El imperativo de recordar
Por Julián Schvindlerman
De todas las manifestaciones de odio contemporáneas, la negación del Holocausto se destaca por su robustez: es tan alucinante por definición, tan inconcebible moralmente, que su sola mención alude a un mundo irreal, una suerte de espacio virtual inmoral habitado solo por los mas fanatizados de los fanáticos. Negarle a las víctimas su sufrimiento es un acto tan vil, tan inhumano, que -correctamente- las sociedades civilizadas han puesto a sus propagadores fuera de toda aceptación social. En algunas naciones, la predicación de este mal esta incluso sujeta a sanción penal.
La abundancia de evidencia histórica referente a los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial es tan masiva que sorprende la persistencia de la ofensiva negacionista. De todos los hechos históricos, el Holocausto es posiblemente uno de los más investigados, más debatidos, más testimoniados. Varios de sus sobrevivientes continúan viviendo como testigos presenciales de una tragedia indescriptible, tomando fuerzas de donde ya no hay para dejar un legado de memoria y advertencia a las sucesivas generaciones. Y aún así, aún cuando hombres y mujeres surgidos de las profundidades del abismo caminan a nuestro alrededor con sus brazos tatuados por el horror de su pasado, persiste -sin signos de agotamiento- la misión tergiversadora de los herederos ideológicos del nazismo, amparados en la misma judeofobia febril de sus antepasados cercanos.
Ya ha sido postulado que la negación del Holocausto es una forma de antisemitismo. Tal como este último, posee el atributo de la irracionalidad, la malicia, y la continuidad. El negador de la Shoá es un antisemita que apela a novedosos recursos para perpetuar un mismo fin: mantener viva la llama del odio al judío, esa llama que lo devora internamente y la que tantas veces a lo largo de la historia ha consumido a la decencia humana en un hoguera de delirio y sinrazón. Puesto que, en la sabia observación del académico y activista libertario canadiense Irwin Cotler, “hay cosas en la historia judía que son demasiado terribles como para ser creídas, pero no tan terribles como para haber sucedido”.
Hoy en día asistimos al lamentable espectáculo de conferencias internacionales para promocionar la negación del Holocausto. En El Cairo y en Teherán a fines del 2006, en Abu Dhabi a mediados del 2002, y en Ammán a comienzos del 2001, encuentros de negadores fueron celebrados. Incluso en la agenda diaria de una conferencia global bajo auspicios de las Naciones Unidas, en septiembre de 2001 en Durban, Sudáfrica, motivos minimizadores del Holocausto fueron incorporados. Que la consiga convocante fuera “Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y otras formas de Intolerancia” dio un condimento Orwelliano a todo el asunto. Esta irrealidad la encontramos también en Occidente -donde este “revisionismo histórico” ha nacido- cuando conocidos negadores (tales como David Irving en Inglaterra y Robert Faurrison en Francia) inician demandas legales contra aquellos que los señalan como falsificadores de la historia. Seres sin alma con egos sensibles, mentirosos indignados al quedar expuestos por la luz de la verdad.
Pero si del odio al judío proviene la negación del Holocausto, también sobre la cobardía puede sustentarse su minimización. Según el Daily Mirror, una escuela británica ha decidido remover al Holocausto de sus clases de historia por el temor a “ofender” a sus alumnos musulmanes, quienes en las mezquitas y hogares reciben la enseñanza de que este hecho ha sido un mito, y en el pasado se han alterado al oír lo opuesto en clase. En Francia, la recientemente inaugurada Rue Raoul Wallenberg fue ubicada en un barrio marginal de Paris y se le ha asignado una corta extensión. La placa explicativa omite indicar que Wallenberg salvó a judíos durante la Segunda Guerra Mundial (motivo por el cuál estaba presumiblemente siendo homenajeado) y la ceremonia se realizó un sábado a la mañana; en coincidencia con el Shabbat judío, de manera que diplomáticos israelíes y dirigentes judíos no pudieron asistir. “Es probable que los responsables de la zona consideraran la sensibilidad de los islamistas radicales que habitan en el vecindario” conjeturó Shimon Samuels del Centro Simon Wiesenthal.
Con creciente inquietud, advertimos también la presencia de la banalización del Holocausto. “Temo que no hemos aprendido de nuestra historia”, opinó el profesor alemán Wolfram Richter de la Universidad de Dortmund al comentar sobre la supuesta discriminación europea hacia los inmigrantes musulmanes, “Mi principal temor es que lo que le hemos hecho a los judíos podríamos hacerle ahora a los musulmanes”. Ken Livingstone, Alcalde de Londres, ha visto “ecos” de la “demonología de la Alemania Nazi” en el debate sobre la vestimenta islámica en Europa. Por su parte, la académica Fania Oz-Salzberger, hija del renombrado novelista israelí Amoz Oz, ha comparado la situación de las mujeres musulmanas en Europa a las experiencias de su propia abuela cuando debió abandonar Praga ante el avance alemán. Tal como han señalado Efraim Karsh y Rory Miller (de cuya monografía “Europe´s Persecuted Muslims?” he tomado las citas anteriores), esto sucede a la par que aumenta el sentimiento de vulnerabilidad de las comunidades judías en Europa, en gran parte debido a la intimidación violenta que ejercen, precisamente, aquellos que hoy están siendo descritos como posibles nuevas víctimas de otro “Holocausto” europeo.
En un mundo en el que los judeófobos niegan el Holocausto, los cobardes lo minimizan, y los cínicos lo banalizan, surge una importancia especial en la acción de no olvidar. Es por ello que los actos de recordación conmemorados cada año no deben ser vistos solamente como un tributo al pasado –algo muy digno de por sí- sino también como una afirmación de cordura ante un mundo alocado; una suerte de antídoto social contra la desinformación reinante. Tomemos el ejemplo de aquellos que atravesaron las puertas del infierno y regresaron con una sentida determinación de divulgar lo inenarrable para honrar la memoria de los asesinados, para alertar a nuestros contemporáneos, y para documentar para siempre la valía de los desamparados y su triunfo moral ante la encarnación del Mal.
Recordar hoy el Holocausto
Tal como cada año por estos días, las comunidades judías del mundo han conmemorado "Iom Hashoa", el Día del Holocausto. Este año, singularmente, al dolor del pasado se le ha sumado preocupación por el presente y ansiedad por el futuro. Una sensación de real urgencia se ha instalado a la luz de la creciente agresividad que el negacionismo ha cobrado.
Este fenómeno ha nacido en Europa al poco tiempo de finalizada la Segunda Guerra Mundial y se ha propagado por todo el orbe. Propagandistas en París, Londres, Berlín y otras partes promueven el "revisionismo histórico"; tal el nombre de pretensión académica que esta tergiversación de la historia recibe.
En el Medio Oriente, conferencias negadoras han sido celebradas en el pasado cercano. Desde Teherán, simultáneamente se niega el genocidio de los judíos europeos del siglo pasado, a la vez que se promueve un nuevo genocidio contra el estado judío.
Resulta extraño que este fenómeno vil persista a la luz de la masiva evidencia disponible. El Holocausto —con justicia— sea quizás uno de los acontecimientos históricos mejor documentados, testimoniados, debatidos y enseñados en la modernidad. Sus hechos han ganado notoriedad no solo entre los especialistas sino a nivel popular a través de los desgarradores testimonios de Elie Wiesel, las angustiantes reflexiones de Primo Levi, el conmovedor diario de Ana Frank, la sentida música de Wladyslaw Szpilman, el heroísmo trágico de Mordejai Anielewicz, las dramáticas pinturas de Adolf Frankl, películas, documentales, obras de teatro, poesías, y otras tantas manifestaciones culturales e intelectuales que han retratado la agonía del alma humana en esa noche oscura.
Hasta ahora, los actos de conmemoración han cumplido el propósito de honrar la memoria de los asesinados a la vez que alertar a la opinión pública a través de campañas educativas y legislativas bajo la consigna del "Nunca Más". Cada vez resulta más claro que ello deberá reforzarse con un activismo político definido tendiente a contrarrestar la maligna misión de los negadores. Tal como observó el activista libertario canadiense Irwin Cotler ante las Naciones Unidas en Ginebra poco tiempo atrás: "Que sea este día no solo un acto de recordación, que lo es, sino además un recordatorio para actuar, que debe ser".
Por Julián Schvindlerman
De todas las manifestaciones de odio contemporáneas, la negación del Holocausto se destaca por su robustez: es tan alucinante por definición, tan inconcebible moralmente, que su sola mención alude a un mundo irreal, una suerte de espacio virtual inmoral habitado solo por los mas fanatizados de los fanáticos. Negarle a las víctimas su sufrimiento es un acto tan vil, tan inhumano, que -correctamente- las sociedades civilizadas han puesto a sus propagadores fuera de toda aceptación social. En algunas naciones, la predicación de este mal esta incluso sujeta a sanción penal.
La abundancia de evidencia histórica referente a los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial es tan masiva que sorprende la persistencia de la ofensiva negacionista. De todos los hechos históricos, el Holocausto es posiblemente uno de los más investigados, más debatidos, más testimoniados. Varios de sus sobrevivientes continúan viviendo como testigos presenciales de una tragedia indescriptible, tomando fuerzas de donde ya no hay para dejar un legado de memoria y advertencia a las sucesivas generaciones. Y aún así, aún cuando hombres y mujeres surgidos de las profundidades del abismo caminan a nuestro alrededor con sus brazos tatuados por el horror de su pasado, persiste -sin signos de agotamiento- la misión tergiversadora de los herederos ideológicos del nazismo, amparados en la misma judeofobia febril de sus antepasados cercanos.
Ya ha sido postulado que la negación del Holocausto es una forma de antisemitismo. Tal como este último, posee el atributo de la irracionalidad, la malicia, y la continuidad. El negador de la Shoá es un antisemita que apela a novedosos recursos para perpetuar un mismo fin: mantener viva la llama del odio al judío, esa llama que lo devora internamente y la que tantas veces a lo largo de la historia ha consumido a la decencia humana en un hoguera de delirio y sinrazón. Puesto que, en la sabia observación del académico y activista libertario canadiense Irwin Cotler, “hay cosas en la historia judía que son demasiado terribles como para ser creídas, pero no tan terribles como para haber sucedido”.
Hoy en día asistimos al lamentable espectáculo de conferencias internacionales para promocionar la negación del Holocausto. En El Cairo y en Teherán a fines del 2006, en Abu Dhabi a mediados del 2002, y en Ammán a comienzos del 2001, encuentros de negadores fueron celebrados. Incluso en la agenda diaria de una conferencia global bajo auspicios de las Naciones Unidas, en septiembre de 2001 en Durban, Sudáfrica, motivos minimizadores del Holocausto fueron incorporados. Que la consiga convocante fuera “Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y otras formas de Intolerancia” dio un condimento Orwelliano a todo el asunto. Esta irrealidad la encontramos también en Occidente -donde este “revisionismo histórico” ha nacido- cuando conocidos negadores (tales como David Irving en Inglaterra y Robert Faurrison en Francia) inician demandas legales contra aquellos que los señalan como falsificadores de la historia. Seres sin alma con egos sensibles, mentirosos indignados al quedar expuestos por la luz de la verdad.
Pero si del odio al judío proviene la negación del Holocausto, también sobre la cobardía puede sustentarse su minimización. Según el Daily Mirror, una escuela británica ha decidido remover al Holocausto de sus clases de historia por el temor a “ofender” a sus alumnos musulmanes, quienes en las mezquitas y hogares reciben la enseñanza de que este hecho ha sido un mito, y en el pasado se han alterado al oír lo opuesto en clase. En Francia, la recientemente inaugurada Rue Raoul Wallenberg fue ubicada en un barrio marginal de Paris y se le ha asignado una corta extensión. La placa explicativa omite indicar que Wallenberg salvó a judíos durante la Segunda Guerra Mundial (motivo por el cuál estaba presumiblemente siendo homenajeado) y la ceremonia se realizó un sábado a la mañana; en coincidencia con el Shabbat judío, de manera que diplomáticos israelíes y dirigentes judíos no pudieron asistir. “Es probable que los responsables de la zona consideraran la sensibilidad de los islamistas radicales que habitan en el vecindario” conjeturó Shimon Samuels del Centro Simon Wiesenthal.
Con creciente inquietud, advertimos también la presencia de la banalización del Holocausto. “Temo que no hemos aprendido de nuestra historia”, opinó el profesor alemán Wolfram Richter de la Universidad de Dortmund al comentar sobre la supuesta discriminación europea hacia los inmigrantes musulmanes, “Mi principal temor es que lo que le hemos hecho a los judíos podríamos hacerle ahora a los musulmanes”. Ken Livingstone, Alcalde de Londres, ha visto “ecos” de la “demonología de la Alemania Nazi” en el debate sobre la vestimenta islámica en Europa. Por su parte, la académica Fania Oz-Salzberger, hija del renombrado novelista israelí Amoz Oz, ha comparado la situación de las mujeres musulmanas en Europa a las experiencias de su propia abuela cuando debió abandonar Praga ante el avance alemán. Tal como han señalado Efraim Karsh y Rory Miller (de cuya monografía “Europe´s Persecuted Muslims?” he tomado las citas anteriores), esto sucede a la par que aumenta el sentimiento de vulnerabilidad de las comunidades judías en Europa, en gran parte debido a la intimidación violenta que ejercen, precisamente, aquellos que hoy están siendo descritos como posibles nuevas víctimas de otro “Holocausto” europeo.
En un mundo en el que los judeófobos niegan el Holocausto, los cobardes lo minimizan, y los cínicos lo banalizan, surge una importancia especial en la acción de no olvidar. Es por ello que los actos de recordación conmemorados cada año no deben ser vistos solamente como un tributo al pasado –algo muy digno de por sí- sino también como una afirmación de cordura ante un mundo alocado; una suerte de antídoto social contra la desinformación reinante. Tomemos el ejemplo de aquellos que atravesaron las puertas del infierno y regresaron con una sentida determinación de divulgar lo inenarrable para honrar la memoria de los asesinados, para alertar a nuestros contemporáneos, y para documentar para siempre la valía de los desamparados y su triunfo moral ante la encarnación del Mal.
Recordar hoy el Holocausto
Tal como cada año por estos días, las comunidades judías del mundo han conmemorado "Iom Hashoa", el Día del Holocausto. Este año, singularmente, al dolor del pasado se le ha sumado preocupación por el presente y ansiedad por el futuro. Una sensación de real urgencia se ha instalado a la luz de la creciente agresividad que el negacionismo ha cobrado.
Este fenómeno ha nacido en Europa al poco tiempo de finalizada la Segunda Guerra Mundial y se ha propagado por todo el orbe. Propagandistas en París, Londres, Berlín y otras partes promueven el "revisionismo histórico"; tal el nombre de pretensión académica que esta tergiversación de la historia recibe.
En el Medio Oriente, conferencias negadoras han sido celebradas en el pasado cercano. Desde Teherán, simultáneamente se niega el genocidio de los judíos europeos del siglo pasado, a la vez que se promueve un nuevo genocidio contra el estado judío.
Resulta extraño que este fenómeno vil persista a la luz de la masiva evidencia disponible. El Holocausto —con justicia— sea quizás uno de los acontecimientos históricos mejor documentados, testimoniados, debatidos y enseñados en la modernidad. Sus hechos han ganado notoriedad no solo entre los especialistas sino a nivel popular a través de los desgarradores testimonios de Elie Wiesel, las angustiantes reflexiones de Primo Levi, el conmovedor diario de Ana Frank, la sentida música de Wladyslaw Szpilman, el heroísmo trágico de Mordejai Anielewicz, las dramáticas pinturas de Adolf Frankl, películas, documentales, obras de teatro, poesías, y otras tantas manifestaciones culturales e intelectuales que han retratado la agonía del alma humana en esa noche oscura.
Hasta ahora, los actos de conmemoración han cumplido el propósito de honrar la memoria de los asesinados a la vez que alertar a la opinión pública a través de campañas educativas y legislativas bajo la consigna del "Nunca Más". Cada vez resulta más claro que ello deberá reforzarse con un activismo político definido tendiente a contrarrestar la maligna misión de los negadores. Tal como observó el activista libertario canadiense Irwin Cotler ante las Naciones Unidas en Ginebra poco tiempo atrás: "Que sea este día no solo un acto de recordación, que lo es, sino además un recordatorio para actuar, que debe ser".
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