el dañino.
Es la que recoge las enseñanzas de la experiencia humana, abominando de todo tribalismo antiuniversalista, y propone a cada generación ser capaz de vivir recreando la Ley siempre provisional: de revisar y recrear los valores eternos, irónica ante los dogmas, porque cada generación ha de recoger legados y dar respuesta a los renovados desafíos del porvenir con los instrumentos adecuados.
Es la que llama al trabajo por su nombre de penalidad, y dice que en la medida en que ésta es insufrible aunque indeclinable, es justo imponerle una tregua, e imagina la semana, y dice que seis días de labor son suficiente, que el séptimo habrás de dedicarlo a la reflexión sobre lo actuado, al descanso, al disfrute de la sexualidad, de la comida, «tú y todos los que moren contigo», y tus animales y herramientas de labranza, y la misma tierra que labras para completar la Creación.
Es la que te dice que la memoria es núcleo vivo del hombre y has de cuidarla como parte de lo creado para hacer el mejor uso posible de tus habilidades, para ser capaz de cuidar de lo que ya que eres capaz de enseñorearte, porque el derecho deriva de los deberes que asumes libremente, y completar la Creación forma parte de ello; porque nada ha sido hecho, ha sido dicho «de una vez y para siempre», y todo está en tus manos como ser social, como ser que convive con otros, como ser que es, único, singular e irrepetible, ya que es colectivo el ser que te ha recibido como hombre, y cada uno de ellos, de nosotros, es único, singular e irrepetible.
Y que hay un límite, que tu mano no puede agarrar todo lo que puede alcanzar.
Y que morada de todos es la Tierra.
Y que hay derecho a la defensa, y que la palabra de nadie es más que la de otro ante el tribunal que juzga a un reo, y que éste no ha de ser supuesto culpable ni aun cuando lo haya sido en otra hora.
Y que no debes hacer objeto de agresión a nadie, aunque cabe defenderse del agresor.
Y que has de hacer por pronunciarte contra toda forma de agresión, intentando impedirla, o intentando interrumpirla, o intentando que reciba reparación lo que fue dañado sin remedio.
Y que no harás escarnio del vencido.
Y que tienes derecho a recibir refugio de la mesnada y de sus jefes en una ciudad inviolable, para organizar libremente tu defensa ante el juez que ha de juzgarte.
Y que nunca ha de ser escuchado un solo maestro.
Y que toda flora y toda fauna merece cuidado no sólo porque te sirves de ella sino porque no eres sino con ella.
El Libro más peligroso
Eso es lo que propone el más antiguo de los libros que nos habla de nosotros, que luego, convertido en trofeo de guerra y en coartada o religión de Estado, no pierde un ápice de su potencia recreable, madrina de ese misterio y ese orgullo de ser hombres que se alza contra el mono asesino, sediento de sangre, que habita en nosotros y comparte las posibilidades de tender.
Fantásticas paradojas de la historia, que la más furibunda fuerza perseguidora de judíos, la Iglesia, haya nacido del judaísmo, y que sea judeofóbica una parte de la izquierda, cuando la izquierda nació reconociéndose en el antiguo sueño.
Observemos a esta izquierda ¿Qué atesora de lo que el misterio y el orgullo han creado completando la naturaleza? ¿Qué del viejo sueño que la recreó como liberal, republicana, socialista?
La derecha es hija del garrote, defensora del todo vale, de la fuerza como fuente de razón, de la victoria como dadora de derecho. La derecha es madre oscurantista de la ideología que jura, en nombre de la ciencia, que «la especie se divide» en «razas», que la historia es la crónica de la guerra entre la «superior» y la «inferior», a lo que los nazis añadirán una tercera, la «subhumana» (Untermensch). La derecha es madre de las ideologías clerical y reaccionaria con las que el descalabrado régimen feudal logró travestir la balbuceante democracia en democratismo, en mera apariencia que brilla en algunos aspectos como si fuese de verdad la democracia sólo porque cuatro quintas partes de los hombres continúan sometidos a formas aún más bárbaras. La derecha es madrina del fascismo y de su desbordamiento delirante en el nazismo: la industria estatal de la aniquilación de la cultura, de la cultura de la insumisión al destino, al caudillo, al privilegio particular contra el derecho de gentes, del respeto a la vida. Todo esto lo sabemos pero, ¿y la izquierda?
Extraviada
¿No vemos acaso en esta izquierda a una izquierda de derechas, a una no izquierda, a una antiizquierda? Consignera del resentimiento populista, patriotera, falsificada en todo comenzando por la apropiación indebida de su nombre y de los demás nombres que la izquierda ha dado: el humanismo, el laicismo, el universalismo, el liberalismo, el laborismo, la tendencia al racionalismo, la fraternidad, la libertad, la igualdad ante la ley, comparte en aulas y aeropuertos el trajín de los que frecuentan masters en evasión de impuestos, en arrebato de los bienes públicos, en desvíos de lo acumulado por el trabajo social a oficiosos paraísos fiscales que resumen toda su idea del Edén. ¿Dónde se origina el modelo de impostura que las identifica, las confunde?
El trofeo judío
Cuando se constituye la Iglesia como oportuno bastión de un imperio en plena caída, en aquella Nicea del año 325, el judaísmo, apenas reseñado aquí, continuaba siendo el único paradigma prestigioso en el mundo, en ese espacio globalizado que tenía a Roma como potencia central y agrupaba a un tercio de la población humana. Los judíos que habían sido los primeros cristianos, creyendo en la buena nueva como obligada recreación del sueño milenario ante el poder corrupto de los reyes vasallos, ya no estaban al frente de las agrupaciones. Habían formado una de las tantas sectas que en ese popurrí helenístico, alejandrino, que era la cultura del mundo que se romanizaba, surgieron del cuerpo social de la Judea vapuleada por invasiones y otras novedades. El judaísmo de la Torá, ampliado por los conceptos griegos, que comenzó a ser releído a la luz de las ideas de los filósofos helenos, había sabido, querido y podido sobrevivir a la catástrofe del año 70, celebrada por el arco de Tito, aún enhiesto en Roma; había reunido, en el 90, una colección selecta de escritos, que recogía las enseñanzas de la experiencia para que acompañara a los dispersos como una catedral portátil que cada uno podría llevar consigo; había excluido a los esparcidos, y a los aún escasos residentes en la vieja tierra, de la apocalíptica que los obligaba a morir en el intento de vencer a la potencia globalizadora que negaba la vigencia de los valores construidos; les había ofrecido una reforma sustancial (el judaísmo siempre se reforma): vivir siendo la luz para todos los nacidos, conteniendo la mano, preservando lo creado, descansando el séptimo día, Shabat; absteniéndose del alcohol salvo en días festivos, cuidando la familia, teniendo sólo en ella descendencia; haciendo por la justicia cuanto fuere posible porque la Ley es para vivir en ella, no para morir por ella, tendiendo a lo mejor posible. Y esperando la señal del Creador, su enviado o meshiaj o kristos, para ponerse en primera fila cuando llegase la hora de alzarse por la emancipación de todos los hombres, la instauración del reino de la justicia universal. ¿Cómo no iba a ser odiada esa secta, la del judaísmo de la Torá? Ahí nace la judeofobia. El primer ensayo de impostura.
El legado, la ortopraxis
Pero la ingente producción simbólica de los siglos clásicos, en gran parte conservada por la Iglesia primitiva, esta ortopraxis o propuesta de conducta correcta que llena de sentido su visión del mundo, su historiografía y la mitopoética que la completa, se presentaba como un obstáculo para los que se proponían preservar la figura del emperador. También para los reyes y los cortesanos de Israel-Judá había representado un obstáculo. Esa producción de profetas, justiciera y antipopulista, enemiga del resentimiento, desenmascarante de toda fantasía alucinógena, tendencialmente racionalista, que denuncia el abuso, que debate consigo misma, no sirve al poder, a ningún poder. Es el legado esencial que recibe la izquierda de los milenios subsiguientes. No fueron los judíos de la secta de Jesús quienes fundaron la Iglesia, sino los metuentes, los oportunistas, y ellos no dejaron aquel legado, abominaron de él.
Pero servían sus nombres. Los monjes soldados que renovarían la presencia romana en el mundo, como sacerdotes de una religión oficial y única autorizada ¾no como hombres laicos (los que conocen la Ley, la difunden, viven en ella, la recrean)¾, necesitaban a las legiones para imponerse, pero también los nombres de la Torá, de Abraham, de Moisés, de David, de Isaías, como Stalin (como el buen seminarista que fue) necesitó los de Espartaco, de El Capital, de Marx, de Lenin, para dar vuelta a la producción simbólica cargada de prestigio de la que se había apoderado.
El paradigma invertido
La Iglesia ahora romana despoja al paradigma de su proyección hacia el futuro (¡justicia!, ¡justicia perseguirás!), dejando toda la esperanza humana anclada en un acto caducado, irrepetible: la muerte del enviado de Dios. Y reemplaza la propuesta de conducta correcta, aquella que se funda en el (¡abominable!) libre albedrío, por la conducta sumisa a la voz del sacerdote, sobre quien reina el obispo, sobre quien impera el Papa, suplente del Cristo, socio del otro emperador, el de las legiones. El futuro no traería al enviado de Dios como consecuencia de haber perseguido la justicia, sino como recompensa por haber aceptado ser los últimos, los resentidos, que entonces pasarían a ser los primeros. La Ley ya no está en manos de cada cual para que reflexione sobre ella, sobre la realidad; está en los dictados de la Santa Madre Iglesia, tiene valor de dogma, tiene poder de exclusión y muerte del infiel, y nadie, salvo el Papa, «infalible» desde el siglo xix, puede cambiarla. Todo lo que ha sido luz en la sociedad cristianizada, lo ha sido como rechazo del dogma y de la burocracia clerical, del oscurantismo y de la opresión, porque ha conectado con los libros primeros.
Si la religión musulmana sólo produce religión (con excepción de los herejes Avicena y Averroes), la religión cristiana no ha generado sólo oscurantismo: de ella ha salido la recreación de los valores universales del humanismo, del liberalismo, de la izquierda. Incluso en plena Inquisición hubo límites: Cervantes, heredero de conversos, precede en más de cuatro siglos a Salman Rushdie, y no hubo fatua contra él.
Distrito palestino
Los rabinos lograron excluir de la rebelión apocalíptica a la mayoría de los supervivientes judíos. Hubo, sí, alzamientos, décadas después, insólitamente renovados en la misma Judea (y en la Cirenaica y otras tierras), y el otra vez vencido reino de Judea pasó a ser «Distrito palestino de la Provincia siria del Imperio romano» en ese 135. Fue un premio a los pueblos que no habían levantado la mano contra Roma, los sirios, y los filisteos llegados del mar que habitaban la franja de Gaza. El califato (imperio) árabe de Bagdad (que Nasser y sus remedos (Sadam, Bin Laden) soñaron o sueñan con reconstruir) heredó el topónimo, mientras Filistea (Palestina y Judea) se vaciaba de filisteos y judíos y era ocupada por árabes llegados del lejano Yemen, al igual que Siria, Fenicia (Líbano) y tantas tierras más. También el imperio turco-otomano que sucedió al de Bagdad heredaría el topónimo («Distrito palestino…»). El decreto romano era práctica establecida de castigo a los insumisos. En el 145 a. C., al ser vencida, Cartago (donde hoy está Túnez), el reino que hoy algunos llamarían «progresista», la URSS de la época, perdió su nombre por el de África, que poco a poco se extendería a todo el Continente negro, un milenio antes de iniciarse el desembarco de los árabes del Yemen. Los mismos árabes que aún hoy topan con la resistencia de los saharauis ante Marruecos, los kabiles en Argelia y los beduinos ante los palestinos en el Néguev, pueblos que, aunque islamizados, conservan empecinadamente su lengua y buena parte de su cultura, tanto menos rígida que la que se les pretende imponer. De los judíos que vivían con ellos desde comienzos del milenio clásico, en tiempos de Salomón, y que fueron sus compañeros en la resistencia a la invasión musulmana hasta el siglo xvii en lo que hoy llaman Marruecos, tomaron, entre otras cosas, la primera forma escrita de su historia.
Una sola historia en un solo mundo
Nótese cómo hacemos un rápido repaso por las centurias, no por capricho, sino porque aunque el presente es el espacio de lo imprevisible, del futuro que desconocemos, y el pasado acumula hechos e ideas caducos, acumula también lo que no pierde vigencia, lo que sobrevive (esto es, «la superstición» y la sabiduría). Y cuando la izquierda de derechas habla de «Palestina», de «cinco mil años», lo obvía todo a sabiendas y redacta uno de los capítulos de su panfletería reaccionaria. El derecho de las personas que se identifican con el nombre de árabes palestinos no necesita ser ensuciado con estas mentiras.
Así como a Judea y a Cartago en su día, toca hoy a Yugoslavia desaparecer y cambiar de nombre, según el anuncio que el socialista Solana hizo en nombre de los silenciados yugoslavos y en el del imperio europeo en formación, no sin saliva perruna en la comisura de los labios: los germanos, vencidos en las guerras antiserbias, se habían juramentado en 1918: Serben müss Sterben, los serbios deben morir. Solana firmó la partida de defunción. Las barbaridades cometidas en tierras yugoslavas, alentadas desde fuera (ahora se empieza a develar la trama germánica e islamista que denunciábamos entonces) y asumidas por una parte de los serbios, musulmanes y croatas, fueron el pretexto para erradicar al odiado país de la faz de la Tierra.
Ya antes, otros muchos habían corrido igual suerte, para bien y para mal de sus humillados habitantes: Tenochtitlán, Tahuantinsuyo, Babilonia, Samarcanda.
Preservación y contumacia
Viviendo en esa exclusión casi general ¾general en la Cristiandad, más tarde llamada Europa, en el Califato, en la Sublime Puerta turco-otomana¾, los judíos de los recientes dos milenios habían ido construyendo y reconstruyendo sus inermes comunidades. Las religiones oficiales (romana o mahometana), evolucionadas hasta llegar a ser cultura general en sus dominios respectivos, habían calado poco a poco en la sinagoga, que inició, hacia el año 1000, la urdimbre de una suerte de religión, aunque con base en el paradigma clásico. No lo alcanzó del todo en muchos siglos, y cuando llegó a ser religión organizada, los hebreos que abandonaban las congregaciones comenzaban ya a superar en número a los que permanecían en ellas. Y nos acercamos a los albores de lo que llamamos Modernidad, ese tiempo en el que «la modernización» de las sociedades, tantas veces emprendida, no fue sólo esfuerzo de unos pocos, sino tarea de Estado: la Ilustración de la que nacieron las leyes de igualdades políticas, la democracia.
Los maskilim
Los primeros en marcharse de la sinagoga fueron los maskilim ¾«portaestandartes» como los que rodeaban al rey David¾ que escucharon a Moses Mendelsohn cuando decía: «¡Emancipaos, salid del gueto, poneos al frente de la nueva era!», y lo hicieron desde la cuna berlinesa de la Haskalá, la Ilustración mendelsoniana, rompiendo con la tradición. Lo hicieron, como sería habitual en los siglos xix y xx, arrojando por la ventana al bebé junto con el agua sucia de su baño. Al romper con la pasividad acumulada, con el miedo, con la reducción a la espera de una señal divina, poco a poco perdieron la memoria de lo que, empero, seguía presente y muy presente en los rituales del ciclo anual, en la plegaria, en cada recepción del sábado, en la sinagoga y en los hogares de los observantes. «No agredas a quien no te ha atacado, como hizo Amalek con Israel en el Desierto» (Shabat Zajor); «como en el Éxodo, pregúntate de qué necesitas liberarte e inténtalo» (Pésaj); «haz un regreso imaginario por el año transcurrido, pregúntate cuándo has obrado mal, pide perdón si tienes a quién, haz por reparar, comprométete a actuar mejor en la próxima oportunidad» (teshuvá de Yom Kipur); «cuida la naturaleza» (Lag Baomer); «tras cada seis jornadas de trabajo, la séptima has de descansar, y contigo todos los que estén contigo, y tus animales y herramientas de labor, y la misma tierra que trabajas; has de reflexionar sobre lo actuado, agradecer lo que tienes, disfrutar con todos tus sentidos» (Shabat).
Introducidas las novedades liberales de la Revolución francesa que, a imitación de la pionera Holanda, declaró a los judíos (y protestantes) «ciudadanos de pleno derecho aunque de diferente fe», muchos más abandonaron el encierro obligatorio que sus padres habían asumido como propio, y se lanzaron simplemente a vivir la vida como cualquiera, en las ciudades que la uña de los caballos napoleónicos iba liberando del agobio feudal. Pensaron que el liberalismo venía a realizar el viejo sueño.
La fobia como respuesta
Una mirada seria sobre los actos de los hombres ¾individuales y colectivos, más o menos erróneos o pertinentes¾ nos los muestra como respuestas a los desafíos de la realidad: la Iglesia creó la judeofobia como respuesta al justicierismo, al igualitarismo y respeto entre los humanos por encima de las jerarquías, que había calado hondo en muchas gentes (todo aquello de la religión de Roma como «religión de amor», y demás, es producción muy reciente: durante muchos siglos fue oficialmente la religión de la obediencia al amo, que sería recompensada en el más allá). Los intentos por deshumanizar a los hebreos, acorralados en guetos, sometidos a leyes denigrantes, a asaltos periódicos, no fueron capaces de acabar con ellos como personas que preservaban la memoria de los textos antiguos, los repensaban y hacían por vivir en ellos, y la judeofobia persistió como respuesta y hasta se institucionalizó. En el siglo xix, la Iglesia recreó la fobia con argumentos nuevos sumados a los tradicionales, porque el liberalismo político nacido en el seno de la Cristiandad iniciaba la devolución oficial de la dignidad a los israelitas, que mayoritariamente se incorporaron a los vientos de la época, y la judeofobia volvía a ser una respuesta necesaria: atacando a los judíos se aprovechaba lo acumulado en tantos siglos de propaganda y, por elevación, se atacaba a la democracia que amparaba esa emancipación civil y afectaba a la aristocracia, a los privilegios señoriales, al derecho de pernada, al oscurantismo clerical, a la sumisión femenina. Ese liberalismo trasladaba la cultura a las ciudades, donde los hombres podían zafarse de la tutela de obispos y gamonales y de obispos-gamonales; limitaba el machismo de los monjes soldados en aras de una dedicación mayor a las cosas civiles; arrebataba poder a los terratenientes para darlo a los mercaderes burgueses que, de hecho, organizaban la respuesta social ante las necesidades del ciclo vital (comer, abrigarse), mientras que los residuos de respuesta provenientes del antiguo régimen sólo prometían hambre y emigración (sesenta millones de europeos huyeron de ese régimen en estos siglos anteriores y posteriores al liberalismo); en las nuevas urbes industriales crecía el desprecio por el oscurantismo clerical y se multiplicaban los ateneos, las casas del pueblo, las ligas antialcohol, los círculos femeninos... y las asociaciones israelitas. Ahí, los judíos. Es natural que otra vez se los escogiera como blanco en una operación cuya vasta envergadura los sobrepasaba: la guerra del vigoroso ancien régime absolutista de reaccionarios y de clericales contra la cultura de la desobediencia, de la esperanza en las elecciones de los hombres puestos en el centro del Universo, de la cultura de las Casas del Pueblo, de los sindicatos, de la alfabetización.
Se interrumpe la línea de legado
Los hombres vivimos en una trampa: esa igualdad política del liberalismo tuvo una consecuencia decisiva en su «olvido» de la desigualdad ante el dinero. El desfase generó la conciencia de la «cuestión social», la formulación de las ideas socialistas. (Otros desfases darían lugar al feminismo y al ecologismo.) Y entre los israelitas, que viven en una trampa dentro de la otra, generó otro efecto que, como aquéllos, sigue vigente: la aceptación de esa igualdad política y jurídica sin más, con abandono de la vieja herencia que tanto dolor había causado a sus portadores, los dejó sin recursos cuando, corrompida la democracia en democratismo o en dictadura, avasallada por los partidos clerical y reaccionario, los hebreos o «descendientes de hebreos» se encontraron con la reformulación del antisemitismo, de la vieja tara feudal, y ya no sabían quiénes eran. Aún en estos días tenemos una brutal evidencia de ello: siendo los judíos menos del uno por ciento de la población argentina, rondó el cinco por ciento el número de los izquierdistas «desaparecidos» por la dictadura ideológicamente nazi de los años setenta y ochenta; padecieron la «doble tortura» respecto de sus compañeros, siendo miembros de organizaciones (Montoneros) de explícita judeofobia y alianza con el terrorismo islámico. Lo habían dejado todo para ser sólo argentinos, tal como un largo siglo atrás lo habían dejado todo por ser sólo franceses, alemanes, austriacos, para descubrir, de pronto, que no lo eran, que su «raza» estaba maldita, que eran un cuerpo extraño en la cristiandad, que no eran de fiar en la defensa de la patria, que se aprovechaban de su voluntad e inteligencia para ocupar los lugares más apetecibles en la Universidad, en las profesiones, en el arte y el comercio. Y si al tiempo se insiste en los clichés medievales ¾que son asesinos de Jesús-Dios, que aman la usura y los trapos viejos, que amasan su matzá con sangre de niños bautizados¾, tenemos el caldo de cultivo de lo que sería el separatismo: el ansia de abandonar Europa. Primero fue el fracaso de la democratización de Rusia y los terribles pogromos (desde 1881: el asimilado Leo Pinsker, que había creído en la democracia, escribe Autoemancipación, y cientos de jóvenes judíos y rusos, los biluim, bajan desde el Cáucaso con el sueño de construir una sociedad más justa en el desolado Distrito palestino de Turquía. Pero lo determinante sería el caso Dreyfus (1888), que estalla nada menos que en el seno de un país ya democratizado, Francia, sumida en el democratismo.
Con él irrumpe una novedad que retrotrae a tiempos anteriores a la compilación de la Torá ¾en aquel año 90 de la Era común, tiempos de apocalíptica, de lucha armada¾: el nacionalismo político o «sionismo», estructurado a la manera moderna, a la manera de decenas de otros nacionalismos con los que fueron construidos todos los reinos que hoy existen. Regresar a la vieja tierra y levantar una república propia.
La respuesta de la Iglesia judeófoba fue clara: el papa Pío XI le dijo a Hertzl, que había acudido a pedirle auxilio para su proyecto: «Llévelos, conviértanse todos, y los acogeremos en su vieja tierra.» Más tarde su respuesta será más elaborada: «Condenados a errar hasta que no reconozcan a Jesús como el Cristo, debemos oponernos a su regreso, esa tierra es nuestra, no de los judíos ni de los cismáticos y herejes [ortodoxos y protestantes], y deberíamos organizar una nueva Cruzada para recuperarla [a los árabes no los tienen en cuenta salvo para describirlos como los que mantienen la tierra en el atraso].» El papa Pablo VI la aggiornaría: «No los reconocemos porque maltratan a los árabes»; ya estábamos en los setenta, en la gran ofensiva islámica que sigue su marcha inexorable y cuenta con el respaldo de Roma. El exabrupto de Pablo VI es fuente de la izquierda coetánea.
Opciones forzadas
Pero el asimilado austriaco Theodor Hertzl ¾que no conocía el mundo judío, ni el libro de Pinsker, ni al Bund¾ no tuvo mucha suerte entre los judíos occidentales. Los que no optaron por la propuesta nacionalista, muy minoritaria, a partir del Congreso de Basilea de 1897, quedaron distribuidos en multitud de otras opciones igualmente propias de la época, auspiciadas por ella. Unos permanecieron o en la sinagoga tradicional o regresaron a ella. Otros consolidaron la sinagoga de la Reforma que había dado sus primeros pasos en la liberal Berlín de 1810. Otros se adaptaron tanto como les fue posible a «la normalidad», haciendo por sacudirse el sambenito, con cambios de apellidos muchas veces, o con conversiones al cristianismo luterano, menos fóbico que el católico. Otros buscaron integrarse en las formaciones cívicas del mundo político, casi todos en las izquierdas, incluso liderándolas y siendo sus teóricos, aunque en muy pocos casos con reconocimiento público de la hilazón entre estos proyectos socialistas y las raíces clásicas, porque era muy extensa la judeofobia. Otros se lanzaron a la aventura trágica de la emigración hacia nuevos países, menos corrompidos por el neoabsolutismo reaccionario y clerical europeo-, donde eran reclamados por los gobiernos, notoriamente de la Argentina ¾que fue a buscarlos en 1886¾, el Brasil, el Uruguay, los EEUU y demás repúblicas americanas, y hacia tierras de la Commonwealth, donde reprodujeron todo este espectro de opciones. Ir al desierto y las ciénagas plagadas de malaria no resultaba muy atractivo. En la misma Europa, en 1897, año en que se celebró el primer congreso sionista en Basilea, Suiza, tiene lugar el primer congreso bundista, madre de otra opción, en Vilna, Lituania.
Judeofobia: la izquierda entra en liza
Las izquierdas llevaban ya, para entonces, medio siglo abordando esta cuestión de la judeofobia que lo sesga todo, sin aportar demasiada luz para la comprensión del fenómeno como lo que era: una respuesta, una parte de la ofensiva general contra la humanidad en formación; entre las excepciones, los anarquistas catalanes del Proceso de Montjuic (1896) comprendieron el problema.
La variante populista de la izquierda, la que se dirige a los resentidos, a los que quieren dejar de ser pobres para ocupar el lugar de los ricos, predominó finalmente. Había tomado la palabra medio siglo antes para decir que «si Rothschild es judío y es banquero, y los banqueros son el enemigo, los judíos son el enemigo» (Toussenel). Proudhon, maestro de éste, había propuesto su exterminio o su deportación a Asia. Desde entonces, los judíos y los gentiles cultos están divididos: unos optan por callar, para no irritar a las masas que viven en las tradiciones fóbicas del Medioevo, o empiezan a decir, ya en aquel tiempo, que hay que dejar «la resolución» (de la ahora llamada «cuestión judía») «para cuando esas masas puedan ser educadas desde el poder revolucionario», con lo cual se añaden objetivamente a los antisemitas; y los que protestan abiertamente, como Engels, lo hacen llamando a la fobia «vieja tara feudal que hay que combatir ya».
Su amigo Marx quiso eludir la desconfianza de los antisemitas, procurando no ser identificado como judío (su padre y su esposa eran protestantes, ella muy amiga del genial Heine). Había utilizado la acusación de «judío» contra sus rivales, como Lassalle, y teorizado en un breve panfleto sobre la necesidad de despreciar todo aquello que no fuese obrero comunista y que no ayudase al desarrollo capitalista, como la preservación de la cultura judía. No le reconocía a ésta otra razón de ser histórica que la de haber ligado a un «pueblo-clase» dedicado al comercio y a la usura (sic), y la consideraba dañina para el proceso mediante el que el comercio dejaría paso a los grandes monopolios del capitalismo que harían posible una economía socialista..., siempre y cuando los obreros se volvieran comunistas. También despreció la lucha de los pueblos por su independencia, como en el caso de los checos, que debían «rendirse ante la civilización germana», o los mismos hebreos. Así rechazó a su maestro Moses Hess (Roma y Jerusalem, la última cuestión nacional,1845), sólido antecedente del sionismo. Su empeño fue inútil: siguieron llamándolo «el moro» (es decir, «el semita»), «el judío», en tono acusatorio, desde su rival Bakunin («¡judío alemán!», lo increpaba) hasta el advenedizo Dühring. Es precisamente al escribir el Anti-Dühring, tras la muerte de su amigo y para señalar las taras del presunto izquierdismo de éste, desarrollando las ideas socialistas, cuando Engels, justificándolo por ignorancia, defiende a Marx de la acusación de antisemita. Por eso los «marxistas» antisemitas, como Stalin, odian a Engels.
Los proyectos nacionales
¿De qué ignorancia habla Friedrich Engels? Precisamente de la existencia de una espléndida multitud de trabajadores judíos, éticos, socialistas, que introducían las ideas de la modernización del feudalismo en democracia y de ésta en el socialismo, en las tierras agobiadas por el absolutismo zarista y austrohúngaro: ese Bund («Liga», «Compromiso») que mencionamos y que en 1897 se organiza como «partido socialista de los trabajadores judíos de Rusia, Polonia y Lituania», sale también al paso de la judeofobia y de la tentación nacional-separatista del sionismo. El Bund, como continuó siendo llamado, era tan estatalista como el resto de la izquierda ¾menos los anarquistas¾ y como los sionistas. Sólo que en vez de desconocer el hecho diferencial judío, como hacen los otros socialistas ¾y aceptar que los judíos sigan sometidos a cualquiera que fuere el Estado futuro sin respuesta a la judeofobia¾, o de asumir la imposibilidad de vivir dignamente, de vivir, entre cristianos, dado «lo irreductible de la fobia» (como dice Hertzl), plantean la necesidad y la posibilidad de renovar el intento recién abortado y conducir al imperio zarista a una revolución modernizadora como la que la burguesía llevó adelante desde París, y construir en las Rusias una república de los trabajadores en la que los judíos tendrían su lugar. En el proyecto bundista, pronto extendido a otros reinos absolutistas o escasamente democratizados ¾como los sometidos a Austria-Hungría¾, no se incluye reclamación territorial alguna: el colectivo judío, vivieren donde vivieren los judíos, tendría derechos, como los otros cien colectivos nacionales del imperio: al uso de su lengua, a sus asociaciones comunitarias, a su prensa. Judíos como Santiago Medem, que llegaron a ser conocidos y amados por los suyos como otros dirigentes por los propios, venían de la asimilación y el izquierdismo general. Fue el renovado antisemitismo lo que los llevó a estas posiciones, del mismo modo que a otros, por ejemplo a Hertzl, los condujo al nacionalismo separatista (sionismo) o al casi siempre vano intento de hacerse perdonar su ancestro, como hicieran Kautsky o los austromarxistas («disolveos como pueblo»). Medem aprendió siendo adulto el yiddish, lengua de origen germánico-hebraico y aportes eslavos, que se escribe en el viejo alefato hebreo y que los bundistas proclamaron lengua nacional de ese pueblo que habita Europa desde remotos tiempos precristianos. Fue lengua importante de los izquierdistas del mundo hasta mediados del siglo xx. Los sionistas optaron por el neohebreo, un hebreo que hubo de ser modernizado para que saliera de la cuna litúrgica a la vida cotidiana, tal como se habla hoy en Israel.
Socialdemocracia y Shoa
Los socialistas ¾como denominación genérica¾, después de estos años fundacionales del nuevo antisemitismo (sobre todo a partir del caso Dreyfus), del sionismo, del bundismo y, poco después, del comunismo bolchevique, que tiene su raíz en el Bund, se dividen invariablemente entre los que se suman a la judeofobia, los que lo hacen de modo vergonzante, los que la repudian y los que lo ignoran todo al respecto, descalificando así su importancia. No es asunto baladí: hemos dicho que la cuestión judía lo sesga todo, porque tarde o temprano el ciudadano, de izquierdas o no, se ha de encontrar ante la disyuntiva y habrá de tomar posición al respecto. El abandono de la preocupación, que fue tónica mayoritaria entre los socialdemócratas alemanes pese a Engels, a los Liebnecht, padre e hijo, a Rosa Luxemburgo, a Mehring, a Bebel (que llamó «socialismo de los imbéciles» al resentimiento lumpen contra los hebreos), tuvo efectos monstruosos. Siendo el SPD el más poderoso de los partidos de izquierda en todo Occidente, este desoír a los maestros fue elemento principal de la facilidad con que el nazismo congregó a los alemanes para la gran orgía industrial de sangre y opresión que se cebó tan especialmente en los israelitas, sus vidas, sus instituciones y su cultura en esta Europa hoy triunfalmente libre de judíos, aunque no de la judeofobia.
Traición bolchevique
En la URSS de Lenin el proyecto bundista no tenía cabida. Su Estado era un Estado totalitario, sin lugar para ramas en la verticalidad diseñada por el Partido-Estado. El nacionalismo soviético no podía admitir en su seno más nacionalismos que los periféricos, como el uzbeko o el tadyiko, o los inevitables (debido a su fuerza) como el ucraniano, al que atacó o sedujo pero nunca doblegó. Los bundistas fueron dispersados pese a los acuerdos previos y a la deuda histórica que los bolcheviques habían contraído con ellos; como los socialistas revolucionarios (SR), la corriente de Yitlovsky (también judío), que representaba una forma democrática, no bolchevique y no germánica, y que fue desapareciendo en todo el mundo. No hubo persecución subjetiva: nadie que siendo judío abandonase otros partidos y se sumase al bolchevique era marginado; es más: mostraron su coraje, su entrega, su inteligencia y su cultura al frente de la URSS en clara desproporción respecto de la presencia demográfica de los hebreos del país. Ellos fueron los más soviéticos, del mismo modo que en la también multinacional Yugoslavia fueron los más yugoslavos, en el Reino Unido los más británicos y en EEUU los más americanos, porque esperaban de la nueva nacionalidad la superación de las taras generales de los tribalismos históricos, y con ello del antisemitismo, vieja tara clerical.
Nacionalismo estalinista
El antisemitismo estalinista fue la respuesta del nacionalismo gran-ruso al nacionalismo judío y su «contumacia» (adjetivo usado también por Isabel la Católica) en la memoria del socialismo, en cuyo nombre se adulteraban los valores que llevaron hasta la Revolución. El estalinismo estaba acabando con los bolcheviques de modo semejante: los que se plegaron a la contrarrevolución que se imponía en nombre de la revolución bolchevique fueron, al principio, tolerados como lo fueron los pocos judíos que aceptaron la conversión del cristianismo primitivo en la Iglesia romana. Unos y otros sirvieron de coartada para quienes se apropiaban de los nombres viejos como trofeos de guerra. El nacionalismo estalinista, mucho más acentuado que el leninista, fue aniquilador. Él mismo se ocupó de reventar la experiencia de una república autónoma judía: Birobidyán, en el extremo oriental siberiano, en la que llegó a haber cien mil pioneros hebreos.
Con férrea mano nacional-estatalista, Moscú se erigió sin ambages en el Vaticano de los partidos-iglesia comunistas del mundo. Esto es omniconocido; pero mucho menos lo es que Berlín se erigiese en el Vaticano de los partidos-iglesia socialdemócratas que, dado el evidente enfrentamiento entre los partidos-iglesia comunistas, se hicieron con prácticamente toda la izquierda universal, arrinconando a los socialistas democráticos como Yitlovsky (Nenni, Basso, Lombardi en la Italia de los sesenta; Allende fue de los últimos entre éstos que integraron a su partido en la órbita alemana; Raventós en Cataluña fue quizás el último; en Israel y la Diáspora judía, sigue en pie el Hashómer Hatzaír).
Respuestas o caricaturas
Los actos de los Hombres son respuestas, pero pueden también ser remedos de respuesta, ideología. La judeofobia medieval atacó a los judíos por lo que pensaban, decían, hacían. La judeofobia de gran parte de la izquierda desde las décadas finales del siglo xx no reside en lo que los judíos hacen o piensan, sino en lo que los musulmanes hacen y piensan desde su dogma islamista. Y lo hacen para gustar a esos musulmanes necesarios al Eje francoalemán. De hecho, la Shoa no fue sólo aniquilación de seres humanos, sino de la gran fuerza inquietante, revulsiva, de esa judeidad que disgustaba al poder, al del Imperio romano, a los medievales, a los reaccionarios anti-Ilustración (fascismo, estalinismo, nazismo, islamismo). Los nazis pudieron intentar llevar a la práctica la «solución final» porque se liberaron de un dogma fundacional de la Iglesia, aún vigente, que impidió a los padres de la Iglesia imperial acabar con los hebreos en el 325 y a lo largo del Medioevo ¾que el Cristo sólo regresará si hasta el último de los judíos lo reconoce¾, y abundan los documentos de la comprensión mutua entre nazis e islamistas.
El antisemitismo de la izquierda populista es sobre todo una ideología, una caricatura de respuesta: los hebreos que puedan disgustar a los jeques, caudillos, obispos o gamonales de este mundo son un puñado de impotentes. El ataque antijudío es por extensión un ataque contra unos EEUU que no ceden paso al Eje y al Califato aún nonatos, preservando su poderío imperial.
Al mismo tiempo, Israel es el judío entre los Estados porque es una democracia en el océano islámico y porque lo gobiernan los condenados a errar, pero su democracia es tan normal ¾en muchos más aspectos más democrática que otras¾ como lo es su Estado entre los Estados. El ataque de una parte de Europa contra Israel se traduce en judeofobia porque la ideología medieval pesa lo suyo en milenios europeos, y en estrecho contacto con el feudalismo vivo del Islam, que sí tiene contra los judíos el odio del dogma religioso, absolutista, rebrota con furia. Si el Islam es hoy el rostro de la guerra contra la Ilustración, resulta natural que en su esfuerzo se recoja todo lo que fue y sigue siendo odio a la Ilustración, y al socialismo nacido de ella.
La respuesta y su remedo
No obstante, todo hay que decirlo, la judeidad no es hoy ese fermento que fue durante tres milenios. Son más los hebreos ignorantes y despectivos de la herencia que se les supone al atacarlos, y hay entre ellos más «jeques», «gamonales» y «obispos», y están más normalizados en la fantasía de la privacidad y el dinero junto a sus vecinos de toda índole (en Israel y en el mundo), que las personas, y no digamos ya las instituciones, que pudieren afectar a los poderes constituidos, a los grandes contendientes en esta guerra que los supera, y en la que son otra vez blanco de un remedo de respuesta.
En el mejor de los casos, una pequeña parte de los judíos se defiende de la difamación (y no de las matanzas, como las de la AMIA o la sinagoga de Dyerba) con argumentos de tribu acosada y no sin sorpresa: «¿Por qué nos atacan, si somos como todos?; esto es ilegal», suplicando solidaridad a los no judíos, que acuden en número mayor que los mismos hijos del estigma.
Que nadie espere de este escriba explicaciones simples, sin matices. En esta guerra contra Israel son muchos, y muy enrevesados, los motivos e intereses. Sólo falta en ella la pretendida justificación principal: el amor y el respeto por las personas árabes metidas en la trampa en la que están metidos los judíos. Y, desde luego, amor y respeto por los individuos hebreos, sean éstos o no herederos de la odiada historia del progreso.
Ley
La historia no tiene leyes, como creyó Marx, pero no está exenta de ciertas pautas. Comparte parcialmente el enigma del Universo: qué hacemos, por qué hacemos lo que hacemos, por qué así, por qué no otra cosa. Conocemos la Ley de la Gravedad y otras, pero no tenemos una Ley Física Unificada del Universo. También tenemos balbuceos de una Ley Ética capaz de responder a todos los imperativos categóricos, a toda la diversidad de esta especie nuestra, de esta violenta combinación de individualidades, de esta mezcla que no llega a ser combinación, sobre la que operan tantas fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, y a la que hemos construido naturalmente ¾está en nuestra naturaleza hacerlo¾ y llamamos «mundo». Pero tampoco tenemos Ley Unificada. Esos balbuceos dicen que un crimen es un crimen, independientemente de quien lo cometa, y no caben pretextos del tipo «los árabes lo hacen porque es lo propio de su cultura, de su mundo», como los que vomita la izquierda, mostrando su desprecio por las personas que viven bajo el imperio de la barbarie islamista, como los comunistas iraquíes, los saharauis, las mujeres de todo el Islam, para quienes el crimen no forma parte de la cultura.
Descubrimiento de la globalización
El eje multimilenario de este quehacer histórico es la mundialización, que algunos despistados acaban de descubrir como si se tratara de un designio maligno de los diabólicos americanos y los sionistas. En ese construir mundo a partir de mundos previamente urdidos, está la noción de proceso, origen del ensayo histórico, que inaugura el Libro de Daniel incluido en el canon de la Torá: «Primero fueron los babilonios, después los persas, luego los helenistas alejandrinos, ahora Roma..., mañana, este gigante de pies de barro dejará paso al reino de la justicia universal.» Hoy sabemos más acerca de las ciudades-reino que se sucedieron como potencias de ese mundo nuestro, y sabemos que a Roma siguieron otras. A los reinos, como a los Hombres, puede tocar el turno de gobernar sobre los otros. Y morir de viejos, o ser degollados en plena juventud, pero el mundo es el espacio de la sucesión sin solución de continuidad. Hoy se enfrentan el enorme y laxo poderío del complejo militar-industrial y financiero de los Estados Unidos, centro de la cultura mundial, y el ansioso pugnar del Eje francoalemán que llaman Unión Europea. Pero ésta ni es unión ni es europea, puesto que no ha abolido los rechazos mutuos entre los reinos desprendidos del primer intento, el de Carlomagno; del segundo y del tercero, que fueron las santas alianzas romano-germánicas absolutistas del siglo xix; ni del cuarto, que intentó establecer Hitler con su Eje en torno al III Reich. Ni manu militari, como en el pasado, ni por medio de las leyes financieras (y la mano militar, como en Yugoslavia) se avanza en la constitución de un imperio que reemplace al estadounidense, como el romano hizo con el alejandrino, o éste con el persa de las satrapías.
Nihilismo
Esto enfurece más y más a los desafiantes, y son los idiotas útiles de los grupos de izquierdas derechistas ¾los euroidiotas¾ los que más vociferan en Occidente, mientras fuera de él, y penetrándolo incesantemente, el islamismo clama y hace estallar a sus descerebrados con un cinturón bomba en una cafetería israelí o en una sinagoga tunecina, en una asociación cultural de Buenos Aires o en el centro de Manhattan. El enemigo es Israel, más que otros aún no rendidos al Islam (India, Filipinas, Sur Sudán, España), porque cometió su osadía en medio del mar árabe. Son los judíos por acumulación de tara medieval. Y es América hasta que se rinda a los árabes que usa. Los demás caerán por añadidura cuando toda esta mesnada ayude, cada una desde su papel, a la victoria del imperio desafiante. Yugoslavia es el camino. El Martes Once ha desacelerado su gran hégira, pero no la ha interrumpido.
La distorsión, antisionismo como antisemitismo
Que hay una cuestión pendiente, sangrante, en Medio Oriente, entre los israelíes del Estado, con su democracia, y los palestinos de Gaza, Judea y Samaria, marginados de toda democracia, israelí o árabe, es algo que absolutamente nadie niega. Una cuestión pendiente, más sangrante que algunas, mucho menos que cientos de otras. Un buen casus belli cuyas distorsiones son muy útiles al plan general.
Cualquiera que se libere del cautiverio de la prensa solapada o abiertamente judeófoba, incluida la que protesta su no-antisemitismo diciendo que «sólo están a favor de la causa árabe y los niños genocidiados por los judíos», y hasta de la bazofia extremista que circula por la red, cualquiera que lea prensa israelí, parte de la cual es brutal con el gobierno, como el Haaretz; o de comunidades hebreas, como la sionista-socialista Nueva Sion de Buenos Aires, o de la derecha liberal, como el italiano Líbero de Roma, o de la izquierda liberal como La Jornada de México, verá mucha más crítica, con más sustancia, argumentos, datos y cifras comprobables, información que otros ocultan y dureza contra las políticas severas de Israel, contra sus desbordes, de lo que se encuentra en las manipulaciones y acusaciones medievalistas de los medios oficiales del Eje francoalemán, como el paquete del emporio hispano Prisa y su entorno mercantil e ideológico, televisiones españolas, italianas, francesas, argentinas, ecos voluntarios en forma de ONG, sindicatos ex comunistas, etcétera.
El dogma de la Umma
Un dogma del islam pretende que una tierra que alguna vez fue islamizada no puede volver a manos de no musulmanes, ni de musulmanes no árabes (como es el caso de los saharauis, los kabiles, los kurdos, los persas, los fenicios) allí donde la casta dominante desciende de la hégira yemení iniciada en el siglo vii. Ahí hay una fuente básica del rechazo a la soberanía jurídica y política de los judíos sobre aquel abandonado distrito que otrora fue el reino de Judea. Tampoco están autorizados a vivir los cristianos del Líbano que habían perdido poder hasta constituir sólo la mitad del mismo y hoy están sometidos a la dictadura islamista, ni los de Egipto (coptos, que significa «egipcios»), Siria (los asirios) o Etiopía, reducidos a lo testimonial, como cuerpos extraños, o los de Albania ¾miembro en Europa de la Conferencia Islámica desde 1988, ¿quién lo sabe?--, o los de Yugoslavia, donde acaban de conquistar media Bosnia y la provincia de Kosovo («por primera vez naciones cristianas luchan entre sí para entregar una de ellas al Islam», diría Massimo D´Alema, premier italiano ex comunista). No están autorizados a vivir. El Islam pugna por Chechenia contra los ortodoxos rusos, por Cachemira contra los hindúes, por las Molucas contra los budistas, por Mindanao contra los católicos filipinos, por Timor contra los católicos timoreños, por Ceuta y Melilla contra los católicos españoles, por el Sur del Sudán contra los cristianos y los animistas (dos millones de víctimas ya)... «No permitiremos que en Palestina se repita la tragedia de Al Andalus», dice Bin Laden en uno de sus vídeos propagandísticos. Algunas dictaduras se resisten a ese dogma, compitiendo con los islamistas por el control: pueden tener perdida la guerra (Egipto, Turquía, Argelia, Mauritania) si se impone Europa.
Choque de culturas enredadas
Otra fuente es la oposición a los modelos de tipo democrático occidental ¾igualdad de mujeres y hombres, enseñanza laica, sindicatos y prensa¾ presentes en Israel, al igual que antes en Yugoslavia. Proviene de la índole feudal de los regímenes que hegemonizan los musulmanes. Un feudalismo que ha sido sostenido contra proyectos comunistas (Irán), democráticos (Irán), nacional-burgueses (Líbano, Turkía, Argelia), panarabistas militares (Egipto, Libia, Siria) a lo largo del siglo xx, precisamente por quienes hoy descubren «el peligro fundamentalista» que auspiciaron y que las izquierdas del Eje sostienen con entusiasmo. Los hijos de los señores sí aprovechan lo diabólico occidental: se los envía a cursar y a disfrutar en las ciudades del Oeste antes de regresar para ser los delfines de sus padres o los caudillos de la guerra santa.
Los protocolos
Una fuente de gran peso sigue siendo el estalinismo, que justificó «por la izquierda» la vieja tara feudal. Mezclando los protocolos elaborados en 1903 por la policía zarista (que hoy se editan por millones en suajili o en árabe, y se distribuyen entre los 50 millones de musulmanes que viven en Europa y los 24 que viven en los Estados Unidos) con el «antiimperialismo», Moscú se unió al Islam, sin equívocos, para conseguir que la ONU declarara en 1975 que el mundo es algo maravilloso salvo por el sionismo, al que proclamaron «racista». La mayoría automática podría haber proclamado que el mundo es cuadrado. Y la remoción de esa boutade de 1975 en 1990 no ha afectado a los clerical-estalinistas, que continúan dándola por «verdad científica», como en Durban 2001 (aun cuando hoy la mayoría ya no se confiesa estalinista ni clerical, porque no es políticamente rentable), tiñéndola de «causa árabe y palestina».
Una cuarta fuente de ese enfrentamiento, y de donde procede su fuerza diplomática en los aparatos burocráticos del mundo, como la ONU (Unesco,Unicef, etcétera), reside en los gigantescos vínculos bursátiles creados por el capital que se acumula con las regalías por las concesiones petrolíferas a empresas occidentales, y que tiene mucho peso en África, donde controlan la mitad del medio centenar de reinos continentales, y en muchos otros países.
La tara está en la izquierda
La fuente principal, no obstante, se la proporciona el Eje francoalemán en formación, con arreglo a la más que centenaria política de seducción de caudillos locales que practican las potencias imperiales entre sí, alentando tribalismos, guerras, atraso, exclusivamente en su beneficio y en el de las castas que reciben las «ayudas» y regalías.
Pero para que esta izquierda acepte cumplir su papel legitimador de la guerra contra Israel tiene que haber algo en ella, además de la necesidad de ella que tienen el Eje y el Islam. Y aun sin formular explícitamente esta pregunta, quienes se sorprenden por la aceptación de este papel avanzan respuestas posibles. También nosotros hemos aproximado hipótesis en este texto, fundándonos en su historia política: sus abandonos, sus cortedades, su necesidad de coqueteo populista con los más atrasados, el peso determinante que ha tenido sobre ella su sumisión al nacionalismo estalinista, a las necesidades soviéticas de lograr aliados árabes, y su paso a la sumisión al nacionalismo imperial germano y a la urgencia de éste por conquistar el mundo árabe y musulmán. No obstante, no es suficiente; hay más. No puede ser exclusivamente de orden político esta asunción por parte de tantas personas inscriptas entre quienes proclaman su anhelo de luchar por un mundo mejor y que repudian al Israel de los kibutzim ¾la única realización en la Tierra del viejo sueño socialista¾ para defender nada menos que lo que defiende. Y nos acercamos a la mirada antropológica que nos dio ya algunas observaciones: los actos de los seres sociales ¾individuales y colectivos¾ son una respuesta a un desafío de la realidad, del mundo, o son una caricatura, una apariencia, un exabrupto huero a manera de discurso: una «ideología», corpus textual que se define por su condición autocomplaciente, en la que no hay más propósito que la autojustificación, por lo que sólo considera aquello que conviene a las conclusiones preestablecidas, y lo demás no existe. ¿De qué tiene que justificarse esta izquierda sino de no ser de izquierdas, de no ser alternativa válida en ningún plano de la realidad, de no ser, por tanto, responsable, actora, de no tener ningún poder sobre los actos destinados a ser respuesta ante los desafíos de la realidad? El exabrupto antisemita ¾cualquiera que sea su disfraz¾ es mera propaganda de guerra con la que se desempeña el papel por el que se forma parte de algo ¾ahora del Eje¾ y se sigue existiendo. La izquierda no protagoniza nada, fantoche, espantapájaros que reacciona ante las acciones de otros (los israelíes haciendo kibutzim, manteniendo en pie su país; los árabes blindando sus regímenes con la coartada de Al-Quds, Jerusalén; los francoalemanes haciendo por conquistar mayores alícuotas de poder y beneficios sobre el mundo...) y vive de rentas, del prestigio de los viejos nombres que movilizaron la sensibilidad y la conciencia de quienes rechazaron el «darwinismo social» (el racismo, la explotación del prójimo, la esclavitud, el privilegio de la parte contra el todo, el oscurantismo clerical, la irracional depredación del planeta, la xenofobia, el belicismo...) para sólo hacer panfletos, tormentas de tinta, difamación, sin el menor efecto sobre la realidad en la que otros son maestros, hacedores, beneficiarios, víctimas.
El cansancio psíquico
No podemos dejar de pensar en la fuente psicológica. Política, antropología, geoestrategia, teología, lingüística, todo es útil para indagar sobre las cosas de los hombres. Pero la psique resulta afectada también en tanto tal, en tanto aparato de percepción de la realidad y de elección de respuestas. Esos izquierdistas que tienen siempre a mano a los judíos para explicarse lo que pasa, ajenos por completo a la realidad (hablar del control judío sobre la prensa ante esta furibunda y absolutista campaña antiisraelí; vivir enloquecido detrás del dinero, unidad de valor de todas las cosas mientras se repite el argumento antiburgués de los feudalistas del siglo xix, que atribuye a los judíos el afán por el dinero, etcétera), no están respondiendo desde las supraestructuras de conocimiento que proveen de información, datos, cifras: responden desde una confusión cargada de culpas, de facilismo ante la inaprensible complejidad, con elementos acumulados a través de siglos de adoctrinamiento que han abotagado su capacidad de percepción. Si para los nazis la judeofobia es la manifestación mayor de lo que pueden permitirse de modo legitimado para expresar la psicopatía por la que se han aproximado al nazismo, para los izquierdistas antisemitas que se resisten a reconocerse como tales, el odio a Israel es la expresión de esa confusión, del descalabro en que ha caído la cultura que cuestiona al mundo y que ya carece de alternativa real para ese mundo. Nada más fácil que encontrar un chivo expiatorio para el que ya estaban preparados en el subconsciente y desligarse de la responsabilidad de pensar. La judeofobia en la izquierda es prueba del cansancio de ser disidente, crítico, cuestionador, pensador de alternativas; es prueba del cansancio que hoy predomina en la cultura sobre cualquier otra actitud ante ella, y que sería quizás menos evidente si no fuera brutalmente desafiada por el formidable empuje, esperanzado, autocomplaciente, vigoroso, de violencia autorizada por el mismo Occidente (es que ellos son así, ¿qué le vamos a hacer?) con que el Islam ¾los reinos árabes, los aparatos terroristas, los inmigrantes en el Oeste¾ irrumpe con su cultura de la muerte y fascina a los cansados. ¿Cuántas veces han dicho sus caudillos que tienen la guerra ganada porque a ellos no les importa morir, es más, buscan hacerlo, mientras que a los occidentales (israelíes incluidos) les preocupa morir o que mueran sus hijos? ¿Qué psique puede resistirlo sin sentirse fascinada, cuando se está cansado y se reconoce vencido? La rendición de la URSS, el explícito reconocimiento de que ellos estaban equivocados y sus enemigos tenían razón, causó muchos suicidios entre viejos soviéticos que lo habían dado todo. En el Oeste esa capitulación ha contribuido enormemente a este cansancio, cuando aparece el Islam y se le cede la antorcha del rechazo al mundo, que es como esos izquierdistas entendían su intervención política. Los que no se consideraron representados por Yeltsin, porque no lo estaban por Brezhnev, por Stalin, y entendían su ser de izquierdas como un modo de vivir interviniendo, averiguando, recreando, buscando preguntas pertinentes y respuestas adecuadas, no podrían entregarse al Islam, que no pregona la superación por la izquierda de las taras y limitaciones del mundo, sino su arrasamiento para la implantación del feudalismo teocrático. Como ya se ve allí donde van venciendo por abandono o derrota de lo occidental: en Bosnia, en Líbano, en el Irán del sah, en la Turquía de Atatürk, en Argelia.
Destruir el Estado
Un día propusimos superar con instituciones más maduras, más humanas, al viejo Estado que se interponía entre los hombres y su posibilidad de crecer, y hoy esta izquierda, invocando aquellos nombres inquietantes, impotente y ajena a la marcha real del mundo, se reduce a exigir la destrucción... de un Estado, el de Israel, que dé la victoria a los tumultuosos reinos islámicos que ni siquiera alcanzaron el rango de Estado, y el fortalecimiento del Estado Unión Europea como challenger imperial del imperio norteamericano. Es un ejemplo enorme, no el único, de lo que segrega de sí esa izquierda en bancarrota que entrega el testigo a la hégira mahometana, siguiendo como perro fiel al imperio europeo en construcción, marco de la expansión islámica.
Tiene que estar en jaque mate una civilización, un modelo de dominación social, para que las expresiones de descontento (siempre minoritarias, por otra parte, ante el silencio de los corderos) resulten tan agudamente chillonas y confusas. La casta que gobierna, criminal y ahora suicida, hace sus cuentas ¾como en el bombardeo de Yugoslavia, en la guerra contra Israel¾ y apuesta por aprovecharse de los musulmanes (para ellos el control social, como en Bosnia, para nosotros el control del reino). Pero, ¿y las gentes que protestan contra ellos en Seattle o en Génova y los sigue en aquellas guerras? ¿Qué honda tara emocional, que cansancio intelectual, que rendición explica su postura? Ceremonia de la confusión sin precedentes, sus sacerdotes son los funcionarios de las izquierdas, los agitadores que banalizan las categorías históricas («derechos humanos», «genocidio»).
Rivalidad entre imperios
En esta fase, tras el suicidio del mercado autárquico soviético, que permitió la superación por la que el mercado internacional devino en mercado mundial, las potencias más o menos agrupadas en torno a (o debajo de) el Eje francoalemán, las que más se han beneficiado de la ocupación financiera del Este, recurren a la política tradicional en busca de una derrota norteamericana que haga a un lado a los EEUU como potencia en el espacio islámico. Abogar por el fiasco de las negociaciones emprendidas por Clinton es consecuencia natural de lo que necesita el Eje para consolidarse en el mundo musulmán, como muchos regímenes necesitan una victoria en el mundial de fútbol para disolver descontentos, desconfianzas y oposiciones.
Y esto es lo que defienden con su aullido de propaganda de guerra los ex comunistas, hoy socialdemócratas o dependientes de éstos, y los socialdemócratas de siempre, y el populismo más descarado, así como los nazis y neonazis germanistas, por encima de las rivalidades y las eventuales riñas internas que exponen sus diferencias reales y supuestas. Bonita izquierda.
No es posible hoy tomar partido, como en otro tiempo, por ejemplo, entre el nazismo y los antinazis. El Estado americano, en el desempeño de su rol histórico como potencia del imperio universal (los babilonios, los persas, los griegos, los romanos...), ha conculcado derechos, ha perpetrado crímenes, como lo hacen todos y cada uno de los Estados y la red de instituciones que los constituyen, cada cual en su medida, y alguno más medido, mientras otros se desbordan hasta la locura, como describiera Freud a la ausencia de límite. Y se autodestruye en corruptela anticapitalista (Enron y el iceberg que lo subyace) y azota a su propia población, en la cual aumentan los homeless, y se apoya en dictadorzuelos miserables en todo el mundo, y se policializa.
Pero de Europa, hoy tras el Eje, sabemos lo que sabemos. Sabemos de su pasión judeofóbica y racista, de sus guerras de religión, de sus mil xenofobias entre reinos y en el interior de los mismos, sabemos de su despiadada historia en la que ni un solo día en dos milenios faltó la guerra¸ ya fuera en el Continente o lejos de él. Sabemos también con Walter Benjamin que en el anverso de cada una de las páginas de esta historia de barbarie que es la historia del hombre, y tan en particular la de Europa, ha sido escrita una página de cultura. Pero ¿son acaso los escritores de éstas páginas los que encabezan ¾ejeeuropeos, musulmanes, socios, izquierdas vasallas¾ la historia actual de Europa con pretensiones de encabezar la del mundo todo? ¿Es en nombre de la cultura, de la convivencialidad, del derecho de gentes, de la producción simbólica, de la filosofía, en nombre de la vida, que se sostiene esta guerra contra Israel?
Los amigos de la causa palestina
Digámoslo de una vez: nada tiene que ver el drama de los árabes palestinos que disputan un territorio a los judíos y demás israelíes con el escándalo que, desde 1956 en el espacio estalinista, y desde hace tres décadas, con la crisis del petróleo, en el resto del mundo, hegemoniza crecientemente el panorama informativo mundial: el escándalo de las actividades parapolíticas de todo esa variopinto mundo que va desde los nazis hasta algunas despistadas hermanitas de la caridad que protestan sinceramente si se las llama antisemitas.
Si así fuera, si en verdad les dolieran los que sufren como nos duele a nosotros; si les indignara la injusticia y los angustiara la guerra, se ocuparían de indagar en los orígenes del enfrentamiento, en la naturaleza de lo disputado, en la identidad de los implicados. Se sostendrían posiciones adheridas a una estrategia de fin del conflicto. Se huiría como de la peste de la propaganda de guerra, de las fobias, de los dogmas, de los prejuicios. Se atendería por igual a los dolientes involucrados en uno y otro bando, discerniendo entre quienes ¾en uno y en otro¾ luchan por ese final de la violencia y quienes no. Se prestaría la correspondiente atención a las decenas de millones de personas envueltas en otras contiendas y situaciones injustas. Y todo esto se haría, además, distinguiendo estos conflictos de tantos otros que se libran en la sombra, sin la menor contención, con desbordes delirantes de horror y de terror sin luz ni taquígrafos, sin garantías de ninguna especie, de Guatemala a China, del Irán a la Argentina, del Yemen a Argelia, en el desierto somalí, en la montaña kurda, en la floresta brasileña, en los barrios marginales de cada ciudad. Se haría dando respuesta a los desafíos de la realidad. Esto es, se haría de la manera que corresponde a la izquierda.
Prensa amarilla
Hasta el menos avisado de los consumidores de noticias conoce razones para desconfiar de las factorías que las producen. Cada vez que un medio habla de algo próximo a su experiencia, a su entendimiento inmediato, el lector/espectador encuentra la falsía, la verdad emputecida por la falsía ¾la falacia¾, se indigna y protesta contra la manipulación. Cuando se trata de acontecimientos más distantes, olvida la suspicacia, abdica de su responsabilidad y cree. Si el asunto es tan avasallador como éste, de omnipresencia constante y machacona, hasta el punto de excluir el mundo, la suspicacia tendría que ser aún mayor. Sin embargo, se cree. Se admite que durante unos días se hable de «genocidio», precisa categoría histórica, jurídica, política, que ha usado por turbias razones uno de los ocho Nobel que fueron a Ramala, y que luego los genocidiados estén vivos. La dictadura de los medios de comunicación intoxica a sus súbditos en nombre de la libertad de prensa, de expresión, que otros arrancaron a las tiranías. Se llega al extremo de tener que explicar qué es Auschwitz porque la barbarie mediática es tan densa que hoy podría aplicarse el nombre frivolizado hasta a una derrota futbolística causada por un árbitro torpe o sobornado. Se llama «obsesión» al terror en que viven los israelíes, y «milicianos» o «activistas» a los más descerebrados terroristas que están pudriendo la sociedad palestina, la sociedad israelí, la posibilidad de arribar a un fin de conflicto que les dé una oportunidad de restañar heridas e iniciar una superación ¾lenta, dura, dolorosa¾ de los odios acumulados. Y esa prensa amarilla se hace llamar« prensa libre», y los que se nutren de ella se hacen llamar «izquierdistas».
La sensibilidad mutilada
Si así fuera, y si esta izquierda fuese de izquierdas, no habría habido silencioso genocidio en Timor a manos de la dictadura islamista de Suharto, con pleno apoyo europeo y americano, durante veinticinco años, en los que pereció, proporcionalmente, más gente que en la URSS arrasada por los nazis y sometida al estalinismo. No habría habido matanza de trescientos mil argelinos por ser «insuficientemente musulmanes», a criterio de los musulmanes integristas y sus patronos europeos, sin un solo comité u ONG de solidaridad que la denuncie, organice viajes turísticos y sacuda las conciencias de los ciudadanos, como se hace respecto de la guerra árabe-israelí. ¿No son árabes los árabes argelinos? ¿O es que tienen la desgracia de que su enemigo no es judío sino esta combinación de régimen militar de izquierdas e integrismo musulmán? Decenas de situaciones críticas en el mundo conocieron y conocen un grado de violencia incomparablemente mayor, con un mismo desprecio, tanto general como por parte de los defensores de la causa árabe, equivalente al que han sufrido los kurdos, agredidos hasta con gases y sustancias químicas, o los argentinos, cuya sociedad padece una destrucción radical, causante de millares de muertes por desatención médica o desnutrición ¾además de asesinatos¾ mientras la ingente riqueza del país es sistemáticamente transferida a bolsillos ajenos; por no hablar de las tragedias peruana, ecuatoguineana, somalí, saharaui, colombiana. Y el terror en Euskadi, y el régimen policial en Cuba, y la catástrofe de las niñas chinas arrojadas literalmente a la calle o a los cubos de basura, y los cientos de miles de jóvenes esteuropeas empujadas a la prostitución en las ciudades de Europa Occidental y el mundo árabe como parte de la revancha anticomunista. ¿De qué estamos hablando cuando oímos a los saudíes jurar que «el crimen judío contra los palestinos es el peor crimen de la Historia», y a los izquierdistas repetirlo como zombis? ¿Cómo se explica que a la encuesta de La Vanguardia de Barcelona sobre «quién tiene razón si los israelíes o los árabes», hayan respondido 1.200.000 lectores (un tercio apostó por aquéllos, para desazón de los ideólogos de la campaña antiisraelí) cuando la media para asuntos internacionales fue de 8.000 en encuestas previas, y apenas de 125.000 cuando se planteó la cuestión local de Euskadi? Se explica por las torpezas de la izquierda y el hastío que producen sus silencios y sus aullidos.
El desgaste es la victoria
Los que venimos de tradiciones no nacionalistas, y por tanto tampoco sionistas, y apostamos por la evolución cultural de la especie hacia la construcción de la humanidad, no podemos menos de lamentar que los judíos israelíes vivan en un estado de guerra de desgaste permanente, sosteniendo la convivencia en su sociedad en presencia de un conflicto de violencia creciente, con una dirigencia que no sabe o no puede salir de ello y una hostilidad árabe que, en todo caso, no lo autoriza aunque aquella fuese enteramente pacifista. El Estado que per se garantizaría a los judíos la normalidad humana inexistente en el mundo eurocristiano y en el musulmán no ha dado esa normalidad a sus ciudadanos: haga lo que haga, guerra o negociación, la cuestión judía preside su existencia, y hace de él el judío entre los Estados. Hoy es la ocupación y antes de ésta (1967) era otra cosa. Cuando se pretende seducir al consumidor de prensa no preparado para la judeofobia se organiza la denuncia en torno al nombre del gobernante de turno ¾ahora Sharon¾, como si no se tratara de un rechazo radical a la existencia misma de la soberanía judía que ayer se centraba en Barak ¾mientras negociaba y cedía¾, y hace cincuenta años en Ben Gurión, y hace ochenta (no con voces de izquierda, sino vaticanas) en la «ausencia de derecho debido a que los judíos fueron condenados a errar hasta que reconocieran que el enviado de Dios ya ha venido». Las distorsiones de la violencia militarista que genera esta dinámica no explican la santa indignación, ni tampoco la explican las políticas arrogantes, codiciosas de los integristas judíos y los neoliberales israelíes. Si así fuere, la santa indignación se expresaría, más o menos escandalizada, respecto de todos los reinos de este mundo.
Los protegidos mandan ¿Cómo lo hacen?
La situación de los árabes en los territorios disputados es insoportable, sobre todo por la humillación ante el ocupante judío. Una humillación que soportan sin más cuando los humilladores no son judíos, sino árabes, pero que a los árabes les duele más que la muerte que no se les está dando cuando les llega de manos de aquellos a quienes los dogmas describen como dhimmi, «protegidos» (judíos o cristianos). Y eso llena de satisfacción a quienes alientan su lucha nacional boicoteando toda posibilidad de solución política, porque de ese modo se pudre tanto la sociedad israelí cuanto la de esos árabes que, a principios de siglo, en contacto con el sionismo, podían haber subvertido el feudalismo regional de no habérseles impedido, como se hizo, que constituyeran su Estado junto al de los judíos cuando lo propuso la ONU en 1947. Y así, quienes no creímos en la salida estatalista separada, en el nacionalismo, vemos a los judíos que creyeron en ella involucrados en una situación insostenible, y no cejamos en el cuestionamiento de las políticas socialdemócratas israelíes que, tras aquel rechazo árabe a la paz de 1947, renunciaron a su vez o no hicieron lo suficiente para encontrar otra forma de llegar a ella. Y lo hacemos sin olvidar que para que haya guerra puede bastar con una parte, pero sin todas las partes comprometidas toda paz es imposible. Y lo hacemos desconfiando de los liquidacionistas, los judíos que se autoodian y proponen decisiones suicidas de entrega del control a quienes dicen cada día que no habrá paz hasta que no hayan echado al mar al último judío (Hamás, Yihad, Gadafi, Jamenei, Arafat cuando habla en árabe). Y lo hacemos con rabia por todo lo negativo que esta situación genera: nutrición del chovinismo, del belicismo, del integrismo religioso, del miedo al otro, del neoliberalismo desregulador, que afecta a todos los habitantes del país y a viven en otras partes, pero vinculados a él. Y lo hacemos sin perder la independencia de criterio que nos muestra la corrupción ética de la información acerca de este complejo enfrentamiento en el que los judíos han contenido la mano como no lo han hecho sus enemigos, aunque no sea políticamente correcto decirlo, ni decir nada de lo que aquí ha sido dicho, puesto que la avalancha propagandística ha convencido a muchos precisamente de lo contrario: que allí hay un pueblo inerme y pacífico, masacrado sin piedad por otro, invasor y guerrero. De existir una desproporción de fuerza militar entre árabes e israelíes mucho menor que la actual, ya no habría un judío con vida. Y muchos de los que hoy reaccionan con su sensibilidad herida por los sufrimientos de los palestinos, dirían como en 1945 «yo no sabía». Sharon, Einstein, Chomsky, yo mismo mezclaríamos nuestra sangre en el degüello, y la progresía reaccionaria miraría hacia otro lado protestando inocencia.
La fría sobriedad profesional
«Podrías ser más sobrio, más político, con estas gentes», me dicen a veces: «más profesional». Podría serlo si no hubiesen abandonado ellos el plano de la política, si no hubiesen cerrado el debate y entronizado la censura, para entrar en la difamación, el pensamiento único sin derecho de réplica, llamándome racista, criminal de guerra, genocida, por el hecho de ser judío, de defender el derecho de Israel a la existencia y de los judíos a vivir en él en condiciones de soberanía cultural, política y jurídica, sin desmedro de la cesión de otros derechos que el 72 % de los israelíes aceptó sin cortapisas mientras se negociaba, y que es norma aceptar en la diáspora. Y esta gente lo hace en nombre de la izquierda, de los derechos humanos, de la justicia, alentando las matanzas ¾lejanas, claro está¾ desde sus despachos de burócratas, con frialdad profesional. Pero podría, acaso debí, ser más duro aún. Lo que no habría hecho es propaganda de guerra, difamación como la que denuncia el Nobel Heinrich Böll en El honor perdido de Katharina Blum. No haría ideología a manera de respuesta. No sería un imbécil útil.
Estrategia de fin del conflicto
Pase lo que pase entre las potencias, un día esta guerra llegará a su fin, como todas. Las distorsiones producidas por la violencia ¾las trincheras, la alarma, la matanza, que lo reducen casi todo al miedo tribal¾ dejarán de producirse y las gentes podrán ocuparse plenamente de la política, de las relaciones laborales, de las leyes económicas, del agua, del estudio, es decir, de la cultura, de la vida. Como estuvo a punto de suceder en 2001 tras una década de negociaciones. Será duro; lo vemos entre republicanos y unionistas irlandeses. Pero nadie podrá lavar el nombre de los judíos, ni del judaísmo («maldición de la historia desde hace más de cinco mil años», según babea uno de ellos, el escritor Armas Marcelo, en la televisión estatal española), después de haberles atribuido todo lo que es propio de los nazis con la intención de mitigar sus culpas, difuminando, banalizando las categorías, a fin de permitir a los Haider, los Stoiber, los Le Pen que se conviertan otra vez en amos de Europa, candidatos a amos del mundo. Hoy nos corresponde salir al paso de la estrategia distorsionante de los que arrojan combustible e infamia sobre las personas y la tierra, logrando intoxicar de tal modo que cada cual cree verse obligado a extremarse, olvidando hasta la condición humana del otro, la sacralidad de su vida, el dolor por su dolor, su parte de razón..
El profesor italiano Gianfranco Morra nos recuerda a Catulo: difficile est longum subito deponere amorem, «un largo amor es difícil de olvidar», refiriéndose al amor intenso y duradero de los judíos por la izquierda, que considera finado. No es así. No serán los sátrapas de las provincias del mercado y de sus instituciones propietarias de los medios de comunicación, ni el lumpenaje que pulula por la red, quienes me hagan de derechas. Antes fueron Stalin, Brezhnev, Yeltsin, quienes dijeron que de izquierdas eran ellos y no la gente como yo. Yeltsin vivió para mostrarse sin ambigüedad alguna, si es que alguna quiso verse en los otros, y nosotros seguimos en nuestros trece, pese a Anguita, Gadafi, Rossanda, Sadam, González, Castro y demás capos de la izquierda reaccionaria.
Pirueta europea
Solana (Europa) acaba de decir que «es hora de hablar con claridad», confesando no haberlo hecho antes, al incluir en la lista de organizaciones terroristas a los partidos palestinos adversarios de la búsqueda de una salida negociada (como acaba de hacerlo Amnistía Internacional). He dicho a quienes han querido oírlo (sólo un pequeña emisora, BTV, me dio algunos segundos) que sólo la renuncia de la Unión Europea al sostén del terrorismo que boicotea las negociaciones podría dar a las sociedades israelí y palestina una oportunidad para la paz. El apoyo de los reinos árabes no basta, ni la enjundia con que tantos jóvenes se inmolan matando judíos para acceder al paraíso, anulando el poderío del ejército israelí. En este momento, los europeos parecen estar girando hacia un abandono de su sostenida táctica: Bush no les permite lo que Clinton les dejó hacer; para la recuperación de lo abandonado durante el mandato de éste, el establishment llevó a su modelo político al borde del colapso, dando la presidencia al candidato perdedor. El desafiante (hoy el Eje, el islam) es siempre más agresivo que el instalado, pero tal vez la potencia central consiga desarmar su afán de guerra, aunque no lo haga por razones éticas.
Quizás estemos al borde de algo peor, como auguran algunos, o quizá se encuentre una sorpresiva salida hacia una nueva situación de coexistencia pacífica. La izquierda corrompida, la encargada de lo peor de la propaganda, cuyo papel consiste en azuzar a los que mueren lejos, puede quedarse sin amo que la respalde en su miserable desempeño. Tal vez surja una oportunidad para la paz, una oportunidad para la izquierda que rechaza el abuso de poder, la explotación inmisericorde, la humillación del otro, el recurso al terror, la difamación al estilo Goebbels, que caracteriza a la que hoy habla en su nombre. Todo el mundo necesita una izquierda así, libre de patrioterismo y fobias, de ataduras serviles y debilidad mental. Los que asumimos la herencia de los milenios no renunciamos a hacer por ello.
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